Otra vez el artista Reinier Luaces conmueve los escenarios de las artes visuales en la provincia de Villa Clara. Desde su salto a la producción pictórica hace ya más de una década hasta el presente ha mantenido un discurso fiel a sus ideas, entallado en una rebeldía que quizás sea extemporánea, pero que posee las revelaciones de una hondura de pensamientos que reniega de los espacios light y de las conveniencias. Siendo un excelente dibujante, Luaces prefiere las figuras deformes, que parecieran llenas de tumoración y de dolor, esas que saltan en medio de la Galería Provincial y que le dan entidad a la expo titulada Implosión.

Existe la propuesta de una tirantez que no se mueve de sitio, pero que demanda la creación de una cinética sin nombre, de un hallazgo que no osa decir sus señas. En Luaces hay, a estas alturas, la permanencia de un molde en cuanto al estilo, pero más que eso, la indudable vitalidad de una manera de abordar el arte que no ha tenido miedo a ser tal y como lo siente el autor.

Una explosión es algo que envía las esquirlas y los restos de determinado núcleo hacia la periferia; se imponen el caos, la muerte, el daño. En esos fenómenos físicos se sufre de un vacío momentáneo que trata de llenarse de aire, de combustión y de fuego. Pero la implosión ocurre a la inversa, posee un signo que la determina y es ese que la coloca en el sentido contrario, en la cinética extraña.

“(…) Luaces prefiere las figuras deformes, que parecieran llenas de tumoración y de dolor, esas que saltan en medio de la Galería Provincial y que le dan entidad a la expo titulada Implosión”.

En Luaces hay movimiento, pero no se va hacia el mismo lugar que otros quizás prefieren. La implosión es algo que se consume en su propio espacio, que se acaba en sí misma, que comienza y ya está herida de muerte. En tal sentido, ese es el aliento necrológico de algunos cuadros que usan colores oscuros y que parecerían cadáveres tirados en medio de la galería. Esos personajes, que no pertenecen a este tiempo/espacio, se mueven en una dirección dolorosa, en un vaivén que los hace pender de las sogas existenciales.

Pero no hay que ver en Luaces solamente a aquel joven que ya ha crecido y que ha hecho una vida como creador; sino que es bueno centrarnos en las propuestas y darles una salida desde lo simbólico, desde el significado más carnal. Las cabezas decapitadas, que parecen por momentos geishas o samuráis, son ajenas a la realidad cubana, pero se centran en reflejar un conflicto en el cual queda petrificado el ser de un presente.

En la villa en la cual Luaces ha hecho su recorrido, Remedios, perviven marcas del tiempo que se refieren a la violencia, el olvido, el aislamiento y el odio. Son reacciones captadas con suma maestría por el pincel y que conforman las conversaciones del artista, a quien podemos encontrarlo en su estudio de la galería Carlos Enríquez, siempre enfrascado en la creación o en la cocreación de exposiciones para que la ciudad dormida sea un poco diferente. Eso explica esa cinética grotesca que se percibe y que flota sobre las esencias de la expo Implosión: de alguna manera, se trata de dinamitar un mundo cerrado que tiene que hacer su propio desastre hacia adentro.

“En Luaces hay (…) la permanencia de un molde en cuanto al estilo, pero más que eso, la indudable vitalidad de una manera de abordar el arte que no ha tenido miedo a ser tal y como lo siente el autor”.

En esa destrucción creativa no interesa mucho si el receptor está o no a la altura o si se identifica, sino que la violencia misma expresa una urgencia. La implosión no agrede el contorno, se concentra en su propio espacio y desaparece; es como si de pronto hallásemos un fenómeno físico en medio de la ciudad y allí estuviera todo un caos que contradijera la normalidad del mundo.

Y eso es lo que expone Luaces o tal cosa ha pretendido cuando nos habla sobre figuras pintadas toscamente sobre lienzos sin tratamiento alguno, cuando agrede con una maquetación casi inexistente o cuando a mitad de la sala pervive un pedazo de madera sin refinamiento alguno con una cabeza y un machete oxidado. Nadie sabe si ahí se expresa la tendencia más íntima del autor, pero quizás somos tentados a vernos reflejados por ese universo que emula la decadencia.

Nadie sabe si en obras como esta se expresa la tendencia más íntima del autor, pero quizás somos tentados a vernos reflejados por ese universo que emula la decadencia.

La nota macabra prosigue en las paredes, de las cuales cuelgan series sin nombre con cabecillas diminutas. Para captar el gesto terrible hay que acercarse, darles el beneficio de la duda y hallarnos allí dentro. Quizás somos esos personajes en otra encarnación porque la implosión se organiza de mayor a menor y mientras en el centro de la sala están los lienzos enormes, en los extremos existen marcas apenas visibles de una creación más detallada, de un caos más interesante si se quiere.

