Ni un murmullo, ni un crujido de butaca. El teatro se sume en un silencio denso, expectante. El escenario está iluminado; los músicos esperan la señal. Y entonces aparece él: Igor Corcuera Cáceres, un hombre que cambió —sin abandonarla totalmente— la trompeta por la batuta. Sus gestos son precisos, casi quirúrgicos.

Cuando levanta los brazos, parece dibujar en el aire no solo el compás, sino también la música. Sus manos, ágiles y expresivas, marcan cada entrada con la claridad de quien sabe exactamente lo que quiere. A veces, un movimiento brusco, cortante, como un recordatorio de su pasado como trompetista: firmeza, contundencia. Otras, un gesto suave, casi flotante, como si la melodía lo arrastrara.

Igor Corcuera ha hecho historia. Recientemente, asumió la dirección de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, convirtiéndose en el director más joven en guiar a la emblemática agrupación. Su nombramiento no es solo un cambio de guardia, sino una bocanada de aire fresco para la música clásica en la Mayor de las Antillas.

Sus ojos no pierden detalle. Un violín que se retrasa, un viento que necesita más aire; todo queda capturado en su mirada. Y cuando la música estalla, su cuerpo entero se convierte en un instrumento más: se inclina, se estira, gira sobre sí mismo, como si dirigir no fuera solo marcar el ritmo, sino dar vida a cada nota. Así es Igor Corcuera: un director que no solo guía, sino que siente.

“Recientemente, asumió la dirección de la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, convirtiéndose en el director más joven en guiar a la emblemática agrupación”.

Si preguntas por la influencia de la enseñanza artística en su trayectoria, el director no duda: se define a sí mismo y a todos los músicos de la Sinfónica como “herederos” de esa formación de excelencia que tuvo el privilegio de recibir. “Estudié nivel elemental en la escuela Paulita Concepción y en la Amadeo Roldán, y luego me especialicé en trompeta. Más adelante, cursé dirección de orquesta en el Instituto Superior de Arte”, explica. Pero para Igor, graduarse no significó dejar el aula: hoy es profesor de trompeta en la misma Paulita Concepción, la institución a la que, en gran parte, debe su crecimiento como profesional.

“Cuando empecé a trabajar en Paulita en 2008, me encargaron formar una banda infantil y, más tarde, una orquesta sinfónica. En esa época, estudiaba en el ISA, y dirigir esos grupos me brindó una experiencia clave que abrió muchas puertas al graduarme. Fue mi primera escuela como director. La enseñanza artística no solo me dio conocimientos académicos, sino que, al ser mi primer trabajo, resultó fundamental en mi formación como trompetista y director. Es algo que he conservado con el tiempo, porque disfruto mucho trabajar con niños”, refiere Corcuera.

“La trompeta fue mi elección desde niño, el instrumento que me enamoró a los siete años. Pero siempre sentí una afinidad especial por la dirección de orquesta”. Imagen: Imágenes: Tomadas del perfil en Facebook del entrevistado

Entre los maestros que forjaron su visión musical durante su formación en el Conservatorio Amadeo Roldán y el ISA, Igor destaca especialmente a Jorge López Marín, su profesor de dirección orquestal en el Instituto Superior de Arte. “Ha sido un privilegio ser su discípulo, aprender y beber de él y de toda esa experiencia”, confiesa. Aunque reconoce haber tenido excelentes profesores en la Roldán, prefiere no mencionarlos individualmente para evitar la injusticia de posibles omisiones involuntarias.

¿Qué le impulsó a dar el salto hacia la batuta?

“La trompeta fue mi elección desde niño, el instrumento que me enamoró a los siete años. Pero siempre sentí una afinidad especial por la dirección de orquesta. No sabía cómo lo lograría, pero el sueño de sostener la batuta nunca me abandonó. Recuerdo mirar fascinado a los directores en la televisión, imaginando que era yo quien estaba allí. Hoy es un privilegio dedicarme a lo que siempre soñé, impulsado por esa vocación inquebrantable. Aunque nunca he abandonado mi primer amor: sigo siendo profesor de trompeta y tocando en escenarios como Tropicana o con mi quinteto de metales, Habana Brass”.

Aún con la energía de quien no ha dejado atrás del todo la trompeta, pero con la madurez de un maestro que conoce cada secreto de la partitura, Igor llega para desafiar lo establecido. Su juventud no es un límite, sino un puente: conecta la tradición con nuevas ideas, el rigor técnico con una pasión y amor por la música que contagia a instrumentistas y público por igual.

