La maquinaria propagandística de Estados Unidos ha sabido aprovechar las características de la naturaleza humana, señaladas hace más de cinco mil años por el pensador chino Confucio, después por la doctrina cristiana original, por filósofos africanos, árabes, griegos, judíos como Spinoza y Carlos Marx y por profundos analistas como el cubano José Martí, quien, desde su revista para niños y niñas La edad de oro, advertía que todos los terrícolas somos los mismos, diferenciados por costumbres, tradiciones, modo de concebir el mundo y sobrevivir en las circunstancias geográficas de cada cual, factores que condicionan esa segunda naturaleza llamada cultura.
Desde los tiempos más remotos, tanto en leyendas y tratados como en expresiones religiosas y artísticas de todo el planeta, se pueden apreciar alertas sobre los efectos del egoísmo, las ambiciones malsanas, el odio, la envidia, los celos que el capitalismo ha sabido convertir como ningún otro sistema en resortes para el individualismo, la competitividad, el consumismo, la justificación para las más atroces crueldades, apoyándose en la simplificación de los procesos existenciales y culturales para cautivar los públicos más diversos.
Estados Unidos supo utilizar su poder para convertir los resultados iniciales de encuestas sobre los asuntos comerciales en convocatorias para alcanzar la felicidad, la libertad, el éxito y convertirse en ganadores según la cantidad de dinero acumulado.
Si desde los tiempos inaugurales de los llamados medios masivos ya había logrado consagrarse como el país de las oportunidades, sin que los beneficiados tuvieran en cuenta los horrores cometidos para llegar a ese estatus, ¿qué no podrá conseguir con las nuevas tecnologías a su pleno servicio y control?
Estados Unidos ha tenido la capacidad de apropiarse de ritos foráneos como la festividades navideñas, papá Noel, Halloween en operaciones de mercadeo muy atractivas para el común de los terrícolas en cualquier latitud como divertimentos, muy publicitadas en todas partes y reasumidas en los sitios donde surgieron con el sello estadounidense porque también han logrado imponer los códigos de desarrollo, progreso, abundancia aunque en buena medida son los causantes del desastre ambiental que vive el orbe.
Cuba siempre estuvo muy influida, por cercanía e intercambio, del buen arte y literatura estadounidense y también por su avasalladora propaganda a favor de lo superficial, de crear expectativas irrealizables en países con menos recursos o con recursos robados por el gran capital, con situaciones económicas inestables a causa de sanciones y agresiones que lamentablemente no son tenidas en cuenta a la hora de juzgar éxitos y fracasos de las diversas sociedades.
Desde la crisis de los 90, que ahora se ha intensificado, han aparecido más elementos de esas influencias norteñas en los más amplios sentidos culturales y el signo más distintivo es el éxodo masivo que sitúa, pragmáticamente, en el poderoso vecino las posibilidades de una vida mejor, contando con los privilegios que las sucesivas administraciones estadounidense confieren a los cubanos y con bases familiares establecidas.
La pérdida de tradiciones, las diferencias en los modos de vida —de opulencia injustificada en los que deben dar ejemplo de austeridad—, las carencias extremas intensificadas por presiones externas, la maltrecha economía han deformado esencias culturales que se sustentan en las formas de vivir, el pensamiento y los sentimientos que se generan desde las posibilidades de la cotidianidad.
Hay una cultura artística potente, fruto de años de sostener las escuelas de artes, aun en las peores circunstancias, de mantener activos mecanismos de fomento artístico en las comunidades, de grandes personalidades artísticas que mantienen con su obra una didáctica del buen hacer patriótico, fruto también de una voluntad institucional de no renunciar a espacios ganados con numerosos eventos en todo el país.
Pero la avalancha propagandística del gran imperio y sus secuaces no encuentra adecuado contrapeso en los métodos comunicacionales, en el uso efectivo de las nuevas tecnologías, ni en la efectividad de las medidas económicas. Y esas son debilidades culturales particularmente costosas porque mueven los pilares mismos de una Revolución que, contra todos los vaticinios, logró convertir en realidad aspiraciones mayoritarias de bienestar social, que están siendo menguadas por la agresión, el asedio, el bloqueo pero también por retardos en la aplicaciones de medidas que pueden aliviar la extrema situación existente.
“(…) la avalancha propagandística del gran imperio y sus secuaces no encuentra adecuado contrapeso en los métodos comunicacionales, en el uso efectivo de las nuevas tecnologías, ni en la efectividad de las medidas económicas (…)”.
Es inobjetable que se vive una cruel guerra, donde el enemigo cuenta con el mayor poderío en todo los aspectos, lo que obliga a ser riguroso con las tácticas y las estrategias y a recuperar credibilidad con transparencia a la hora de reconocer errores, con la misma vehemencia que se ponderan aciertos, sin pretender consolarnos con una imagen de normalidad que regatea la emergencia que se vive, respondiendo a las preguntas que hacen los bienintencionados que no entienden porque se hacen las cosas de un modo y no de otro que parecería más dinámico, sin cansarse de ser exhaustivo, no en la repetición, sino en las explicaciones de los medios comunicacionales y los discursos sobre los temas más sensibles, sabiendo que en las crisis la capacidad de discernimiento se ofusca.
Esos serían factores de fuerza cultural indispensables para lidiar con los asuntos de la naturaleza humana que de manera tan efectiva manejan nuestros oponentes para recolonizarnos.