Cuando yo estudiaba producción en la Facultad de Comunicación Audiovisual (FAMCA) del Instituto Superior de Arte, era muy deficitaria la bibliografía para solventar los contenidos de la carrera. Tocaba apelar a la excepcional mediateca de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, dirigida en ese período por el intelectual cubano Luciano Castillo. Su probada solidaridad y entrega cómplice para los interesados en leer más allá de lo académico me permitió, como a muchos otros, cubrir ese déficit mitigado hoy en la FAMCA con los soportes digitales.

Expresión material de su pasión por el cine es su cuantiosa obra literaria, complementada por regulares colaboraciones en varias publicaciones del país y de otras naciones, y su oficio como guionista y presentador del programa televisivo De cierta manera.

Entre los múltiples proyectos en desarrollo ocupa un espacio cimero la labor que desarrolla como director de la Cinemateca de Cuba, sin dudas, el mayor y más abarcador de sus esfuerzos. Dicha institución del arte cubano se halla inmersa en varios procesos de transformaciones vitales, que le darán un vuelco al trabajo de la institución adscrita al Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), cuyo destinatario es el lector fílmico. Sobre estos temas nos habla Luciano Castillo para la revista cultural La Jiribilla.


Luciano Castillo. Director de la Cinemateca de Cuba. Fotos: Cortesía del entrevistado

Luciano, cuéntanos de los orígenes, de los momentos fundacionales de la Cinemateca.

Fue fundada un año después que el ICAIC, exactamente el 6 de febrero de 1960, lo cual da una idea de la importancia que se le concedió. Este organismo es el primero en ser creado bajo el amparo de una ley de la cultura cubana. Y por primera vez surge una institución encargada de preservar el patrimonio fílmico nacional. Si no ha sobrevivido buena parte del legado anterior a 1959, es justamente porque ningún otro gobierno se preocupó por crear una entidad de esta naturaleza.

El antecedente de la actual Cinemateca de Cuba es el Cine Club de La Habana (constituido en la década de los 50), que se limitó a exhibir grandes clásicos del cine, facilitados inicialmente por la Cinemateca Francesa y más tarde por el Departamento de Cine del MoMa (Museo de Arte Moderno de Nueva York). Pero no pudo preservar ningún título del cine cubano producido en esos años, por carecer de bóvedas donde conservarlos.

Un dato curioso es que dentro de la Cinemateca surge el cine móvil, que después se convirtió en un movimiento capaz de llevar el cine de un extremo a otro de la Isla. La génesis, las primeras funciones y todos los trabajos organizativos partieron de nuestra entidad.

¿Qué distingue a nuestra Cinemateca de las del resto del mundo?

Una particularidad que la distingue es que surgió con una vocación no capitalina. Las cinematecas del mundo se concentran, por lo general, en las ciudades más importantes y en las capitales de los países. La nuestra se concibió para ser un museo ambulante del cine. En aquel momento eran seis provincias y las funciones se extendieron también a otras ciudades importantes como, por ejemplo, Moa, en la provincia de Holguín.

Esos rasgos distintivos de este período fundacional se deben a la pasión de Héctor García Mesa, un intelectual al que siempre habrá que agradecerle, porque vivió por y para el cine. Fue un gestor cultural que también se ganó prestigio y reconocimiento por su labor en la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF), a cuyo ejecutivo perteneció en un período. Nuestra Cinemateca, poco tiempo después de fundada, fue admitida en esta prestigiosa organización internacional.

Otro rasgo singular de la Cinemateca de Cuba es que cada especialista atiende un área geográfica determinada. Además del programador, contamos con una especialista en gráfica.

¿En qué punto de desarrollo se encuentra vuestro trabajo? ¿Cuáles son los retos y desafíos que les queda por delante?

Desde que asumí la dirección de la Cinemateca en 2014, acometemos una reorganización total. La mayor incidencia de nuestro accionar radica en la climatización de las bóvedas, tan decisivas para la conservación de los fondos.

Su carencia resulta muy negativa para el patrimonio atesorado, en particular el correspondiente al cine internacional, cuya cuantía mermó durante el “Período Especial” por la falta de aire acondicionado. El cine cubano, aunque tiene una mejor situación, todavía confronta problemas en la climatización.

La presidencia del ICAIC acometió el traslado del archivo fílmico para el antiguo Laboratorio de color del ICAIC, asunto en el cual yo había insistido mucho. En este centro existen mejores condiciones, pero sin ser todavía las óptimas desde el punto de vista ambiental. Entre los factores climáticos más nocivos para la conservación de los materiales fílmicos en nuestro país, está la humedad y el calor.

