La casa de los sueños de tanta gente
6/10/2017
El 29 de julio de 2016, el cineasta Michael Moore dijo que lamentaba ser el que diera las malas noticias: “Este ignorante, peligroso y miserable payaso a tiempo parcial, y socópata a tiempo completo, será el próximo presidente de Estados Unidos”. Por desgracia tuvo razón, aunque muchos éramos los que teníamos confianza en que ganara la cordura, el mal menor, o por lo menos distinto.
“Las incontables vidas personales, paisajes y pensamientos que hacen un país”.
Foto: Nelia Moreno
Me acordé de esta definición de Moore hace dos días cuando sentí la mayor vergüenza ajena de mi vida: ese presidente lanzando rollos de papel higiénico y otras menudencias, dentro de una iglesia en Puerto Rico, a un grupo de personas de las que no podía creerme las risas, las sonrisas, las cámaras alzadas.
Viéndolo recordé un comentario que leí cuando el huracán Irma destrozó buena parte de Cuba, escrito por alguien que conozco, que creí conocer: “Si un país fuera algo que se puede echar a un cesto de basura”. Se refería a nuestra isla. Quien lo escribió es una poeta, aunque sea difícil creerlo.
Tuve ganas de decirle que estaría echando a la basura sus primeros libros; la dedicatoria que me escribió en el primer ejemplar de un libro mío; el vestido amarillo que fue de mi hija y luego de la de ella; la tarde en Guanabacoa en que le entregué a esa hija, de visita en Cuba, el cariño de mi familia reunida; el trébol de la suerte que me regaló; las horas compartidas con la persona que amaba, y es amigo entrañable y poeta también; encuentros de poesía y tardes de feria del libro en la Cabaña habanera… Y, por supuesto, las incontables vidas personales, y paisajes, y pensamientos, y olores, y sonidos que hacen un país. Es posible que crea que puede prescindir de todo lo que nos hace ser.
Yo nunca desearé poder echar el país donde ella vive al cesto de basura. Porque a pesar de su deseo y a pesar de su presidente, un país, sea el que sea, es la casa de los sueños de millones de personas que no merecen ni el gesto humillante de uno ni el deseo sin humanidad de la otra.