I
Para las civilizaciones más antiguas, lo que resultaba bello era amado, aunque ningún pueblo pudo determinar con exactitud en qué consistía esa condición. La estética, entonces, no tenía teoría. Las primeras ideas sobre la belleza giraban en torno a lo útil o conveniente, como la Venus de Willendorf de Viena —entre 22 000 y 20 000 a.n.e.—, que representaba la fertilidad, o Tláloc, divinidad náhuatl de la lluvia, que traía buenas cosechas; se trataba de una interpretación alrededor de la justicia aplicada por los dioses para otorgar felicidad.
El hombre primitivo pintaba en las cuevas con un propósito mágico, mítico, religioso, funerario y social: los bisontes de Altamira, en la Cantabria española de la era paleolítica; los vacunos y caballos de Lascaux, en Dordoña, Francia; los renos nadando en un río inscriptos en un grabado en hueso en los Altos Pirineos; la Cueva de las Manos o la caza de guanacos en el complejo de Río Pinturas, en Santa Cruz, Argentina; los animales y símbolos en los petroglifos anasazi de Utah, Estados Unidos… demuestran la variedad de escenas en pinturas rupestres con diversas antigüedades, evocaciones y conjuros disímiles para narrar sucesos o provocar deseos.
Grabados en piedra, esculturas en madera, cerámicas con búfalos, elefantes, jirafas, carneros, serpientes, camellos…, y motivos abstractos, en flautas, pipas, collares, pendientes, pectorales, brazaletes…, constituyen ejemplos de la convivencia del ser humano con el resto de la naturaleza desde los primeros atisbos de necesidad de arte. Los tótems de Alaska, los hombres-jaguar de la cultura de San Agustín en Colombia, las cabezas olmecas de Tabasco en México, los famosos moáis de la Isla de Pascua en Chile, entre otros monumentos, no tan antiguos como los primeros ejemplos, forman parte de esa belleza antigua con semejante inspiración y raíces ideológicas que las primeras civilizaciones.
La representación de lo bello se consideraba una interpretación de la natura y la polis. En Grecia, la hermosura de los cuerpos comunicaba cualidades del alma o del carácter. La belleza más examinada ha sido la de los griegos y apenas nos damos cuenta de que al estudiar su extraordinaria cultura, también acatamos reglas y relaciones singulares convertidas en generales para aplicarlas a todas las civilizaciones.
“La representación de lo bello se consideraba una interpretación de la natura y la polis”.
Lo que hoy llamamos literatura es parte de lo que esta civilización iniciara como belleza. Un modelo muy conocido han sido los poemas atribuidos al aedo o cantor épico Homero —siglo viii a.n.e.—, a quien se le atribuye la autoría de los principales temas de ese tiempo, recogidos en Ilíada y Odisea, con la presencia de dioses y mortales. Aún se debate sobre la existencia real de Homero o si uno o varios poetas orales cantaban tradiciones épicas trasmitidas con recursos nemotécnicos. Ilíada, una epopeya de 15 693 versos compuesta en hexámetros dactílicos, relata desde la inicial cólera de Aquiles, uno de sus protagonistas, hasta los últimos momentos de la Guerra de Troya. Odisea, poema épico posterior, con 24 cantos, se concentra en las peripecias del regreso de Odiseo a Ítaca, para exaltar un solo tipo de familia —él como padre; Penélope, su esposa y madre de Telémaco, su único hijo— y glorificar la patria como lugar de nacimiento. Este modelo se estableció como referente de civilización, aunque es más que probada la existencia de normas de civilización y bellezas diferentes.
Otros escritores griegos como Hesíodo, padre de la alegoría; Esopo, fabulista muy popular; Píndaro, poeta lírico; Jenófanes, rapsoda elegíaco —autor del poema didáctico Sobre la naturaleza—; Safo, autora de odas —famosa por sus epitalamios y creadora de la estrofa sáfica—; Alceo, bardo hímnico; Simónides de Ceos, vate de mitos a quien se le atribuye la “invención” de la mnemotecnia, enriquecieron la poesía griega de entonces y la palabra se hizo arte bajo diferentes formas de creación, reunidas y aceptadas como patrones.
