La ciudad cuesta, pero vale
9/9/2016
Revista Orígenes. 1947. Lezama Lima escribe: “Existe entre nosotros otra suerte de política, otra suerte de regir la ciudad de una manera profunda y secreta”. Bajo ese presupuesto (…) Alma Mater convoca a Mario Coyula (La Habana, 1935), miembro del Directorio Revolucionario, y coautor de obras premiadas como el Parque Monumento a los Mártires Universitarios, en Infanta y San Lázaro, y del Mausoleo a los Héroes del 13 de marzo, en el Cementerio de Colón, que recuerdan la gesta de los estudiantes de la Universidad de La Habana en las luchas revolucionarias. (…) Presidente, desde su creación en 1978 hasta 1989, de la Comisión de Monumentos de la ciudad, e incansable luchador por el ensanche del término, “monumento no es solo lo más antiguo, singular o lujoso”, Coyula en verdad ha pasado su vida profesional “cruzando de un campo a otro”. Para él, los principios del equilibrio ecológico —diversidad, mantenimiento de las acciones dentro de la capacidad de carga de un sistema y su facultad de regeneración, garantía de la supervivencia— son aplicables a los núcleos poblacionales. Más que “especialista”, le gusta llamarse “generalista”. (…)
Foto: Archivo La Jiribilla
La ciudad. Los hombres. La Historia como ayuda eficaz para entender el presente y prever el futuro. Dando un salto en el tiempo, ¿qué sería necesario considerar en la búsqueda de —según Roberto Segre— la “identidad cultural del entorno cubano del siglo XXI”?
Es preciso ir a la esencia. Es difícil, peligroso, hablar de cubanía. La gente identifica la cubanía con lo colonial, y hasta con un período de lo colonial. Para decirlo rápidamente, con el de la condesa Merlín. Como si antes y después no hubiese habido nada de arquitectura cubana. La característica de Cuba, y sobre todo de La Habana, como muchas otras ciudades-puertos, radicaba, amén del mestizaje racial, en su naturaleza de encrucijada, de mezcla cultural. Nosotros tenemos influencia de varias regiones de España: Andalucía, Extremadura, Castilla… Muchas cosas nos vienen de allí: el trazado, la escala, la altura, el perfil, el compás. Estos elementos se pierden cuando de pronto se destinan una o dos manzanas completas para construir en el centro un solo, gigantesco, edificio. Se rompe la escala, el ritmo marcado por el tamaño y el llenado de los lotes, garantía de la diversidad.
En una misma manzana podía existir, por ejemplo, la residencia de un señor acaudalado construida en 1915 con la arquitectura ecléctica de esa época, de dos pisos y torre-mirador, pero el terreno de al lado quedaba vacío durante largo tiempo, y cuando se venía a ocupar era para alzar un típico edificio de apartamentos de los años 40 o 50, mientras los portales de enfrente escondían una ciudadela, y en el portalón de la esquina, aunque bastante sobrio, funcionaba muy bien una bodega. A propósito, aquí al doblar, en la calle 4, esquina a 13, vemos qué ocurre con una de esas antiguas bodegas: un desastre, subdividida en cuatro o cinco casas, se convirtió en una colmena, en un barriecito insalubre, y lo irónico es que ahora han hecho en el jardín vendutas particulares de todo tipo, volviendo a la función comercial, pero degradada. Esa diversidad era muy saludable. Es diversidad visual y funcional, pero también social, y es importante mantenerla. Entonces, lo cubano es lo que tomado de afuera e injertado dentro, llega a asimilarse de tal forma —el proceso siempre exige tiempo, los primeros tanteos nunca son acertados—, que ya nadie puede catalogarlo como extranjero. Así sucedió a lo largo de la historia con nuestra arquitectura, por eso es prebarroca, barroca, neogótica, neoclásica, art nouveau, pero “aplatanada”, “cubanizada”.
Foto: Kike
¿Podríamos hallar lo cubano en la arquitectura, como haría Cintio Vitier en la poesía?
