IV
Muchas culturas del planeta, incluso algunas de las más antiguas, tienen o han tenido sus propias concepciones de belleza —filosóficas, religiosas, literarias, visuales, musicales, danzarias…—, que apenas conocemos por falta de promoción o estudio generalizado y profundo. Poco sabemos de la tradición artística de Chad, la escultura de Ile Ifé en Nigeria, las piezas de oro y de marfil de África Occidental, las esculturas de Zimbabue, las máscaras rituales de muchos pueblos africanos, la riqueza artístico-religiosa de los yorubá, las obras escultóricas del Congo, la integración artística de los ashanti en Ghana, las terracotas del centro del continente, los relieves policromados de los antiguos palacios de Dahomey, el arte kissi de Guinea…
Permanecen casi en el olvido representaciones artísticas de la cultura australiana y, en general, de Oceanía; la cerámica y la escultura ornamentada —incluidas las armazones de mimbre—, las piedras-fetiches y los adornos arquitectónicos de los pueblos de Nueva Guinea y la Melanesia. Nos resulta ajeno el significado de los dibujos geométricos, tatuajes, esculturas en piedra, imágenes antropomorfas, estatuas monumentales, tallas en madera… de los pueblos de Nueva Zelanda y de los archipiélagos de la Polinesia y la Micronesia. No desciframos la belleza de los otros y predominan la poca información y los datos no confiables, los estudios incompletos, la escasa divulgación. Se aniquiló, ocultó, desvalorizó este legado, y cuando se asimiló fue para impedir el acceso a lo más auténtico.
La “antigüedad” de América es muy reciente. A pesar de no tener un período arcaico tan amplio, muestra una compleja belleza que los americanos consideramos pasado antiguo, pues pertenece al período anterior a la invasión de Europa, y a partir del eufemismo “descubrimiento”, reconocido como prehispánico. El origen del hombre americano es migratorio —como en casi todo el planeta, aunque otras migraciones fueran más antiguas—; probablemente el tronco mongoloide llegó a tierra americana desde diversos lugares. Con este poblamiento se demuestra que océanos y mares constituyen cintas de comunicación de los seres humanos.
En el mapa cultural de origen de los pueblos aborígenes americanos se encuentran diversas etnias; algunos pueblos testimonios han sido segregados por el poder invasor de otros trasplantados que llegaron después y no se integraron a la nueva tierra, por lo que no formaron un pueblo nuevo, como ocurrió en los actuales Estados Unidos y Canadá, donde los aborígenes fueron despojados de sus tierras y segregados en reservaciones. Las armas más potentes impusieron su nueva civilización del despojo.
“Muchas culturas del planeta, incluso algunas de las más antiguas, tienen o han tenido sus propias concepciones de belleza, que apenas conocemos por falta de promoción o estudio generalizado y profundo”.
Los pueblos aborígenes de la hoy América Latina son fundamentalmente los mesoamericanos náhuatl y maya-quiché; los andinos quechua y aimará; los amazónicos tupí-guaraníes y los caribeños arahuacos y caribes. El pueblo kuna de Panamá conocía las tierras que estaban al norte y al sur de sus territorios, y les llamaban Abya Yala, traducido como “tierra en plena madurez”, “tierra de sangre vital”, o “tierra en florecimiento”. Esta denominación ha sido aceptada por la mayoría de los pueblos indígenas del continente, como alternativa de “América”, que el geógrafo holandés Martin Waldseemüller asignó al espacio con que se encontró el florentino Américo Vespucio, y que este último denominó Mundus Novus.