La Historia fue recogida, entre otros, por Tucídides, llamado “padre de la historiografía científica” por su grado de objetividad. Polibio resultó esencial para entender la hegemonía romana —escribió una Historia general en 40 volúmenes—. Zósimo asumió un nuevo enfoque de la Historia mediante sus conocimientos sobre las tradiciones paganas. Heródoto —484-425 a.n.e.—, otro “padre de la historiografía” por su sostenido ejercicio de la investigación y la confrontación de fuentes, compuso Los nueve libros de la Historia. Nacían las narraciones de las guerras como Historia.
La obra filosófica en Grecia se convirtió también en referente cultural hegemónico: Tales de Mileto, iniciador de la escuela en su polis, la convirtió en racional y universal. Heráclito fundó un primitivo pensamiento dialéctico. Anaxímenes sostenía que el principio de todas las cosas, o arché, era el aire; Anaximandro, por su parte, consideraba que era el ápeiron, identificado como indefinido o ilimitado. Protágoras, experto en retórica, fue famoso por sus paradojas y, para algunos, el primer sofista. Alcmeón de Crotona desarrolló una teoría dualista sobre la salud y el alma. Parménides de Elea intentó revelar la vía de la verdad, por lo que es considerado fundador de la metafísica occidental. Empédocles postuló la teoría de las cuatro raíces o elementos —agua, fuego, aire y tierra—, cuyo movimiento se expresaba en la generación o el amor, y la corrupción o el odio; Anaxágoras integró una filosofía plural basada en elementos, semillas, o spermata, y concibió el nous o pensamiento como origen del universo; a Leucipo de Mileto se le atribuye la fundación del atomismo, y Demócrito desarrolló la teoría atomista del universo. Diógenes de Sinope, llamado “Diógenes, el Cínico” fue famoso por denunciar lo convencional de la polis y se liberó de sus deseos para reducir al mínimo sus necesidades viviendo en un tonel; parece que el ateísmo de otro Diógenes, el de Apolonia, puso su vida en peligro. Pitágoras, apreciado como matemático por desarrollar la Aritmética y la Geometría, impulsó juicios más allá de los números, especialmente en la Astronomía y la Música, y su pensamiento influyó en la racionalidad occidental de tal manera que los neopitagóricos confiaban en símbolos místicos numéricos y en las relaciones esotéricas.
Sócrates, uno de los más grandes filósofos de Occidente, introdujo nuevos dioses y la comprensión objetiva de la justicia, el amor, la virtud… asumiendo su ignorancia y la de sus colegas, a quienes interrogaba para evidenciar la incongruencia de sus afirmaciones. Su método, llamado “ironía socrática” —que, por cierto, le costó la vida al disgustar a los poderosos—, ponía en duda todo el conocimiento hasta entonces acumulado, y señalaba la validez de argumentos inductivos y la necesidad de las definiciones generales mediante la dialéctica y la mayéutica. A Jenofonte se le tiene como uno de los precursores del panhelenismo, a pesar de su simpatía por Esparta. Platón, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, estableció uno de los cánones gnoseológicos más importantes de Occidente; enseñó usando el método dialogante, se preocupó por la ética y la teoría política —su gran obra, República, desarrolla sus ideas radicalmente antidemocráticas—, abrió temas para la Psicología y la Antropología, desarrolló la metafísica, la epistemología, la ontología, la gnoseología e incursionó en la cosmología y la cosmogonía; introdujo temas de la filosofía del lenguaje y filosofía política, entre otras disciplinas. La extensa y muy bien estudiada obra de Aristóteles, el más reconocido de los filósofos griegos, o al menos el de mayor influencia posterior en Occidente, recoge muy variadas enseñanzas de las hoy llamadas ciencias sociales; dejó establecidos estudios de metafísica, lógica, física ética; principios políticos y fundamentos de retórica y poética. Epicuro fundó una doctrina basada en el desarrollo del atomismo y el hedonismo racional, que lleva su nombre: epicureísmo.
Estos filósofos, entre otros, establecieron su pensamiento regidor de su ideología religiosa, política, jurídica, civil, social, militar…, y también, su belleza, como parte de su cultura. El desasosiego y amor de Paris frente a la hermosura de Elena de Troya, según Homero, provocó la guerra de Troya, por lo que para su ideal tantos encantos podían causar desequilibrio. La armonía de su cultura respondía al pensamiento de sus filósofos, en el que confluían mortales con un destino fijado, y caprichosos e injustos dioses en un Olimpo semejante a la sociedad griega. La palabra dejó establecidos conocimientos y emociones: el logos se tornó belleza.
