“Será difícil superar esta novela”. Eso me hizo saber Ana Lidia Vega Serova. Después llegó el juicio —reincidente— de Carlos Zamora. Ana y Carlos me acompañaron como jurados en el Premio David de Novela 2024. Un Jurado de colegas que se quieren, se admiran y se respetan. De vez en años ciertos Jurados no comulgan con esa sana trilogía. Llevado y traído por esa orgía con la que no pocas veces se entrampa la cotidianidad fui el último en leer la novela ensalzada por mis colegas.

Salón de ensayo. Ese era el nombre de la novela. Estructura musical: allegro / andante / allegro, dividida en 15 capítulos —movimientos, llamémosles, para respetar la teoría musical—.  La devoré, hechizado. Dos veces me exigí leerla. No pocas veces hoy se está ante una buena historia, un buen Qué narro, y el lenguaje, el uso del idioma, el estilo, el Cómo narro, adolece de hilachas, jirones y huecos. No era el caso: el Qué narro y el Cómo narro en el texto de referencia se enzarzaban en apretada y exacta urdimbre.

Novela bien escrita. Bien estructurada. Bien urdida: suerte de retrato —partitura o en puridad particella— que toma una sección de la realidad citadina habanera del momento, junto a cierta porción de aquellos que la viven, a su modo la disfrutan y —a su no menor modo, sospecho, la sufren— para dejarla flotar ahí, con pasmosa y muy sincera fuerza de vida, de visceral desgarramiento, de kátharsis, de tozuda no claudicación existencial.

“Novela bien escrita. Bien estructurada. Bien urdida…”

El Jurado debatió cada día. Debatió al final de cada novela leída. Alguno solicitaba al resto precisar algo, regresar a cierta obra, prestar atención a determinado pasaje o elemento. El debate final se regodeó con excelente almuerzo y buen vino. “Hemos premiado una buena novela”, fue el ético sentir de todos.

Ya en la premiación tuve la oportunidad de conocer y conversar —muy brevemente— con el autor premiado. O mejor: la autora. Karla Flores. 24 años. Músico. Graduada de la ENA. Su instrumento: el contrabajo. Estudiante de Primer Año de Comunicación Social de la Universidad de La Habana. Egresada en el 2024 del XXIII Curso de Técnicas Narrativas del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso.

Además de escritora, Karla Flores es músico, graduada de la Escuela Nacional de Arte.

Entre los años 2019-2022 Karla fungió como contrabajista de la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana. Hoy labora como redactora en el sitio Qva. Y sonríe. Karla achica los ojos y sonríe. Siempre sonríe. La miro y rememoro aquella aseveración de Salvador Redonet a finales de la década del 80 del siglo pasado: “Los últimos serán los primeros”.

Miro a Karla y otra vez llega, tremebunda, la frase. La misma frase se me ha encimado de manera reiterada en los últimos 10 o 15 años al hallarme frente a los primeros textos de Legna Rodríguez, Yandrey Lay, Elisabeth Reinosa, Marta Acosta, Alejandro Rama, Elaine Vilar, Héctor Leandro Barrios o la aun inédita Bethsabet Mariam Zaldívar. Ahora miro a Karla, esta chica que sonríe y achica ojos, y otra vez llega la frase rotunda, sibilina, inapelable de Salvador Redonet: “Los últimos serán los primeros”.

“Karla, quiero entrevistarte”, le anuncio. Y ella sonríe. Y dice que sí, con la cabeza lo dice. Y por supuesto, achica los ojos.

Karla, eres músico. Y eres escritora. Fuiste finalista en el II Certamen Internacional de Microrrelatos Los Ojos del Júcar, en España y Primera Mención en el XV Concurso de Minicuentos El Dinosaurio. A modo de obertura, de prólogo —pensando en Wagner se diría preludio— así, directo, a modo de pizzicato, de inarmonía en ese armonio que pretende ser esta entrevista: ¿quién es Karla Flores?

Es una joven que siempre se hace preguntas. Alguien que espera, que anhela, que sueña. Que se cuestiona el funcionamiento del mundo, el porqué de las cosas, las motivaciones de la gente. Karla Flores no está conforme nunca. Lo quiere todo. Todo, ahora. Y cuando no puede lograrlo al momento, trabaja, se esfuerza, insiste. Aunque no voy a aseverar que siempre, regularmente logra lo que quiere. Es una persona que funciona por listas, por escalones. El primer paso no te asegura el triunfo, pero te mueve desde donde estabas, te da ilusiones, fuerzas.

Karla Flores es sanguínea. A veces, demasiado sanguínea. Las palabras suelen escapársele de la boca. Ahora está aprendiendo a meditar antes de hablar.