El ideario cultural y religioso que impusieron los invasores europeos en la conquista y colonización de América fue muy distinto al preexistente. Para los mayas, el ser humano estaba hecho de maíz, cultivo conocido por los indígenas de México 10 000 años antes de la invasión, y que, introducido en Europa en el siglo XVII, hoy es el cereal de mayor consumo en el mundo, por encima del trigo y el arroz. Para los mapuches, la papa, procedente del altiplano andino, nace oculta en la tierra por castigo de los dioses, y desde hace más de 8 000 años ha sido parte esencial de su dieta cotidiana; todavía es uno de los alimentos básicos de los seres humanos, e integra platos principales de algunos países europeos. Para los arahuacos antillanos, fumando se conversa con dios, aunque luego se haya perdido ese sentido ritual; para los guaraníes la yerba mate despierta a los dormidos, corrige a los haraganes y hermana a quienes no se conocen. Los europeos vaciaron de contenido muchos de esos significados.
El mapa cultural de pueblos mesoamericanos es riquísimo; yaquis, huicholes, coras, purépechas, zapotecas, mixtecas, huastecas, chichimecas, lacandones, tzotziles, quichés, pipiles… han creado bellezas diferentes. Los orígenes esenciales de la cultura mesoamericana se remontan a los olmecas, uno de los pueblos más antiguos —1200-900 a. n. e.—, quienes dejaron gigantescas cabezas de piedra, grandes esculturas simbólicas, hachas y piezas de jade con representaciones de ídolos con rasgos felinos y humanoides, relieves de los que se conservan fragmentos, etc.; casi todas estas piezas se ubican en La Venta y Villahermosa, estado de Tabasco, México. Los olmecas fueron de las culturas madres de la región y una de las que más testimonios han quedado, aunque todavía parte de ese legado está sujeto a diversas interpretaciones.
Los zapotecas de Monte Albán —VI a. n. e.— recibieron influencias de los olmecas y se establecieron en la sierra, el valle central y parte del istmo de Tehuantepec en México. Los totonacas —I-VIII d. n. e.— vivieron al norte del actual estado de Puebla, penetraron en lo que hoy es Veracruz y fundaron ciudades como El Tajín y Zempoala. Los teotihuacanos, una civilización anterior, ocuparon el noreste del valle; se han formulado varias hipótesis para explicar su decadencia y posterior abandono de su portentosa urbe: disensiones internas, cambios climáticos o invasiones de los chichimecas procedentes del norte; Teotihuacán fue la primera gran manifestación urbana americana, desde 200 a. n. e. hasta 700 d. n. e., y se convirtió en la ciudad más importante de Mesoamérica.
Los orígenes de Chichén Itzá —enclavada en el estado mexicano de Yucatán— fueron mayas, y posteriormente la colonizaron los toltecas, procedentes del norte del actual México, quienes contribuyeron notablemente a su desarrollo; de su impresionante conjunto monumental cabe destacar el Templo de los Guerreros —siglos XI-XII d. n. e.—, un complejo arquitectónico de extraordinaria solemnidad, influido por la cultura tolteca. El Chac Mool, hallado en diversos sitios mayas y toltecas, es otra de las estatuas típicas de estas culturas, con una posición corporal singularísima.
La civilización maya-quiché —para algunos, quiché-maya— se extendió por la península de Yucatán y zonas de lo que hoy son Guatemala, Honduras, El Salvador y Belice. En esta región se han hallado ruinas de ciudades que muestran la habilidad y altura artística y científica de sus arquitectos para construir lo mismo sobre piedras que en zonas selváticas o semidesérticas. La exquisita civilización maya comenzó hacia 1500 a. n. e. y desapareció hacia 900 d. n. e. por causas desconocidas. Una de aquellas ciudades mayas, Palenque, está considerada sede de una de las más grandes civilizaciones que existieron en América antes de la invasión europea, cuya compleja estructura político-social se manifestaba en los distintos grupos arquitectónicos de ciudades como la propia Palenque, antiguo centro maya situado en el actual estado mexicano de Chiapas.
