Cerca del 15 de septiembre, fecha bautismal de la independencia de las repúblicas centroamericanas, se ha cumplido, el 11, el aniversario 180 de José Joaquín Palma, quien se relacionó estrechamente con ellas, en particular con Guatemala y Honduras. Pero esas significativas eventualidades no agotan las razones por las cuales merece ser recordado.

Palma nació en Bayamo, cuando se producía lo que en el Manifiesto de Montecristi José Martí llamó la “preparación gloriosa y cruenta” de la revolución de 1868. Esa preparación, que de diversas maneras se extendió a toda Cuba, tuvo en Bayamo escenario y ambiente distintivos. Esa ciudad ha ganado los títulos de Monumento Nacional, asociable a lo pétreo y estático, y de Cuna de la Nacionalidad Cubana, de significación dinámica, por remitir al proceso que hizo del país la patria que es y ha de seguir siendo.

De modo indiscutible se vincula Bayamo con la unidad combativa de toda Cuba, y cuando se entona o se oye “Al combate, corred, bayameses”, en el conjunto de la nación ese gentilicio se entiende como cubanos. En el centro histórico de la ciudad, base de la sagrada Cuna, se siente el calor del fuego heroico con que hijos e hijas de esa tierra, encabezados por sus próceres, la liberaron temporalmente del coloniaje español y prefirieron quemarla antes que volverla a ver uncida al ignominioso yugo.

La quema de Bayamo. Imagen: Tomada de Cubasí

Conmueve caminar por entre edificios que recuerdan esa fragua, y recorrer calles signadas con nombres de quienes contribuyeron de modo relevante, sin erigirse en dueños de la patria, a perfilar nuestro nacimiento. No intentarán las presentes líneas esbozar siquiera un inventario, pero inevitablemente vienen a la memoria Carlos Manuel de Céspedes, Perucho Figueredo y, junto a otros, uno que no parece desmedido ubicar, para no decir entre los grandes olvidados, entre los que están lejos de recordarse como ellos merecen y nosotros necesitamos recordarlos: Francisco Vicente Aguilera.

Francisco Vicente Aguilera, uno de los que podría llamarse grandes olvidados de la historia independentista cubana. Imagen: Tomada de Cubadebate

En la sección “En casa” del periódico Patria correspondiente al 16 de abril de 1892, José Martí, identificado medularmente con los pobres de la tierra, lo llamó “el millonario heroico, el caballero intachable, el padre de la república”. Su ejemplo, en el que lo acompañaron otros compatriotas, como los ya mencionados, podría representarse con la máxima que en el siglo XX acuñó otro representante de las mejores aspiraciones nacionales: Vergüenza contra dinero. Aquel bayamés, que vivía entre grandes riquezas y terminó en la pobreza mientras servía a la patria y procuraba ganarse la vida —la suya y la de su familia—, es un puñetazo en el rostro de quienes hoy buscan enriquecerse a costa de las necesidades del pueblo.

Entre los fundadores y las fundadoras de patria que brillaron en Bayamo, estuvo el que nos convoca hoy. Era un joven cuando, junto con Francisco Maceo Osorio, otro de aquellos bayameses heroicos, dio vida a un periódico significativo desde el título, La Regeneración de Bayamo, y que acogió los inicios de su vocación literaria y periodística.

Al encabezar Céspedes el alzamiento del 10 de Octubre, en su ingenio Demajagua, que, según fuentes, había sido propiedad de la familia de Palma —un hecho relacionado con los vaivenes económicos de la región oriental del país en particular— él contaba veinticuatro años, y fue uno de los fieles seguidores del jefe insurrecto.

Sobresalió entre los redactores de El Cubano Libre, emblemática publicación en que halló una trinchera para defender la independencia de la patria y la abolición de la esclavitud. Fue secretario de Céspedes, quien tras la liberación temporal de Bayamo lo nombró regidor del Ayuntamiento, y entre sus misiones tuvo captar combatientes para las tropas independentistas. Esa tarea —se ha dicho— la compartió con la atención a sus hijos cuando murió su esposa.