Lo importante es inferir, transmitir la esencia. A mediados del siglo XX ya había arquitectos cubanos haciendo una arquitectura moderna que penetraba la sustancia y reinterpretaba los elementos típicos como el patio, la ventana, el puntal, la galería, el balcón. Ese es el desafío.Nunca había pensado en eso. Sería interesante. Como ya dije, solemos ver lo cubano de forma limitada, defecto común de los malos proyectos, cubanos o extranjeros. Se toma lo epidérmico: la reja, la teja, el vitral. Ahora mismo todos los proyectos de hoteles e inmobiliarias están saturados de arcos, pero suavizados, como pasados por agua. Sin embargo, lo importante es inferir, transmitir la esencia. A mediados del siglo XX ya había arquitectos cubanos haciendo una arquitectura moderna que penetraba la sustancia y reinterpretaba los elementos típicos como el patio, la ventana, el puntal, la galería, el balcón. Ese es el desafío.
¿Qué relación tendría que existir entre diseño urbanístico y diversidad?
En nuestro medio hay un problema serio: el doble tráfico monetario, fermento de diferencias. Alguien debe estar estudiando todo lo originado por este fenómeno. No solo los economistas. También los sociólogos.
Sobre la diversidad, la propia ciudad histórica aporta muchas pautas de coexistencia. Yo hablé de El Vedado, de la unidad y apariencia elegante de un barrio donde, no obstante, había hasta ciudadelas. Pero el millonario imponía las reglas, dictaba la imagen que se debía proyectar hacia la calle, y establecía las normas de conducta en los espacios públicos. La pregunta es: ¿quién fija ahora los patrones de moral y costumbres? ¿El tipo que llega, detiene el carro, empapelado todo en negro, delante de tu propia casa, y sonando un claxon cuyo estruendo recuerda a un dinosaurio herido, levanta en peso a todo el edificio con una música disco? ¿Debe o puede ser este constructor de cacharrerías el personaje dominante, el dueño de la calle, el dictador de los modales? De ninguna manera. Es preciso coexistir, mas preservando el orden. Entender que cada zona de la ciudad tiene sus propias reglas en el sentido urbanístico. Lo válido en Centro Habana, no es lícito en El Vedado. Lo autorizado en El Vedado no es permitido en Miramar. De cierto modo, asistimos a una “centro-habanización” de los antiguos barrios residenciales. Sus edificaciones vienen avanzando hasta la misma acera, mientras se “lisifican”, es decir, apenas alcanzan una calidad en su arquitectura comparable a las de Alturas de La Lisa. Como siempre sucede, los que más pierden son los que más tenían que perder.
Foto: Archivo La Jiribilla
Con todo, usted ha dicho en algún momento: “La Habana cuesta, pero vale”…
Exacto. La propia escasez y los problemas llegan a aplastar a la gente. Algunos se preguntan: “¿Cómo vamos a hacer esto, con qué?”. Cuando enuncié este concepto, tratando de significar todo lo verdaderamente valioso de la ciudad, me decían: “¡Estás loco! ¡Si casi no podemos con La Habana Vieja!”… Es preciso invertir los términos. En vez de una carga para el Estado, debemos descubrir en el trasfondo una oportunidad para obtener ganancias. Lejos de ver edificios despintados y desvencijados, pensemos en ellos como un recurso que puede pagarse a sí mismo. Y claro, por la vía del impuesto unos producirán para otros. Porque nunca Mantilla, por ejemplo, tendrá la misma demanda de Centro Habana, aunque siempre habrá algún turista aventurero deseoso de alojarse por allá.
La ciudad es el espacio donde se construye ciudadanía. Los jóvenes cubanos, ¿tenemos cultura e identidad urbanas?
En ese campo no andamos bien. Ni hay una cultura urbana extendida ni tal vez cultura ciudadana. El argumento resulta paradójico. La Revolución dio muchas oportunidades de estudio y de trabajo dentro y fuera de Cuba. La gente dejó la casa, y se descuidó un tanto la cuadra. En ocasiones se encuentran ciudadanos jóvenes, no precisamente delincuentes, expresándose, vistiéndose y comportándose como si lo fueran: han asimilado esos patrones culturales. Todo es fruto del desarraigo.