También fue centro maya-quiché el ya mencionado Chichén Itzá; los arqueólogos creen que el período formativo de esta civilización comenzó hacia 1500 a. n. e., pero la cima de su desarrollo cultural se alcanzó durante el período clásico, entre 300 y 900 d. n. e; allí los mayas crearon un arte y estilo arquitectónico únicos, como en el templo de Kukulkán, en forma de pirámide trunca; en esta ciudad se realizaron observaciones y mediciones astronómicas impresionantes por su precisión en la distancia de los astros, en el observatorio El Caracol —906 d. n. e.—; también desarrollaron un sistema de jeroglíficos para registrar hechos históricos, algunos todavía enigmáticos.
Tulum fue otra imponente ciudad de la civilización maya; emplazada en la costa noreste de Yucatán, al parecer fue ocupada durante el período clásico —siglo VI d. n. e.—, aunque hay otros factores que sitúan esa ocupación en el XIII. Los antropólogos aún no saben cuáles fueron las verdaderas causas de la decadencia de la civilización maya-quiché, aunque existen muchas hipótesis. Yaxchilán significa Piedras verdes y es otra de las ciudades de esta cultura enclavada en la intrincada selva de Chiapas, en un meandro del río Usumacinta; comenzó a edificarse en el siglo III d. n. e., y tuvo su esplendor del 500 al 800; su arquitectura se caracteriza por la gran longitud de edificios esculpidos; una incógnita son los bajorrelieves de los dinteles del período clásico maya y algunas escenas, como la que representa a una mujer entregando una ofrenda. Las ruinas de Copán, en el departamento hondureño de igual nombre, muy cerca de la frontera con Guatemala, permiten conocer hasta dónde llegaron los mayas; de Copán solo puede observarse hoy una pirámide que correspondía a la plaza central de la ciudad y muy poco queda en sus alrededores, pues algunas de estas ciudades han sido “tragadas” por la selva.
“La iconografía estandarizada en algunas culturas posee un revelador, depurado y refinado sistema de pensamiento en el que apenas se ha profundizado”.
Según una leyenda, los aztecas fundarían una gran ciudad donde encontraran un águila devorando a una serpiente posada sobre un nopal. En 1325 los sacerdotes aztecas descubrieron esta escena en un islote cerca del lago Texcoco, y allí erigieron a Tenochtitlán —tenoch significa “tuna”—. En el momento de su más alto desarrollo, el imperio azteca se extendió por la región central de México, desde la costa del golfo de México hasta la del Pacífico, y desde el Bajío hasta Huaxyacac, actual Oaxaca; el Códice Boturini reproduce la emigración de los aztecas hacia el valle de Anáhuac. Fueron el último grupo que llegó al valle central de México y se supone que salieron de un lugar mítico aún no identificado: Aztlán; unos lo ubican en una zona de Nayarit y otros consideran que viajaron desde la actual Arizona, EE. UU. Como fueron los últimos en asentarse, debieron aprovechar las orillas del lago Texcoco, pues los otros lagos de la zona, Chulco, Xochimilco, Saltocán y Zumpango, ya estaban ocupados. Arribaron en oleadas de miles y tuvieron que “fabricar” tierra en el lago por el método de las chinampas.
De los aztecas se conserva Piedra del Sol, un disco de basalto olivino, de unas 25 t de peso y 3,58 m de diámetro, en cuya superficie está tallado el compendio de sus conocimientos astronómicos y cosmogónicos; los motivos allí esculpidos se relacionan con los conceptos sobre numeración, astronomía, cronología y cosmogonía de una civilización que llegó a ser imperio —el sistema de numeración de estos pueblos tenía como base el 20 y no el 10, y algunas de sus mediciones para el espacio estelar han sido mucho más exactas que las realizadas con el sistema decimal—. El Códice borbónico azteca muestra a los dioses Tezcatlipoca y Quetzalcóatl, este último en forma de serpiente emplumada. En la maqueta del Templo Mayor o teocali de Tenochtitlán puede observarse un doble templo, dedicado a Huitzilopochtli, dios de la guerra y del sol, y a Tláloc, dios de la lluvia. El frente estaba prácticamente ocupado por una majestuosa escalinata doble flanqueada por gruesas alfardas de los adoratorios de ambas deidades, donde se encontraba la Piedra de los Sacrificios junto a un Chac Mool. Este espléndido templo fue objeto de siete reedificaciones y once ampliaciones, y quedó concluido antes de que los conquistadores lo arrasaran en 1521. Ahora solo hay ruinas.
