Isaac Nicola, un legado extraordinario
11/4/2016
Leo Brouwer y Jesús Ortega se cruzaron con Isaac Nicola a mediados de los años 50. En la memoria de Leo quedó el impacto de aquellas lecciones: “Fue del Renacimiento hasta el siglo XX y yo comprendí de inmediato que ese era mi mundo. Desde la segunda pavana de Luis de Milán mi mentalidad cambió. Era el universo sonoro que me apasionaba. Significó método, disciplina, calidad y rigor”.
A un grupo de jóvenes guitarristas reunidos en Camagüey, en ocasión de los recordados encuentros de noveles intérpretes, Ortega explicó: “Nicola poseía la virtud de sistematizar conocimientos y hacerlos llegar mediante una lógica para el desarrollo del ejecutante. Esa cualidad metodológica se fue consolidando con el tiempo y alcanzó su madurez en los planes para el estudio del instrumento”.
A un siglo de haber nacido en La Habana, el 11 de abril de 1916, la huella de Isaac Nicola en la génesis y desarrollo de la Escuela Cubana de Guitarra se agiganta.
Las pruebas saltan al oído, aquí y allá, donde quiera que un guitarrista cubano, formado al menos en el último medio siglo, se haga sentir.
Nicola heredó su amor por el instrumento y la vocación pedagógica de su madre. Al respecto el musicólogo Radamés Giro definió esa línea de continuidad en los siguientes términos: “Si con Clara Romero se oficializa la enseñanza de la guitarra en Cuba, su hijo Isaac lleva este magisterio con verdadera pasión, entrega y rigor técnico, a planos superiores. Con él la escuela del maestro español Francisco Tárrega, se solidifica y afianza”.
En realidad, el encuentro de Nicola con Tárrega se dio por intermedio de Emilio Pujol, quien había sido discípulo de este y con quien el cubano estudió en París vísperas del estallido de la Segunda Guerra Mundial.
Pujol valoró las dotes del joven alumno al decir: “Isaac siente profunda y notablemente el arte (…) Es una gran satisfacción para mi encontrar en su colaboración inteligente, el espíritu culto y profundo que inútilmente hubiera buscado entre los ejecutantes generalmente frívolos o ambiciosos de triunfos fáciles y provechosos”.
Al regresar a Cuba y durante dos décadas, Nicola destacó como intérprete. Llegó incluso a estrenar en 1957 la hoy célebre Danza característica, recién escrita por Leo en los inicios de su carrera como compositor.
Pero, sin lugar a dudas y para bien de muchos, el pedagogo se fue imponiendo. Primero en Pro Arte Musical y el Conservatorio Municipal de La Habana (actual Amadeo Roldán) y luego desde 1963 hasta 1976 en la Escuela Nacional de Arte dictó cátedra ejemplar. En ese último año, por derecho propio, fue llamado a encabezar el Departamento de Guitarra del recién fundado Instituto Superior de Arte. Por esas mismas fechas daba a conocer la primera edición de su método para la enseñanza de guitarra.
De su condición humana, el guitarrista Aldo Rodríguez escribió: “Jamás lo que hizo por nosotros fue movido por ningún interés material, sino por amor, porque sencilla y llanamente llevaba el don del magisterio en su corazón”.