Hace 80 años: El recibimiento de los restos de Capablanca
La muerte de José Raúl Capablanca en Nueva York el 8 de marzo de 1942 interrumpió el flujo incesante de noticias diarias sobre la Segunda Guerra Mundial para abrir un espacio al deceso del campeón, un hecho que conmocionó a los cubanos y al mundo entero de los amantes del ajedrez. Capablanca se hallaba frente a un tablero, observando una partida de aficionados en el Club de Ajedrez de Manhattan, en Nueva York, cuando se indispuso repentinamente. Aunque se le condujo de inmediato al Hospital Mount Sinai no se le pudo controlar la hemorragia cerebral.
Capablanca era muy admirado, posiblemente el cubano de mayor renombre internacional junto al músico Ernesto Lecuona, pues para esa fecha Kid Chocolate (Eligio Sardiñas), el otro gran campeón cubano, quien fuera extraordinariamente popular, ya estaba alejado del ring.
El campeón poseía una personalidad atractiva y su popularidad trascendía los tableros, en especial en Cuba, donde su sola mención incorporaba interés a cualquier comentario. Jugó en la entonces joven Unión Soviética y los maestros de la escuela ruso-soviética de ajedrez sentían todos admiración por él, al igual que las damas. En Estados Unidos se le dispensaban honores de campeón. Lo mucho que representaba Capablanca lo atestigua Nicolás Guillén en su poema “Deportes”, incluido en el libro La paloma de vuelo popular:
Así pues Capablanca
no está en su trono, sino que anda,
camina, ejerce su gobierno
en las calles del mundo.
Tenía al morir 53 años. El campeón padeció por mucho tiempo de hipertensión arterial. Entonces el tratamiento de esta enfermedad no contaba con los adelantos de hoy día, aunque ya se insistía en la importancia de la dieta. Capablanca fue siempre un hombre que gustó de los placeres. Es decir, su vida fue más allá del ajedrez: apreciaba la alta cocina, gozaba de la simpatía de las damas, viajó, fue diplomático. Su fama de invencibilidad en los mejores momentos de su carrera le valió el sobrenombre de “la máquina de jugar ajedrez”. Afirman los especialistas que su estilo influyó en las partidas de los campeones mundiales Bobby Fischer y Anatoly Karpov.
Nuestro compatriota ganó el campeonato mundial en 1921, en La Habana, venciendo al maestro alemán Emanuel Lasker. Después de su derrota ante Alexander Alekhine en 1927, en Buenos Aires, match en el cual perdió inesperadamente el título mundial ante el ruso-francés, allegados a él enfatizaron en la excesiva confianza del cubano y su escasa preparación para un match tan importante. Por si acaso, el nuevo campeón nunca accedió a conceder al nuestro el derecho de revancha que solía pactarse para tales circunstancias.
Su fama de invencibilidad en los mejores momentos de su carrera le valió el sobrenombre de “la máquina de jugar ajedrez”.
No obstante, para sus admiradores y para los cubanos todos, Capablanca seguía siendo el campeón y lo que es más, uno de los pocos jugadores que mereció en vida y aun después el calificativo de genio del juego ciencia. Prueba de ello es que en su último torneo oficial, la Olimpiada Mundial de Ajedrez celebrada en Buenos Aires, en 1939, ganó la medalla de oro correspondiente al mejor primer tablero representando al equipo cubano. El desencadenamiento de la que llegaría a ser la Segunda Guerra Mundial interrumpió la actividad ajedrecística y en general la actividad deportiva mundial.
Los restos del campeón fueron traídos a su patria, que le rindió los más altos honores. El féretro se cubrió de flores y la población le tributó sinceras expresiones de dolor. El multitudinario sepelio se efectuó el sábado 14 de marzo y partió del Salón Martí del Capitolio Nacional, donde Capablanca permaneció tendido, colocada sobre su pecho la más importante condecoración nacional de entonces, la Orden Carlos Manuel de Céspedes.
En la necrópolis, pronunciaron oraciones fúnebres el vicepresidente de la República Gustavo Cuervo Rubio, el ministro de Educación José Agustín Martínez y el profesor universitario Pablo Lavín. Pero lo más impresionante y espontáneo fue la despedida popular, de la cual dieron cuenta numerosas fotografías. Muchos años después Florencio Gelabert esculpió para la modesta tumba de Capablanca un rey de mármol que hoy la identifica.
La memoria de José Raúl Capablanca permanece viva en Cuba y en el mundo del ajedrez. A 80 años de su fallecimiento compartimos con los lectores de La Jiribilla estas fotografías reveladoras del pesar causado por su partida.