Foto: Kike
A veces noto en la ciudad una especie de subcultura marginal, propia de “mutantes”. Sus portadores ya no son ni obreros ni campesinos ni tampoco intelectuales. Un guajiro analfabeto del año 60 sería más educado hoy que algún universitario. Pero el labrador cubano que dejó el campo y vino para la ciudad, ya no es ni campesino ni ciudadano. Es un híbrido. Asoma de nuevo el desarraigo. En nuestros días se habla de la masificación de la cultura. Mas durante años los conflictos culturales y sociales se abandonaron a la espontaneidad. Y cuando alguien desfolia un campo y se marcha sin atenderlo en lo adelante, ya se sabe: allí solo crecerán malas hierbas.
Según su criterio, ¿cuáles obras merecerían estar entre las siete maravillas construidas en la Cuba revolucionaria?
La ciudad Camilo Cienfuegos, más conocida como Habana del Este, es un hito. Sigue siendo la mejor urbanización posterior a 1959. Cuando se revisan sus costos —en aquella época parecieron altos, a Pastorita Núñez se lo reprocharon—, resultan risibles. La calidad del diseño y el acabado es óptima. Ha soportado 40 años. Está intacta. “Si la dejamos perder nunca conseguiremos algo igual”, razonarían sus moradores. A veces el ahorro da pérdidas. Nada se gana si el mismo día del estreno ya es necesario apuntalar un edificio.
Luego están: las Escuelas de Arte de Cubanacán, quizá la obra más divulgada del período revolucionario, que ahora serán concluidas y remozadas; la CUJAE (hoy ISPJAE), un producto magnífico, contemporáneo con las escuelas de arte; el conjunto monumentario de la plaza de Guantánamo, sin dudas el mejor dentro de esta tipología creada por la Revolución; el viaducto de La Farola, una obra maestra; el Parque Lenin de La Habana, costoso —hubo que sembrar los árboles—, pero de muy buen gusto; y otras obras menores, como algunos de los consultorios médicos, pequeños y bien pensados, y varios edificios de microbrigadas, en verdad pocos, levantados en los años 80. La buena arquitectura no solo se encuentra en las obras monumentales, llamativas y costosas. También se da en ejecuciones menudas e inteligentes.
A fines de la década de los 80 hubo un intento de recalificar la arquitectura, de devolverla al mundo de la cultura. Este fue uno de los temas centrales del último congreso de la UNEAC. La construcción es el medio, pero no el fin. La construcción es solo el vehículo a través del cual se materializa la arquitectura. No puede dictarle pautas a ella. Sería igual que si las pautas de la literatura las impusiera la poligrafía.
Hablamos mucho de La Habana, pero también hubo intervenciones urbanísticas en otras ciudades, por ejemplo, en Santiago de Cuba. ¿Los cambios fueron para bien o para mal?
Para bien o para mal, por los siglos de los siglos subsistirá aquel complejo provinciano que se cuestiona “¿por qué la capital sí y nosotros no?”. La mayoría de las obras realizadas en Santiago fueron para bien. Lo otro eran tontas aspiraciones lugareñas según las cuales cada ciudad debía de tener un edificio de 18 pisos con un restaurante en la última planta. En verdad, lo que hay es que saber emplear los recursos propios, y defender la identidad.
¿Podría citar un paradigma de ese buen “saber”?
Desde luego, mas tendría que regresar al oeste del país. El municipio capitalino de Regla se ha caracterizado por su gran sentido de identidad. Recuerdo que en el aniversario 300 de la localidad, celebrado en 1986, los reglanos se propusieron mejoras que al final introdujeron sin ayuda externa, con el concurso de los centros laborales, de las industrias establecidas en su territorio. Ese espíritu local es una energía aprovechable.
