Muchas de las reflexiones que van conformando la autoimagen de Martí en Cuadernos de apuntes fueron abordadas por quien esto escribe en un libro anterior[1]  como razonamientos donde dejaba entrever, en medio de las intelectivas irrupciones de su ego, los principios de su poética y los caracteres que acercan su estilo escritural a determinada época y movimientos literarios.

Ahora pretendo acercarme a algunas de ellas, tanto en Cuadernos de apuntes como en Apuntes en hojas sueltas, para analizar la manera en que muchas de estas elucubraciones personales se convierten en metáforas de su vida o revelan nítida y sintéticamente la naturaleza de su destino, quizá porque en los textos autobiográficos hay una necesidad de fuga —dice de Man— respecto de la tropología del sujeto y simétrica necesidad de retomar e inscribir, inevitablemente, la huella de un sujeto unitario en un modelo lapidario de conocimiento especular.[2]

“Yo tengo la fortaleza de la desventura; pero no tengo el arte de la felicidad”.   

Recuérdese que tal vez lo único que separe a los Cuadernos de apuntes de los Apuntes en hojas sueltas sea su organización a la hora de publicarse o su diferente sentido de la fragmentación que, por supuesto, también habita en los Cuadernos, pues el nivel de densidad en las reflexiones es afín en uno y otro documento.

Tempranamente en uno de sus cuadernos, llenos de anotaciones escolares, reconocerá al dolor como elemento natural de su vida, del cual siempre hallará forma fructífera de sobreponerse: “Yo tengo la fortaleza de la desventura; pero no tengo el arte de la felicidad”. [3] Abundan en estas notas reflexiones donde en elaboradas imágenes reconoce su temperamento nervioso y la propensión hacia la angustia y el desasosiego.[4] 

Vislumbrar se vuelve un hecho cotidiano en sus apuntes, acompañado de una probada agudeza intelectual y literaria, más interesada en la originalidad que en tener muchos lectores, lo que se aprecia en esta curiosa afirmación personal: “¡Qué ventura que no me entiendan! Y ¡qué dolor, si me entendiesen!”   

La comprensión de la naturaleza de su ser está inevitablemente unida a una existencia de apostolado, a una vida para el sacrificio: “Los dolores —como ángeles benévolos— descorren los velos de mi vida”[5]. Las ideas sobre sí, por tanto, poseen un profundo grado de intelección y un sentido de sorpresa, de salto súbito de la mente que agita inesperadamente al yo. “El auténtico estado de sufrimiento, del que podemos imaginar fue presa Martí en momentos de su acontecer vital […] implica un nivel de autorreflexión que puede llegar a generar un acercamiento a la verdad, al profundo misterio del ser”.[6]

El nivel de penetración de las reflexiones se iguala en las citas que escoge de autores ajenos, pero que reproducen un hecho o realidad que se vincula o se vinculará a su vida: “‘Una imaginación viva y un corazón sensible prometen una vida borrascosa a quienes están dotados de semejantes prendas’ — Carlota Corday, en su carta a Barbaroux”.[7]

Vislumbrar se vuelve un hecho cotidiano en sus apuntes, acompañado de una probada agudeza intelectual y literaria, más interesada en la originalidad que en tener muchos lectores, lo que se aprecia en esta curiosa afirmación personal: “¡Qué ventura que no me entiendan! Y ¡qué dolor, si me entendiesen!”[8] 

El genio que hay en él discierne dentro de esos complejos procesos que se establecen en la recepción de la obra literaria, y se afilia a su porción más ardua —pese a la aparente paradoja—, la que pueda conformar una profunda voluntad de estilo.

Al volver sobre esta afirmación descubro que viene a ser como el remate o el punto de giro de una mente, luego de tres fragmentos que cita, relacionados con las cualidades del estilo y el proceso de comprensión por parte del lector:[9]

La Harpe[10] atribuye a la rapidez y concisión de Tácito la dificultad que tienen muchos en seguirle y comprenderle “porque no todos los lectores lo sienten, de la misma manera que no todos los perros rastrean la caza”. Y Burnouf[11] decía: “Hasta esta misma condición, censurada por algunos, que, avara de palabras, encierra en sus cortes bruscos y en sus inesperados contrastes más ideas que vocablos, no es por lo común más que una feliz audacia de su ingenio, que concibe su pensamiento con energía y lo expresa a grandes rasgos”.

Es menos numeroso que Cicerón, y más rítmico.

