Cuando faltaba muy poco para la nueva arrancada independentista, en enero de 1894, Martí definió la postura “cauta y viril” como línea rectora de la política cubana frente a Estados Unidos. Ante la asimetría de poder había que imponer el respeto del adversario por la capacidad de crear, erguirse, resistir y vencer.

Ni pueblos ni hombres respetan a quien no se hace respetar. Cuando se vive en un pueblo que por tradición nos desdeña y codicia, que en sus periódicos y libros nos befa y achica, que, en la más justa de sus historias y en el más puro de sus hombres, nos tiene como a gente jojota y femenil, que de un bufido se va a venir a tierra; cuando se vive, y se ha de seguir viviendo, frente a frente a un país que, por sus lecturas tradicionales y erróneas, por el robo fácil de una buena parte de México, por su preocupación contra las razas mestizas, y por el carácter cesáreo y rapaz que en la conquista y el lujo ha ido criando, es de deber continuo y de necesidad urgente erguirse cada vez que haya justicia u ocasión, a fin de irle mudando el pensamiento, y mover a respeto y cariño a los que no podremos contener ni desviar, si, aprovechando a tiempo lo poco que les queda en el alma de república, no nos les mostramos como somos”.[1]

Esta posición viril que recomendaba Martí fue la que caracterizó a Fidel ante cada amenaza e intento de las distintas administraciones estadounidenses por cercenar la soberanía de Cuba.

“Jamás Fidel entendió —ni aceptó— la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos desde el enfoque de la dominación”. Foto: Tomada de Prensa Latina

Un momento descollante fue durante la Crisis de Octubre, cuando solo con su posición valiente e intransigente —apoyada mayoritariamente por el pueblo cubano— al negarse a cualquier tipo de inspección del territorio cubano, al plantear los Cinco Puntos e impedir en todo momento que se le presionara, se pudo salvar el prestigio moral y político de la Revolución en aquella coyuntura. Esto fue así, a pesar de que la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas tomó decisiones inconsultas con la parte cubana que trajeron como consecuencia que la Isla fuese la más desfavorecida con la solución que se le dio a la crisis.

También fue memorable su discurso en respuesta a las amenazas del presidente estadounidense W. Bush, el 14 de mayo de 2004, cuando expresó:

Puesto que usted ha decidido que nuestra suerte está echada, tengo el placer de despedirme como los gladiadores romanos que iban a combatir en el circo: Salve, César, los que van a morir te saludan.

Solo lamento que no podría siquiera verle la cara, porque en ese caso usted estaría a miles de kilómetros de distancia, y yo estaré en la primera línea para morir combatiendo en defensa de mi patria.[2]

Paz, amistad y cordialidad entre un “pueblo menor” y un “pueblo mayor”, como lo definía Martí, no podía jamás implicar dependencia y servidumbre.  Como tampoco jamás Fidel entendió —ni aceptó— la normalización de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos desde el enfoque de la dominación.

En cada uno de los reducidos momentos en que se estableció alguna posibilidad de diálogo o negociación, Fidel fue enfático en cuanto a que la soberanía de Cuba, tanto en el plano doméstico como internacional, no era negociable, y que la Isla jamás renunciaría a uno solo de sus principios. Asumiendo y enriqueciendo las ideas de Simón Bolívar, Martí y Fidel concedieron como parte de su estrategia revolucionaria un lugar privilegiado a la necesaria unidad de América Latina y el Caribe.

Ramón de Armas destaca cómo desde 1877, durante su estancia en Guatemala, Martí hizo su llamado de unidad o muerte, en expresión de un latinoamericanismo defensivo que evolucionaría “hacia un claro y precursor latinoamericanismo antiimperialista activo”, que cerraría el paso al avance impetuoso del vecino del Norte, a través de la acción unida en torno a objetivos y propósitos comunes. “Puesto que la desunión fue nuestra muerte —decía el Apóstol en aquel entonces—, ¿qué vulgar entendimiento, ni corazón mezquino, ha menester que se le diga que de la unión depende nuestra vida?”.[3]

En su concepción revolucionaria Fidel siempre vio el proceso cubano como parte de una Revolución mayor, la que debía acontecer en toda América Latina y el Caribe. De ahí su constante solidaridad y apoyo a los movimientos de liberación en la región y denuncia de cada acto de injerencia yanqui.

“Luego del triunfo de enero de 1959 la vocación integracionista de Fidel se hizo más explícita en numerosos pronunciamientos públicos”. Foto: Tomada de Juventud Rebelde

Esa posición partió en primera instancia de un sentimiento de identidad y de ineludible deber histórico, pero también de una necesidad estratégica para la preservación y consolidación de la Revolución Cubana. Sobre todo teniendo en cuenta que desde el siglo XIX en adelante el principal enemigo común de la verdadera emancipación de los pueblos al sur del río Bravo fue —y continúa siéndolo— Estados Unidos, que en no pocas ocasiones utilizó con éxito para sus propósitos la máxima de “divide y vencerás”, estrategia que ha utilizado hasta nuestros días. A esa comprensión había llegado Fidel desde antes de 1959, y la puso de manifiesto en acciones concretas en las que, incluso, puso en riesgo su propia vida durante sus luchas como estudiante universitario.

Fidel integró el comité Pro Independencia de Puerto Rico y el comité Pro Democracia Dominicana; participó en 1947 en la frustrada expedición de Cayo Confites contra el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo y en los sucesos conocidos como el Bogotazo, donde compartió su destino con el pueblo colombiano que enfrentaba a las fuerzas reaccionarias que habían asesinado al líder popular Jorge Eliécer Gaitán. Además, ya desde aquella época se había pronunciado a favor del derecho de los panameños a la soberanía sobre el canal interoceánico y el de los argentinos sobre las Islas Malvinas.

