Todo primer libro corre el riesgo de solo quedarse en el empeño. Pero bien sabemos que hay obras literarias que demuestran lo contario. En estos casos, no son determinantes los períodos históricos concretos o las zonas geográficas exactas, porque el resultado, sea del género que sea, se entrelaza con la madurez intelectual que el autor logre impregnarle al acto mismo de creación.
Y esa madurez intelectual fue la que yo encontré en Isabella, una novela de Vicente Amor (La Habana, Cuba, 1967). ¿Ópera prima o revelación de un mundo narrativo singular? Mi opinión se inclina hacia lo segundo, algo que pude identificar desde las páginas iniciales. He aquí las huellas que fui encontrando: orden de las ideas, interés sicológico, coherencia, naturalidad, imagen efectiva, evocación serena, contexto social definido, respeto a Cuba y personajes que eran caracterizados, en lo esencial, por la vía de la acción.
¿Ópera prima o revelación de un mundo narrativo singular?
Aunque mi propósito nunca fue el de leer con ojos de crítico, debo confesar que después del “Open concept” (ubicado en la página veintisiete) ya yo sentía la necesidad de continuar leyendo una historia de amor que estaba salpicada, para mayor eficacia, con notas de Facebook y mensajes de WhatsApp. Es decir, tenía ante mí un enlace amoroso del siglo XXI cuya principal locación era La Habana. ¿Otra vez La Habana del caos?, ¿otra vez La Habana de las clásicas jineteras?, ¿otra vez La Habana de los barrios marginales?, ¿otra vez La Habana del “realismo sucio”? No, esta vez no, en Isabella lo que prevalece es la belleza seductora de un entorno capitalino mucho menos agreste.

Antes de continuar, veamos la sinopsis: relación de un empresario cubanoamericano llamado Daniel con una joven modelo de la Isla que estudia arquitectura. Él (de cuarenta y siete años) le había dedicado gran parte de su vida a la religión, y ella (de solo veintiuno) exhibía la gloria de tener por delante un mundo que conquistar… Y como en literatura lo único que importa es lo problemático, era lógico que la novela fuera mostrando disímiles complicaciones; haciéndose presentes, como partes del conflicto, dos aspectos esenciales: ley de la verdad y ley del interés, virtudes que igual me permitían identificar nuevas huellas: fluidez, transparencia, autenticidad, imaginación, fuerza descriptiva, dinamismo expresivo, diálogos reveladores, concentración del pensamiento, narrador-personaje (algunas veces omnisciente) y el tino de que los rasgos sicológicos dominantes estuvieran focalizados en los dos protagonistas, excluyendo inútiles subtramas o descartando digresiones que mutilaran el ritmo narrativo.
En medio de esa alegría estética, llego a mi mente Julio Cortázar: “…en literatura no hay temas buenos ni temas malos, solamente hay un buen o un mal tratamiento del tema…”.
Una verdad que Isabella, para suerte de muchos, sin barroquismos o anarquías idiomáticas, logra sostener sobre los rieles del “buen tratamiento”, mientras va dejando sobre el paisaje múltiples interrogantes: ¿ficción completa, media ficción o historia de vida?, ¿hasta qué punto llegan los bordes autobiográficos?, ¿dónde el plano real y dónde la metáfora?, Isabella y Daniel: ¿un doble encadenamiento simbólico?

Ahora repito lo que dije al inicio: todo primer libro corre el riesgo de solo quedarse en el empeño. Pero Isabella (creíble y profunda) es otro ejemplo de que no siempre ocurre de esa manera. Ahora bien, ¿cómo llegó Vicente Amor a la narrativa?, ¿fue a través de la lectura?, ¿pasó antes por el cuento?, ¿recibió clases de escritura creativa?, ¿tuvo de joven alguna influencia familiar? La respuesta es un no rotundo… Pero al menos tiene que haberse leído el decálogo de Horacio Quiroga (pensaba yo), o los consejos de Roberto Bolaño, o las orientaciones de Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Truman Capote, Juan Rulfo y Mario Vargas Llosa. De no ser así, ¿qué resortes de conocimientos lo llevaron a escribir el libro que ahora analizo? El propio Alejo Carpentier lo había advertido en una ocasión:
“…Para todo escritor es ardua la empresa de escribir una primera novela, puesto que los problemas del qué y del cómo, fundamentales en la práctica de cualquier arte, se plantean de modo imperioso ante quien todavía no ha madurado una técnica ni ha tenido tiempo suficiente para forjarse un estilo personal…”.
¿Cuál es la verdad? La digo con todas sus letras: en Isabella (amena e intensa), hay técnica y hay estilo personal, siendo muy efectivos el qué y el cómo utilizados, además de tener una estructura que favorece el desarrollo ascendente de tres niveles básicos: dramático, discursivo y referencial, expuestos con un lenguaje para nada belicoso, libre de ambientes fantasmales (percepciones brumosas) que disminuyan el interés sicológico. Vicente Amor no acepta caer en la trampa de la eternidad plástica. Por eso acude a la ficción de “posibles” recuerdos y hace una reproducción propia de la realidad (fotografía de la Cuba actual); logrando que los tiempos de la acción sean específicos y circulares: propuesta, movimiento y rápido avance hacia los límites resolutivos del clímax. Él conoce a fondo lo que significa conceptualmente su obra. De ahí las imágenes racionales que vemos pasar por nuestras mentes, con independencia del sitio exacto donde la historia transcurre: La Habana, Tampa o Madrid.

Pero si de parejas se trata, resulta obvio que el sexo también esté presente. Augusto Roa Bastos lo sentenció hace décadas: “El sexo es el rey del tiempo…”. Ah, pero eso sí, tampoco se trata de que en Isabella exista una agitación sexual frenética o un disparatado apetito por los deleites carnales. A su autor no le interesan los grandes mercados del libro ni los cartelitos de “maldito” o underground, como tampoco le interesa describir momentos íntimos que recuerden a Charles Bukowski. Aquí el sexo es la expresión desnuda de un amor que, en ningún momento, se hace imperativo; quedando abierto el margen para hacernos las siguientes preguntas: ¿es posible amar a más de una persona?, ¿son trascendentes las relaciones amorosas múltiples?, ¿resulta pecaminoso apostar por la práctica natural, seria y responsable del “poliamor”?
Isabella se me presenta como una deuda que Vicente Amor tenía consigo mismo. ¿Acaso necesitaba romper las reglas del juego? Tal vez sí. Entonces concluyo mi análisis con una exclamación: ¡enhorabuena! La novela vio la luz en los Estados Unidos (2022) a través de ClassicSubversive Editions y se presentó en la Feria Internacional del Libro de La Habana (2023). Sin embargo, sería ideal que Cuba también la publicara, entre otras cosas porque su autor, además de los ya mencionados valores literarios, es un cubano que lleva siempre la luz de la Patria sobre el pecho.