A nadie asombra que el diario español El País incluya en una de sus ediciones una publicación abiertamente agresiva contra la Revolución cubana, ya que esta ha sido una constante en su estrategia comunicativa, sesgada por criterios ideológicos neoliberales y de franca filiación reaccionaria. Cuba aparece de forma sistemática en su agenda de diatribas, dibujada con todos los lugares comunes de condena y sin tener en cuenta hasta qué punto es rebelde, diverso, e incluso contestatario y provocador el arte que se produce, y se promueve, dentro del propio sistema institucional de la Revolución. Sobran ejemplos en galerías y museos del país y no hace falta ser un experto para comprobarlo. De ahí que El País vuelva a la carga en su edición del día 8 de julio y, dando una muestra más de su falta de seriedad y de objetividad periodística, se haga eco de una jugada política espuria, sin brillo ni originalidad, que se suma a la campaña de subversión contrarrevolucionaria financiada contra Cuba.
Un reducido grupo que intenta disfrazar sus acciones de corte político con un carnavalesco traje de arte, se ha aprovechado del marco de la Feria Arco Madrid para vender una esperpéntica imagen de lo que se produce hoy día como arte cubano. Como reducido es el número de individuos que lo sustentan, estrecho es el tópico que le da origen: se consideran a sí mismos “el arte cubano”, por antonomasia, y El País lo replica, en total desprecio por esa inmensa mayoría de creadores y artistas que nos expresamos libremente, dentro y fuera de Cuba. Ni para el diario español ni para quienes han entrado en un círculo vicioso de creatividad, cabe la posibilidad de que existan opiniones diversas: únicamente el totalitarismo de sus propias agendas se presenta como válido.
“No hay un arte cubano en contra de la Revolución, sino una contrarrevolución organizada y financiada que ataca a su país”.
Es un hecho innegable que Cuba se alza sobre las dificultades para seguir poniendo sus servicios, y el desarrollo de su alto nivel científico, en función de nuestra ciudadanía y, lo que va más allá, en solidaridad con la ciudadanía del mundo. Y eso a pesar de un plan de recrudecimiento del ilegal bloqueo estadounidense —una vez más condenado por la Asamblea de la ONU—, llevado a extremos inhumanos, violadores de los más elementales derechos ciudadanos, cuando usan para ello los efectos de una de las pandemias más terribles del orbe. ¿No asoma siquiera un sentimiento de humanidad en este oportunismo sistemático que define la campaña contra Cuba? Tan evidente es la respuesta, que prefieren obviarla.
No hay un arte cubano en contra de la Revolución, sino una contrarrevolución organizada y financiada que ataca a su país, al derecho legítimo de sus propios artistas y, además, a las bases culturales del sistema en que con plena libertad de expresión se formaron, para intentar suplantar el papel de todos los artistas. Así es como unos pocos ciudadanos consiguen camuflarse en el carácter naturalmente polémico del arte, (como se han camuflado en la propia Feria Arco Madrid), e introducen sus tópicos injerencistas, de sostenida filiación anexionista, para presentarse como representantes de un sector mayoritario. La incuestionable verdad es que una acción de ese tipo se queda en nula y esmirriada trascendencia y no va más allá de ser una simple escaramuza en la agenda de guerra cultural. De ahí que se exija otra vuelta de tuerca del diario El País, tan complaciente y dúctil cuando de calumniar a Cuba se trata.
“¿Cuál es la esencia, entonces, de la preocupación que desata una falacia de ese orden?”, preguntaría cualquiera. La respuesta es obvia y anodina: en época de posverdad, basta con enunciar el argumento, por falaz e insostenible que sea; eso ha dejado de importar, para justificar el objetivo. Su manipulación del arte sirve a esa espada que pende sobre todos, ese todos donde nos incluimos los creadores que queremos seguir expresándonos con la libertad que hemos forjado por nosotros mismos. Añadiría, para concluir, que a quien no le asista la decencia de respetar el derecho de opinión del otro, que por lo menos muestre la prudencia de abstenerse de querer suplantarlo.