Le gustan los gatos y la música clásica. En términos de compositor favorito, siente que la obra de Beethoven puede y podrá vencer, siempre, a cualquier otra. Le gusta la pintura y su lugar preferido en La Habana es el Museo Nacional de Bellas Artes.

“Karla Flores es sanguínea. A veces, demasiado sanguínea. Las palabras suelen escapársele de la boca”.

Suele tener tres frases: “Todo sucede por algo”, “Para resultados diferentes, acciones diferentes” y “Mis certezas desayunan dudas”, esta última parte de un texto de Eduardo Galeano. Al comenzar a escribir la novela, su cuadro favorito era Bilitis, de Carlos Enríquez.

Camila, el personaje central de tu novela, es músico. Su ejercicio de graduación resulta una pieza de Giovanni Bottesini para contrabajo y orquesta. En la primera página de tu obra una suerte de introducción señala: “Algún intérprete de seguro podrá encontrar elementos de la realidad en esta particella. La teoría musical señala que una particella resulta una partitura en la que solo se consigna lo que debe interpretar un único intérprete. Monterroso sostenía que toda escritura era alegórica o era nada. Philippe Lejeune llamaba “pacto autobiográfico” a la aceptación, por parte del autor, de que su obra deriva de elementos autobiográficos. La indiscreción del entrevistador se paga con el no coment del entrevistado, mas… ¿cuánto se aplica a Salón de ensayos el postulado de Lejeune?

Goethe decía que el arte es otra realidad y yo me apoyo en esa definición para referirme a mi novela. El artista, el creador, siempre se va a apoyar en su realidad vivencial, en lo que lo rodea, en la gente, para contar. Yo no soy una excepción. Camila, por hablar de mi personaje protagónico, es una mujer joven y músico que tiene puntos de encuentro conmigo, pero que, aunque inicialmente se nutriera de mi persona, a medida que iba escribiendo la novela, se fue separando. Así pasó con todos los personajes.

Llega un punto en el que, por suerte, los personajes se separan de las personas que los inspiraron, cobran vida y exigen acciones, parlamentos, pensamientos. ¿La novela bebe de mí? Sí. Pero la novela no soy yo ni la gente que me rodea. No es la realidad. Es otra realidad.

Te asombró la denominación de “existencialista” en el Acta del Jurado con relación a tu novela. Karl Jaspers, un existencialista, señalaba que todo humano sufre ante la posibilidad de hundirse o luchar por lo que llamaba Existenz —enfrentar una experiencia no definible de libertad en situaciones límites, angustia, dolor, conflictos, sentimientos de culpa y el nunca previsible azar—. Kierkegaard, por su parte, padre del existencialismo, tiene una frase pavorosa: Debo encontrar una verdad que sea verdadera para mí… una idea por la que pueda vivir o morir”.  ¿Estarías de acuerdo en que Camila se enfrenta a la experiencia de libertad enunciada por Jaspers o al reconocimiento de la verdad individual de la que hablara Kierkegaard, modo de llevar a cuestas, ya sin alienación, el dolor de la pérdida de la inocencia y el lastre de todos los conflictos? ¿Cuánto de este existencialismo marca a Camila, personaje central de Salón de ensayos? ¿Cuánto marca a Karla Flores, autora de Salón de ensayos?

Camila está a medio camino entre Jaspers y Kierkegaard. Si bien experimenta la libertad y la búsqueda de sí misma pasando por el dolor, la duda o la frustración, el regreso a la casa materna no es inocuo. Ha encontrado una verdad por la que vivir, y no se queja. Camila no carga ni lamenta su decurso, agarra lo que tiene, lo que le ha pasado y lo transforma. El peso no está sobre su espalda, el peso camina con ella.

La autora durante la entrega del Premio David 2024.

Creo que todo ser humano, desde el más práctico hasta el más profundo, es un buscador de la verdad. Como yo lo soy, y Camila es un producto de mí, ninguna de las dos puede estar exenta de esa búsqueda. En el caso de ella, de Camila, su camino está trazado y atravesado por el reconocimiento de sí misma. Creo que siempre tenemos todas las respuestas dentro. Uno las busca o no, las mira o no, pero están ahí. Delante de nuestros ojos, latiendo en las venas, bombeando en el pecho.

Salón de ensayos, a todas luces, resulta un bildungsroman, al tiempo que una metáfora, una alegoría de la propia vida. El personaje central, alienado, abandona la casa materna, deja a un lado su relación sexo/amorosa, sufre abuso lascivo, para trastabillar a una relación otra, aún romantizada, fase esta espiritualmente apolínea, mas la salida al mundo —hipsípila que dejó la crisálida— la lanza al caos, a lo dionisiaco, al lezamiano ritmo sistáltico, para, finalmente, decidir el regreso a la casa materna, a domeñar el caos, llega la acusación al sujeto del infamante abuso lascivo, suerte de aprendizaje, de crecimiento, de auto anagnórisis espiritual: del allegro moderato se regresa al allegro. Si bien —me temo, para el personaje central no existirá ya más lo apolíneo— Apolo se metamorfosea en Sísifo. ¿Puede tomarse la no representación final de La consagración de la primavera como sucedáneo del retorno a la pureza, al Claire de lune, de Debussy, ejecutado antes por ese personaje, romantizado objeto primario de deseo, representado por Luna?  

