En febrero de 1871 José Martí llega a España en su primer destierro. Su arribo coincide con el primer intento de toma del poder por la clase obrera y, no obstante esta casualidad histórica[1], la Comuna de París[2] es uno de los temas ausentes en los textos martianos entre 1871 y 1874, lo cual ha sido objeto de múltiples interpretaciones que transitan desde la omisión más absoluta, incluso en algunos trabajos biográficos, hasta una incorrecta y extemporánea manipulación de las palabras del Maestro a partir de la subjetividad del autor. Pero cualquier evaluación de los juicios martianos acerca de tan relevante acontecimiento tiene que hacerse a la luz de su preocupación central por la independencia de su patria y de las formas específicas que, según él, debían colegirse del estudio de la situación colonial de Cuba.

“cualquier evaluación de los juicios martianos acerca de tan relevante acontecimiento tiene que hacerse a la luz de su preocupación central por la independencia de su patria y de las formas específicas que, según él, debían colegirse del estudio de la situación colonial de Cuba”. Obra: José Miguel Pérez El Maestro, 1999. Acrílico sobre tela /Tomada del Portal José Martí

No puede perderse de vista que la formación del joven Martí es resultado de un proceso en el cual desempeña un papel relevante la tradición patriótica y pedagógica de la primera mitad del siglo XIX. La defensa y fomento del pensamiento autóctono e independiente que en Martí es una constante, tendrá importantes antecedentes en Varela y Luz, quienes aportaron los instrumentos teóricos que dieron cauce a la emancipación política, e hicieron posible que la producción filosófica cubana lograra considerable prestigio en otras partes del mundo, fundamentalmente entre los países latinoamericanos.

De este modo, el Martí que vive en España entre 1871 y 1874 estaba centrado en conseguir la independencia para, una vez alcanzada, dotar a Cuba de un determinado sistema político a partir de las condiciones específicas en que se desenvolvía su patria, y aun cuando se dispuso a aprender la lección del liberalismo español, como se evidencia en su alegato “La República española ante la Revolución Cubana” (1873), demuestra el grado de penetración política a que era capaz de llegar desde la arrancada de sus afanes patrióticos. La especificidad de la realidad cubana ante el modelo de república entonces paradigmático de los Estados Unidos, le hace expresar, precisamente en unos apuntes escritos durante su primera deportación, que la vía de solución a los problemas cubanos no puede ser la copia de ese modelo, porque aun cuando le ha proporcionado a la nación norteña un alto grado de prosperidad, también “lo han elevado al más alto grado de corrupción”[3], lo cual le hace afirmar a sus 18 años que la república estadounidense no puede ser por ningún concepto la nuestra.[4]

No deja de ser interesante comprobar que en 1872 Rafael María de Mendive manifestó muestras de rechazo a la situación social que atravesaba la población indigente de los Estados Unidos en un poema titulado “Un socialista hambriento”[5], que años después fue publicado, con algunas modificaciones de poca consideración, en Santiago de Cuba y Guantánamo bajo el nuevo título de “Un comunista hambriento”[6], lo que no solo alude al suceso de la Comuna de París, sino también hace una auténtica revelación acerca de la ciudad de Nueva York como espacio de corrupción que tendrá en su ilustre alumno continuidad y apreciación crítica en un texto presumiblemente escrito a los 18 años. Llama la atención el similar acento, en Mendive: ¡Maldita tu opulencia fementida […]!, que en las expresiones de Martí: ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa![7]El mismo reconocimiento de la espléndida existencia o del progreso alcanzado, a costa de posponer a la utilidad el sentimiento[8], según Martí, y “Un mercado de carnes sin ideas”, según Mendive.