Las necesidades de la revolución en medio del acoso enemigo y las contradicciones internas, motivaron que en 1873 fuera enviado a Jamaica en busca de recursos. Luego pasaría a Nueva York, Perú y, sobre todo, a Honduras y Guatemala. Dondequiera que estuvo fue un representante de la causa independentista, y abonó esa condición con la alta estima que logró en todas partes.

“Dondequiera que estuvo fue un representante de la causa independentista, y abonó esa condición con la alta estima que logró en todas partes”.

Con la salida al extranjero para servir a la revolución se inició su larga estancia fuera de Cuba. Sin la pretensión de un recuento y un análisis pormenorizados, vale apuntar que en su trayectoria durante los años finales de la guerra coincidiría, más que con agotamiento en las fuerzas independentistas, con las disensiones que las minaron. Particular impacto se puede suponer que tuvo en él la criminal deposición de Céspedes y su posterior muerte en el encierro de San Lorenzo.

La contienda llegaría al Pacto del Zanjón, pese al empeño de tanto patriota fiel y a gestos de la grandeza de la Protesta de Baraguá. José Martí, quien observó los hechos desde el destierro, y desde Guatemala concretamente durante un tiempo —lo que lo vincularía con Palma—, apreció que no nos habían arrebatado la espada, sino que la habíamos dejado caer. A eso, y a indicios de lo que podría ser su relación con la guerra entonces —lo que explicaría la misma permanencia de Palma fuera de Cuba— se ha referido en otras páginas el autor de esta rememoración.

Pero ahora procede anotar que, desde el bienio final de la gesta, Palma alternó su vida entre Guatemala y Honduras, sin desentenderse de la causa cubana, para la cual buscaba apoyo, y a cuyos héroes procuró auxiliar antes y después de terminada la contienda. Junto con José María Izaguirre, de quien había sido alumno y colega docente en Bayamo, estuvo entre las fuentes que en Guatemala podrían ofrecerle a Martí información, juicios o impresiones de primera mano sobre los años iniciales de la Guerra de Independencia.

Precisamente, acerca de esos primeros años, y hallándose en Guatemala, llegó Martí a escribir, según sus propias palabras, un libro que hasta ahora debemos considerar lamentablemente perdido. Pero lo que en él plasmó puede suponerse base para páginas posteriores suyas, como la disertación en el Steck Hall neoyorquino, el 24 de enero de 1880.

En ella hizo un balance conceptual de la Guerra del 68, y más que centrarse en la insurrección en marcha entonces, la Guerra Chiquita, evidenció que buscaba lecciones para la revolución que habría que hacer en el futuro. Eso explica su carta del 6 de mayo de 1880 a Manuel Mercado:

Aquí estoy ahora, empujado por los sucesos, dirigiendo en esta afligida emigración nuestro nuevo movimiento revolucionario. Solo los primeros que siegan, siegan flores. Por fortuna, yo entro en esta campaña sin más gozo que el árido de cumplir la tarea más útil, elevada y difícil que se ha ofrecido a mis ojos.

Ver aquel discurso como replanteo de Martí hacia la revolución que él encabezaría, lo avala el hecho de que, al proclamarse constituido el 10 de abril de 1892 el Partido Revolucionario Cubano, creación suya, él mismo lo definiera como una obra de doce años. Y, si cabe suponer que en ese camino de estudio y meditación tuvo su parte lo que pudo recibir de Palma, para hablar de la poesía de este último legó Martí la más penetrante, anunciadora y, al mismo tiempo, exigente valoración de la obra del bayamés: la carta fechada en Guatemala en 1878.

Cabe suponer que en el arduo trabajo llevado a cabo por José Martí para la preparación de la gesta independentista tuvo mucha influencia lo que pudo recibir de Palma. Imagen: Tomada de La Jiribilla

Al publicarse en Honduras, en 1882, la primera edición de los poemas de Palma en libro, los editores reprodujeron esa carta como último de los textos introductorios del volumen: además del prólogo de Ramón Rosa, político hondureño, y de una alocución del presidente de ese país, Marco Aurelio Soto, incluyó también —en ese orden— cartas escritas por el asimismo hondureño, y colaborador de Soto, Adolfo Zúñiga, y por el cubano Antonio Zambrana.

