Historias bien guardadas. ¿Nuevas o novedosas?
Se narra en las Crónicas de Indias sobre el gran asombro de los hombres barbados al llegar a la hermosa Tenochtitlán: la organización, la arquitectura que combinaba canales y callejuelas, la prolijidad en la distribución y canje del comercio, la diversidad de sitios y el tamaño de la ciudad. Era, por ese entonces, mayor en área “urbana” que París, Londres, Roma y cualquier otra gran metrópoli europea. A pesar de esto, nos llamaron el Nuevo Mundo. No éramos nuevos, tan solo les éramos desconocidos, pero somos así: a todo lo desconocido solemos llamarlo —con festinación etimológica— nuevo.
En la pasada edición del Taller Internacional de Títeres de Matanzas (TITIM), no pocas personas me preguntaron quiénes eran esos que venían con su caja, su espacio mítico y su teatro de papel a irrumpir en la escena titiritera. Muchos noveles espectadores del retablo se refirieron a La Salamandra como un joven y nuevo grupo, y es que les era desconocido.
Lo cierto es que la agrupación, en breve, cumplirá sus primeros 15 años de fundada, a partir de que Ederlis Rodríguez y Roberto (Kiko) Figueredo se sumaran a ese proyecto tan diverso y polivalente que se llamó Juglaresca Habana, dirigido por Bebo Ruiz, quien, como algunos recuerdan, reunió a varias decenas de proyectos de pequeño formato que enfatizaban en el quehacer comunitario, en un teatro que me gusta llamar de mochila, es decir, ligero y fácilmente transportable.
Como sus fundadores eran trovadores, el carácter musical de sus espectáculos titiriteros signó el repertorio del grupo recordado, especialmente, por la obra Media naranja, que en 2004 alcanzó varios reconocimientos en festivales y el beneplácito de la crítica. Desde esa fecha hasta la actualidad condujeron sus labores a las comunidades, talleres y funciones y ofrecieron conciertos musicales con ilustraciones titiritescas, siendo el más popularmente reconocido el de La guarandinga guarandinguea, junto al grupo Karma y la trovadora Rita del Prado. Pero el teatro es visible, sobre todo, en la escena; esa es una cruenta verdad.
Es en el año 2014 cuando se suman nuevos integrantes al grupo, entre ellos, el diseñador Mario David Cárdenas. Se inicia así una búsqueda con el teatro de papel y el trabajo de teatro de caja. De esta investigación nace Historias bien guardadas, su más reciente estreno.
El TITIM es un validado espacio de superación: el teatro de papel como protagonista de obras completas ha estado presente en varias ediciones. En el propio 2014 regresó Pablo Cueto con Troka el poderoso (Teatro Tinglado, México) y estuvo en la muestra Geni, la última tentación (Badulake Teatro, Brasil). Desde 2006 Ana Laura Barros nos había divertido con sus espectáculos Secreto de familia y Tres o cuatro teatros (Tras la puerta títeres, España), a la par que impartía un taller de Teatrinos de papel. Por su parte, en el mismo año, el grupo Gabriela Clavo y Canela (Argentina) asombró a muchos y satisfizo a todos con su trabajo de caja (Peep Show, o Lambe Lambe, como se reconoce en varias partes del mundo). Todos ellos constituyeron referentes indiscutiblemente útiles, para sedimentar la idea de la autosuficiencia de estos recursos teatrales con figuras planas y la presencia de un público mínimo.
Gravitaba en sus creadores la idea de contar historias de antaño; esa obsesión que tenemos todos de que el pasado es más excitante que nuestro presente, fue condimentada con las caricaturas pintorescas y costumbristas de Roig y otras bibliografías que narraban chismes y fabulaciones de una República incipiente. Luego llegó la idea del personaje como un ente de ese tiempo ocupando el hogaño por alguna razón, razones que fueron constituidas con las fascinantes leyendas que poseen los archivos del Cementerio de Colón.
El gran reto no fue armar una fábula ficticia con retazos de realidades y anécdotas —incluso de familiares y amigos—. El obstáculo a vencer estuvo en que fuera vasta en sí misma, con títeres planos y pequeños; que fuese legible sin usar la palabra o restringiéndola lo más posible. Es así como estas dos jóvenes, espectros castigados a contar una y otra vez la misma historia —la de su vida amorosa—, se presentan en ese lugar ambientado cual museo, donde el diseñador acomoda variadas instalaciones y asistimos a esa mise-en-scène que es su propia vida.
La recepción ha sido diversa, muchos espectadores no se conforman con perderse una de las historias: la que acontece en la caja para un único espectador. Sin embargo, aunque en su concepción ideológica el espectáculo integra a ambas “señoritas”, la estructura independiza precisamente ambos argumentos y los constituye en unidades de narración autónomas. Creo que aceptar que en un mismo tiempo y lugar siempre somos espectadores de una visión única, limitada y particular podría ser una de las tesis de Historias bien guardadas. Sentirse timado por ver un espectáculo que se cree trunco es también aceptar otra manera de hacer, de decir, de proyectar y ser consecuente con una puesta en escena donde se juega siempre con la mesura y la discreción del cotilleo, con la moralidad atenuante de una época, con esos prejuicios latentes que legitiman el hecho de que tan solo sea vista por unos pocos, unos fisgones indiscretos: los que más se acerquen a la mesa del té, los que miren por la ventanilla diminuta de una casa colonial.