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Analizar las relaciones entre intelectuales y cultura, pueblo y revolución, no es tarea sencilla. Y entre otras cosas, porque frecuentemente los materiales con que contamos para abordarlo, son trabajos realizados por los mismos intelectuales. El resultado entonces, sin desmerecer en lo más mínimo su calidad analítica, siempre correrá el riesgo de contener una importante cuota de autodiagnóstico, de subjetividad.
Sin embargo me pregunto: ¿Quién otro más que un intelectual puede analizar en profundidad el rol –precisamente– de los intelectuales y su relación con la cultura y la sociedad, con el pueblo y la revolución? ¿Puede acaso hacerlo un simple trabajador manual o un campesino, una empleada doméstica o un obrero de la construcción? Me inclino a pensar, por varias razones y probablemente contra la corriente, que sí, y que a su vez es necesario y saludable.
Tratar de analizar el tema de la relación de los intelectuales con el pueblo y la revolución, desde la visión de aquellas personas que no están catalogadas precisamente como intelectuales, es un intento que seguramente valga la pena.
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Fidel decía en el discurso a los intelectuales: “Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros diremos: el pueblo. Y siempre diremos: el pueblo. El pueblo en su sentido real, es decir, esa mayoría del pueblo que ha tenido que vivir en la explotación y en el olvido más cruel. Nuestra preocupación fundamental siempre serán las grandes mayorías del pueblo, es decir, las clases oprimidas y explotadas del pueblo. El prisma a través del cual nosotros lo miramos todo es ese: para nosotros será bueno lo que sea bueno para ellos; para nosotros será noble, será bello y será útil todo lo que sea noble, sea útil y sea bello para ellos”.
El Comandante les hablaba a los intelectuales desde la visión del revolucionario y también desde el ángulo del hombre de gobierno (revolucionario).
En ese sentido, y siguiendo la idea del prisma, creo que sería útil y conveniente, en principio, saber cómo, de qué manera el pueblo (latinoamericano caribeño de hoy) ve y caracteriza a los intelectuales. Contar con ese insumo tal vez sirva para ajustar más la tarea de ayudar al tránsito del intelectual honesto, progresista pero aún no revolucionario a intelectual revolucionario, sujeto a su pueblo.
La primera tarea que abordaré entonces, en estas breves líneas, será la de describir, sin caer en lo caricaturesco, la imagen y caracterización que –interpreto– tiene la mayoría de nuestro pueblo sobre los intelectuales:
Empezaré con una que me preocupa sobremanera: la idea que mayoritariamente está incorporada en el pueblo es que el intelectual es varón, es una persona de sexo masculino. En consecuencia, cuando se dice intelectual, la gran mayoría de las personas asocia esa palabra con la figura de un hombre; difícilmente la vincule con una imagen femenina. Este hecho, congruente con el modelo patriarcal que vivimos, ya nos adelanta bastante sobre el tema.
Al intelectual generalmente se lo identifica como una persona que estudia e investiga y que, además, de una u otra forma, socializa sus conocimientos a través de escritos, conferencias, clases, obras de arte, etcétera. Para el imaginario popular el intelectual es siempre una “persona inteligente”, ubicándolos como académicos, profesionales, científicos, técnicos, profesores… Esto conlleva a que el intelectual sea visto con capacidad y atributos para conducir, dirigir, mandar o gobernar. También al sector más vinculado con las artes se los incluye dentro de la categoría de los llamados “bohemios”, aquí se incluiría a escritores, poetas, artistas plásticos, músicos, cineastas, etcétera, pero éstos no entrarían, desde esta perspectiva, dentro de los calificados con condiciones de mando.
Quienes mejor representan la figura y conducta del intelectual es aquella persona que aparece bastante alejada de las actividades físicas. Es común que a un intelectual no se lo relaciones con el deporte, por ejemplo. La asociación de intelectual con un señor no muy joven y de anteojos es casi inevitable.
