Cuando abro un libro de un poeta auténtico, prestigioso, y me dispongo a escribir sobre él, me devuelve el aliento que me falta si hojeo y leo algún libro que ha obtenido el Premio Guillén, en el que, salvo excepciones, apenas han sido premiados poetas de verdadero valor y trayectoria dentro de la lírica cubana. Aquellos libros premiados están llenos de manquedades y guiños contextuales. Pero este que ahora les reseño [1] claro que no es así, y me demuestra que la poesía es una defensa del individuo frente a todas las fuerzas que son desplegadas contra él, como ha dicho Charles Simic. Porque en Las amantes deformes de Leyla Leyva asistimos varias veces a la lectura de la biografía espiritual de una madre donde “la penalidad entra sin medida al deseo” (p. 51), pero es un libro de amor, el amor que se enfrenta a las más arduas contingencias de la vida, del amor al hijo, al que se dedica incluso el poemario, donde son puestos a prueba los resortes más ignotos y poderosos de la maternidad, que implican sacrificio por el otro, guía suprema y conciencia construyendo un camino, porque “cuando no hablo del amor ni de esa expresión inexacta, es muy triste,” (p.23) y desde el amor mira, enjuicia, ve, ya lo dijo Martí, “por el amor se ve, con el amor se ve, el amor es quien ve.” (Cuadernos de apuntes, Obras Completas, T. 21, 1963, p. 45):

Última Patria

He ido labrando sucesivos días,
con una tenacidad que intenta allanar
el cuadro del repliegue,
las normas de un trato que permitan
la duración.
He acariciado entretanto tu cabeza hembra
y tu cabeza macho,
y las he volteado a mi favor
con un solo golpe seco,
para que descansen en mi pecho
y deje de rodar
el abismo.
Fácil te siembras en mi esqueleto, que es el tuyo,
con una placidez enferma.
(p. 9)

“Es el reino de la madre, con una protección que viene de todas partes y se impone a todos los caminos y circunstancias…”

Es el reino de la madre, con una protección que viene de todas partes y se impone a todos los caminos y circunstancias. Hay una conciencia que sobre una conciencia suprema: la de la madre, está guiando el proceso, “y que espera parir lo que serían las esencias de un contexto” (p.23), “lista en ese lugar que dejas de imaginar porque dominas” (p. 29). Y contra qué no pudiera erguirse la madre, pese al arco fatal que la rodea en los ascensos tantálicos del amor:

Pensamientos Intrusivos

Me cuentas los tuyos que son firmes
sobre las rayas de un oneroso tigre bengalí.
Pero te supero.
Cuando lo explico,
me miras con los ojos
del desespero y la incredulidad.
Un desgaje embrional.
Pierdes
un trozo de la madre.
No temo.
Te lo digo para seguir
y porque es
cierto.
Negociador versus prisionero.
Camino por la oscuridad,
con total dominio del asunto.
Soy el enemigo, todo el enemigo.
(p. 17)

¿Y quién es el protagonista de este libro? Es difícil decir si es la madre o la hija /hijo, aunque sí es como ya he dicho la biografía espiritual de la madre, donde hay que paliar la tragedia con amor, aunque haya violencia en los lances que se dibujan en territorios de la incomunicación, entonces las cosas trascendentes, los sucesos impactantes o desgarradores se adornan con los bálsamos y curiosidades cotidianas, construyendo un universo tolerable:

Capacidad de Perdón

Iba tras ella porque siempre iré tras ella, aunque
no exista un ella y la iluminación fascine a las tres
de la mañana, como una pomposa coreografía india.
Cruzar la Avenida 9 de Julio con la cartera incorporada
a la estructura, llegar al mercado monumental y gastar
lo que no tengo para alimentarme.
Cuatro días hasta que la semilla se convirtiera en brote.
Empujando el cuerpo hacia la marcha de No Mosanto
y los doce letales del modelo de desarrollo
agroindustrial.
(La justificación de intentar arengar otra suerte).
¿Qué es una prerrogativa, N. M.? ¿Achicarme en
la maleta? ¿Apretar para que cierre todo?
¿Que pasen la sorpresa y la raya de compresión?
Nunca encontré las botas, las zapateamos pero
no se pudo. Perdí el minuto de prosperar en las
conversaciones importantes y el hueco de admisión
quedó reducido a un kilo de literatura, por el tiempo
que aún cubre la oportunidad.
Un regalo en Buenos Aires, luego de Buenos Aires.
Dime prima ¿cómo se siente ser libre?
Inspirar y comer y almacenar cuando la temperatura
comienza a caer por la trasversal, pero no ves la nieve.
Y nunca la verás hasta que llegas
a San Miguel de Lawton
y te despierte la tormenta
que fracciona la trinca en aguas decimales.
¿Cómo se siente ser gay, trans, female to male,
dos espíritus o un dunker de Noruega?
Por teléfono, en la tienda de artesanía del chocolate
la olla de cobre, sin mentar dónde te hospedas
o el número de habitación de la mujer dispensada,
frita si responde.