¿Qué más se le puede atribuir a Luaces? La búsqueda en medio del desierto, su vitalismo, ese empuje que en medio de las condiciones de su villa e incluso de su comunidad (vive en un enclave llamado Bartolomé) ha sido clave en el sostén de un tono, de una querella contra el viento y la calma, contra el ruido y la furia.

“(…) no hay que ver en Luaces solamente a aquel joven que ya ha crecido y que ha hecho una vida como creador; sino que es bueno centrarnos en las propuestas y darles una salida desde lo simbólico, desde el significado más carnal”.

En esa metáfora que se baña en un Jordán de peticiones, el artista ha logrado que las instituciones de la villa y de la provincia lo prodiguen en reconocimiento y, al cabo, se zambulle en una gloria sencilla que no puede temer las alarmas ni la caída de los cimientos. Hay, en el derrumbe, un caos desesperante, pero deseado, que es la base de la idea de este autor y su propuesta de transformación del mundo.

Y es que Luaces cae en lo escatológico, lo deshecho, lo contrahecho y lo que remeda un universo poco logrado. Es como asistir a los inicios la creación y orar sobre las aguas junto a la luz que otorga el aliento de vida. En eso el autor se parece a la entidad que sustenta el movimiento, que no puede ser otra cosa que un caos.

Esta expo deviene recorrido por la trayectoria creativa de Reinier Luaces.

Implosión posee, además, marcas que la colocan en un sitio distintivo: es un recorrido por lo que Luaces ha hecho. Allí se puede apreciar el proceso de creación con la prueba y el error que se muestra vigente en las manchas de los lienzos. El autor pudo taparlas o botar la tela, pero prefiere decirnos que en el arte nada está oculto y que lo valioso reside precisamente en la honestidad. Un acercamiento a lo grotesco que no posee cortapisas en ser tremendamente deforme, distante de los trazos regulares, de los dibujos, de las maneras apaisadas.

Ello nos recuerda que Luaces es una mezcla entre la academia y el aprendizaje, entre la calle y la galería, entre el éxito y el fracaso. La pervivencia del dolor de la existencia está remanente junto a la alegría de pintar. Y en esos dos extremos se dirime una figura que ha logrado pertenecer a un panorama, a un sello y que con esfuerzo tiene un nombre.

A pesar de que en Remedios no existen circuitos de actualización y de que el arte se hace al pecho y a pesar de tantas limitaciones e incomprensiones, Luaces no quiere abandonar el terruño y apuesta siempre por esa implosión que lo conduce hacia el interior de su vida, de su casa, de su poblado. Es en Bartolomé donde posee su otro taller en el cual realiza los bocetos, en el cual destruye creativamente su obra y así le halla un sentido.

“(…) Luaces no quiere abandonar el terruño y apuesta siempre por esa implosión que lo conduce hacia el interior de su vida, de su casa, de su poblado”.

Y como casi siempre pasa con los artistas, nada hay más noble que dejar ir las vicisitudes y colocarnos encima de los problemas para convertirlos en poesía. Luaces no va hacia regiones superficiales, no le interesa la paisajística que quizás por su entorno rural debería ser vigente, no sufre de influencias de grandes de su contorno geográfico como pueden ser Zaida del Río o Carlos Enríquez. Su noción de vanguardia no es para permanecer callado, sino para implosionar la quietud de un pueblo, para darle el elemento vital que lo llena de sentido. Es en ese nicho en el cual se mueve Luaces, siempre a medio camino entre lo hecho y lo deforme, entre el ser del caos y el que se nutre de una coherencia que es también su ética humana.

Por ello, cuando la obra viaja y va hasta La Habana o Santa Clara, hay una traslación semiótica en la cual debe moverse la atmósfera. Y en la galería provincial se siente esa energía brutal de los cuadros, ese peso inminente que es como el de un crimen o algo terrible que amenaza a quienes pasan. Luaces no aspira a la indiferencia, pero no sabe ser otra cosa que un autor de caos y un decidor de cuestiones que duelen.

En la Galería Provincial se siente esa energía brutal de los cuadros, ese peso inminente que es como el de un crimen o algo terrible que amenaza a quienes pasan.

Se pueden rastrear las insinuaciones nietzscheanas en la obra, ese apego a la vida como un ciclo circular que se repite y que al cabo de los diez años vuelve a estar en una galería siendo juzgado. No hay de otra, porque el artista no pervive en la soledad, ni en la desidia ni en lo malsano. El creador debe erigirse y ser su propio héroe a contrapelo de las estructuras sociales, profesionales, de corte arbitrario. En esa mesa de proposiciones, Luaces nos dice que desea que todo explote hacia adentro, como si la explosión hacia los márgenes fuera una herejía. Acto inhumano que aparece en el trazo y que es parte de una fealdad sabia, incierta en sus parámetros, pero infinita en su lucha para estar en este tiempo/espacio.