¿Le darían al texto de Martí la mencionada ubicación para que apareciera más cerca de los versos de Palma el aporte de su compatriota y extraordinario exégeta? Entonces todavía no era Martí la figura de gran reconocimiento internacional que sería luego, y en sus cartas escritas a Manuel Mercado desde Guatemala se refirió a expresiones de celo que encontró allí. Pero, al margen de conjeturas sobre el lugar reservado en el libro de Palma a la carta de Martí, ella será un asidero fundamental para los presentes apuntes.

Llama la atención por distintas razones, empezando por el hecho de que Palma es una de las pocas personas a quienes Martí tutea en su correspondencia, aunque el bayamés era casi diez años mayor que él. El detalle habla de identificación y confianza. Para poner un ejemplo de que Martí no era adicto al tuteo, ese tratamiento no se lee en las cartas que se conservan de su epistolario con Juan Gualberto Gómez, coetáneo suyo y especialmente cercano a él por confianza personal e identificación patriótica. Martí lo evidenció al escogerlo como principal vínculo orgánico suyo en territorio cubano.

“(…) Palma es una de las pocas personas a quienes Martí tutea en su correspondencia (…). El detalle habla de identificación y confianza”.

Adentrarse en la carta conduce a lo que puede estimarse el núcleo de la valoración de Palma por parte de Martí: “Tú eres poeta en Cuba, y lo hubieras sido en todas partes”. Pero no cabe suponer que Martí desconociera la específica dignidad de la poesía o la supeditara dogmáticamente a los méritos patrióticos. En el artículo que le dedicó a José María Heredia en El Economista Americano, de Nueva York, correspondiente a julio de 1888, sostendrá: “A la poesía, que es arte, no vale disculparla con que es patriótica o filosófica, sino que ha de resistir como el bronce y vibrar como la porcelana”.

No lo escribió por gusto, sino dentro de la capacidad de juicio ejercida por quien, ejemplo de lealtad reflexiva, tampoco en política incurrió en incondicionalidad acrítica, ni siquiera ante su mayor maestro americano, Simón Bolívar. Sus observaciones discipulares y lúcidas acerca de El Libertador, con toques discrepantes cuando lo entendió justo, no son tema para tratarlo ahora, pero se debe al menos aludir a ellas para recordar que también en su visión de Heredia estamos entre grandes.

Ni el tema central que nos ocupa ni el tiempo disponible posibilitan abundar en los juicios de Martí sobre el autor del Himno del desterrado, pero está claro que, en general, no dejaba de señalar insuficiencias que entendía justo reprobar en una obra determinada.

Años después, en su prólogo a Los poetas de la guerra, libro en el que está representado Palma, dirá de los autores reunidos en ese volumen: “Su literatura no estaba en lo que escribían, sino en lo que hacían. Rimaban mal a veces, pero sólo pedantes y bribones se lo echarán en cara: porque morían bien”.

Quien conozca, o al menos intuya, la ética de Martí —que a lo citado añadió: “Las rimas eran allí hombres: dos que caían juntos, eran sublime dístico: el acento, cauto o arrebatado, estaba en los cascos de la caballería”— sabe que no era pedante ni bribón, sino veedor honrado, un hombre sincero, y nada les echaría en cara a aquellos poetas heroicos, pero tampoco dejaría de decir, sino que lo dijo, que “rimaban mal a veces”.

Tal es el crítico que elogia a Palma, y que estaría al tanto de lo que sirviera de cimiento para fundar la patria libre —república moral incluida— que quería para Cuba. Con su mirada integradora defendía también esas ideas en lo artístico. Por entre herencias y lugares comunes del neoclasicismo y el romanticismo que a menudo debilitaban la poesía de entonces, señala qué hay de autenticidad en Palma.