Muchos escritores en Roma le dieron continuidad a esta cultura literaria heredada. Si la Filosofía significó la plenitud griega, en la Elocuencia radica el mayor esplendor latino. Virgilio —70 a.n.e.-19 d.n.e.— fue el poeta latino más reconocido; escribió su famosa Eneida por encargo del emperador Augusto, con el propósito de glorificar al imperio otorgándole un carácter mítico, pues ya se conocía la fama que habían otorgado los mitos griegos; escrita en hexámetros dactílicos, se agrupó en 12 libros protagonizados por Eneas, héroe de la guerra de Troya, quien, tras la caída de la ciudad, llegó a Lacio, actual Italia. De Virgilio son también las Bucólicas, en forma de églogas, y las Geórgicas, publicadas para reforzar su loa a la vida rural. Horacio, poeta lírico y satírico, idealizaba igualmente la vida retirada: beatus ille, y la urgencia de aprovechar el momento: carpe diem. Ambos, tópicos retomados en épocas posteriores, e incluso en la actualidad.
“Si la Filosofía significó la plenitud griega, en la Elocuencia radica el mayor esplendor latino”.
Lucrecio, que además de poeta fue filósofo, defendió con poesía didáctica el atomismo de Demócrito y Leucipo, así como el epicureísmo; Sobre la naturaleza de las cosas, una especie de poesía de la materia, fue su aporte fundamental. Ovidio recogió en sus obras relatos mitológicos de origen griego adaptados a la cultura latina, y en sus cantos aconsejaba sobre el cortejo, conquista y mantención del amor del hombre a la mujer. Quintiliano dominaba la retórica y la pedagogía para los discursos orales. Cicerón, además de usar la retórica en sus famosos discursos, exhibía estilo en su prosa, desarrollada con objetivos políticos en la República romana, como en el caso de Catilinarias, Filípicas y De re pública. Plutarco, autor de una serie de biografías de griegos y romanos famosos, dejó un legado importante para la construcción de la oratoria y posterior literatura.
Los romanos impusieron su civilización no solo a sangre y fuego, gracias a su poderío militar, sino también con su belleza, pues resulta imprescindible que los sistemas sean atractivos. Militares, políticos, cuestores, censores, gobernadores… que fueron grandes oradores como Varrón, Catón, Craso, Bruto, entre otros, se ocuparon de afianzar el poder de su cultura desde su tradición griega y asegurar su literatura y oratoria. El propio emperador Julio César redactó en tercera persona Comentarios sobre la guerra de las Galias como crónicas de campaña, que con estilo sobrio y eficaz describen batallas en las que participó. Los historiadores hicieron su papel: Tito Livio —59 a.n.e.-17 d.n.e.— publicó su extensa historia de Roma, conocida como Décadas, y dejó propuesta la primera utopía o “ucronía”: ¿qué hubiera sucedido si Alejandro Magno hubiera iniciado sus conquistas al oeste y no al este de Grecia?
“Los romanos impusieron su civilización no solo a sangre y fuego, gracias a su poderío militar, sino también con su belleza”.
Una de las manifestaciones más consolidadas de la Antigüedad fue el teatro. En Grecia se destinó un lugar de asiento para contemplarlo y los autores estaban en la obligación de representar los mitos y rituales de su civilización. Lo más promovido se relacionaba con la polis griega, que floreció entre el 550 y el 220 a.n.e.: un bello espectáculo ditirámbico dedicado a Dioniso, dios de la cosecha de la uva y el vino, inspirador de la locura ritual y el éxtasis voluptuoso. Se originó en un espacio circular al aire libre llamado orchestra, en que se ejecutaban diversas actividades artísticas, además de la representación teatral: recitación, canto coral, danza y música, y también eventos cívicos y religiosos.
