Juana Bacallao y la metafísica de los cabarets
En el año 2015, un titular irrumpía en las redes sociales y en sitios informales: Juana Bacallao se casa a los 90 años. El escándalo de verla montada en un auto clásico, con un vestido enorme de color blanco y una sonrisa, superaba cualquier previsión. Era ella, la misma que ha estado décadas junto al pueblo y en cualquier escenario, desde los salones más elegantes de la capital hasta los carnavales de los pueblos de provincia.
No se sabe si se trataba de una boutade o de un matrimonio real, porque como todo lo de Juana pudo ser una especie de performance para llamar la atención en una capital por entonces arremolinada por acontecimientos internacionales.
Juana poseía una personalidad huracanada, cuando llegaba a los escenarios lo mismo improvisaba un chiste que un pedazo de canción que dejaba a medias para responderle a alguien del público. Entre trágica y cómica, esta mujer tuvo que hacerse de una coraza para seguir adelante en medio de un país en el cual su imagen y origen no siempre fueron bienvenidos en los salones del prejuicio y del elitismo. Para Juana, llegar a ser La Cubana, así con mayúscula, fue un proceso tortuoso, duro, en el cual no faltó que la excluyeran, se burlaran de ella, la marginaran y la tratasen como lo peor.
Neris Amelia Martínez se quedó huérfana muy niña y fue a dar a un colegio de monjas en una nación por entonces marcada por fuertes estratificaciones sociales que impedían la movilidad de las personas a través de dichos prejuicios. Situada en lo que se consideraba “los de abajo” se le veían muy pocas posibilidades de triunfo y, de hecho, tuvo que ejercer como empleada del servicio doméstico. Un trabajo que era considerado inferior a partir de la racialización de la vida.
Mientras que los medios estaban promocionando a figuras blancas, más situadas en el gusto de la élite burguesa de Cuba, Juana seguía fuera de juego y debía ejercer labores que no apuntaban dentro de sus sueños como artista. Hasta que un día es descubierta y comienza a moverse en centros nocturnos de Centro Habana y Habana vieja, en los cuales tenía una relación de amor/odio con el público, dinámica que impactaría su proyección en escena de por vida. Juana nace de esa forma accidentada, entre la risa y la admiración, entre la extrañeza y el apego.
“Entre trágica y cómica, esta mujer tuvo que hacerse de una coraza para seguir adelante en medio de un país en el cual su imagen y origen no siempre fueron bienvenidos en los salones del prejuicio y del elitismo”.
La niña huérfana dio paso a una mujer fuerte, que era icónica por su vestimenta de calidad, pero extravagante: guantes, tacones, vestidos con brillo, pelucas… Y siempre habrá que hablar de ella cuando se mencione a aquellas personas que tuvieron que enfrentarse a un mundo hostil, sin estudios de música, solo con el talento y las ganas de hacer. Ese arte, en ocasiones irreconocible, es el que determina que exista una persona de este calibre.
Cuando no había aún internet ni influencers, ni pensábamos siquiera en los adelantos instantáneos de hoy, Juana era capaz de establecer tendencias, de marcar con su conducta a millones de personas y de llamar la atención. Más de una vez la vimos en la televisión o en un centro nocturno, siempre con un arco dramático que se movía entre la farsa y la tragedia, pasando por la comicidad y hasta la crítica social. La profesionalización de las artes ha dado paso a una manera de consumo que se cierra ante la improvisación, el talento eventual y el espectáculo de índole vernácula, pero Juana supo hackear el proceso de selección y llegar hasta el corazón de las personas.
Una vez en la cúspide de la fama, compartió escenarios con figuras de talla mundial y estuvo en sitios de alto estándar, pero siempre volvió a Cuba, pues aquí se sentía en la cúspide del reconocimiento. Cruzar las calles de La Habana, caminar por El Vedado, siendo Juana La Cubana, eran rituales que la situaban en medio del misticismo insular. La gente se paraba para verla como si se tratase de todo un suceso que rebasa el interés cultural. Por ello, cuando salió en el auto clásico, vestida de blanco y se anunció su boda sui géneris, la gente salió a darle las felicitaciones.
“Siempre habrá que hablar de ella cuando se mencione a aquellas personas que tuvieron que enfrentarse a un mundo hostil, sin estudios de música, solo con el talento y las ganas de hacer. Ese arte, en ocasiones irreconocible, es el que determina que exista una persona de este calibre”.