Una de las carencias de la ciudad, explicativa del deterioro, es la pérdida de la identidad. La gente no está identificada con el barrio. Y esta pérdida, a su vez, depende de la densidad. Cualquiera que viva en una cuadra de casas unifamiliares o de dos pisos cuando más, conoce a todos los vecinos y pronto se da cuenta de la llegada de un extraño. Pero quien vive en un edificio de 118 apartamentos, difícilmente podrá discernir entre un vecino y uno de fuera que viene a delinquir. Es decir, ese vínculo, ese nexo, a veces está condicionado por un número, por eso no debe de haber grandes edificios ni densidades tan altas.
Foto: Kike
¿El nexo identidad-densidad sería el más preocupante?
No es el único, ya antes analizamos la relación diversidad-diseño urbano. La ciudad eficaz es la que tiene funciones superpuestas. Una ciudad donde las funciones se separan se torna disfuncional. Ese fue el error del urbanismo moderno cuando fijó las zonificaciones: zonas de vivienda, de industria, de comercio… La ciudad, repito, se da por superposición, son esos “añadidos” los que le dan vida y ánimo mañana, tarde y noche, entre semana y fin de semana. Esa es la falta de Monte Barreto, un buen ejemplo de la “anti-ciudad”.
La ciudad eficaz es la que tiene funciones superpuestas. Una ciudad donde las funciones se separan se torna disfuncional.De la misma forma, en horas de la noche encontramos desierta la 5ta. Avenida.
Y la Plaza de la Revolución, circundada por edificios administrativos. Después de las seis de la tarde, se acabó la vida en esa zona. La Plaza solo se ve cubierta en los días de marchas y concentraciones, eventos que no son naturales, sino convocados a voluntad. Lo ideal es que allí hubiese viviendas, teatros, cines, comercios, cafeterías, de todo…
Bueno, en uno de sus costados se alza el Teatro Nacional…
Mas relegado al extremo lejano. Realmente todo ese espacio es un terreno baldío, sin forma ni ritmo, con una pendiente inclinada en el sentido inverso, lo lógico sería que a partir de la base, el plano fuese en ascenso según uno se aleja de la tribuna, pero es todo lo contrario, la caída se produce al pie de los edificios que ocupan los ministerios del Interior y de la Informática y las Comunicaciones. A ciencia cierta esa plaza nunca llegó a terminarse, y aún si se hubiese concluido su fundamento conceptual era deficiente. El área se inauguró en 1953, y tres años después ya se le había encargado a un equipo de la Universidad de Harvard (en Cambridge, Massachussets, Estados Unidos), un proyecto general, para toda La Habana, que plantearía soluciones más contemporáneas, menos academicistas.
Para escurrir el tema de la dicotomía, ¿es que la ciudad atrae o es que el campo expulsa?
Son las dos cosas. El odio irracional de una persona hacia la naturaleza, conducente a la tala de un árbol que ni siquiera le molesta, quizá esconda el recuerdo indeseable de un paisaje campestre de su lugar de origen. Por cierto, quien corta una mata luego busca la sombra más cercana para jugar dominó, y le estropea la tranquilidad al prójimo. No me explico por qué sucede esto. Y otra cosa. Patrones de vida, soluciones arquitectónicas y hasta colores aplicados a las edificaciones, bien vistos en medio del campo, se ven horribles en la ciudad.
De nuevo en La Habana, hablando del paisaje, en las cercanías de la Estación Central el viajero se topa con la Fuente de la India. ¿En qué radica su valor?
Entre otras cosas, en la novedad. Por primera vez apareció la india en la escultura cubana. Claro, una india mitificada, surgida mucho después de que las naturales desaparecieran, recuerdo del espíritu rococó francés con sus aristócratas jugando a ser pastores.
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¿Aún puede llamársele a la urbe “la ciudad de las columnas”?