Con su mirada ahondadora le dice:

Tú eres de los que leen en las estrellas, de los que ven volar las mariposas, de los que espían amores en las flores, de los que bordan sueños en las nubes. Se viene acá a la tierra unas cuantas veces cada día, y el resto ¡oh, amigo! se anda allá arriba en compañía de lo que vaga. ¡Rimador de amores! a ti, poeta tierno, no conviene el estruendo de la guerra, ni el fragor dantesco de los ayes, las balas y los miembros.

De ese acierto pasa a otro, cuando identifica el sello personal que aprecia en el amigo: “Tú tienes más del azul de Rafael que del negro de Goya”.

Ve la obra de Palma de un modo abarcador: “Tu mundo son las olas del mar: azules, rumorosas, claras, vastas. Tus mujeres son náyades suaves, tus hombres, remembranzas de otros tiempos”. En términos que anticipan lo que un lustro más tarde, en su prólogo a Poema del Niágara, del venezolano Juan Antonio Pérez Bonalde, llamará “tiempos de reenquiciamiento y remolde”, le dice al bayamés: “Si estuviéramos en los dichosos tiempos mitológicos —¡en aquellos en que se creía!— tú creerías de buena voluntad que dentro del pecho llevabas una alondra. Nosotros, los que te oímos, sabemos que la llevas en los labios”.

También podríamos leer: lo que el poeta creía llevar en el pecho era fruto de una tradición, de modas epocales, por lo que, de hecho, lo llevaba en los labios. Martí era generoso, pero indulgente —que es una forma de ser paternalista y autoritario, y falso— no sería con nadie o, para seguir hablando del tema, no lo sería con ningún poeta. Consigo mismo fue exigente.

De un modo que recuerda su valoración de Los poetas de la guerra, le escribe a Palma: “Hay poetas discutidos. Tú eres un poeta indiscutible. Cabrá mayor corrección en una estrofa, no más gracia y blandura; parecerán una palabra o giro osados; pero como el espíritu anima las facciones, la poesía, espíritu tuyo, anima tus versos”.

“Martí era generoso, pero indulgente (…) no sería con nadie (…) no lo sería con ningún poeta. Consigo mismo fue exigente”.

Por entre elogios de esa naturaleza, que alimentan el deseo de tener mayor espacio para extenderse más, añade:

Comprimida en la forma, habrá un momento en que la dureza del lenguaje no exprese bien la delicadeza de tu espíritu. Aquí un consonante, allí un pie largo: la fragua no está templada siempre a igual calor. Pero estas cosas, que te las diga un crítico. Yo soy tu amigo. Cuando tengo que decir bien, hablo. Cuando mal, callo. Este es el modo mío de censurar.

Y viene entonces lo que podremos considerar el saldo medular del ejercicio crítico desplegado por Martí, y que campea en lo estético y en lo ético, conjunción natural en él, a quien habrá complacido hallarla también en Palma. En lo que parcialmente al menos se puede leer como prefiguración del pórtico de Ismaelillo, Martí le dice: “Tú eres honrado, crees en la vida futura: tienes en tu casa un coro de ángeles; vuelas cada verano para llevarles su provisión de cada invierno. Tú naciste con la ira a la espalda, el amor en el corazón, y los versos en los labios. ¿A qué decirte más? Deja que otros te lo digan mejor”. Y todavía agrega: “En tanto, está contento, porque has sabido ser en estos días de conflictos internos, de vacilaciones apóstatas, de graves sacrificios, y tremendas penas, poeta del hogar, poeta de la amistad, poeta de la patria”.

Esas virtudes eran necesarias para alcanzar la patria libre y digna, ybella, en cuya búsqueda habría que luchar y sangrar, por lo que le dice a Palma: “Lejos nos lleva el duelo de la patria: apenas si, de tanto sufrir, nos queda ya en el pecho fuego para calentar a nuestra mujer y nuestros hijos”. Pero no cabían desmayos, y de una manera que remite a los alfilerazos que él mismo recibió en Guatemala, donde también halló personas de gran valía que lo admiraron, le pide al amigo: “Cuando te hieran, ¡canta! Cuando te desconozcan, ¡canta! Canta cuando te llamen errante y vagabundo, que este vagar no es pereza, sino desdén”.