No obstante, luego del triunfo de enero de 1959 la vocación integracionista de Fidel se hizo más explícita en numerosos pronunciamientos públicos. Sus ideas y amplia acumulación de experiencias durante años, así como los continuos cambios en el contexto internacional, lo hicieron ir perfilando su pensamiento. De ahí que, en el Cuarto Encuentro del Foro de Sâo Paulo, efectuado en La Habana en 1994, entre otras muchas ideas vinculadas a ese trascendental tema, declaró:

¿Qué menos podemos hacer nosotros y qué menos puede hacer la izquierda de América Latina que crear una conciencia en favor de la unidad? Eso debiera estar inscrito en las banderas de la izquierda. Con socialismo y sin socialismo. Aquellos que piensen que el socialismo es una posibilidad y quieren luchar por el socialismo, pero aun aquellos que no conciban el socialismo, aun como países capitalistas, ningún porvenir tendríamos sin la unidad y sin la integración”.[4]

Los esfuerzos colosales realizados por Fidel en favor de la unidad y la integración de la región comenzaron a rendir sus frutos con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de Venezuela en 1998, momento que inició un verdadero cambio de época en América Latina. En 2004 Chávez y Fidel crearían la hoy conocida como Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América —Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP)—, y al año siguiente, en Mar del Plata, el imperialismo estadounidense sufría ya una gran derrota, al ser enterrado el Acuerdo de Libre Comercio para las Américas (ALCA), iniciativa que venía impulsando el gobierno de los Estados Unidos. En 2011 nacería en Caracas la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), y con ello, el sueño más preciado de Fidel y, por tradición, de Martí, Bolívar y otros próceres de nuestra América.

Sin duda, una de las primeras victorias políticas de esa unión sería el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, anunciado el 17 de diciembre de 2014 por los presidentes de ambos países. Cuba sola, sin el fuerte apoyo regional que recibió, no habría llegado a ese resultado.

“Una de las primeras victorias políticas de esa unión sería el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos”.

Es cierto que el equilibro al que aspiraba Martí en las Antillas y en el mundo se frustró a partir de 1898 con la intervención de Estados Unidos en Cuba.

Pero por paradojas de la historia, la Revolución Cubana triunfante de 1959, de profunda raíz martiana, liderada por Fidel y el Movimiento 26 de Julio, abrió nuevamente una puerta para avanzar hacia la segunda y definitiva independencia de América Latina y el Caribe y a la construcción de un nuevo equilibrio internacional. Es decir, en el mismo punto geográfico donde comenzó el imperialismo estadounidense a construir su hegemonía, nacería en 1959 la herejía más inmediata y notoria a su dominio.

En pleno siglo XXI la independencia de Cuba y su desempeño en el escenario internacional continúan siendo un factor de equilibrio. Durante más de 60 años la Isla insumisa ha sido un valladar significativo ante el Norte revuelto y brutal que no ceja en su empeño por seguir cayendo “con esa fuerza más sobre nuestras tierras de América” y del resto del mundo. De ahí que siga teniendo tanta vigencia como ayer la idea martiana de que “quien se levanta hoy con Cuba se levanta para todos los tiempos”.

“En pleno siglo XXI la independencia de Cuba y su desempeño en el escenario internacional continúan siendo un factor de equilibrio”.

Para lograr la solidez de ese equilibrio es hoy más imperioso que nunca relanzar los procesos de unidad e integración de América Latina y el Caribe e impulsar el nacimiento de un nuevo mundo, multipolar y multicéntrico y, con él, una nueva civilización que coloque de una vez y por todas al ser humano y a la justicia social en el centro de su atención.

Cuando el mundo y la sobrevivencia de la especie humana se encuentran amenazados por la guerra, el cambio climático, el peligro del uso de las armas nucleares, el hambre, la miseria, las desigualdades, la discriminación y otros males globales, el pensamiento humanista, anticolonialista y antiimperialista de José Martí y Fidel Castro siguen siendo fuentes inagotables para encarar los desafíos actuales y futuros en la búsqueda de nuevos paradigmas civilizatorios.

Como señalara Fidel en la sede de las Naciones Unidas en el año 1995:

Queremos un mundo sin hegemonismos, sin armas nucleares, sin intervencionismos, sin racismo, sin odios nacionales ni religiosos, sin ultrajes a la soberanía de ningún país, con respeto a la independencia y a la libre determinación de los pueblos, sin modelos universales que no consideran para nada las tradiciones y la cultura de todos los componentes de la humanidad, sin crueles bloqueos que matan a hombres, mujeres y niños, jóvenes y ancianos, como bombas atómicas silenciosas.

Queremos un mundo de paz, justicia y dignidad, en el que todos, sin excepción alguna, tengan derecho al bienestar y a la vida.


Notas:

[1] José Martí: “La protesta de Thomasville”, en Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, t. 2, p. 347.

[2] Fidel Castro: “Proclama de un adversario al gobierno de Estados Unidos”, 14 de mayo de 2004, en el sitio web Fidel, Soldado de las Ideas. Disponible en: http://www.fidelcastro.cu/es/discursos/proclama-de-un-adversario-al-gobierno-de-estados-unidos.

[3] Citado por Ramón de Armas: “Unidad o muerte: en las raíces del antiimperialismo y el latinoamericanismo martianos”, en La Historia de Cuba pensada por Ramón de Armas. Selección y compilación de Pedro Pablo Rodríguez. Instituto de Investigación Cultural Juan Marinello y Ruth Casa Editorial, La Habana, 2012, p. 82.

[4] Fidel Castro: Discurso pronunciado en la clausura del IV Encuentro del Foro de Sâo Paulo, efectuada en el Palacio de Convenciones, el 24 de julio de 1993.

1