La ciudad de La Habana era, en efecto, la ciudad de los portales y de las columnas. Mas los portales se están perdiendo y las columnas se están desvirtuando hasta con las nuevas formas de pintar. Existe una moda incontenible de pintar los edificios barrocos, neoclásicos o modernos, da lo mismo, de varios tonos, rompiendo sus formas al colocarle a sus columnas calcetines o zócalos de colores bien chillones. Esta es la misma práctica usada en la pintura de los Rápidos, con logos de fábrica rojo-catsup y amarillo mostaza. Lo que se le prohíbe a McDonald en otros países, se hace en Cuba impunemente.
Entonces, con la pérdida de los portales y el cubrimiento de las columnas con medias coloradas, ¿ya no sería La Habana digna de aquel epíteto?
Decía un amigo mío (pura teoría) que si Carpentier hubiese estado menos tiempo viviendo fuera de Cuba, a su regreso los toldos que protegían los portales de La Habana aún no se habrían deshecho por falta de mantenimiento. Entonces, como los toldos no le habrían permitido ver las columnas, el escritor habría nombrado a la capital como “la ciudad de los toldos”. Pero el caso es que hoy, muchos de los otrora kilómetros corridos de portales están bien en mal estado o bien ocupados por una multitud de vendedores y revendedores ambulantes, nuevos menesterosos, y gente regada por el piso. Es preciso ponerles coto y recuperar las arterias comerciales. Lo menos que podemos hacer es, alquiler mediante, meter bajo techo a todos esos “dependientes”, y también prohibirles tales prácticas a los establecimientos estatales. ¿Por qué una tienda permanece vacía mientras sus productos se venden en un kiosco en su propio portal? ¿Será para llamar la atención? Esta es una evidencia de “la cultura del aguaje” y, claro, yo la desapruebo.
Foto: Kike
Pero los portales, las columnas, ¿qué hacer con ellos?
Si se juntaran todas las tiendas, las de ambos flancos de las grandes calzadas —Reina, Belascoaín, Galiano—, una al lado de la otra, conformarían un frente continuo de 20 kilómetros. Su rescate es tamaña tarea. Ni el mismísimo Donald Trump se comprometería a resolverla de golpe. Mas es una riqueza que no debe perderse, un patrón que funciona muy bien. Al analizar el trazado urbano del actual municipio de Centro Habana, las grandes calzadas delimitan y conectan los barrios entre sí. Hacia el interior se encuentran entre 12 o 20 manzanas que cumplen la función residencial, mientras las propias arterias constituyen los centros periféricos hacia donde salen los habitantes en busca de comercios y servicios.
Dicho modelo, ¿sería aplicable en las urbanizaciones modernas?
Por supuesto, y así evitaríamos la “sopa de bloques” construidas y criticadas en Cuba y en todo el mundo. La Villa Panamericana es un ejemplo interesante de reconquista de la ciudad tradicional. Se rescató el paseo, la manzana, los edificios de no más de cinco plantas con pequeñas tiendas en las plantas bajas. ¿Qué le faltó? La diversidad no forzada. La Villa debía estar lista en una fecha precisa. Contra su variedad atentaba el factor tiempo. ¿Cómo se resolvió? Cambiándole “la gorra” a los edificios. Unos llevan piquitos y otros redondeles. Con todo, la Villa Panamericana es un homenaje a la ciudad tradicional.
Dentro de la Estrategia para el Desarrollo Económico y Social, ¿subrayaría una de las potencialidades de La Habana, cual urbe particular, y de Cuba, como país en general?
Playas y palmeras hay en todo el Caribe, y también en las costas asomadas al océano Índico. Así que nuestro medio más importante es el recurso humano. La proporción del personal calificado en relación con la población total es señalada en Cuba. Luego, existen otros factores potenciales: el país ostenta una fuerte unidad nacional; a pesar de la diversidad regional, no existen etnias excluidas, todos sus habitantes se consideran cubanos y hablan el español; y como término medio la ciudadanía muestra un alto grado de instrucción, que no significa necesariamente de cultura. El archipiélago cuenta con varios cientos de miles de graduados universitarios, a quienes es preciso emplear según su capacidad, de modo que con su trabajo cubran sus necesidades y, además, generen una riqueza factible de ser redistribuida en beneficio de otros. A propósito, hubo una acertada política de capacitación y uso de los medios técnicos de computación, garantía de un desarrollo ramal comparable o superior al de otros países que se llamaron socialistas. Sin detrimento de los logros alcanzados por la Revolución, precisamos de formas de producción más eficaces.
