José Martí y los movimientos sociales de su tiempo
Martí fue, a la vez, hombre de pensamiento y acción, y poeta en versos y en actos. Quien declaró que había echado su suerte con los pobres de la tierra, en estrofas que nos sabemos de memoria todos los cubanos, dijo también, en magistral ensayo devenido el epítome del género en lengua española: “Con los oprimidos había que hacer causa común, para afianzar el sistema opuesto a los intereses y hábitos de mando de los opresores.”[1]
Su conocimiento de los movimientos sociales nuestramericanos fue muy amplio, y se sirvió de esa información para el diseño teórico de su proyecto de república y sobre todo para la campaña de preparación ideológica y de organización de la Guerra Necesaria.
Existen documentos que prueban que durante el periodo de residencia suya en Guatemala (1877), ya se había propuesto escribir una historia de la revolución cubana.[2] De ello dejó unos apuntes que evidencian el estudio minucioso de hechos, hombres, batallas, prácticas culinarias de campaña, remedios medicinales, etc. Ese estudio no solo respondía a la pasión patriótica del joven que fue deportado y no pudo participar en la contienda: con ello se preparaba para no cometer los mismos errores del 68 en la guerra futura, y aprovechar todos los aciertos y enseñanzas de la generación de los padres fundadores.
Me ceñiré en estas notas a su interés por las huestes independentistas del continente, aunque vale señalar, siquiera de pasada, que también dedicó reflexiones y análisis a los movimientos obreros de su tiempo en cada uno de los países que visitó, sobre todo en México y los Estados Unidos.
Uno de los textos fundamentales al respecto es sin duda alguna “Tres Héroes”, aparecido en el primer número de La Edad de Oro, en julio de 1889:
México tenía mujeres y hombres valerosos que no eran muchos, pero valían por muchos: media docena de hombres y una mujer preparaban el modo de hacer libre a su país. Eran unos cuantos jóvenes valientes, el esposo de una mujer liberal, y un cura de pueblo que quería mucho a los indios. Un cura de sesenta años. Desde niño fue el cura Hidalgo de la raza buena: de los que quieren saber. Los que no quieren saber son de la raza mala. Hidalgo sabía francés, que entonces era cosa de mérito, porque lo sabían pocos. Leyó los libros de los filósofos del siglo dieciocho, que explicaron el derecho del hombre a ser honrado, y a pensar y a hablar sin hipocresía. Vio a los negros esclavos, y se llenó de horror. Vio maltratar a los indios: que son tan mansos y generosos, y se sentó entre ellos como un hermano viejo […][3]
“Existen documentos que prueban que durante el periodo de residencia suya en Guatemala (1877), ya se había propuesto escribir una historia de la revolución cubana (…)”.
El modo en que describe los orígenes de la conspiración en la que se fraguó la independencia de México, eludiendo intencionalmente el nombre de los implicados, fundidos en la masa anónima de pueblo, da fe su adhesión a los reclamos justos de las grandes mayorías. Su piedad no era la pasiva y dramática que conduce al lamento estéril, sino aquella que asume conscientemente su deber de abolir la injusticia a cualquier precio, aun a riesgo de la vida.
A finales de ese mismo año retomó el asunto en su discurso conocido como “Madre América”, pronunciado el 19 de diciembre, en el homenaje que la Sociedad Literaria Hispanoamericana de Nueva York rindiera a los delegados a la Conferencia Panamericana. En un entorno hostil, deslumbrante, lleno de riesgos y seducciones, apuesta Martí por levantar la autoestima de nuestros pueblos, en una prosa épica, que con el uso del presente histórico contribuye al tono optimista y la mirada legendaria a la historia continental:
Libres se declaran los pueblos todos de América a la vez. Surge Bolívar, con su cohorte de astros. Los volcanes, sacudiendo los flancos con estruendo, lo aclaman y publican. ¡A caballo, la América entera! Y resuenan en la noche, con todas las estrellas encendidas, por llanos y por montes, los cascos redentores. Hablándoles a sus indios va el clérigo de México. Con la lanza en la boca pasan la corriente desnuda los indios venezolanos. Los rotos de Chile marchan juntos, brazo en brazo, con los cholos del Perú. Con el gorro frigio del liberto van los negros cantando, detrás del estandarte azul. De poncho y bota de potro, ondeando las bolas, van, a escape de triunfo los escuadrones de gauchos. Cabalgan, suelto el cabello, los pehuenches resucitados, voleando sobre la cabeza la chuza emplumada. Pintados de guerrear vienen tendidos sobre el cuello los araucos, con la lanza de tacuarilla coronada de plumas de colores; y al alba cuando la luz virgen se derrama por los despeñaderos, se ve a San Martín, allá sobre la nieve, cresta del monte y corona de la revolución, que va, envuelto en su capa de batalla, cruzando los Andes. ¿Adónde va la América, y quién la junta y guía? Sola, y como un solo pueblo, se levanta. Sola pelea. Vencerá, sola.[4]
“El modo en que describe los orígenes de la conspiración en la que se fraguó la independencia de México, eludiendo intencionalmente el nombre de los implicados, fundidos en la masa anónima de pueblo, da fe su adhesión a los reclamos justos de las grandes mayorías”.