Fue precisamente su maestro, Rafael María de Mendive, quien le dio a conocer la obra de Víctor Hugo, ya que fue uno de los traductores del autor galo. Martí, evidentemente, leyó la segunda edición del poemario Les Châtiments (Los castigos), que son algunos de los poemas sociales de Hugo escritos en el destierro, a los que Martí, por supuesto, accedió en francés. Esa lectura de Hugo lo preparó para entender Nueva York, porque en los poemas de Les Châtiments Hugo aborda problemas de la cultura de los pobres, las ínfimas condiciones en que se desenvolvía la vida de los obreros. Cuando se lee un poema de Versos libres como Bien: yo respeto…, en el que Martí aborda la situación de los obreros y de los pobres en Nueva York, estamos asistiendo a una apropiación de esa cultura de los pobres que ya Hugo había cantado en Les Châtiments, y del motivo del destierro, las cosas que preocupan a un desterrado, y también de la imagen de la ciudad. De este modo el poema de Rafael María de Mendive “Un comunista hambriento” no solo alude al trascendental hecho histórico, sino también es una auténtica revelación acerca de la ciudad de Nueva York en la década del 70 del siglo XIX.

Víctor Hugo y la Revolución cubana

En diversas ocasiones el gran poeta francés manifestó sus simpatías hacia la lucha que libraban los cubanos en los campos insurrectos y en la emigración revolucionaria, donde hombres y mujeres identificados con la causa independentista buscaban, entre las grandes personalidades de la intelectualidad americana y europea, el reconocimiento de su beligerancia y el apoyo solidario a su batalla por la libertad. Su fama, acrecentada con el renombre de proscrito que, de algún modo, había consolidado al poeta, le permitió ejercer sobre los círculos intelectuales del mundo una marcada influencia, para nada restringida al quehacer literario.

En la navidad de 1869, en su residencia de desterrado cuando, según su costumbre, ofrecía una fiesta para los niños pobres del vecindario, Víctor Hugo alzó su voz para identificarse con la lucha que libraban los cubanos contra la metrópoli española, y a principios de 1870, había enviado dos mensajes magníficos: uno dirigido a las mujeres cubanas de quienes recibió desde Nueva York un memorial enviado por la insigne patriota cubana Emilia Casanova, secretaria de la Liga de las Hijas de Cuba, con el propósito de dar a conocer la causa de su patria y solicitar la ayuda y simpatía para Cuba al patriarca de las letras francesas; el otro, enviado al Ejército Libertador, en apoyo a la lucha por la libertad de Cuba. Y, por último, hallándose en París, allá por 1874, el agente especial de la Cuba rebelde, don Antonio Zambrana, quien había sido secretario de la Asamblea de Guáimaro y uno de los redactores de la Constitución que de allí surgió, además de miembro de la Cámara de Representantes de la República en Armas, busca ―y encuentra una vez más― el aliento y la simpatía profunda del escritor francés.

Cualquier evaluación de los juicios martianos acerca de tan relevante acontecimiento (la comuna) tiene que hacerse a la luz de su preocupación central por la independencia de su patria y de las formas específicas que, según él, debían colegirse del estudio de la situación colonial de Cuba.

De esta manera, en aquellos años difíciles en que los revolucionarios cubanos lucharon prácticamente solos, ante la mirada indiferente y codiciosa de la nación norteamericana, frente al gobierno de una metrópoli que contaba con enormes recursos en armamento y hombres, el autor de La leyenda de los siglos se solidarizó públicamente con la pequeña Isla de las Antillas y proclamó, sin reparos ni tibiezas, su adhesión y respeto por los ideales independentistas de los cubanos. No podía proceder de otro modo quien, partidario de una democracia liberal y humanitaria, por su capacidad de sentirse al lado de los humildes, de los perseguidos, recibe en su casa, a los 69 años de edad, a los exiliados de la Comuna de París, aquellos que levantaron en Francia la bandera de la independencia nacional frente a los invasores prusianos, la misma bandera que desplegaron los revolucionarios cubanos frente a los opresores españoles.

En una de las composiciones poéticas de El año terrible, libro consagrado a los acontecimientos de 1871, Hugo alude a nuestra Isla. Al describir los problemas que afectaban al mundo en los momentos en que había estallado la guerra franco-prusiana, escribe la siguiente frase: “De España cae en Cuba granizada de balas”. Una vez más haría mención a Cuba y a su lucha emancipadora, de forma espontánea, sin que hubiera de por medio un reclamo o una solicitud, lo cual dice mucho de su magnífico reconocimiento a la nacionalidad cubana y de su apoyo a los heroicos combatientes del Ejército Libertador.