Si los pensamientos de T. pecan alguna vez de oscuros, ni es porque sea poco feliz en concebirlos, ni desmañado o torpe en expresarlos, sino porque están fuera de todo alcance de la comprensión del que los lee. Como tiene sus horizontes la vista del cuerpo, los tiene el entendimiento, que es cual la vista del alma. Con menos luz que las nebulosas, se nos muestra no obstante la luna más clara y reluciente que aquellas, por la sola razón de que la ven mejor nuestros ojos. Los grandes escritores son como las águilas: cuando remontan su vuelo, únicamente alcanzan a divisarlas los de vista penetrante —Rubió y Ors.[12] 

Autoimagen, proceso de aprendizaje y paulatina formación de un estilo se van conformando en leves pero intensos trazos que luego de meditada intelección muestran sus poderosos tejidos, sus poderosos entrecruzamientos. La imagen del águila, que a Rubió y Ors le parece la más idónea para describir el ansia de originalidad en los escritores, es escogida también por Martí para muchos de sus más penetrantes tropos en poesía, piénsese en Versos libres, y en algunas aproximaciones metafóricas de su pensamiento.[13] No es casual entonces que en el Cuaderno de apuntes 22 se auto describa como tal ave: “Un g. (gusano)[14] —¡Eso no! Yo no veo el águila, pero yo la tengo en mi— Yo siento que puedo ser un águila”.[15] Se siente magno y poderoso, capaz de elevarse sobre el resto, contemplarlos, y preponderar o dominar sobre ellos, si se diera lugar. Retomar, recrear, reconsiderar y volver a concebir se convierten en los mecanismos que pone en juego la mente del escritor, hecho que es natural y recurrente desde los orígenes de la literatura.

“Retomar, recrear, reconsiderar y volver a concebir se convierten en los mecanismos que pone en juego la mente del escritor, hecho que es natural y recurrente desde los orígenes de la literatura”.

El asunto de la autoimagen en los apuntes mezcla el poder intuitivo e irracional de los sueños y el pensamiento poético, la rotunda capacidad de metaforizar y la condición veedora de su intelecto: “Sueño: Soñé que me querían echar una gran carga encima y corcoveaba. —Descripción homérica —Carga brutal y resistencia viril—”.[16]  

En este sueño premonitorio está recreada, sobre la base de unas pocas, pero conmovedoras imágenes, la naturaleza de su existencia. No faltan tampoco en estos Apuntes en hojas sueltas reflexiones personales conformadas con imágenes de su universo poético que pueden recordar lo mismo a Ismaelillo que a Versos libres: “Ya yo no soy aquel pastor sereno que guiaba sus pensamientos como ovejas por riscos y vallados, sino pobre árabe loco que monta en un corcel arrebatado por viento de tempestad en el desierto ardiente”.[17] 

“La fijación de los fundamentos o caracteres de su personalidad también son iluminados a través de procedimientos metafóricos y lances sentenciosos, rodeados de vaticinios”.

La fijación de los fundamentos o caracteres de su personalidad también son iluminados a través de procedimientos metafóricos y lances sentenciosos, rodeados de vaticinios. Reparemos si no, en el siguiente, donde analógicamente une esencias y maneras de representarlas: “I wear an iron ring, and I have to do iron deeds”;[18] o este otro donde, antes de intuir que su vida será corta, junto con el reconocimiento del sufrimiento como un filtro por donde pasa inevitablemente el conocimiento y el placer, se mezclan la pasión del amor, la vida del escritor como sacerdocio o senda de irradiaciones éticas, su estoicismo y el carácter fortificante del dolor:

No te ofendas, mi compañera, estos versos, estas fantasías, estos amores. —¡Al fin de todo, a mi compañera! El alcatraz baña en agua su seno y sube. El esquife se hunde en la ola, y sube. El peregrino sale de su aldea, y vuelve a su aldea. Yo de todo viaje, vuelvo a ti. —Y bien; yo haré lo mismo. —Mas tú no lo harás!

¡Tengo miedo de morir antes de haber sufrido bastante![19] 

Esta última afirmación de efectiva construcción y efecto electrizante, conmovedor, se repite o se recoge igualmente en el Cuaderno de apuntes 6 como premonición solitaria, esta vez no integrada a ninguna progresión reflexiva y acompañada de signos de admiración.[20] En el fragmento aquí citado, a pesar de que Martí reconoce un signo cambiante en la naturaleza de la existencia, descubre algo permanente, imborrable y trascendente en él: el sentimiento, el amor. Por eso llega a afirmar en estos Apuntes en hojas sueltas: “Soy un místico más… He padecido/ Con amor”.[21] Los principios o ejes caracterizadores de su personalidad vuelven a aflorar en la siguiente elucubración, cuya base, como la anotación anterior, es el golpe analógico:

Nap. (Napoleón)[22] nació s/ una alfombra donde estaba la guerra de Europa.