Refiriéndose a la amarga realidad que Cuba padecía, le dice: “Hambrientos de cultura, la tomamos donde la hallamos más brillante. Como nos vedan lo nuestro, nos empapamos en lo ajeno. Así, cubanos, henos trocados, por nuestra forzada educación viciosa, en griegos, romanos, españoles, franceses, alemanes”. Quizás ningún otro texto suyo le dé más rotunda y clara continuidad a esas preocupaciones que el dedicado a Julián del Casal en Patria el 31 de octubre da 1893 con motivo de su muerte.

Es lamentable que la luz de ese texto no diera todos los buenos frutos que debía y merecía dar contra dogmatismos que tanto daño han hecho a nuestra cultura no solo en el terreno literario. Por encima de toda parcelación de secta, sostiene: “Es como una familia en América esta generación literaria, que principió por el rebusco imitado, y está ya en la elegancia suelta y concisa, y en la expresión artística y sincera, breve y tallada, del sentimiento personal y del juicio criollo y directo”.

Se refería a lo que ya signaba la renovación literaria fomentada en nuestra América por quienes —con hito deslindante en 1881, marcado por Ismaelillo y otros textos suyos— elevaron la literatura de esta parte del mundo a la vanguardia renovadora en lengua española. Eso, que aquí apenas se roza sin mayores precisiones, era un impulso creativo que reclamaba, a su vez, la refundación de nuestros pueblos. Para Cuba suponía librarse del régimen colonial y las asfixias que él causaba, tanto como de sus secuelas. 

Martí lo resume al elogiar a Casal: “Murió el pobre poeta, y no lo llegamos a conocer. ¡Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio! Nos agriamos en vez de amarnos. Nos encelamos en vez de abrir vía juntos. Nos queremos como por entre las rejas de una prisión. ¡En verdad que es tiempo de acabar! Ya Julián del Casal acabó, joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran”.

“¡Así vamos todos, en esa pobre tierra nuestra, partidos en dos, con nuestras energías regadas por el mundo, viviendo sin persona en los pueblos ajenos, y con la persona extraña sentada en los sillones de nuestro pueblo propio!”.

Habían pasado quince años desde que Martí le escribiera a Palma la carta que se ha citado. Pero podemos ubicarla en los reclamos y afanes que condensó ante la muerte de Casal. Y como la poesía es centro de la fuerza que Martí reconoce en Palma, y garantía de la permanencia que también este merece tener en la cultura cubana y en su historia, estos apuntes darán espacio en su segunda parte a la lectura de una mínima muestra de sus versos.

Uno de los elogios que Martí le había hecho a Palma en 1878, concierne al entorno en que este se formó. No solamente lo define como un poeta cubano, sino también específicamente bayamés: “Tú naciste en Bayamo, y eres poeta bayamés. No corre en tus versos el aire frío del Norte; no hay en ellos la amargura postiza del Lied, el mal culpable de Byron, el dolor perfumado de Musset”.

La relación de poesía y política, de belleza y lucha, fue una de las características particulares del Bayamo de Palma. Entre los alzados en armas para independizar a la patria no solo estaba quien compondría su Himno, Perucho Figueredo, sino quienes escribían una gentil canción para entonarla en la serenata a una compatriota, Luz Vázquez.

Es tal el significado de ese hecho que la imaginación de quien esto escribe se empecinó en dar por sentado que, al pie de la ventana, felizmente conservada, donde tuvo lugar la serenata, había una placa de recordación. Pero una de las veces que ha visitado Bayamo fue hasta allí con la idea de fotografiarla, y no halló placa alguna. Como no podía creer que nunca la hubiera habido, indagó con personas de la ciudad bien informadas, y le aseguraron que no había existido. La ventana canta por sí misma, pero quienes llegan a Bayamo y no saben su historia deberían hallar la esperable placa recordatoria.

“La relación de poesía y política, de belleza y lucha, fue una de las características particulares del Bayamo de Palma”.