En el proceso de reorganización que estamos desarrollando incluimos los fondos de la Cinemateca depositados en el archivo fílmico: el cine nacional más lo que se salvó del internacional, que está en fase de inventario para poder utilizarlo como 35 milímetros.


Santiago Álvarez, uno de nuestros autores atesorados por la Cinemateca. Foto: Internet

Se impone puntualizar que la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF) defiende al formato 35 milímetros como el soporte más imperecedero hasta la fecha. Muchos de estos laboratorios, que tras el boom de lo digital iban a cerrar, continuaron funcionando. El formato digital, aunque muy moderno y ventajoso para el desarrollo de las producciones audiovisuales, tiene todavía una vida incierta.

Paradójicamente, la Cinemateca se convirtió durante mucho tiempo en la “Cinemateca del ICAIC”, en evidente distorsión de sus principios fundacionales. Esta deformación se debe a que durante varias décadas nuestro Instituto era el único productor en el país y solo atesoraba la información correspondiente a sus producciones. Después surgieron los Estudios Fílmicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), los de la Televisión Cubana, el Taller de la Asociación Hermanos Saíz, la Cinematografía Educativa, la productora de la UNEAC, entre muchas otras.

Hay que tener claro que el cine cubano no solo integra la producción del ICAIC, sino también al conjunto de lo generado por las restantes productoras. No deben excluirse las producciones alternativas, ese “cine independiente” o no estatal, y las de otras instituciones y casas cinematográficas. Así intentamos recuperar los principios fundacionales de la Cinemateca de Cuba.

Todo este proceso incluye también la organización total del archivo y de la biblioteca, que durante muchos años tuvo un destino incierto. Las tres bibliotecas que existían en el ICAIC se unificaron en una sola, además de una videoteca que radica en una de las plantas del edificio, por carecer la Cinemateca de un espacio mayor. El propósito es fusionar esas tres áreas en una mediateca que se llamará Héctor García Mesa, como homenaje merecidísimo al director-fundador de la Cinemateca de Cuba.

El principal objetivo de nuestra institución en este momento es recuperar todo el patrimonio fundacional, catalogarlo para poderlo exhibir y preservarlo. Nuestros especialistas están volcados en la reorganización del rico patrimonio documental y fílmico atesorado a lo largo de más de medio siglo de existencia.

¿Qué otros propósitos están en el tintero de la Cinemateca?

Otro de los objetivos fundamentales es la programación, que se ha limitado por no disponer de copias en 35 milímetros. Tenemos que exhibir los filmes en DVD y en formato Blu-ray. Sin embargo, gracias a la contribución de importantes instituciones italianas, contamos con un equipo de proyección en formato DCP, el mejor que existe en Cuba en estos momentos. Lo estrenamos en diciembre de 2015 con la retrospectiva del cineasta Marco Bellocchio.

Tampoco olvidamos el empeño de crear una página web propia, actualmente en fase de diseño, que proyectamos poner en funcionamiento en febrero próximo a propósito del aniversario número 57 de la Cinemateca. Es, sin dudas, una de las carencias de nuestro trabajo; urge esa web que refleje nuestra labor y no solo se limite a la programación fílmica y las exposiciones, sino que también muestre el intenso trabajo de nuestra institución. Desde hace varios meses estamos en Facebook, que es una de las redes principales para la promoción de la Cinemateca.

La Cinemateca de Cuba tiene una larga tradición de trabajo con otras instituciones homólogas y con las embajadas que tributan materiales a su programación. Háblenos un poco de esta experiencia.

Es política de todas las cinematecas del mundo organizar muestras de otras geografías. Es una manera de que el público tenga acceso a clásicos y a la actualización de las producciones internacionales, labor en la que colaboran las embajadas de acuerdo a nuestros intereses y a los criterios de las representaciones diplomáticas. Estamos reorganizando estas muestras de modo tal que alternen los países, si bien pueden repetirse los de más sólida colaboración.

Algunas muestras las organiza la Cinemateca; en otras colaboramos en su organización, pero son exhibidas por la vicepresidencia de programación del ICAIC. Nuestra sede fundamental es el cine 23 y 12, aunque también programamos la sala Charlot, del Charles Chaplin, y en ocasiones, el Multicine Infanta. Nos distingue la organización del Festival de Cine Francés, que es uno de los más grandes del mundo, y la semana de cine alemán, por solo citar dos ejemplos.