Esquilo —525-456 a.n.e.— fue uno de los más antiguos trágicos griegos; sus obras, cuyo tema esencial es el sufrimiento humano, fueron respetuosas ante el mito y la tradición religiosa: Los persas, Los siete contra Tebas, Prometeo encadenado… Eurípides —484 o 480-406 a.n.e.— fue más crítico y escribió sobre asuntos más antiguos; en sus piezas realizó una revisión de algunos personajes míticos y antiguas creencias religiosas; en la tragedia Medea elevó, de acuerdo con las circunstancias de su época, los valores y la condición femenina. Sófocles —496-406 a.n.e.—, el más grande de los trágicos griegos, desarrolló, en obras como Edipo rey y Antígona, elementos conceptuales decisivos para el teatro occidental, en cuanto a argumentos, caracteres dramáticos y recursos expresivos como la ironía trágica y el conflicto entre lo objetivo de la realidad y lo subjetivo del arte. Aristófanes —444-385 a.n.e.— amplificó y propagó la comedia; entre sus títulos más notables se encuentran Las nubes —una sátira contra Sócrates—, Las avispas, Las aves… Tespis —550-500 a.n.e.—, considerado por algunos como el padre del teatro de Occidente, viajaba en un carro para hacer representaciones con los temas del culto a Dioniso; animó a un personaje que se hizo dialogante y protagonista, más allá del coro: el primer actor.
“La belleza se hizo masiva”.
En Grecia se celebraban dionisíacas rurales y ciudadanas —estas últimas, las más importantes—. Los actores usaban máscaras para ocultar el rostro y ofrecer el del personaje asumido; los coturnos, una especie de zapatos altos, facilitaban al público la visibilidad; el vestuario variaba según el personaje: oscuro para los tristes y claro para los alegres, y se acudía a elementos simbólicos, como la corona de rey, luego convertidos en signos definitivos para el ejercicio de las artes escénicas. El diálogo podía ser recitado o cantado; el coro, generalmente vestido de negro, solía ser explicativo y se involucraba para aclarar los significados de la acción. Tanto disfrutaba el público del espectáculo, que hubo que ampliar el número y la capacidad de los teatros, marginar ciudadanos, destinar localidades fijas para magistrados o sacerdotes de Dioniso y ciudadanos privilegiados; mujeres y jóvenes, cuya presencia estaba prohibida en las asambleas, podían asistir y colmaban los espacios.
La belleza se hizo masiva. Se trataba de un espectáculo para adoctrinar, pensar, entender, aprender, sensibilizarse, recrearse, reírse y hasta “purificarse”…, que estableció y fijó cánones, patrones, modelos y estereotipos en lo que hoy conocemos como mundo occidental; pero lo principal para los asistentes era el mensaje conceptual que entrañaban las anécdotas y pasajes en relación con mortales y dioses. Los jurados otorgaban premios seleccionados por los ciudadanos mediante un complejo sistema.
“En Roma el espectáculo teatral adquirió un sentido de crítica social”.
En la antigua Roma brilló el teatro, con textos en latín, y no pocos dramaturgos, como Plauto —254-184 a.n.e.—, comediógrafo que adaptó obras extranjeras al gusto romano con canciones y danzas populares, enriqueció la lengua latina y complejizó las puestas en escena; apostó por lo coloquial, sin eludir obscenidades ni evitar groserías, entre chistes, parodias, anfibologías, retruécanos… con gran variedad de registros, para establecer la comedia de enredos con final feliz. Terencio —194-159 a.n.e.— también escribió comedias, pero más bien apegadas a la tradición griega, como La suegra y El atormentador de sí mismo. Séneca —4 a.n.e.-65 d.n.e.—, que además fue filósofo, político y orador, escribió tragedias como Hércules furioso.
En Roma el espectáculo teatral adquirió un sentido de crítica social y adaptó la dirección filosófica, mítica, religiosa y moral que traía de Grecia, pero cumplía, sobre todo, función de entretenimiento. La comedia fue muy popular y se consagró, aunque también se representaban tragedias. Los romanos se empeñaron en realizar construcciones con mejor acústica, pues la música y el canto también adquirieron importancia. Diferentes estilos enriquecieron las presentaciones; se realizaron diálogos más intimistas y escenas cómicas breves; se incluía mímica y payasos, y se introdujo la acrobacia y el trabajo con animales… Lo más popular y deseado por los espectadores fue la lucha a muerte entre gladiadores. No es de extrañar que pudiera parecer un espectáculo “bello” en un imperio que conquistaba brutalmente a los pueblos “bárbaros”.