Hay una conciencia de quién es Juana y lo que representa: la esencia del cubano que lucha por sus sueños a pesar de todo, la tozudez de quien vence el prejuicio y se hace de una coraza.
En esa perspectiva todos hemos estado en su lugar, a todos los que nacimos y venimos desde lugares humildes nos ha costado. Valorar la posición que se alcanza a partir del esfuerzo sin olvidar quienes somos es una grandeza propia de las clases populares cubanas y ello define la permanencia de Juana en el corazón. ¿La primera influencer del mundo, una show woman, una figura icónica del cabaré cubano, una artista performática y conceptual?
Para ella hay muchas definiciones, pero un solo carácter en la firmeza de la cultura y de la identidad. Y aunque muchas veces se la haya querido tachar de ordinaria, en realidad Juana usaba todos los modismos del mal llamado “bajo mundo” para resignificar una condición y reivindicar un status: el de la gente.
Hay una conciencia de quién es Juana y lo que representa: la esencia del cubano que lucha por sus sueños a pesar de todo, la tozudez de quien vence el prejuicio y se hace de una coraza.
Llevada con la precisión que merece al puesto de estrella, sus últimos años han transcurrido en Cuba entre actuaciones esporádicas y hasta discos y éxitos como los que logró con sus temas más recientes. Su legado es el mismo que el de la cantante Fredy la Estrella quien, aunque superaba a Juana en cuanto a registro vocal, abrió la escena a las mujeres negras, con un físico corpulento y repleto de alusiones a nuestra gran simbiosis. Y es que Cuba aprendió a partir de este tipo de artistas y se hizo realmente referencial y unitaria en cuanto a su esencia cultural y étnica.
Juana representa una acción que por mucho tiempo estaremos recordando, la de la artista que se impone por encima de los estándares y que es capaz de hablarle a la historia desde la sencillez. Nada importa fuera de eso, pues ya se trata de un logro y de una gloria más que complejos. En una nación que ha ido transitando desde el racismo y las diferencias de clases hacia la difícil cuestión de la crisis económica, pensar en Juana Bacallao es hacerlo desde el amor a una identidad criolla que no claudica y que más allá que el escenario físico apunta hacia la moral en alto de las personas humildes. Ella, la que no pudo estudiar música, la que no sabía ciertamente afinar, la que sustituía un acorde con un chiste y un chiste con una reflexión llena de picardía, era la viva estampa de un pueblo que se niega al silencio y que posee en sus hijos las réplicas de sus dolores, pero por encima de toda disposición fatídica, el amor a una esencia.
“Más que los vestidos, que los exabruptos, que las salidas a veces poco elegantes de sus diálogos en escena, ella posee el encanto de quien nació para una grandeza rara”.
Cuando se escriban todas las crónicas por el deceso de esta artista y pase de moda el hablar de ella, quedará la imagen egocéntrica y genial de una mujer vestida de blanco en medio de las grandes avenidas, montada en un auto clásico. Toda la muchedumbre irá detrás preguntándose si eso es arte, excentricidad, humor, abordaje conceptual de la realidad desde un enfoque crítico o cualquier otro tipo de variable. Pero poco importarán las etiquetas, las clasificaciones o la manera en que la prensa lo trate, sino que para el espíritu de Juana habrá el lugar más cimero dentro de la cultura. Más que los vestidos, que los exabruptos, que las salidas a veces poco elegantes de sus diálogos en escena, ella posee el encanto de quien nació para una grandeza rara.
Juana dejó de ser Amelia, se convirtió en otra cosa fuera de liga, indescifrable desde la crítica de arte, una especie de pieza icónica que pudiera encabezar cualquiera de las representaciones de Cuba. Desde el kitsch que tanto quiso en su ingenua estética de cabaré hasta las declaraciones de pleno amor a la gente, el calor de la cubana nos suma en medio de este incendio en ocasiones de incordio, en ocasiones de ternura y de apego de todo un pueblo a su cultura. Así de simple o quizás no tan simple. Juana está y nos acompaña, nada la ha quitado del destino. Ha hecho de su vida una larga estela de apariciones en los cabarés metafísicos de Cuba.
Tomado de Cubahora.