Yo debí nacer s/ una pila de libros.
Si yo tuviera ocasión, haría lo mismo.
(Revolución)[23]  

Ellos son: ser un hombre de letras, un héroe, un redentor. Si todos los fragmentos hasta ahora citados nos trasmiten un estado volitivo y el predominio de imágenes y reflexiones de corte premonitorio, no faltan, sin embargo, curiosos apuntes donde los elementos de su autoimagen se conforman a partir de su experiencia vital:

Ya he andado bastante por la vida, y probado sus varios manjares. Pues el placer más grande, el único placer absolutamente puro que hasta hoy he gozado fue el de aquella tarde en que desde mi cuarto medio desnudo vi a la ciudad postrada, y entreví lo futuro pensando en Emerson.

Vida de astros. Por lo menos, claridad de astro. A esa impresión se asemejan las que el goce de la amistad me ha producido en grado siempre superior a los que el amor me ha dado, y la emoción en que ha solido dejarme en suspenso la voz de algún cantante o la contemplación de un cuadro. Y acariciar cabecitas de niño. Y este es el jugo de toda mi vida, después de treinta años.[24]  

Parlamento donde evidencia su inclinación natural hacia la meditación, su singular aprecio por el sentimiento de la amistad y por la emoción, sobre todo cuando ella proviene de la contemplación de la belleza, en la que juegan un papel determinante las obras artísticas. No en balde había escrito:

A Harpagón, Prometeo […] copia concreta de nobles sentimientos reales, que no son en suma más que el vulgar cumplimiento de un natural deber, prefiero el hombre de enlutado arreo, que se vuelve al cielo en demanda de su existencia y sus secretos —al Don Diego ingenuo, que se arrepiente de un crimen que no debió cometer, prefiero a Hamlet.[25]   

Repárese una vez más en su actitud batalladora ante la existencia, su misión sacrificial y la naturaleza contemplativa y soñadora de su espíritu. No es entonces difícil discernir que aquel hombre, aquel escritor, entre cuyas cualidades predomina el pensamiento de corte apotegmático o sentencioso, el creador profundamente preocupado por dar a conocer entre los hombres los fundamentos que debían regir toda existencia que aspirara a ser fructífera y trascendente, lo intentó y conformó con gran eficacia literaria sobre la naturaleza de su personalidad y de su destino, donde la metáfora fue el vehículo fiel y en concordancia con su condición de poeta.

“Tengo miedo de morir antes de haber sufrido bastante”.

La conformación de la autoimagen del escritor —donde hemos podido comprobar, como afirma Manuel Pedro González, el fundamento de su sentido simbólico y su tendencia mística, entendida como creencia fundada en el sentimiento y la intuición, y no sólo en la razón—[26] curiosamente encuentra un punto de eclosión y de cumbre en el epitafio que el mismo Martí se dedica, donde destaca por encima de todas las cosas el ingenio, la sinceridad y la armonía de su personalidad, curiosamente virtudes también de sus obras, y principios de poética en el creador:

No quiero para mi más epitafio que este: —En este antro hueco vibró una lengua suelta, armoniosa y lista. ¡Ah! Si desdeñó la miel de la falsedad, si cuando no pudo alabar calló, si defendió la concordia noble, entonces, esa lengua silenciosa hablará por sí cuando el tiempo descorra el velo de la eternidad.[27] 

Martí, por encima de todo, y con un lenguaje vibrante y flexible jerarquiza, pienso yo, sus cualidades indiscutibles como escritor, lejos de la falsa modestia que pudiera imponerle un texto público. Asistimos entonces al dilatado proceso de formación no sólo de su autoimagen, sino también de su personalidad como escritor, al trazo, al tejido de los rasgos que al yo le interesa ensanchar, hacer visibles, sostener, y que a lo largo del tiempo, y gracias a su disciplina, se convertirán en inusuales fundamentos de proyección de una de las poéticas más trascendentes dentro del modernismo hispanoamericano y de la literatura en lengua española. En dicho proceso todo se ha unido, o para ser más exactos, todo es igual a sí mismo, cada parte representa al todo. Si Lichtenberg a veces vio su vida entera en una hora, toda la vida de Martí fue una hora de ansia.