Usted se está refiriendo al desempeño propio de los universitarios.
Lógicamente los jóvenes se preocupan por el futuro. Se preguntan qué les espera, cuál retribución recibirán a cambio de su esfuerzo, de tantos años de estudio. Mas en la acera opuesta, las instituciones, comprendiéndolos, pero sujetas a un trasfondo económico, se ven imposibilitadas de colmar sus expectativas. Entonces hay que buscar el equilibrio. ¿Cómo? Pagando más en la medida en que se produce más. Y también —y sobre todo, no se trata solo del pago material—, reivindicando el estímulo moral. Todavía no se les da a los profesionales el reconocimiento que merecen. Los arquitectos se quejan de la falta del crédito, tanto en la fachada de los edificios, como en el reportaje de la televisión. Rara vez en un trabajo periodístico sobre una nueva obra se mencionan por sus nombres a los autores del proyecto, y casi nunca son entrevistados, no solo para reconocer sus logros, sino también para criticarles lo mal hecho. Identificar a los creadores siempre es importante. Ante cualquier eventualidad es preciso saber quién es el responsable.
Edificio Bacardí. Sobresaliente ejemplo del estilo art deco. La Habana. Foto: Rolando Pujol
¿Cuál es, para usted, “el sitio en que tan bien se está”?
Como a cualquiera, me van gustando los lugares nuevos, los descubro, y luego busco un pretexto para volver, hasta agotarlos. Sin embargo, hay un sitio que siempre permanece: El Vedado, el barrio donde nací. Me duelen mucho sus alteraciones. Pero las cosas tienen que cambiar, envejecer y morir. Las ciudades también cumplen el ciclo de un organismo vivo. No obstante, lamento su degradación. El Vedado es la pieza mayor y más importante del urbanismo colonial, en tamaño y en posición de vanguardia en su momento, a la par con lo mejor del mundo.
Por suerte, demostró su resistencia ante todo tipo de impactos.
Soportó el vendaval de los años 50, incluyendo las torres de apartamentos del tipo Focsa y Someillan. Soportó todo lo que le hicimos en un pasado más reciente, como el masacote del Meliá Cohiba y la fruslería de Galerías Paseo, con sus fachadas de vidrio captando sol. Sin embargo, el peligro mayor lo encierra la generalización de miles de pequeñas distorsiones que degradan su imagen impunemente. Sería triste perderlo. El Vedado guarda muchas pautas para los profesionales de la arquitectura y el urbanismo. No para copiarlo, sino para reinterpretarlo.
Sacando nuestras propias conclusiones, ¿habría que viajar más por El Vedado?
Los estudiantes y arquitectos jóvenes suelen quejarse de las escasas posibilidades de viajar. Es cierto. No basta con ver las fotos de una ciudad, hace falta vivirla, moverse dentro de ella, caminarla, mirar para arriba, hacia atrás, pero hay que empezar por detenerse en lo de uno, conocerlo, estudiarlo. Hay mucho que aprender en la ciudad que heredamos.
Para empezar a detenerse en El Vedado, ¿qué espacios usted nos aconseja?
El parque situado frente al teatro Amadeo Roldán es uno de los más bellos entre los llamados parques republicanos. La calle Paseo, con su parque lineal en el centro, escoltada por innumerables palacetes y villas del siglo XX, es sencillamente impresionante. Pero hay un espacio, elemental y perfecto, en el Nuevo Vedado: el parque situado frente al cine Acapulco, en la Avenida 26. Es un lugar al que ni le falta ni le sobra nada, que acepta y vence un reto que todos debíamos proponernos: lograr los efectos con un mínimo de recursos. El vicio de recargar es una falta común, un ingrediente de la cultura del aguaje, un error típico de la gente que habla mucho. Yo en esta entrevista también estoy hablando demasiado.