Quizás por estas y otras razones, Víctor Hugo ha sido un autor predilecto en nuestra patria. En el siglo XIX, hombres y mujeres de las letras cubanas como Cirilo Villaverde, José de la Luz y Caballero, José Fornaris, Gertrudis Gómez de Avellaneda, Rafael María de Mendive, José de Armas, Aurelia Castillo, Enrique José Varona, Manuel Sanguily y José Martí, se sintieron atraídos por su obra, lo cual ha quedado plasmado no solo en las traducciones de sus libros, sino también en poemas, ensayos y artículos de diverso carácter. No obstante, es necesario resaltar que Víctor Hugo no fue solo lectura de intelectuales, sino también de los tabaqueros cubanos que, en los talleres de la emigración, contaban entre sus lecturas favoritas a Los miserables, por lo cual hijos e hijas de obreros se nombraban como algunos personajes de la famosa novela. Si tomamos en consideración que también en el siglo XX algunos autores, como Miguel de Carrión y Alejo Carpentier, lo recordaron en sus obras, se puede afirmar que Víctor Hugo ha sido una presencia indeleble en la cultura cubana.

Un probable encuentro       

En el frío invierno de 1874, Martí arriba a París por primera vez. Había sido un viaje muy ansiado por él porque hubo un momento en su adolescencia en que soñaba viajar a esa ciudad para estar cerca de su mentor y padre espiritual, Rafael María de Mendive, pero, muy lejos de cómo lo imaginó, llegaba desterrado y clandestino. En Francia permanece muy poco tiempo, porque su verdadero destino era México, donde se había radicado su familia, en situación económica muy precaria. Pero ese tiempo fue suficiente para conocer al poeta Auguste Vacquerie, secretario y hombre de confianza de Víctor Hugo, de quien traduce un hermoso poema, y a quien debió seguramente el presumible encuentro con el autor de Bug Jargal.

“Dónde y cuándo pudo haber sucedido el encuentro de aquellos dos grandes, no se sabe, pero es un hecho cierto que todo cubano que llegaba a París iba a ver al autor de El noventa y tres, para agradecerle su solidaridad con la causa de la independencia de Cuba, y Martí no podía ser la excepción”. Foto: Tomada de TeleSUR

En 1874 Víctor Hugo contaba con 72 años de edad, y recibía a sus amigos y visitantes en el Salón Rojo de su casa de la calle Clichy. El escritor más admirado y universal de Francia asombraba al mundo por su extraordinaria capacidad de trabajo, y su nombre crecía con su perenne vigilia ante los reclamos de la humanidad. Dónde y cuándo pudo haber sucedido el encuentro de aquellos dos grandes, no se sabe, pero es un hecho cierto que todo cubano que llegaba a París iba a ver al autor de El noventa y tres, para agradecerle su solidaridad con la causa de la independencia de Cuba, y Martí no podía ser la excepción. En una crónica ―“Variedades de París”―, publicada en la Revista Universal de México el 9 de marzo de 1875, escribe, refiriéndose a este episodio de su vida: “Yo he visto aquella cabeza, yo he tocado aquella mano, yo he vivido a su lado esa plétora de vida en que el corazón parece que se ancha, y de los ojos salen lágrimas dulcísimas, y las palabras son balbucientes y necias, y al fin se vive unos instantes lejos de las opresiones del vivir. El universo es la analogía. Así Víctor Hugo es una montaña coronada de nieves, de la que a montones se escapan rayos que recibe del mismo Padre Sol”.[9]

Con toda probabilidad en aquellos días llegó a sus manos la primera edición de Mes fils (Mis hijos), un relato autobiográfico de Víctor Hugo, publicado ese año en París. En la traducción que hace en 1875 de este texto, en México, aparece su primera referencia, aunque no directa, a la Comuna de París. Hugo había intervenido en los sucesos de la Comuna, y en el relato ―que no está entre sus obras de primer orden― se narra en tercera persona los hechos que el escritor francés acertó a vivir entre 1870 y 1873; a saber, los sucesos políticos de la Comuna, la guerra contra la invasión de Prusia, el exilio obligado y la muerte de los dos hijos en un brevísimo lapso de tiempo. Sin embargo, Hugo no persigue con esta obra trasmitir con rigurosidad histórica los hechos que acaba de vivir, sino que pretende describir la biografía moral de su familia.