La lengua náhuatl fue el idioma de los aztecas antes de la conquista, una lengua poética y didáctica, depurada y enseñada en instituciones educacionales del imperio. Expresaba la cosmovisión dualista del mundo, además de conocimientos prácticos, y fue portadora de una ideología teocrática embellecida por la lírica de sus poetas. Los mensajes escritos usaban la norma del “buen decir” en himnos y cantos religiosos o de trabajo después de purificarse en el habla con la comunicación y la sabiduría popular, siempre enfatizando su dualismo. El Códice matritense explica fórmulas adivinatorias de los sacerdotes.
Entre los pueblos aborígenes de América del Sur se encuentran araucanos, arahuacos, aimaras, chibchas, chocó, guajiros, guaraníes, mbayés, iquitos, jíbaros, mapuches, puelches, quechuas, quimbayas, tacanas, tupíes, yekuanas… De las culturas andinas preincaicas puede mencionarse a Chavín de Huántar, un centro administrativo y religioso construido hacia 1500 a. n. e., considerado sitio arqueológico de las culturas formativas preincaicas. Las cabezas clavas o esculturas que representan figuras con mezcla de felino y serpiente adornan los muros de este centro ceremonial que dio nombre a la cultura Chavín; su esplendor se ubica entre 900 y 200 a. n. e., en el área andina septentrional y la zona costera del norte del actual Perú.
La cultura preincaica moche estuvo asentada en una zona abundante en oro que facilitó a los mochicas crear numerosas joyas; son famosas las orejeras de este metal incrustadas con piedras preciosas; se distinguieron también por la amplia variedad de cerámicas muy estilizadas, especialmente los huaco-retratos realistas, zoomórficos, eróticos… —algunos de peculiar representación homoerótica interpretadas bajo criterios muy diversos por arqueólogos, antropólogos, sociólogos y psicólogos del Occidente cristiano—. La capital de la cultura preincaica de Lambayeque o Sicán, en el desierto costero de Perú, se localizó en Chan Chan; en la etapa chimú tuvo su esplendor en los siglos XIV y XV; la decoración de los muros es un ejemplo de exquisito refinamiento, mientras sus maestros brillaron en técnicas de orfebrería como el repujado, y fueron pródigos en la decoración del tumi o cuchillo ceremonial, a veces con la efigie del rey-dios Naylamp o Ñam-Lap.
“Forma, claridad, proporción, armonía… responden a criterios diferentes según las culturas”.
Otra de las culturas peruanas preincaicas es la de Paracas, surgida hacia 1200 a. n. e.; algunos han fijado el inicio de su esplendor en 600 a. n. e., el momento culminante hacia 100 d. n. e., y el final, en el siglo VI; sus tumbas son verdaderos mausoleos y entre sus vestigios se destacan bellos tejidos de lana de llama o vicuña, o de algodón, con una elevada factura; sus momias se envuelven en mantos con una amplia variedad de colores, motivos y tonos de valor simbólico.
La cultura nazca —100 y 600 d. n. e.— en las pampas de Jumana, Perú, dejó un trazado en la tierra con figuras zoomórficas, fitomórficas y geométricas; sus enormes dimensiones hacen pensar que están dispuestas para ser contempladas por los dioses, y todavía se debate su sentido. La civilización wari o huari floreció en el centro de los Andes peruanos, desde el siglo VII hasta el XIII d. n. e., y se expandió desde Lambayeque por el norte, Arequipa por el sur, hasta el Cusco por el este; tuvo como centro religioso a Pachacámac antes de la llegada de los incas, y llegó a ser imperio; desarrolló una cerámica de gran delicadeza, y tejidos en bolsas para recoger coca y gorros de cuatro puntas.
