Desde el lunes 18 de noviembre, el teatro cubano habita los espacios de la ciudad de los tinajones. Parecía imposible organizar una cita de esta naturaleza en los duros momentos que vivimos, pero se aunaron voluntades contra viento y marea para propiciar el diálogo entre el teatro y uno de sus públicos más fervorosos, el de Camagüey.

La primera jornada del evento arrancó con la presentación de los estudiantes de Actuación del Instituto Superior de Arte (ISA), involucrados en procesos artísticos-pedagógicos que tiene lugar en las aulas de la Facultad de Arte Teatral, bajo la dirección de los profesores Lizzette Silverio y Luis Enrique Amador (Kike) Quiñones.

Una mujer para Abelardo toma como punto de partida la obra Ni un sí, ni un no, del gran Estorino, para cuestionar las secuelas del patriarcado. Tres mujeres —Leira Díaz, Amanda Acosta, Lia Romero— describen su cotidianidad desde una óptica feminista, al tiempo que exigen respeto a sus decisiones. Convertidas en dramaturgas, sueñan con cambiar la solución del conflicto, sabedoras del triste destino al que están condenadas las heroínas del teatro cubano, conscientes de los roles de género: Luz Marina, Iluminada, Santa Camila, Esperanza, María Antonia, Laura.

“Parecía imposible organizar una cita de esta naturaleza en los duros momentos que vivimos, pero se aunaron voluntades contra viento y marea (…)”.

Por el contrario, Amores ridículos, un texto de Iván Camejo, trae a escena los personajes masculinos de William Shakespeare —Hamlet, Otelo, Romeo— corroídos por la duda de los celos. El autor parodia con sutileza la tremenda situación en la cual todos temen los efectos de Don Juan en sus mujeres. Los actores —Yoibel Yoire, Amed Echenique, Adys Ortega, Marian Hernández— captan el fino humor de la situación dramática y se enrolan en un dinámico intercambio verbal.

En la Facultad de Arte Teatral se trazan nuevos caminos para la enseñanza universitaria, en los cuales, la práctica artística, sustentada en la más rigurosa investigación, propicia el desarrollo técnico e intelectual de los futuros hacedores de nuestro teatro. He aquí una muestra.

Verónica Lynn, resplandeciente

Se esperaba la asistencia de Verónica Lynn al Festival de Camagüey. El remozado escenario de la sala Tasende se abrió para recibirla. A sus 93 años de vida, plena de gracia, su presencia es un regalo para los espectadores que la aplaudieron largamente. Frijoles colorados, que Cristina Rebull escribió para ella, narra la historia de dos ancianos que residen en una casa vieja, alertas ante una amenaza invisible pero latente.

Verónica Lynn y Jorge Luis de Cabo durante la representación de Frijoles colorados, obra de Cristina Rebull. Foto: Tomada de Cubanow

Mientras la olla de frijoles se cocina, ellos mezclan recuerdos familiares, evocan sabores de comida, confunden sucesos del pasado en un juego donde la realidad se desdibuja constantemente. Acompañada por Jorge Luis de Cabo, eficaz partenaire, Verónica corrobora el talento extraordinario que le ha permitido asumir roles protagónicos en el teatro y en la televisión bordando cada uno con exquisitez. Verla en escena es un lujo.

Réquiem por Yarini es un clásico de la dramaturgia cubana que Carlos Díaz trae a la cartelera camagüeyana después de una extensa temporada en el Trianón, la sede de Teatro El Público. El texto de Carlos Felipe indaga en las relaciones humanas entre seres marginados de la sociedad, ahogados en las redes de la prostitución, la corrupción y la politiquería.

El protagonista es el famoso proxeneta del barrio San Isidro, una figura que pervive en el imaginario colectivo hasta hoy, adornado con ribetes de leyenda. La versión de Norge Espinosa subraya la fatalidad del destino de Yarini, condenado a muerte por un gesto errático.  

Parte del numeroso elenco de Réquiem por Yarini en la presentación para el público camagüeyano. Foto: Tomada de Tribuna de La Habana

Sólo un director como Carlos Díaz se atrevería a correr el riesgo de hacer teatro de gran formato en estos tiempos difíciles para cualquier emprendimiento, con un texto de estructura clásica, subiendo al escenario a 30 actores. La escenografía recrea el ambiente del burdel, del techo cuelgan faroles chinos y hermosas sillas de madera son parte del mobiliario; en un enorme altar conviven santos católicos y orichas del panteón yoruba, tal y como sucede en la espiritualidad del país. El lugar donde transcurre el argumento propicia el placer terrenal, pretexto para que el director exhiba la desnudez de los cuerpos y refleje los diversos caminos de la sexualidad humana.

Durante la función que vi en el Teatro Avellaneda, la primera del Festival,  sobresalieron en su desempeño actoral Giselle Sobrino, inmensa en el rol que conduce el hilo dramático de la tragedia, la Jabá; y Fernando Hechavarría como la Dama del velo, casi perfecto en el decir, colocando el énfasis en el momento preciso.

Entre los más jóvenes menciono el excelente trabajo de Ernesto Pazos, intérprete de Ismael, la mano derecha del souteneur. Y ese es uno de los atractivos de este montaje, es posible ver a varios actores doblando personajes, razón que obliga al espectador a regresar sobre los pasos de Yarini y Teatro El Público.

La sala estaba repleta, como ha sucedido en todas las funciones realizadas. El público de Camagüey ha respaldado, como siempre, al teatro que se hace en Cuba hoy.