No debe tomarse de esa manera. La no representación de La consagración de la primavera alude a lo que está más allá del afán humano. Lo que no queda en nuestras manos. En la novela La consagración… no se puede llevar a escena por el burdo hecho de que no hay presupuesto. Se tira a la basura el esfuerzo de los músicos, los ensayos realizados y toda la preparación escenográfica que lleva una pieza como esa.

Vuelve a ser una especie de metáfora en la anagnórisis del personaje central con su antiguo profesor cuando las pruebas que pueden incriminarlo están desdibujadas por el tiempo. ¿Cuándo ha bastado la palabra de una víctima para sentenciar al acusado? ¿Cómo demostrar la única prueba convincente después de tanto tiempo? No hay función, no hay estreno para La consagración de la primavera. La bailarina deberá seguir danzando hasta morir desangrada.

Vayamos a una suite de preguntas —suite porque todas se moverán en la misma tonalidad—: ¿Qué autores, qué obras, qué postulados, qué lecturas han marcado a Karla Flores? ¿Cuánto la ha marcado —literariamente— la música? ¿Qué significó para Karla Flores el Centro Onelio? La mayoría se inicia en el cuento. ¿Por qué Karla Flores debuta con una novela?      

Si Pedro Juan Gutiérrez menciona a Truman Capote como el autor que más lo marcó a la hora de lanzarse a escribir, yo debo, a su vez, mencionarlo a él. Venía de leer a Kundera, Hesse, Camus, Lispector, y chocar con Pedro Juan fue la creencia de que podía escribir. Sentía que lo que escribía se acercaba de alguna manera a su forma de hacer. Además de que los dos nacimos en Pinar del Río y aquí en La Habana vivíamos en la misma calle, Perseverancia.

Soy muy supersticiosa y no creo en las casualidades. Con él se me dibujó en la cabeza la idea de que podía ser leída. Luego entré al Centro Onelio, vital para mí desde lo personal hasta lo profesional, y conocí otros tantos escritores que nutrieron mi bagaje literario. Ahí no puedo dejar de mencionar a Alejo Carpentier, Raymond Carver, Luisa Valenzuela, Hernán Rivera Letelier, Manuel Puig, Sylvia Plath, Abelardo Castillo… la lista es inmensa.

La música está conmigo desde que abro los ojos y hasta que me acuesto, incluso, dormida. Hace unas semanas comencé a anotar en hojas de colores fragmentos de canciones que se meten en mi cabeza.

Creo que mi cerebro está lleno de música. Siempre tengo una banda sonora acompañándome. Siento que cada experiencia humana ya tuvo una canción en la que quedó perfectamente plasmada. Por eso no supero a Pablo Milanés, Diego el Cigala, Bola de Nieve o Elena Burke. Como tampoco supero otros tantos conciertos, ballet y sinfonías que me conmueven hasta llorar. Sé qué música puedo escuchar y qué música no en determinadas circunstancias. Eso me ayudó a alcanzar estados de ánimo específicos para escribir determinados pasajes de la novela.

“Creo que mi cerebro está lleno de música. Siempre tengo una banda sonora acompañándome”.

Si necesito entristecerme escucho a Debussy, si necesito escribir escucho a Vivaldi y si quiero bailar, escucho merengue, Juan Luis Guerra, por ejemplo.

La música me sirvió para poder estructurar el argumento y tener una visión más general de la historia. Cuando se ha interpretado largas sinfonías o ballets, ganas en agudeza, en entendimiento, en visión general. Todo lo llevo a la música. La pintura, el cine, la literatura. Creo que todas las manifestaciones tratan de contar una historia, lo que con lenguajes diferentes. La música es un lenguaje, y cuando uno domina esa lengua, es más fácil aprender otros idiomas.

Tengo dos novelas que son referenciales para mí por el exacto equilibro entre el existencialismo y el realismo, ellas son Hombres sin mujer, de Carlos Montenegro y Niñas en la casa vieja, de Dazra Novak.

De esta última me he dedicado a hacerle un desmontaje musical y es increíble cómo, no solo desde la estructura, sino también desde el argumento, tiene puntos en común con la obra de otro cubano, músico, Leo Brouwer, con su Paisaje cubano con lluvia.

Sueño con llegar a esa cúspide de los lenguajes.