¿Cómo definiría su estilo de dirección? ¿Hay algún director que admire especialmente?

“No diría que tengo un estilo definido. Mi objetivo es ser claro con mis gestos, que los instrumentistas comprendan perfectamente lo que quiero expresar. Busco que se sientan seguros bajo mi dirección, porque esa confianza es fundamental para que la música fluya y alcance al público con toda su energía.

“Entre los directores que admiro hay muchos: Herbert von Karajan, Claudio Abbado, Gustavo Dudamel, mi maestro Jorge López Marín, la maestra Zenaida Romeu, el maestro Iván del Prado —quien dirigió la Sinfónica Nacional. La lista incluye tanto figuras internacionales como talentos de nuestro país”.

“No diría que tengo un estilo definido. Mi objetivo es ser claro con mis gestos, que los instrumentistas comprendan perfectamente lo que quiero expresar”.

Para Igor Corcuera Cáceres, el equilibrio entre fidelidad a la partitura y libertad interpretativa es fundamental. “Si bien uno aporta su esencia, su manera personal de hacer música, hay que ser fiel a lo que el compositor escribió —al menos en la académica—, reflexiona. “Es un equilibrio difícil de alcanzar, pero necesario. La línea que separa la interpretación personal de la realidad objetiva de la obra es extremadamente fina”.

Al enfrentar el reto de dirigir tanto repertorio clásico-romántico como obras contemporáneas o cubanas, Igor explica que dirigir una orquesta con regularidad —ya sea como director invitado recurrente o titular— exige crear programas semanales diversos y atractivos. “Es necesario combinar música académica del período clásico y romántico con obras contemporáneas, piezas cubanas e incluso propuestas más comerciales”, señala. Solo así, asegura, se puede formar un público heterogéneo.

“Hay que prepararse muchísimo y transmitir seguridad a la orquesta a través del conocimiento profundo de cada obra”.

Para superar este desafío, el músico confiesa que la clave está en el estudio constante: “Hay que prepararse muchísimo y transmitir seguridad a la orquesta a través del conocimiento profundo de cada obra”.

Desde hace mucho tiempo, dirigir no se limita a las manos; involucra todo el cuerpo e incluso la energía que proyectamos, responde el instrumentista ante la pregunta del rol de la comunicación no verbal en su diálogo con los músicos. “Una mirada, un gesto o hasta un salto pueden transmitir la energía que buscamos compartir, primero con los ejecutantes y luego con el público. Esta conexión director-orquesta-público es fundamental para que la música fluya exactamente como se concibe”.

¿Qué significa para Igor Corcuera asumir la dirección titular de la OSN, una institución con 65 años de historia? ¿Cuáles cree que sean los principales retos en esta nueva responsabilidad?

“Sin dudas, este es el desafío profesional más importante que he enfrentado, pero al mismo tiempo un inmenso honor. Dirigir la OSN —la principal institución musical de Cuba y una de las más prestigiosas de nuestra cultura— conlleva una enorme responsabilidad. Más aun siendo el director titular más joven en su historia. Este rol implica un compromiso con los músicos de larga trayectoria, con nuestro arte, con la identidad cultural cubana y con ese público que nos acompaña fielmente en cada presentación, así como con quienes ahora nos redescubren. Todos merecen lo mejor de nosotros, por eso asumo este reto con profunda satisfacción y entrega absoluta”.

La OSN ha sido un pilar de la cultura cubana. ¿Cómo ve su papel en la difusión de la música sinfónica en el contexto sociocultural actual?

“Como principal exponente de su género, la Orquesta Sinfónica Nacional debe convertirse en el modelo a seguir para este arte en Cuba. Nuestra misión es establecer los estándares de excelencia en la interpretación de obras académicas, un objetivo que trae intrínseco múltiples retos: revitalizar el catálogo de piezas, promoverlo activamente y servir como referencia para todas las agrupaciones sinfónicas profesionales de la Mayor de las Antillas”.

“Todos merecen lo mejor de nosotros, por eso asumo este reto con profunda satisfacción y entrega absoluta”.

¿Cómo percibe el estado actual de la infraestructura orquestal en Cuba y qué cambios cree urgentes?

“El panorama actual presenta desafíos significativos, afectado por limitaciones materiales y escasez de personal. Nuestras agrupaciones dependen de subsidios estatales, y en ocasiones las remuneraciones no se corresponden con la dedicación y talento que requieren nuestros artistas.