Los crímenes de ID igualitos que en Cuba.
La estafa desde la línea de la Verdad y la pink fallacy,
que se manejan sueltas, con encanto del trópico,
entre las pocas compras de rigor para un regreso
y la ilusión del mito del dulce nacional, que sin la lata,
sigue siendo leche condensada a presión.
(p. 10-11)

“…es un libro de amor, el amor que se enfrenta a las más arduas contingencias de la vida…”

Entonces la ironía puede ser una manera de enfrentar el mundo. Y ocurre el quiebre del tiempo en la mente, como una ceremonia que se repite hasta el infinito:

Las Amantes Deformes

Yo también lo hice mal. Yo también hoy ejecuto
esos pasos de baile sobre un punto de quiebre.
Un amago viral nos volvió alevosas y tullidas,
en el minué del ayer, en el retintín de ahora.
Alcoholes, hombres, presentimiento, alarma…
Las reproducciones se suceden
como en una rabiosa película de culto interior
que nos negamos a exhumar.
(p. 12)

No puedes ubicar tu cuerpo fuera de la tragedia, no vale para eso ni tu espíritu, ni tus ansias, ni tus deseos. Entonces asoma la conciencia repetida de que estás asomándote a una tragedia, a un cataclismo, a un “sismo”, donde admite que no puede “explicar ser el patrón dañado”. (p. 14) Aparece un “arrecife” que tienes que pisar. Se acerca el naufragio, la tormenta, el yo lírico avisa a cada momento de ello, y ofrece el horror del desgarramiento de la espera. La conciencia de la madre es un eco que irradia hacia todas partes, incluso hacia ella misma y es cuando se hace daño. Se manifiestan las imágenes de opresión que no renuncian al movimiento, al suceder de esta realidad ingrata, pero inevitable: “las piedras hacen un lomo que se mueve sin tocar” (p. 14); “todo el día y la noche te miras / bajo un manto apocalíptico” (p. 19); ríos de incertidumbre y desgarramiento transitando sobre el cauce del amor: “apenas me recuerdo ganando en momentos de riposta”, en una lucha espiritual que llega a ser física. Los poemas aquí son muchas veces las plegarias u oraciones que se hace la madre a su propia historia hasta llegar a ser madre, los conflictos, avatares, sacrificios que atravesó para lograrlo hasta llegar a los lugares de un paso incierto donde jura que ese universo madre/hijo no se va a destruir: no va a morir:

Hacia la Inmensidad de la Estepa

Querido hijo que quería llegar, que temía
que llegara, que se tardó, que viene costando,
al aire rugoso del cabestro, y al destello del
pánico, que se amarra en redondo al escarlata
de un tejo. A mí me gustaban las niñas. Todavía
me gustan, su índole. Entonces dije “me gané
la lotería”, entre el ruido perdurable de los otros.
Una incisión por hora. Yerma. Raso el plano.
Paciente que no debía ser, aquejada del frontal.
Una ida en el baño (solo yo sé eso, lo de estar
en el baño con el juicio sujeto). Tranquila luego.
Con abrigo donde esquilan. Más chata que la
paralela. Sobre el golpe del mal. Sobre esos
hinojos gráciles que juré serían míos. Que
no deben caer, que no pueden caer.
(p. 22)
Véase también el poema “Una cicatriz” (p.23)

Fijémonos si no en este autorretrato de la madre en forcejeos con su realidad, magnífico poema al que yo le suprimiera el último verso:

Vamos a Hablar de Sexo

A estas alturas o a estas bajadas, mirándote desde
la realidad que nos damos, la conversación sube
por mi entrepierna, gravita, y se condensa,
hasta finalmente hacerse pis (en mí).
Eso sucede con mejor resolución de lo que deseo.
Peor de lo que hubiera querido confesar.
Por Yashodhara he imaginado
el esplendor que fenece
y luego he puesto mi más cara ilusión
en la casa en Kalmukia,
aunque sin frotar la lámpara,
como la paciente que soy.
Si coloco petróleo, velas de cebo blanca para el ánima,
o un relato chocante en el cerebro de Maát
(se descartan los autores nacionales barrocos camp
y neobarrocos vivos),
aún se puede llegar lejos conmigo.
Pero apretado el interruptor, solo entrego
golpes de gracia
al aire bochornoso de la calamidad.
Golpes que me duelen más de lo normal.
(p. 32)

“…ocurre el quiebre del tiempo en la mente, como una ceremonia que se repite hasta el infinito…”