Los vectores de sentido en Luaces o no existen o están soterrados, ya que se mueven en muchas direcciones. No podemos vertebrar un discurso, sino una especie de filosofía salvaje que procede mediante martillazos. Por ello, no se trata solo de un pintor, porque si así fuera tendríamos un juego pueril. Luaces abraza una visión mayor, que usa los cuadros como vehículo, pero cuyo mejor momento está en la deconstrucción significativa de las obras.

“(…) el artista no pervive en la soledad, ni en la desidia ni en lo malsano. El creador debe erigirse y ser su propio héroe a contrapelo de las estructuras sociales, profesionales, de corte arbitrario”.

La cuestión está en la necesidad de un instante crítico, de un tiempo para la reflexión y el control en medio de la desmesura y por ello es que vemos en la expo un beneficio. No es que con esto tome mayor o menor relevancia, sino que Luaces sabe que la obra de arte se hizo para una vitalidad que no es la de la sola permanencia. Por eso los lienzos despintados, con manchas, ya que así hay un gesto irónico hacia la noción occidental de belleza o la cosa expositiva que supuestamente otorga entidad o carácter serio a determinado autor. Para el pintor no se puede encasillar lo que deseamos en un lienzo, ni en una expo, las manchas expresan la medianía del caos del cual salen las creaciones, por ello la ganancia en Luaces es la expresión del proceso, no de la cosa inerte, sino de la cinética esencial.

La materia con que están hechas las piezas es proteica, o sea, no puede dirimirse en la pintura o la tela y por ello hay que ver un objeto metafísico y conceptual más allá del solo hecho de la expo. Pareciera que Luaces nos dice que así, entre sombras, ve aparecer las figuras de sus cuadros en medio de su casa en Bartolomé y que ha querido darnos el momento justo de ese renacer. Sabemos cuán duro es ser artista sin que se nos reconozca o se nos lleve a un determinado honor profesional, en Luaces esa marca está si bien desde hace años es un hombre con un enorme prestigio que debe seguir pintando.

En los lienzos despintados, con manchas, se advierte un gesto irónico hacia la noción occidental de belleza o la cosa expositiva que supuestamente otorga entidad o carácter serio a determinado autor.

Más allá de las circunstancias hay que ver la belleza y si esta se halla por el momento en una galería, lo conveniente es ir a su encuentro. Y lo bello no solo es lo armonioso, sino que es sobre todo lo real y en ese mundo descarnado en el cual se inscriben con fuerza los símbolos de un poderoso pincel está este autor. Con un camino repleto de obstáculos, con un discurso en el cual no siempre pervive la comprensión o la concordancia con instituciones, Luaces ha sabido madurar.

Ya nada parece detenerlo, ni siquiera en la eternidad de los problemas cotidianos que frenan a cualquier artista y que clavan en sus entrañas los filos absurdos del aburrimiento. Luaces lo sabe y por ello no solo aparece en las galerías, sino que se ha transformado en un oráculo para determinar los espacios, para medir las consecuencias de una política expositiva o para que no calle el jamás su alma de creador. Sin dudas, la experiencia como director de espacios expositivos fue un punto de toque que le permitió aquilatar lo que es valioso, inmenso, propio de la grandeza de su pincel. Allí el artista adquiere ese olor de sabio que le permite discriminar entre la hojarasca y el oro y que es la fase en la cual está apto para decir y posicionarse.

“Sin dudas, la experiencia como director de espacios expositivos fue un punto de toque que le permitió aquilatar lo que es valioso, inmenso, propio de la grandeza de su pincel”.

Implosión no se queda en los salones, pareciera que sale hacia las calles y que en su devenir se definen las eras de creatividad. Es un acto pedagógico, pero también una revelación de que lo divino está en nosotros y que a veces pervive una esencia mefistofélica que solo el arte puede expresar. La aparición de las cabezas cortadas, el dolor de un mundo decapitado en medio de una verdad que resulta hiriente; son gestos que convierten la apuesta en un arma para la lucha contra lo mediocre.

Este aldabonazo nos lleva de bruces a la vida y de ahí nos coloca como humanos los sanos límites. Nada hay más bello que eso y además condiciona todo tipo de acercamiento. Sin dudas, la implosión no deberá dejar esquirlas o si lo hace estas se esconden en un resquicio del autor, que es capaz de tomarlas del piso, engullirlas y devolverlas al plano del lienzo transformadas en metáforas.

Luaces es un autor metafísico, no conceptual, o sea que su arte está más allá de lo físico y apunta a una mezcla entre la circunstancia y lo interno del artista. Cuando la expo implosiona, nos quedan los trozos de su verdad.