“Las soluciones deberían enfocarse en dos direcciones: primero, fortalecer el apoyo institucional a estas formaciones musicales; segundo, desarrollar nuevos directores, pues contamos con escasos profesionales en este campo para cubrir las necesidades de las ocho agrupaciones sinfónicas permanentes en el territorio nacional. Cada una requiere al menos un director principal y un asistente que colabore en la conducción artística”.

Igor Corcuera cree fehacientemente en la necesidad de ampliar el público sin descuidar al actual. Para él, la orquesta debe llegar a jóvenes, a todos los grupos de edad y estratos sociales, pues la música sinfónica no es exclusiva de intelectuales o personas mayores. “El arte musical debe ser accesible a todos, y para lograrlo necesitamos adaptarnos a los tiempos actuales”, afirma. Esto implica aprovechar las redes sociales, diseñar programas comprensibles, dialogar con la audiencia y orientarla sobre el protocolo en salas de conciertos: desde mantener silencio durante las interpretaciones hasta evitar aplausos entre movimientos. Solo así se garantiza la plena experiencia sonora que merece cada espectador.

“El arte musical debe ser accesible a todos, y para lograrlo necesitamos adaptarnos a los tiempos actuales”.

El músico confiesa su devoción por el repertorio romántico del XIX, con Beethoven como figura central. “Es mi compositor predilecto. He profundizado en su obra, analizándola e interpretándola con especial dedicación”, revela. Aunque también valora a Mozart, Haydn y el repertorio antiguo, considera que el período romántico representa la cúspide del desarrollo sinfónico.

En esas fases de sequía creativa, Igor recurre a una fórmula probada: sumergirse en intensas jornadas de investigación musical. “Exploro repertorios desconocidos, redescubro piezas olvidadas y me dejo sorprender por composiciones contemporáneas”, dice. Este proceso de inmersión sonora no solo rompe bloqueos, sino que nutre su lenguaje artístico con nuevas influencias.

Sobre la música sinfónica cubana, considera que debe darse más a conocer y la OSN tiene que ser el vehículo para lograrlo. Desde compositores como Gonzalo Roig, Lecuona, Rodrigo Prats, Guillermo Tomás, Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Félix Guerrero, hasta los contemporáneos como Guido López-Gavilán, Jorge López Marín, Roberto Valera y Alfredo Diez Nieto. “La lista sería interminable. En vez de hablar de compositores específicos para que el mundo redescubriera, pudiéramos decir que el mundo redescubriera la música sinfónica cubana, que es riquísima y tiene una realidad extrema”.

“Exploro repertorios desconocidos, redescubro piezas olvidadas y me dejo sorprender por composiciones contemporáneas”.

En esta misma línea, para Igor, la difusión del repertorio sinfónico nacional representa una deuda pendiente. “La Orquesta Sinfónica Nacional debe convertirse en el principal embajador de este legado”, afirma. Desde los pioneros como Gonzalo Roig, Lecuona, Rodrigo Prats, Guillermo Tomás, Amadeo Roldán, Alejandro García Caturla, Félix Guerrero hasta creadores actuales como Guido López-Gavilán, Jorge López Marín, Roberto Valera y Alfredo Diez Nieto, Cuba atesora un patrimonio musical de incalculable valor que merece mayor proyección internacional. Más que destacar nombres individuales —la lista sería interminable—, el verdadero reto es que el mundo reconozca nuestra producción sinfónica en su conjunto”, sostiene.

El último acorde se expande en el aire perfectamente cohesionado. Igor congela su gesto y la batuta queda suspendida en un silencio elocuente como si atrajera hacia sí toda la energía desplegada. Prosigue una pausa. El público contiene la respiración hasta que, con un movimiento amplio y generoso, baja los brazos liberando el aplauso.

La orquesta se levanta al unísono bajo su mirada. Él, con un gesto humilde pero firme, cede todo el mérito a los músicos: primero hacia las cuerdas con una inclinación, luego a los vientos con una sonrisa cómplice, finalmente a la percusión con un guiño de admiración. Su rostro refleja esa mezcla característica entre fatiga satisfecha y éxtasis contenido de quien ha guiado algo más grande que sí mismo. Termina el concierto.

Luego llega el último gesto: señalar al público y luego al cielo, recordando que la música, al final, pertenece a todos y a nadie. La luz se atenúa. La magia, intacta, queda flotando entre butacas y partituras. La batuta ahora está en manos de Igor Corcuera, y con ella, el futuro de una orquesta. El reto es grande, pero si hay algo que define al trompetista y director es que no teme a los desafíos. La Sinfónica, bajo su dirección, no solo suena, resuena. Bienvenido, maestro. La historia lo espera.