Las plegarias de incertidumbre ante lo inevitable. Porque hay infinito terror a la desprotección, a la intemperie espiritual y vivencial, lo que se consigue reflejar con efectivas metáforas: “con abrigo donde esquilan” (p. 22). La intimidad se ventila en la “casa del exilio” (p. 26). Porque vemos al cuidador con el enfermo, y el enfermo que no sabe que es el cuidador del cuidador:

Piso 21

Estoy en el hospital en el que no sangras.
Las fotos de la princesa Di y Julia y el árbol de Navidad.
En la sala espacial, limpia, perfecta, como ya no se ve
más en el país, hemos hecho un pacto endurecedor.
Desde que entramos sabíamos que había que resistir
hasta el milagro. Nada de conversaciones intensas
o sueños crónicos a repetición, que te alejan
cada día de mí.
Vamos condensando niñez, adolescencia, un puente
de masilla, juegos lánguidos, alcoholes de piedra,
drogas de palomitas, ramalazos sobre la tinta
de la piel abierta a la mortificación.
Formas de desplomarnos interminablemente
entre los riscos húmedos de la fe.
Ahora tú, convaleciente sobre la cama. Yo obsesionada
con esa idea de no mirar atrás, donde te mueves niña
y benigna en mi vida de presa, en mi amada vida
cerrada en conformidad.
La bandeja repleta camino al incinerador. Son galletas,
jugos de la miseria, lo que tengo para darte ahora
mismo. Y sé que por lo pronto es todo lo que necesitas.
(p. 37)

Uno de los mejores poemas del cuaderno. Se asoma la triada incomunicación-aceptación-tortura, montada en la barca airada y resistente del amor. Así, a través de una expresión lacónica, se mezclan desasosiego e impotencia y un asombro que devora la conformidad, bien ubicados dentro de la teluricidad que siempre ha caracterizado a esta poeta; así el yo lírico va en busca de sus grandes semejantes, criaturas femeninas que sufrieron desgarramientos vitales: Louise Brooks, Mina Loy, Joan Didion, Natalia Ginzburg, Ellen Page, Laura Yasán. Se busca un fundamento a un grito, grito por un vacío, por una incertidumbre. La poeta tiene que saldar su deuda con el destino y escribe. La inercia avanza en pugnas con la lógica en un escarnio donde el sinsentido se apodera de la madre.

“Se acerca el naufragio, la tormenta, el yo lírico avisa a cada momento de ello, y ofrece el horror del desgarramiento de la espera”.

La circunstancia del cambio de sexo de la hija sirve para remarcar el peso de la conciencia de la madre en su gravitación eterna sobre el espíritu del hijo, conciencia que se vuelve arquetípica, “porque más que ideas, ella busca experiencias que iluminen, experiencias en las que el poema sea al mismo tiempo que un acercamiento a la vida, una forma de pensamiento;”[2] porque “ella trata de registrar lo real, pero organizado dentro del poema, de modo que los objetivos se conviertan en símbolos de una verdad más amplia y profunda.  En suma, que el dato objetivo aunque siga conservando esa apariencia pasa a ser una compleja emoción subjetiva.” [3] Porque su cuerpo lucha con una realidad que le es hostil, y se teje una manta ante los ojos del escarnio, que son sus poemas, una madre con el recuerdo tibio de una historia que ya no existe. Hay un dolor y un desasosiego a veces vital, a veces social (p. 43). Es el rehilete existencial donde la madre es hija y murmura ciertas manquedades de la infancia que intensifican la envergadura de sus otras tragedias: madre conciencia, “madre muda del órgano vocal, hacia fuera, pero que tiene un barullo serio dentro, que lo ha tenido siempre.” Hay una realidad exterior que se impone y rompe el muro que el cuerpo/ madre trae en la fragilidad constitutiva y esencial. El sueño roto y la esperanza trunca trazan adecuaciones sobre la realidad, donde lo que ha quedado va a ser herido inevitablemente, ya como ofensa, ya como legítima defensa. Porque este libro trata de algo como la suerte o el destino y las fuerzas que pugnan dentro de él, de algo como deslizarse sobre lo fatal.


Notas:

[1] Leyla Leyva. Las amantes deformes. Reina del mar Editores, Cienfuegos, 2023. Es hermosa la grafía del título, y parece un arabesco a tono con la atmósfera que recrea el libro. La portada es singular.

[2] María Teresa Andruetto. “¿Qué tipo de canción serviría para este fin? Mary Oliver. El pájaro rojo. Caleta Oliva Ediciones, Buenos Aires, 2017, p. XIII.

[3] Diana Bellesi. Prólogo a Diez poetas norteamericanas, Ediciones Angria, Buenos Aires, 1999, p. 69.

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