Con razón es visto este discurso como una especie de prólogo de “Nuestra América”, ensayo que significa el punto más alto de la definición y el análisis de la cultura continental, y en el que la imagen de unidad en la diversidad se expresa como lograda y triunfante, para reforzar lo urgente que resulta.
No escaparon a su atención los movimientos sociales de la América de Lincoln. La guerra de independencia de las Trece Colonias, con sus héroes aristocráticos, fue presencia frecuente en su obra. En “Vindicación de Cuba”, el 25 de marzo de 1889, refutó las acusaciones de “inferioridad” contra los cubanos lanzadas desde la prensa estadounidense, donde se nos tildaba de cobardes y se calificaba como “farsa” a nuestra Guerra de los Diez Años. Entre los argumentos de Martí destaca su valoración de las condiciones internas y externas que favorecieron el triunfo de aquella gesta, muy diferentes de las que condujeron a los cubanos a la derrota.
Meses después, en su discurso conocido como “Madre América” volvió sobre el asunto, para caracterizar las inconsecuencias del vecino norteño:
A su héroe, le traen el caballo a la puerta.
El pueblo que luego había de negarse a ayudar, acepta ayuda. La libertad que triunfa es como él, señorial y sectaria, de puño de encaje y de dosel de terciopelo, más de la localidad que de la humanidad, una libertad que bambolea, egoísta e injusta, sobre los hombros de una raza esclava, que antes de un siglo echa en tierra las andas de una sacudida […][5]
La línea en cursiva alude al no reconocimiento por parte de Estados Unidos de la beligerancia de los cubanos durante la Guerra de los Diez Años. Era esta la única colaboración que se esperaba de ellos; pero la sugerencia apunta también al hecho de que no aprendieron —y esto es válido hasta hoy— la lección de solidaridad que recibieron de Francia en los albores de su propia independencia, a la que no corresponderían ni siquiera a pocos años del gesto generoso: en 1793, ante el reclamo de la Francia revolucionaria, en guerra con Gran Bretaña, Washington se declaró neutral.
Conquistaron en 1776 una libertad parcial, favorable a las clases adineradas, de origen europeo y piel blanca. Habría que esperar a la Guerra de Secesión (1861-1865) para que la esclavitud fuera abolida en la gran potencia. Los pueblos supuestamente “inferiores”, como Cuba, no traicionaron el ideal de Libertad, igualdad, fraternidad: nuestro primer acto de rebeldía fue liberar a los esclavos, que se sumaron junto a sus antiguos amos en la lucha contra el gobierno colonial.
Martí estudió con detenimiento la Guerra de Secesión, como lo muestran las semblanzas magistrales de varios jefes de la misma, entre las que descuellan las de los generales Grant (1885) y Sheridan (1888). En estas su visión del conflicto bélico es un tanto romántica, e insiste siempre en la abolición de la esclavitud como causa fundamental.
En su artículo “La verdad sobre los Estados Unidos”, aparecido en el periódico Patria el 23 de marzo de 1894, cuando ya se encontraba inmerso en la preparación de la Guerra de Independencia de Cuba, establece una interesante comparación entre las dos Américas. Entonces dirá lo siguiente: “En una sola guerra, en la de Secesión, que fue más para disputarse entre Norte y Sur el predominio de la república que para abolir la esclavitud, perdieron los Estados Unidos, […] más hombres que los que en tiempo igual, y con igual número de habitantes, han perdido juntas todas las repúblicas de América […]”[6] luego de haberse independizado de España.
Su interés por los movimientos sociales y el estudio de sus potencialidades, éxitos, fracasos, formas de organización, influyeron sin duda alguna en su concepción de la Guerra necesaria. Una guerra que debía ser amorosa, breve, dirigida a conquistar toda la justicia y a exaltar la dignidad plena del hombre.
Notas:
[1] JM: “Nuestra América”, Obras Completas, Ciencias Sociales, La Habana, 1975, p. 19. (En lo adelante OC).
[2] Véase al respecto [Fragmentos para el libro sobre la Historia de la Revolución Cubana], OCEC, t. 5, p. 322 y siguientes.
[3] JM: “Tres Héroes”, OC, t. 18, p. 306.
[4] JM: “Discurso pronunciado en la velada artístico-literaria de la Sociedad Literaria Hispanoamericana”, OC, t. 6, p. 137-138.
[5] JM: “Discurso pronunciado en la velada artístico-literaria de la Sociedad Literaria Hispanoamericana”, 19 de diciembre, 1889, OC, t. 6, p. 135.
[6] José Martí. OC, t. 28, p. 290-294.