Entre las más antiguas civilizaciones se encuentra Tiahuanaco o Tiwanacu, en el sureste del lago Titicaca, donde se hallan las ruinas arqueológicas de La Puerta del Sol, o Ciudad de los Dioses para los aimaras, a unos 3 800 m sobre el nivel del mar. La zona central del dintel de la Puerta —construida probablemente hacia el siglo IX d. n. e.— está decorada con relieves que recrean formas geométricas simbólicas, como el Señor de los Báculos, para algunos Viracocha, dios creador, representado por un tocado cuyo borde está adornado con cabezas de puma y sostiene báculos que terminan en cabezas de águila: la tierra y el aire.
Los pueblos del imperio inca o Tahuantinsuyo construyeron un poderoso y rico dominio en muy poco tiempo, desde mediados del siglo XV hasta la invasión española en 1533, cuando se tomó la ciudad sagrada del Cusco. Los límites del incario se llegaron a extender, mediante sucesivas conquistas, desde el norte del actual Ecuador hasta el norte de Chile y Argentina, en casi todo Ecuador y Perú, y una buena parte de la actual Bolivia, bordeando parte de la costa occidental suramericana, casi 5 000 km de costa y de ciudades en la sierra, como el Cusco y Machu Picchu: más 3 500 000 km2 de extensión y unos 12 millones de habitantes.
Los incas, que no reconocían ningún precedente y se consideraban herederos directos del Sol, se apropiaban de técnicas, descubrimientos y culturas de los pueblos conquistados, por lo que resulta muy difícil reconocer el origen de cada una de sus tradiciones. Según la leyenda, el Sol salió del lago Titicaca y de su luz nació Manco Cápac, el primer inca. Por la compleja organización social del incario, se necesitaba llevar inventarios de tropas, suministros y población, para lo cual crearon los quipus, juegos de cintas anudadas, según un sistema codificado que permitía la contabilidad. Los quipus eran trasladados por una cadena de chasquis o mensajeros que, de posta en posta, desde el Cusco hasta Quito —unos 2 000 km—, atravesaban los Andes por intrincados caminos usando extraordinarios puentes colgantes fabricados con fibra de cabuya torcida de diferente espesor y resistencia.
En el imperio inca convivían muchos pueblos, algunos hasta con 50 000 personas, existían ciudades a una altura de más de 4 800 m sobre el nivel del mar, y era obligación de los gobernadores de los ayllus atender a viajeros y forasteros. El corazón del incario era el Cusco, ciudad amurallada de donde salían todos los caminos en las cuatro direcciones principales, construido por Manco Cápac por mandato de su padre, el Sol, quien le había dicho que donde enterrara una vara de oro y fuera tierra fértil, ahí debía permanecer, y formar familia y nación.
En el Cusco está la fortaleza de Sacsayhuamán, donde podían refugiarse 100 000 habitantes en un cerro que dominaba toda la ciudad. A pesar de esa protección, fue tomada por el colonizador con la ayuda de pueblos que se habían rebelado contra el imperio inca, y también porque los europeos traían mejores armas. La fabulosa Machu Picchu se construyó, al parecer, hacia 1450, y fue quizá el último refugio de los dignatarios ante la invasión y saqueo español. A más de 2 000 m de altitud, Machu Picchu ha pasado a ser el último símbolo de la civilización incaica, una ciudad con acueducto cuya agua venía de manantiales altos, mediante túneles, utilizando la ley de los vasos comunicantes. Una de las riquezas culturales más importantes de los incas fue el quechua, quichua o kechwa, familia lingüística con numerosas variantes.
Los pueblos amazónicos se extendieron por unos 7 000 000 km2 que aportan hoy el 20 % del oxígeno del planeta, con enormes cantidades de agua dulce y habitados por cerca de 400 pueblos, algunos casi desconocidos y otros totalmente desconocidos, con un extraordinario universo poliétnico, multicultural y plurilingüístico. La Amazonia, con sus compactos bosques, todavía tiene sitios inexplorados, intransitables, entre las intimidades del agua; aún está siendo “descubierta” y poco podemos comprender su belleza, antigua y enigmática.
