La danza es placer compartido
19/10/2020
La Covid-19 desterró a la danza de sus escenarios habituales. Imposibilitados los bailarines de establecer contacto físico, se deshabitaron los salones de ensayos y se vaciaron las salas de presentaciones.
¿Cómo sobrevivió la danza, una práctica milenaria —cuyos orígenes se remontan a los albores de la humanidad—, a una pandemia que lastima el cuerpo, su principal medio expresivo? No era posible danzar según las pautas tradicionales, pero la creatividad de bailarines y bailarinas encontró otros cauces para manifestarse. Alejados del mundo tridimensional, cercano al espectador, se apropiaron del mundo de las pantallas para exponer sus vivencias y continuar el diálogo.
Muchos creadores decidieron compartir sus saberes y así inundaron las redes sociales. Facebook, Whatsapp, Messenger, Telegram, entre otras, fueron vehículos para el intercambio. Allí se emitieron sesiones de preparación física, clases de ballet, pasos de danzas folclóricas, técnicas de danza contemporánea, videos de funciones, reflexiones de diversos signos, pasajes de la historia, etc. Fue tal la avalancha de información, que no era posible procesarlo todo.
La danza en contexto
En el contexto de la pandemia celebramos el Día Mundial de la Danza. El temor al contagio de una enfermedad desconocida, las cifras alarmantes de las muertes, la incertidumbre por las posibles secuelas y la ausencia de una vacuna salvadora eran las noticias más frecuentes en el mes de abril. Pero la danza es una expresión vital y se negaba a desaparecer; ratificarse como posibilidad de vida fue la tabla de salvación.
Como cada año, se emitió un mensaje por el Día Mundial de la Danza. Esta vez fue redactado por Gregory Vuyani Maqoma bailarín, coreógrafo, actor y docente de Sudáfrica. Desde uno de los países más golpeados por la pandemia, comunicó: “A medida que bailamos con nuestros cuerpos, cayendo en el espacio y enredándonos juntos, nos convertimos en una fuerza de movimiento que teje corazones, toca almas, y proporciona curación, la que es tan desesperadamente necesitada”.
Así, el bailarín ratificaba el poder de sanación de la danza y su capacidad para trabajar a favor del bienestar de la comunidad. Porque la danza provoca emociones, pero también puede movilizar las conciencias ciudadanas. Pongamos como ejemplo las presentaciones de Danza Espiral en los barrios de Matanzas, los más alejados del centro de la ciudad, los más afectados por la pandemia, que llegaron hasta allí para aliviar el dolor de sus pobladores.
Por esos días de abril recordábamos a la gran Alicia Alonso —bailarina convertida en leyenda—, cuya pasión por la danza nutrió su voluntad cuando derribó numerosos obstáculos para bailar y para fundar, junto a los hermanos Fernando y Alberto Alonso, el Ballet Nacional de Cuba. Y, se esta forma, estimular el nacimiento y desarrollo de la Escuela Cubana de Ballet.
Nuevos espacios y retos para la danza
El mundo en que vivimos se torna cada vez más homogéneo. Aplaudimos las mismas películas, vestimos las mismas marcas, leemos las mismas noticias. Durante el parón provocado por la pandemia alcanzó el tiempo para detenerse en las redes sociales; y uno de los datos certeros es que cada bailarín y cada bailarina reflexionaban sobre su práctica danzaria revelando su singularidad. Desde la geografía, desde su actitud ante la vida, desde su posición política.
Pienso en el mexicano Javier Contreras, bailarín, coreógrafo y poeta, quien ha compartido en su muro de Facebook noticias de interés para muchos, pero que hubiesen pasado inadvertidas de no ser por su llamado de atención; entre ellas la distribución gratuita del libro Una pedagogía para la danza contemporánea desde la propia corporeidad, coordinado por Rocío Luna, en el que maestros mexicanos de danza exponen sus valiosos puntos de vista sobre un tema tradicionalmente reservado a expertos europeos y norteamericanos.
