Irakere… cuando la tierra tiembla (I)
30/9/2020
En una cosa están de acuerdo todos los conocedores, estudiosos y fanáticos de la música cubana: Irakere, la banda que fundara en enero del año 1973 Chucho Valdés, es la mejor y la más influyente formación musical cubana de todos los tiempos.
Se podría especular con el nombre y el trabajo de otras formaciones musicales, pero al final todos los caminos conducen a Irakere. Y es que, instrumento por instrumento, siempre tuvo los mejores ejecutantes; y en ese renglón habría suficiente tela por donde cortar y nombres que mencionar. Sin embargo, Chucho siempre supo elegir los adecuados.
Hay, y hubo, tres Irakere ―si atenemos a su planta personal y al peso de su impronta popular y musical― y cada uno corresponde a un momento histórico determinado dentro de la historia musical cubana.
Al Irakere de la etapa fundacional, aquel del año 73, ya hemos dedicado líneas en esta columna. Propongo que ahora nos centremos en el que de 1981 a 1986 formó parte de la vida de los cubanos. El Irakere de la versión del “El Guayo de Catalina”, de “Cimarrón”, “Atrevimiento” y el “Rucu Rucu a Santa Clara” y de esa joya del jazz cubano que responde al nombre de “Las Margaritas”.
La historia de esta segunda etapa de la banda que lideraba Chucho Valdés comenzó en el año 1980, aunque para ajustarnos a los hechos podemos definir que su primer cambio trascendental llegó cuando a comienzos de ese año el saxofonista, flautista y clarinetista Paquito de Rivera decidió radicarse en el extranjero y fue sustituido por Germán Fermín Velazco Urdelis, o simplemente Germán Velazco.
Cuentan que ya Chucho había reparado en la figura y personalidad musical de Germán, que lo había escuchado en aquellas descargas organizadas por el club Johnny Dreams los lunes en la noche, y que había comentado a algunos de sus allegados la posibilidad de incorporarlo a la banda en cualquier momento.
Germán, por su parte, había recorrido una ruta musical que le situaba en un principio como integrante de la Orquesta Revé, después como fundador de la orquesta 440 ―una banda desconocida para muchos, pero que musicalmente prometía— y trabajó como parte del formato creado por el también saxofonista Nicolás Reinoso, que respondía al nombre de Sonido contemporáneo y que tuvo entre sus ilustres miembros a Lucia Huergo, José Carlos Acosta en los sax y la flauta; a pianistas de la talla de Gonzalo Rubalcaba y entre sus bateristas figuró Horacio, El negro, Hernández. Igualmente, su nombre se barajó entre los fundadores del grupo Afrocuba por el mismo Nicolás Reinoso; aunque esto último no llegó a ocurrir por el llamado de Chucho.
Él, lo mismo que muchos músicos de su generación, conocía y dominaba ―prácticamente “de oído”— todo el repertorio de Irakere; por lo que en el momento que es llamado a formar parte de la banda estaba más que listo para llegar a tocar sin necesidad de muchos ensayos. Las partituras ―se puede afirmar― fueron una mera formalidad en algunos casos.
Chucho, por su parte, no le llamó simplemente para que sustituyera a Paquito ―cosa harto difícil— sino que su propuesta era explotar todo su potencial musical, su sonido y su gracia en la ejecución de esa familia de instrumentos (flauta, clarinete y toda la gama de saxofones); por lo que muchos se podrían preguntar: ¿qué papel jugaba entonces un músico de la talla de Carlos Averhoff, que dominaba totalmente esa misma gama instrumental?
La respuesta es bien sencilla. Averhoff tenía su papel en la cuerda y para nada era demeritorio. Se trataba de dar un nuevo color a los metales. Era una apuesta en la que Chucho se arriesgaba a definir nuevos presupuestos más cercanos a lo popular bailable, y Germán, lo mismo que la otra adquisición de aquel momento ―el flautista José Luis Cortes, conocido en el ambiente musical como El Tosco―; ambos tenían suficiente experiencia en el tema; además de ser virtuosos en sus instrumentos.
José Luis, lo mismo que Germán, había formado parte de aquella generación que participó en las descargas del club Johny los lunes en la noche y era integrante de los Van Van, en los que ya había mostrado su capacidad para conectar con el público bailador; además de sus cualidades como instrumentista.
Sin embargo, Chucho lo incorpora a Irakere no como flautista, sino para ejecutar el saxofón barítono (el elefante, como él mismo le llamó) y para que asumiera junto a Oscar Valdés el papel de front line de la agrupación. El Tosco tenía esa fibra para mover a los bailadores, y junto a Oscar eran la dupla perfecta para tal fin.
La ganancia fue doble. Musicalmente se llegaba a un sonido más compacto en la cuerda de metales, ahora con cinco nuevos integrantes: Jorge Varona y Arturo Sandoval en las trompetas, Germán Velazco en la flauta y en los saxofones el mismo Germán, Averhoff y el Tosco.
La escena estaba lista para que la tierra temblara en materia musical en la Cuba de ese entonces. Esta formación de Irakere arrasaría con todos los espacios musicales posibles de la nación en materia de música bailable y por vez primera se comenzaría a hablar de la timba.