Hubert de Blanck: un holandés errante Vol I música de cámara
Hubert de Blanck (Utrecht, 1856 – La Habana, 1932) nos compele desde su dualidad: talentoso holandés, formado en prestigiosos conservatorios europeos que devino, por mérito propio, figura ineludible de la cultura musical cubana. Sus aportes pedagógicos, proezas como intérprete y logros como promotor han sido difundidos, en cierta medida; no así su catálogo autoral.
¿Qué misterios esconde el De Blanck compositor? Redescubrir la identidad musical de este “holandés errante” es el objetivo de la colección fonográfica que inaugura este primer volumen, integrado por cinco piezas de su repertorio cameral.
Este fonograma preserva la memoria de un concierto histórico. En un gesto inusitado, músicos de los dos universos culturales que definieron a De Blanck —país natal y patria adoptiva— se encontraron para develar, como parte del proceso intrínseco al montaje musical, reflejos de sus idiosincrasias propias en la obra de este autor, puente entre dos realidades aparentemente distantes: Holanda y Cuba. El resultado es un registro testimonial que documenta un acto dedescubrimiento colectivo, que cumple con la máxima de todo proyecto de recuperación patrimonial: resignificar la música del pasado, acercándola al presente.
Cada obra en este disco refiere circunstancias y asociaciones importantes en la trayectoria de Hubert de Blanck. El Trío para violín, violonchelo y piano que inaugura el fonograma nos remonta, de forma elocuente, a su primer período de actividad en La Habana. Aquel joven cosmopolita que llegó a Cuba con tan solo 27 años, portaba todo un arsenal creativo, resultado de sus estudios en Lieja (Bélgica) y Colonia (Alemania), y una nada despreciable carrera como concertista en Europa y Suramérica. Iniciaría, entonces, la conciliación consciente de estos referentes musicales —evidenciados en su repertorio activo como solista y músico cameral: Beethoven, Mendelssohn, Liszt, Chopin, Schumann, Rubinstein— con sus nuevos intereses e influencias en suelo cubano.
El Trío, dedicado a Rafael Montoro —quien fuera instrumental en la fundación del Conservatorio Nacional de Música y Declamación, promovido por De Blanck en 1885— recoge, además, la única alusión explícita a la música popular cubana en el repertorio de este volumen. Olga de Blanck, hija del compositor, llegó a señalar el uso del ritmo del zapateo cubano en el Allegretto, como el primer antecedente nacionalista en el género producido en Cuba antes de 1890.
El resultado es un registro testimonial que documenta un acto de descubrimiento colectivo, que cumple con la máxima de todo proyecto de recuperación patrimonial: resignificar la música del pasado, acercándola al presente.
Le siguen tres obras para violín y piano, formato que el compositor conocía íntimamente, el cual arroja nuevas luces sobre las facetas de su vida profesional y personal. El Chant du Berceau, publicada en 1881 —dos años antes de su asentamiento definitivo en La Habana— fue escrita para el violinista brasileño Maurice Dengremont, niño prodigio que giró junto a De Blanck con gran éxito por Alemania, Dinamarca, Brasil y Argentina. En cambio, la virtuosa Suite en cuatro tiempos tributa a la memoria de Raimundo Menocal, hermano de su primera esposa y, al igual que De Blanck, miembro activo del movimiento independentista cubano. Esta pieza fue estrenada en 1918 en la Sala Espadero del Conservatorio Nacional, en ocasión del primer concierto organizado por la célebre Sociedad Pro Arte Musical, que contaba en De Blanck con un notorio benefactor.
El clímax de la escucha está en Quinteto para cuarteto de cuerdas y piano, compuesto en 1914 para la Sociedad de Cuartetos de La Habana del violinista Juan Toroella. Con ella concluye este primer recorrido fonográfico por la música de Hubert de Blanck. Según la colección de programas preservados en el Fondo de la Familia De Blanck del Museo Nacional de la Música (MNM), la pieza fue interpretada por la agrupación en concierto, al menos una vez, en mayo de 1918, y con el propio De Blanck al piano.
Es la suya una escritura efectista, que saca partido al lirismo de los temas y a los efectos colorísticos de la armonía cromática, sin abandonar, jamás, los límites de la tonalidad, de la cual Hubert de Blanck era expreso defensor. El contraste entre momentos melódicos íntimos y otros dramáticos, con ciertos aires de triunfalismo optimista, mantienen la atención del oyente, evadiendo lugares comunes. Música que conmueve, que no conoceríamos si la partitura no hubiese recorrido el camino del archivo al atril.
La revalorización del patrimonio musical es un proceso colaborativo, un ciclo que va desde el hallazgo del manuscrito, su transcripción y estudio, hasta la puesta en valor en la interpretación en vivo. Hubert de Blanck: un holandés errante. Vol. I es elresultado de muchas voluntades hermanadas sin las cuales no fuese posible revivir, desde la escucha, la emoción de aquella tarde en que De Blanck —abandonando por unas horas su curso errante— regresó a La Habana para revelarnos los matices de su identidad compartida.