Desde Colombia, el bailarín y coreógrafo Astergio Pinto, promocionó el VI Festival de Sabiduría Afrocolombiana, donde se reivindicó la herencia del continente negro en el país latinoamericano. Jorge Brooks, de Danza Contemporánea de Cuba, convirtió su perfil de Facebook en un archivo vivo del devenir de la emblemática agrupación.
Las redes sociales han sido espacios para compartir reflexiones que desbaratan prejuicios racistas, que desmontan mensajes de violencia. Se festejaron cumpleaños de bailarines, se celebraron los aniversarios de las compañías y también se reflejó el dolor por la pérdida de compañeros.
Hay que decir que tiene muchos detractores la transmisión de clases de danza —o rutinas de entrenamiento— a través de las redes sociales. A este asunto habrá que prestar mucha atención, habrá que dialogar para encontrar alternativas para el futuro. Las clases de ballet —nos alerta la maestra Ramona de Saá— exigen un tabloncillo de madera, necesaria condición para evitar lesiones; así como el rol del maestro es imprescindible para corregir posturas y asegurar los requerimientos técnicos de una especialidad, altamente codificada. Ambas son vitales a cualquier edad y en todas las etapas de la carrera del bailarín.
Muchos han recordado los altares que construimos al cuerpo, la creencia de que la dieta sana nos evitaría enfermedades, de que los medicamentos de última generación nos curarían; pero la Covid-19 destruyó nuestras certezas y su invisible letalidad ha cobrado numerosas vidas. Entonces los danzantes tendrán que diseñar nuevas estrategias para cuidar sus cuerpos, para entrenarse y crear, para presentarse ante los públicos.
Los bailarines tienen una estrecha relación con el personal de salud. Ortopédicos, fisioterapeutas, masajistas, enfermeros y psicólogos colaboran en el proceso de preparación física para llegar al escenario en óptimas condiciones. La pandemia ha demostrado la necesidad del personal sanitario, ellos salvan vidas. El doctor Francisco Durán es el héroe del año, en su figura reconocemos a los que se han desvelado por nuestra salud, en Cuba, y en otros lugares del mundo. Nuestro agradecimiento será infinito.
En Cuba los artistas de la danza contaron con el apoyo estatal y todos recibieron su salario durante los meses de confinamiento para satisfacer necesidades elementales, para mantenerse en casa y preservar la salud. Diferente fue la situación en otros países, donde muchos quedaron desamparados dado el cierre de los teatros.
Todavía la Covid-19 nos sigue lacerando, pero ya se abren los salones de ensayo y los bailarines retoman las sesiones de entrenamiento. Los cuerpos quieren fortalecerse para volver a los escenarios. La creatividad se desborda para cuidarse y cuidar al compañero. El encuentro con el público es una aspiración latente.
Durante el período de confinamiento las pantallas propiciaron mantener los contactos entre amigos, familiares y colegas. El intercambio de afectos se multiplicó en tiempos donde muchos lo necesitábamos. No podíamos abrazarnos, pero se compartían las soledades. Ahora se acerca el momento del encuentro real, el instante de intercambiar las mejores energías entre bailarines y espectadores. Las expectativas se multiplican ante la posibilidad de la cercanía al otro.
Sueño con el día en que las redes sociales sean el lugar ideal para el diálogo profesional y afectivo entre los danzantes. Espero, sean reflejo de la singularidad de la danza en cualquier región del mundo. La danza es arte sanador, expresión de la belleza de este mundo y de los gestos transformadores a favor de la vida.
Agradezco este texto por su comprensión empática de la situación de los y las hacedores de la danza en estos tiempos de pandemia, agradezco también el énfasis que la autora hace de la importancia civilizadora/sanadora de la danza y agradezco también las amables referencias a mi persona. Saludos desde México.
Gracias por compartir su preciado arte. Exquisita manera de compartir lo bello que es danzar !