Otro elemento a tener en cuenta a la hora de caracterizar a un intelectual, acorde a la mirada del pueblo, es el lenguaje que utiliza, ya que suele ser más sofisticado que el usado en la cotidianidad y, a veces, hasta hermético. Puede suceder, entonces, que no cualquiera entienda sus ideas, produciéndose así una tendencia al distanciamiento con el pueblo, a la conformación de pequeños círculos, por ejemplo de poetas, antropólogos, historiadores, economistas, etcétera.
En la localización de clase siempre se los ubica como pertenecientes a las clases medias o altas. Los intelectuales provenientes de la clase obrera o de los sectores más humildes son raras excepciones.
El intelectual, desde ya, puede ser honesto o no, soberbio o humilde, puede ser una persona solidaria o individualista, puede identificarse políticamente con la izquierda o la derecha, puede ser patriota o cipayo…
En síntesis, la percepción general que el pueblo tiene de los intelectuales, a mi entender, es la siguiente: los intelectuales son mayoritariamente de sexo masculino; poseen un caudal importante de conocimientos teóricos; no son proclives a descollar en actividades que requieran esfuerzo físico o manual; muchas veces se expresan de tal forma que es difícil comprender sus ideas; pertenecen a las clases medias y también a las clases altas y; como cualquier otro ser humano, tienen sus propias preferencias políticas, ideológicas, religiosas, sexuales, culturales, etcétera.
¿Esta descripción es muy distante de la realidad? Por ejemplo, pensemos en los analistas, articulistas, conferencistas, escritores o profesores de hoy en espacios que conocemos como de izquierda o progresistas… ¿No encajan con muchos elementos de esta caracterización? ¿Eran muy distintos, en lo general, los intelectuales que asistieron y participaron en las reuniones efectuadas en la Biblioteca Nacional en junio de 1961 a los de hoy?
Creo que 60 años después del discurso de Fidel, el pueblo sigue viendo a los intelectuales de forma parecida a la descripta aquí. Y eso debe llamar la atención.
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Ahora, la sumatoria de todas estas características, atribuidas por el pueblo a los intelectuales, según mi punto de vista, daría como resultado un arquetipo de persona bastante alejada del pueblo, al menos en su vinculación directa, práctica, afectiva, sensible. Una suerte de “deformación profesional” que ensambla perfectamente con posiciones progresistas, humanistas, solidarias, pero no revolucionarias.
Porque ¿qué es lo que caracteriza al intelectual o artista revolucionario sobre el que no lo es? Citaré solo unos brevísimos párrafos del discurso de Fidel:
“Si a los revolucionarios nos preguntan qué es lo que más nos importa, nosotros diremos: el pueblo”
“Si no se piensa así, si no se piensa por el pueblo y para el pueblo, es decir, si no se piensa y no se actúa para esa gran masa explotada del pueblo, para esa gran masa a la que se desea redimir, entonces sencillamente no se tiene una actitud revolucionaria”.
“El pueblo es la meta principal. En el pueblo hay que pensar primero que en nosotros mismos. Y esa es la única actitud que puede definirse como una actitud verdaderamente revolucionaria”.
Vale decir que la condición que caracteriza al intelectual o artista como verdadero revolucionario es su simbiosis con el pueblo llano, aquello de lo que suele carecer el intelectual común.
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La hora actual exige mucho. El capitalismo parece haber entrado en un momento de irracionalidad de altísima peligrosidad para la especie humana. La pandemia vino a sumar, a lo calamitoso de la situación, una cuota destacada de prospección apocalíptica.
Las fuerzas revolucionarias todas, pero la intelectualidad revolucionaria en particular, más allá de la ardua, complicada y necesaria tarea que debe realizar, deberá sumarle aquella que ayude a esa intelectualidad honesta, progresista y solidaria a asumir posiciones cada vez más radicalizadas, más cercanas al pueblo, más cercanas a la Revolución, a la Patria y al Socialismo, ya que el momento histórico lo requiere.