En su escrito, Hugo ofrece una versión vaga y muy abstracta de la Comuna, y lo que es peor, iguala de cierta manera la guerra civil con la invasión extranjera y coloca más o menos sobre el mismo eje al gobierno de Versalles y a la Comuna. Se lamenta por el exceso de violencia de unos y otros, y no comprende el sentido histórico real de los hechos. Sin embargo, no es desleal con sus amigos comuneros y durante años asume la obstinada defensa de los prisioneros, abogando nacional e internacionalmente por la amnistía, lo cual le atrae las más acerbas críticas y burlas de la burguesía. En ocasión de su muerte, acaecida en 1885, el poeta Vacquerie declara que, en el exilio, Hugo había marchado siempre tras la bandera roja cuantas veces se enterraba a una de las víctimas del golpe de Estado y la prensa radical reclamaba el derecho a la calle para el estandarte de la Comuna, recordando que en 1871 el proscrito por el Imperio había abierto su casa de Bruselas a los vencidos de París.[10]

Dónde y cuándo pudo haber sucedido el encuentro de aquellos dos grandes, no se sabe, pero es un hecho cierto que todo cubano que llegaba a París iba a ver al autor de El noventa y tres, para agradecerle su solidaridad con la causa de la independencia de Cuba, y Martí no podía ser la excepción.

Este ejercicio invariable del poeta francés a favor de los vencidos y las víctimas; ese credo de la indulgencia y la reivindicación es vehementemente celebrado por quien ha de elaborar un humanismo americano a partir de nuestra cultura y de nuestra historia, lo que no impide una aguda capacidad crítica frente al patriarca de las letras francesas, que ejerce su ministerio desde París. En una crónica escrita para La Opinión Nacional de Venezuela[11]en septiembre de 1881, titulada “Hartman, su extradición, su carácter”, Martí describe el caso de un ruso nihilista que ha realizado un atentado contra el zar en el que han muerto inocentes: Rusia lo reclama, Estados Unidos no autoriza la extradición por considerarlo un criminal político; y desde París, Hugo ha reclamado que no lo entreguen. Acerca de este nihilista Martí plantea con crudeza: “Su fe política no exculpa su crimen frío e innoble: vale más continuar en indeterminada esclavitud, que deber la libertad a un crimen”.[12] Y al concluir la crónica, como ratificando su desacuerdo con un humanismo abstracto que no tiene razón de existir en esa circunstancia, lanza una implacable condena: “hay un vacío, un irreparable vacío entre este hombre y los hombres”.[13] Sin embargo, sea cual fuere el grado de disentimiento que pueda establecerse, la admiración de José Martí por la obra del célebre romántico francés jamás varió, ni ninguna otra personalidad alcanzó tanto elogio. Nunca se alteró la hermosura de la imagen de Hugo en la mente del cubano, como que venía de las más preciosas impresiones de la juventud.[14]