En aquel ambiente el patriotismo y la poesía crecían juntos. El propio Céspedes dio muestras de su vocación lírica, y sus conocimientos de música le permitieron estar entre los creadores de aquella canción trovadoresca junto con José Fornaris, a quien se atribuye la letra, y a Francisco Castillo.

No todos los patriotas eran grandes poetas, ni todos los poetas relevantes se sumaron a la insurrección. Entre los que lo hicieron estuvo Palma; pero aquel Bayamo romántico y combativo no se explica sin la presencia de otros como el propio Fornaris y Juan Clemente Zenea, que no fueron insurrectos, pero abrazaron ideas políticas y fervor patriótico, el segundo con resultados terriblemente trágicos para él. Y de aquella fusión entre poesía, música y patriotismo surgió el himno compuesto por Perucho Figueredo.

“Y de aquella fusión entre poesía, música y patriotismo surgió el himno compuesto por Perucho Figueredo”.

Honra saber que venimos de creadores tales, y de un ambiente del que no solo debemos honrar la herencia de la radicalidad política, sino, igualmente, el legado de la vocación de belleza. Quien esto escribe podría imaginarse —o más que imaginarse, y no será el único, pero no quiere— qué país sería posible constituir sobre el mal gusto, la grosera vulgaridad y los ruidos sicógenos de “productos” como el reguetón, o sus modalidades más degradantes, suponiendo que haya excepciones en esas cualidades.

Antes de hacer un recorrido por la poesía de Palma, se debe precisar que su primera edición en libro se hizo en 1882, cuatro años después de que Martí le escribiera la carta citada, cuando había conocido los poemas del libro en sus manuscritos. Lo confirmará el mismo Palma en carta dirigida a Martí desde Tegucigalpa el 3 de enero de 1883. Luego de decirle que hacía algunos meses le había escrito a Venezuela, creyéndolo allí, y no tuvo repuesta, añade: “Más tarde supe, por Adriano Pérez, que estabas en Nueva York; pero, por ignorar tu dirección, no te había escrito. Hoy lo hago, enviándote el volumen de mis poesías. Acéptalo como el recuerdo cariñoso de tu fiel admirador y constante amigo”.

Vale conjeturar que, para la edición del libro, Palma tendría en cuenta las observaciones que Martí le había hecho en 1878, pues el bayamés no deja la menor duda de su afecto personal por el amigo, y de que apreciaba su obra: “[Flor] Crombet me entregó tu Ismaelillo que es un ramillete de amor, una maravilla de arte”, le dice, y también: “Tu trabajo sobre Garfield, es un trabajo acabado, magistral. En toda la América Latina ha sido reproducido y admirado. Te aplaudo y te felicito”. Le hace, además, la siguiente petición: “Deseo que me digas tu opinión sobre mi libro de poesías. Como todas las he reformado, no son las mismas que viste en Guatemala”.

No se conservan pruebas de que Martí haya podido satisfacer ese deseo de Palma, pero las veces en que después mencionó al bayamés lo hizo con admiración, como en la nota que le dedicó en la publicación neoyorquina La Juventud el 16 de agosto de 1889, a propósito de su paso por Nueva York en busca de experiencias para perfeccionar la Biblioteca Nacional de Guatemala, que dirigía.

Lo más sugerente lo aporta uno de los proyectos de libros que esbozó entre los apuntes recogidos en el tomo 18 de sus Obras completas: la definición de su contenido, o título provisorio, es nada menos que Los poetas jóvenes de América, y en el estudio Palma estaría muy bien acompañado —en este orden— por Justo Sierra, Salvador Díaz Mirón, Manuel Gutiérrez Nájera, Juan de Dios Peza, Rubén Darío, Manuel Acuña, Diego Vicente Tejera y Francisco Sellén, entre otros. El calificativo de jóvenes que Martí da a los poetas sugiere la ubicación cronológica posible del apunte en un momento previo al gran despliegue, por ejemplo, de Darío: ¿antes de Azul… (1888) tal vez?


* Intervención en el homenaje que el pasado 12 de septiembre le dedicó a José Joaquín Palma la Sociedad Cultural José Martí en su espacio Cultura y Nación: el misterio de Cuba.