Soy una lectora de novelas. Me gusta el trabajo psicológico de los personajes, las evoluciones, las tramas y subtramas. En Salón de ensayos necesitaba desarrollar mis personajes protagónicos iniciales, Camila, Javier, Isabel… y llevarlos a un final. Yo sabía que con un cuento no llegaría a tal profundidad.

Ganaste la Primera Mención del Concurso de Minicuentos El Dinosaurio 2024 con Vibrato, pieza que establece un correlato entre cierta caricia sexual y un procedimiento musical —fluctuación de la altura del tono—. Idéntico correlato —vibrato / masturbación— se establece en Salón de ensayos. A tres páginas del final de la novela el personaje central sostiene: “Siento que todos los hombres a mi alrededor, toda mi vida, querrán enseñarme a hacer el vibrato”. Este entrevistador ha empleado en ocasiones tecnicismos llegados desde la teoría musical. La pregunta quizá te sorprenda, me disculpo —a priori— porque puede resultar atrevida, mas, con certeza, no se desvía ni de tu novela ni de tu profesión de músico. ¿Por qué en el correlato Camila alude al vibrato y no al trémolo?

Las palabras trémolo y vibrato tienen algunas confusiones terminológicas. Trémolo indica cambio en la intensidad o en la repetición de una nota, mientras que vibrato se refiere a una oscilación o movimiento ondulatorio de la altura del sonido —ambas definiciones extraídas del Diccionario Oxford de la Música—. Para establecer una correlación entre la masturbación y alguna técnica musical, debía utilizar el que más se asemejara.

Karla Flores ofreciendo sus palabras de agradecimiento durante la premiación del Concurso de Minicuentos El Dinosaurio.

Ahí entran mis conocimientos como músico instrumentista: para la realización del trémolo, en los instrumentos de cuerdas frotadas, regularmente se utiliza el arco y para el vibrato es solo la mano. Aunque el movimiento pueda parecer similar, la mano izquierda, deslizándose desnuda por el brazo del contrabajo, da más certeramente esa doble lectura.

¿Cómo asume una joven de 24 años como Karla Flores la literatura cubana, la escrita por nuestros mayores, los canónicos, esos dioses, y cómo caracterizaría la literatura cubana actual?

Respeto mucho lo que se ha hecho en cuanto al arte en todos los tiempos. Creo que responde a una manera de pensar y un funcionamiento circunstancial del mundo. Para crear algo “novedoso” hay que conocer y reconocer lo que se ha hecho antes. Hay que estudiar más a los pintores, escritores, músicos cubanos, y con ese bagaje, más nuestra historia y religión, crear un mundo ficcional que responda a la experiencia personal de cada uno, pero con una mirada a lo universal.

Mi frustración, anhelo, dolor, puede ser la de alguien del otro lado del mundo. La diferencia va a estar en la forma, el color y el tono. Ya hubo un Beethoven, un Klimt, un Cortázar. Hay que escribir desde la verdad de uno con autoctonismo.

También creo que hay que explorar, investigar, y no renegar de lo que somos como nación. Siempre me he hecho la pregunta de por qué Cuba siendo una isla, casi no tiene paisajes marinos dentro de su pintura. Especulo que responde a una manera extranjera de hacer.

Hay que vivir y sobre todo sufrir. En el dolor está la creación. No se debe huir de él.

Hace unas semanas volví a ver la película de Frida Kahlo, Frida, dirigida por Julie Taymor, y protagonizada por Salma Hayek, y sentí al terminarla que aún me cabía más dolor, que todavía podía sufrir más. Tiene que doler, tiene que hacer reír, tiene que sentirse, provocar algo real que no se sostenga solo por el escándalo.

No podemos seguir siendo la civilización del espectáculo.

La vida será siempre un mítico —y místico— salón de ensayos. Un músico ensaya. Un escritor ensaya. Todo humano vive y ese vivir resulta ensayo. En ese sucesivo ensayo que es vivir, amar, desamar, sufrir, crecer, aceptar ciclos y dejarse llevar por la corriente, al decir de la argentina Luisa Valenzuela —exergo que precede tu novela—, ¿qué puede el lector esperar de Karla Flores?

Fueron nueve años de riguroso estudio en la academia y tres junto a la Orquesta Sinfónica del Gran Teatro de La Habana. Esa forma de vida me acompaña y acompañará siempre, en mayor o menor medida. El lector puede esperar el resultado de una persona que enfoca las 24 horas del día nuevo en función de ser mejor que las 24 del día anterior. Siempre busco perfeccionarme y conducirme mejor. Leo mucho, cada vez con más ojo crítico, desmonto la historia, busco los diferentes puntos de vista. Así mismo con la vida.

Espero que en mis trabajos periodísticos, en mis cuentos o en las próximas novelas, el lector pueda disfrutar de ese crecimiento constante que estimulo en mí.

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