Entre los pueblos caribeños existe un período anterior a la invasión europea casi desconocido. La mayoría de los habitantes precolombinos de las numerosas islas que habitan el mar Caribe, con excelente clima y tierras fértiles, parece ser que vivían sin centro cultural o teológico. Al implantarse procesos etnológicos derivados del descomunal choque de razas y culturas, resulta difícil precisar su autoctonía verdadera. En el área ocurrieron sincretismos, aculturaciones, transculturaciones, asimilaciones, deculturaciones, indigenización, criollización, mestizaje, cimarronaje, resistencia cultural…, y se han multiplicado posiciones y lecturas disímiles desde las cuales interpretar su estética.
Bebeagua, sacerdote sioux norteamericano, soñó con una telaraña alrededor de su pueblo; cuando despertó, dijo que una telaraña gigantesca lo envolvía para encerrarlo en casas grises y cuadradas sobre una tierra estéril. Los pemones de la Gran Sabana de Venezuela llaman al rocío Chiriké-yeetakuú, que significa “saliva de las estrellas”; a las lágrimas, Enú-paruqué, “guarapo de los ojos”, y al corazón, Yewúan-enaqué, “semilla del vientre”. Los waraos del delta del Orinoco nombran al alma como Mejo-koji, “el sol del pecho”; para saludar al amigo, dicen Ma-jokaraisa: “mi otro corazón”, y para indicar olvido, Emonikitane: “perdonar”; a la tierra la llaman madre, y a la madre, ternura. No entendemos completamente el significado metafórico de no pocos lenguajes de nuestros aborígenes porque no tenemos todos los elementos de sus referentes originales. El despojo de modos de vida, costumbres y lenguas nos ha hecho perder bellezas hoy irrecuperables.
“El sentido de la belleza formal en sus relaciones con la moral, el pensamiento y la cosmovisión del otro, ha necesitado un largo proceso de adecuación para intentar comprender la naturaleza de cada pueblo, aunque nunca se haya logrado del todo”.
La estética occidental impuso modelos y códigos que sirvieron de reglas para estudiar y valorar cualquier manifestación artística de otras culturas, muchas de las cuales fueron desechadas porque no se entendían o se consideraban primitivas, torpes, feas. En definitiva, en estos procesos predominaron la dominación y la hegemonía logradas con las armas más eficaces. El sentido de la belleza formal en sus relaciones con la moral, el pensamiento y la cosmovisión del otro, ha necesitado un largo proceso de adecuación para intentar comprender la naturaleza de cada pueblo, aunque nunca se haya logrado del todo.
Forma, claridad, proporción, armonía… responden a criterios diferentes según las culturas. La búsqueda platónica bajo métodos pitagóricos, y a veces siguiendo los aristotélicos, no se ajusta a civilizaciones con conceptos de belleza que nada tienen que ver con esos antecedentes, de ahí que resulte imposible aplicar cánones y regir con ellos allí donde existió otra tradición. Nunca los filósofos europeos pudieron explicarse el amplio conocimiento musical de los esclavos africanos, que ignoraban la teoría musical del llamado Viejo Continente. Las construcciones americanas de los aborígenes utilizaron técnicas mucho más avanzadas y funcionales que las europeas, integradas a sus avances científicos y técnicos, incluso, de mayor precisión en las mediciones de los astros, bajo otra belleza de números y técnicas ingenieras. La iconografía estandarizada en algunas culturas posee un revelador, depurado y refinado sistema de pensamiento en el que apenas se ha profundizado.
Algunas ciudades americanas dejaron boquiabiertos, por su belleza, a los invasores, que no habían visto urbes así en Europa, ni un sistema organizativo tan logrado para su funcionamiento. El estudio de la belleza del otro es un tema pendiente para destruir el supuesto mito de una estética y valores únicos, que pretenden imponernos como universales.