Inés Osinaga: “En Cuba he podido armar la banda de mis sueños”
En el año 2022 la cantante vasca Inés Osinaga llegó por primera vez a Cuba. En la mano traía unos textos del escritor Joseba Sarrionandia, redactados durante su estancia en La Habana. Antes, la artista había hecho diez canciones con el literato y tenía una necesidad imperiosa de conocer el lugar que había inspirado esas líneas. “Diseñé un proyecto que partía de aquellos textos y de la hipótesis creativa: ¿cómo serían estas canciones si no fueran tan blanquitas, blanquitas como yo? Entonces, contactamos con el Instituto Cubano de la Música, le presentamos la idea, me hicieron la invitación oficial y llegamos aquí en marzo del pasado año”.
Inés estuvo escuchando música cubana durante un mes y medio en una residencia creativa en la mayor de las Antillas. Un género la llevaba al otro. Conoció a Enid Rosales; Enid le habló de Eme Alfonso; Eme de Yaíma Orozco; Yaíma de Irina González; Irina de Nailé Sosa; luego del Dúo Jade. “Todas me dieron pistas para armar un disco colectivo en el que cada canción tiene una protagonista. Así empecé el proyecto que comenzó por un viaje en el que volví con un montón de horas de grabación. De ahí surgió Itsasoa da Bide Bakarra que en vasco significa ‘el mar es el único camino’”.
El álbum─ con un sonido más orgánico y de producción electrónica─ está conformado por canciones que nacieron en La Habana o crecieron en el país vasco “a base de tabaco, vino y canela”. Pero, más allá de un fonograma, Inés lo califica como un proyecto colectivo multicultural internacional liderado y hecho enteramente por mujeres, cubanas y vascas (Garazi Egiguren, Janire Etxabe, Olatz Salvador y Miren Amuriza).
Es un disco bastante ecléctico, agrega, porque hay boleros, son, changüí, reggaetón, música tecno, fandango, música tradicional vasca fusionada con ritmos afro y batá, o panderetas vascas que dan ritmo a cantos yoruba. “No me gusta usar el término fusión, prefiero conversación. La música es conexión; escuchársele uno al otro. Me encanta poner en conversación a ritmos que son muy de mi tierra, con ritmos que son de la vuestra”.
El álbum─ con un sonido más orgánico y de producción electrónica─ está conformado por canciones que nacieron en La Habana o crecieron en el país vasco “a base de tabaco, vino y canela”.
Precisamente, la artista tenía clara la tesis de que en algún en algún lugar se unen los ritmos que bailaban sus abuelas con los que bailaban las abuelas cubanas. “Quería buscar esos puntos donde encontrarnos y dejar que a partir de ahí surgieran las cosas. Esa es la narrativa del álbum. El disco versa de procesos muy personales e íntimos para contar asuntos colectivos, universales. Habla de duelos, de la vida, del amor, de la muerte, de cambios vitales, de procesos de creación, de metamorfosis”.
Si bien el tema es ese, cambiarse el vestido de color, el negro por el blanco, el blanco por el negro, la artista agrega que más allá de colores Itsasoa da Bide Bakarra habla de que el mar es el único camino, porque aun sabiendo que hay la misma distancia entre dos puntos, no se ve igual el mar desde ambas geografías. “Esta propuesta dialoga también con las violencias que generan las diferencias, las luchas de poder, de cómo la vida no es igual de justa para todas”.
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De Cuba, Inés Osinaga aprendió un montón de cosas, principalmente que lo que sucede conviene. “Empecé a revisarme mi blanquitud, los privilegios que tengo en la vida como europea. Comprendí lo que dice Nailé, mi percusionista, de que siglos y siglos de sangre negra en las venas dan para mucho. Aprendí que las claves se montan, que hay muchos matices que no se pueden escribir en partituras. Aprendí a callarme, a saber cuándo cantar y cuándo escuchar. En este país he podido armar la banda de mis sueños”.
El pasado viernes Inés Osinaga presentó Itsasoa da Bide Bakarra en Fábrica de Arte. Trajo a La Habana músicas vascas, bits, máquinas, el trikitilari y el pandero, estos dos últimos instrumentos del folclore vasco que defiende la artista en su forma de concebir la música.
Si indagas por sus referentes dentro de la música cubana, menciona a las mujeres que la han acompañado en este proceso: “Irina González, la multi instrumentista de Santa Clara y directora musical de mi banda; Yaíma Orozco, mi trovadora favorita; Eme Alfonso, de quien me encantan e inspiran sus cantos y toques; Edith Rosales, mi tresera predilecta. Ella y el tres parece que se han diseñado para bailar juntos porque se complementan y conversan. Me gusta mucho el Dúo Jade, D’ Capricho y Nailé Sosa cuando toca el tambor batá, el piano o las percusiones”.
El pasado viernes Inés Osinaga presentó Itsasoa da Bide Bakarra en Fábrica de Arte. Trajo a La Habana músicas vascas, bits, máquinas, el trikitilari y el pandero, estos dos últimos instrumentos del folclore vasco que defiende la artista en su forma de concebir la música.
Como estamos en un momento muy especial para las mujeres creadoras en el mundo, Inés Osinaga agrega que en Cuba hay “artistazas” muy grandes, con sensibilidad y ritmo en las venas.
Y añade: “En los dos últimos años las sonoridades cubanas han estado súper presentes en mi obra. Me interesa la música ligada a la tierra: el changüí, el afro, el son; géneros que dicen cosas de las gentes que habitan esas tierras. A partir de ahí, me encanta crear ritmos que inspiren presente”.
La vasca califica a Cuba como un país peculiar, que la hace sentir que es posible organizarse de otra manera, y salir de la rueda de “producir, producir, producir”, de la competencia, de esa lucha bestial. “Vengo a este país y surgen conversaciones. Me inspira mucho la gente cubana. Dice Nailé que si estudio bastante quizás algún día puedo llegar a tocar un poco de güiro. De Cuba me llevo mucho trabajo, sueños cumplidos y otros grandes por cumplir”.
Inés Osinaga menciona entre sus peculiaridades como artista sus ganas constantes de trabajar en colectivo y su interés por poner a la mujer en el centro, liderando y conectando. “Me gusta crear entre mujeres, entre hermanas. Además, tengo una mochila cargada de música tradicional vasca, pero a la vez me gusta la música electrónica; de hecho, la produzco desde hace veinte años. Son dos extremos: la electrónica y las sonoridades que provienen de la tierra y de la identidad. Eso es un poco lo que me diferencia del resto”.
Sin creerse una música virtuosa, porque cuando tenía un poquito de virtuosismo se cansó de tocar esas cosas difíciles y buscó más la conexión entre personas, Inés Osinaga cree firmemente que la música puede salvar la vida porque, por un momentito, le hace sentir a las personas que no están tan solas. Eso cambia vidas y, de paso, al mundo.