Notas:

[1] Me refiero al libro Los Cuadernos de Apuntes de José Martí o la legitimación de la escritura. Ediciones Unión, La Habana, 2010.

[2] Nora Catelli. El espacio autobiográfico. Editorial Lumen, Barcelona, 1991, p. 16.

[3] José Martí. Obras Completas, t. 21, Cuaderno de apuntes 2, p. 75.

[4] Ob. Cit., Cuaderno de apuntes 5, p. 159.

[5] Ob. Cit, Cuaderno de apuntes 4, p. 135.

[6] Maybel Mesa. “El sentido del dolor para Martí y su relación con la escritura desde los Cuadernos de apuntes” en Anuario del Centro de Estudios Martianos, 28, en Anuario del Centro de Estudios Martianos, Colección Digital, La Habana, 2007, p. 71.

[7] José Martí. Obras Completas, t 21, Cuaderno de apuntes 7, p. 219.

[8] Ob. Cit, Cuaderno de apuntes 9, p. 256.

[9] Por eso comento esta cita en mi libro Los cuadernos de apuntes de José Martí o la legitimación de la escritura en el acápite dedicado al estudio del proceso de autoenseñanza.

[10] Delharpe o Delaharpe (Jean – Francois) Poeta dramático francés, llamado Laharpe o La Harpe (1739 – 1803). De ideas filosóficas avanzadas. Es autor de diversas tragedias, entre ellas: Warwick (1763), Timoleón (1764), Gustavo Wasa (1766), Filoctetes (1783) y Coriolano (1784).

[11] Eugéne Burnouf (1890 -1899) Orientalista francés, autor de una excelente traducción de Tácito.

[12] Ob. Cit., Cuaderno de apuntes 9, p. 256. Martí se refiere a Joaquín Rubió y Ors (1819-1899) Catedrático, historiador y poeta español.

[13] De pie, cada mañana,
Junto a mi áspero lecho está el verdugo.
Brilla el sol, nace el mundo, el aire ahuyenta
Del cráneo la malicia,
Y mi águila infeliz, mi águila blanca,
Que cada noche en mi alma se renueva,
Al alba universal las alas tiende
Y, camino del sol, emprende el vuelo.

“Águila Blanca”, Poesía Completa, Edición Crítica, T. I, Editorial Centro de Estudios Martianos y Editorial
Letras Cubanas, 1985, p. 88.

Sabe de vinos tibios y de amores
Mi verso montaraz, pero el silencio
Del verdadero amor, y la espesura
De la selva prolífica prefiere:
¡Cuál gusta del canario, cual del águila!

“Poética”, Ob.Cit, p. 165.

“De estos tormentos nace, y con ellos se excusa, este libro de versos.
¡Pudiera surgir de él, como debiera surgir de toda vida, rumbo a la muerte consoladora, un águila blanca.”
Apéndice II. Versos libres, Ob. Cit, p.323.

La libertad adoro y el derecho.
Odios no sufro, ni pasiones malas:
Y en la coraza que me viste el pecho
Un águila de luz abre sus alas.

“Cual incensario roto”. Ob. Cit t. II p. 172.

[14] Aclaración de la autora.

[15] José Martí. Obras Completas, Fragmentos, Fragmento 293, t. 22, p. 196.

[16] José Martí. Ob. Cit., Fragmento 293, p. 196.

[17] José Martí. Ob. Cit., “Otros Fragmentos”, Fragmento 2, p. 309.

[18] José Martí. Ob. Cit., Fragmento 185, p. 108. “Uso un anillo de hierro porque tengo que llevar a cabo actos de hierro.”

[19] Ob. Cit. Fragmento 359, p. 244.

[20] Ver José Martí. Obras Completas. T. 21, Cuaderno de apuntes 6, p. 194.

[21] José Martí. Ob. Cit., Fragmento 129, p. 78.

[22] Aclaración de la autora.

[23] José Martí. Obras Completas, t. 22, Fragmento 401, p. 278.

[24] Ob. Cit., Otros fragmentos. Fragmento 23, p. 323.

[25] José Martí. Ob. Cit., Fragmento 404, p. 280.

[26] Manuel Pedro González citado por Maritza Carrillo. Ob. Cit. p. 179.

[27] José Martí. Ob. Cit. Fragmento 393, p. 273.

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