El guionista y director de cine cubano Eduardo del Llano se popularizó hace ya algún tiempo de manera “clandestina” con su personaje Nicanor. No pocos ignoraban que era también responsable de haber coescrito guiones tan llamativos y polémicos como Alicia en el pueblo de maravillas (Daniel Díaz Torres, 1991), La vida es silbar (Fernando Pérez, 1998), por mencionar dos de su extensa colaboración con otros cineastas.
Es en el año 2004, con Monte Rouge, cuando comienza a darle vida a sus guiones y cuando, para no desmerecer el trabajo a cuatro manos, llamaría a otros guionistas para nuevas obras.
La campaña, es sobre todo un relato sobre la doble moral.
Como se sabe, en la filmografía de Del Llano prevalecen la sátira y la crítica social. Sucede que con la primera pudiera haber cierto choque, si el espectador se entera no sólo de que la excepción hace la regla. Quizás del mismo modo logre entender cómo sí había guajiros, antes de 1961, que estaban más alfabetizados porque leían entre otros impresos muchas biografías y revistas del calibre de Bohemia y Selección de Selecciones.
Sin embargo, lo anterior no es fundamental para que funcione en un corto como La campaña (2021), la recurrente ocurrencia del también director de Vinci (2011). La ocurrencia no la empleo en sentido despectivo. Es que no es posible para un vocablo que se privilegia con la prisa del intelecto.
Prescindiendo de la insistencia en que una de las niñas aprenda el correcto uso del subjuntivo, el corto de Del Llano funciona como guion en su totalidad. Si bien son evidentes los pares encontrados: campo/ciudad, civilización/barbarie…, se defiende a la familia como base de la sociedad. La familia que prepara a sus miembros con sus diferencias de caracteres y facultades para la sociedad.
Pero La campaña, que es sobre todo un relato sobre la doble moral, tiene sus mejores aciertos al inicio y al final. Y eso, a ratos, es más sospechoso que un guajiro lea y entienda a Marx y a Kierkegaard.