La serie Coordenadas del Cine Cubano es una importante colección de textos que edita la Cinemateca. ¿Tendremos nuevas ediciones próximamente?

Ya estamos preparando la cuarta entrega, que incluye entrevistas a cineastas y textos inéditos, con el objetivo de compilar artículos a veces dispersos, y otros escritos para estos libros que son muy demandados por los investigadores. La colección es promovida por la Editorial Oriente, que en fecha reciente reeditó los tomos I y II, los  cuales  han tenido mucho éxito.

La Cinemateca tiene una política de publicaciones. Por ejemplo, hemos editado, en colaboración con Ediciones ICAIC, pequeños folletos sobre los filmes Cuba baila, de Julio García Espinosa; otro por el 40 aniversario de La primera carga al machete, de Manuel Octavio Gómez, y un tercero acerca del clásico Memorias del subdesarrollo, de Tomás Gutiérrez Alea.

Para los próximos meses, en colaboración con otras editoriales, van a salir tres libros en los cuales la Cinemateca ha intervenido. Uno es el resultado de una investigación de los especialistas Mario Naito y Sara Vega sobre la exhibición en Cuba desde los años 60 hasta la fecha, a cargo de Ediciones ICAIC.

Un segundo libro se titula Los días de Manuel Octavio, una monografía del crítico e investigador Jorge Calderón, dedicada al gran cineasta cubano Manuel Octavio Gómez, a veces injustamente olvidado. El Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau lo incluyó en Ediciones La Memoria.

El tercer volumen, compilado por Mario Naito y yo, parte de la encuesta convocada por la Asociación Cubana de la Prensa Cinematográfica acerca de las mejores películas del cine cubano. En él se recoge información de una serie de autores que han escrito ensayos y textos diversos sobre dichas películas. Será editado por Letras Cubanas.

Asociado a estos esfuerzos, queremos inaugurar el Café Buñuel y la primera librería especializada en cine en Cuba, ambos ubicados en nuestra sede capitalina. Estos sueños están en fase de proyecto, en complicidad con la Empresa de Grabaciones y Ediciones Musicales (EGREM) y la Distribuidora Nacional de Películas del ICAIC. Ojalá estas ideas se concreten muy pronto para estar a tono con las cinematecas del mundo en lo relativo a ofertas para el público.


Foto: Cortesía del entrevistado

En el Taller de Crítica Cinematográfica, que cada año se realiza en Camagüey, usted subrayó la poca presencia de los jóvenes realizadores en las ofertas de programación de la Cinemateca de Cuba. ¿Qué lectura hace Luciano Castillo de esta legítima preocupación?

No me canso de decir que cuando uno lee las entrevistas de algunas personalidades de la cultura cubana que se formaron en nuestras escuelas de arte en los años 60 o 70, y que hoy se consideran unos consagrados, mencionan su asistencia regular a la programación de la Cinemateca de Cuba como un espacio ineludible para su formación y completamiento de su cultura, necesaria no solo para los cineastas, sino también para los teatristas, músicos o los artistas plásticos.

Muchos jóvenes se obstinan hoy en ignorar la significación cultural que puede tener la Cinemateca para su formación. Más sorprendente aún es que los jóvenes realizadores apenas asisten a la programación que organizamos en nuestra sala y en los espacios colaterales. El resultado uno lo ve en pantalla, cuando aprecia productos audiovisuales en los cuales se advierte un desconocimiento total de la historia del cine.

En muchas ocasiones creen estar inventando artilugios dramatúrgicos o técnicas ya descubiertas desde la época de los hermanos Lumière o Meliés. No sé si es abulia, desidia o resistencia a asistir a la programación de la Cinemateca. Bernardo Bertolucci expresó alguna vez que “la mejor escuela de cine la constituyen las funciones de una cinemateca”, y todos los creadores de un movimiento de ruptura tan importante en la historia del cine como la nueva ola francesa, coinciden en reconocer que se gestó en la oscuridad de la sala parisina donde el legendario Henri Langlois exhibía filmes de todos los tiempos.

Recuerdo que en la presentación de un número de la revista Cine Cubano, Astrid Santana, profesora de la Universidad de La Habana a quien respeto mucho, comentó sobre una alumna que no leía buena literatura para no sentirse influida. Ante esta paradoja, aplicándolo a los cineastas, si realmente asistieran con más regularidad a la programación de nuestra institución y vieran las películas una y otra vez, como parte de su ejercicio de formación, diferentes serían los resultados.

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