Notas:
[1] No obstante esta coincidencia histórica, no se han encontrado textos del joven revolucionario cubano dedicados al análisis y valoración de los trascendentes sucesos de la Comuna, aun cuando existen versiones ―no comprobadas― de que en aquellos años sostenía intercambios con grupos obreros de ideas avanzadas y visitaba el diario La Solidaridad. Ver: José Cantón Navarro. “Con los pobres de la tierra”. En: Anuario del CEM, La Habana, no. 11, 1988, p. 35.
[2] La Comuna de París fue el movimiento insurreccional que, del 18 de marzo al 28 de mayo de 1871, tomó temporalmente el poder en la ciudad de París. Gobernó durante 60 días, promulgando una serie de decretos revolucionarios, y fue aplastada durante la llamada “semana sangrienta” del 21 al 28 de mayo de 1871, aunque algunos historiadores afirman que las ejecuciones duraron dos semanas, con un balance final de alrededor de 20 000 muertos, una cantidad indeterminada de heridos, miles de personas deportadas, centenares de presos y el sometimiento de París a la ley marcial durante cinco años.
[3] José Martí, Obras Completas, Ob. Cit., tomo 21, pp. 15-16
[4] Los apuntes a los que se hace referencia dicen textualmente: “Los norteamericanos posponen a la utilidad el sentimiento. ―Nosotros posponemos al sentimiento la utilidad.
”Y si hay esta diferencia de organización, de vida, de ser, si ellos vendían mientras nosotros llorábamos, si nosotros reemplazamos su cabeza fría y calculadora por nuestra cabeza imaginativa, y su corazón de algodón y de buques por un corazón tan especial, tan sensible, tan nuevo que sólo puede llamarse corazón cubano, ¿Cómo queréis que nosotros nos legislemos por las leyes con que ellos se legislan?
”Imitemos, ¡No! ―Copiemos. ¡No!― Es bueno, nos dicen. Es americano, decimos.―Creemos, porque tenemos necesidad de creer. Nuestra vida no se asemeja a la suya, ni debe en muchos puntos asemejarse. La sensibilidad entre nosotros es muy vehemente. La inteligencia es menos positiva, las costumbres son más puras, ¿cómo con leyes iguales vamos a regir dos pueblos diferentes?
”Las leyes americanas han dado al Norte alto grado de prosperidad, y lo han elevado también al más alto grado de corrupción. Lo han metalificado para hacerlo próspero. ¡Maldita sea la prosperidad a tanta costa!”.
José Martí: “Cuadernos de Apuntes”. En: Obras Completas, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, tomo 21, pp. 15-16
[5] Museo de las familias (Nueva York), v. I, no. 5, 15 de diciembre de 1872, p. 74. Tomado de: Enrique López Mesa. La comunidad cubana de New York, siglo XIX. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2002, p.120.
[6] El poema “Un comunista hambriento” sería publicado en el periódico El Eco de Cuba, de Santiago de Cuba, el 18 de diciembre de 1883 y reproducido en el semanario La Pluma de Guantánamo el 22 de diciembre de 1884, aún en vida de su autor. Ver: José Sánchez Guerra y Margarita Canceco Aparicio. El Eco de las Voces. La prensa en Guantánamo de 1871 a 1902. Editorial El Mar y la Montaña, Guantánamo, 2006, pp. 31-32.
[7] José Martí. Obras Completas. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1991, tomo 21, p. 16
[8] Ob. Cit., p. 15
[9] José Martí. Obras Completas. Edición Crítica. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2003, tomo 3, pp. 22-23
[10] Pablo Lafargue. Textos escogidos, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1976, p. 488.
[11] En su afán por estudiar y entender su época, Martí dedicó más de 200 páginas de su extensa obra a la Francia de los años 80 del siglo XIX. La mayoría son artículos publicados en periódicos de Nueva York o crónicas que salieron en La Opinión Nacional, de Caracas.
[12] José Martí. Obras Completas, Ob. Cit., tomo 9, p. 28
[13] Ibidem
[14] José Martí frecuenta, desde la infancia, el aula y la biblioteca de su maestro Rafael María de Mendive, legítimo heredero del discurso cultural cubano en la primera mitad del siglo XIX, durante la cual se lleva a cabo el análisis, la discusión y asimilación de la literatura europea de la época. Más tarde, las universidades de Madrid y de Zaragoza, así como el ambiente literario y publicístico de España y su fugaz, pero bien aprovechado, tránsito por Francia, completan, en los años 70 del siglo XIX, sus conocimientos acerca del nivel de la cultura de su tiempo, los modelos franceses del romanticismo, entre los cuales descuella Víctor Hugo, ya que por la grandeza de su genio poético y por la afinidad con sus ideales democráticos, continuará constituyendo uno de los mayores paradigmas de creador para los hispanoamericanos, empeñados en la construcción de sus repúblicas, y de manera especial para los cubanos, imbuidos del ideal de libertad y en plena guerra por la independencia de Cuba de la metrópoli española.