Ha muerto Eduard Encina
8/9/2017
Tras varios días de tensión y contactos con diferentes colegas santiagueros, acabo de confirmar en las redes sociales el deceso del poeta Eduard Encina, cubano raigal que tuve la oportunidad de tratar durante años y luego editar para nuestra revista, apenas unos días antes de conocerse el fulminante padecimiento que hoy nos priva de su compañía, a propósito de que un cuaderno de poemas suyos se alzara con el Premio de La Gaceta de Cuba. Como no fui amigo suyo ni estudioso de su obra, he preferido transcribir enseguida los primeros testimonios leídos en Facebook, firmados por dos escritores y un realizador de radio que tuvieron la oportunidad de compartir literatura, trabajo y amistad con el singular poeta de Baire.
Eduard Encina: “La poesía trabaja con lo imposible”
Rafael González Muñoz, joven dramaturgo y vicepresidente de la Asociación Hermanos Saíz, me puso en conocimiento del hecho en estos términos: “Acaba de fallecer, en el hospital Saturnino Lora, de Santiago de Cuba, a los 44 años, el gran poeta y amigo de todos los escritores de la Asociación Hermanos Saíz, Eduard Encina. Víctima de una inesperada y rotunda enfermedad, el que por varios años fue miembro de la Dirección Nacional de la AHS, se despide de nosotros, los que no nos acostumbraremos nunca a su temprana partida. El autor de libros como Ñámpiti, El silencio de los peces, El perdón del agua y Golpes bajos, entre otros, será sepultado en su natal Baire, por decisión familiar. Llegue a todos sus familiares y amigos y a las personas que aman la literatura y por ende a los buenos amigos y a los buenos escritores como Eduard, mis más sentidas condolencias. Hasta siempre, amigo”.
Yansert Fraga, autor de literatura para niños y gestor cultural, escribió: “Ha muerto el poeta Eduard Encina. No estoy en los escenarios en que ahora mismo desata su furia el huracán Irma, pero acaba de llevarnos a uno de los mejores hijos de la Literatura Cubana. Lo recordaremos siempre como un mambí, en su Baire natal, aupando el conato intelectual en su Café Bonaparte, organizando año tras año la jornada Orígenes, en homenaje al más universal de todos los cubanos, o luchando por rescatar (como lo hizo) el modesto monumento que recuerda, en el cementerio de Remanganagua, el primer enterramiento del Apóstol. No queda más que hacer silencio, como los peces, y doblar la cabeza ante el legado del autor de El mundo de los peces, ese hermoso libro para niños que dignifica el Premio Calendario”.
Cierro esta nota con el testimonio del joven radialista Alfredo Ballesteros, residente en Contramaestre y muy cercano a Eduard: “Con profundo dolor comunico a todos los amigos de Eduard Encina, quienes han estado pendientes de su estado de salud, que nuestro hermano falleció esta tarde del 8 de septiembre de 2017, en la sala de terapia Intensiva del hospital Saturnino Lora. Eduard, a quien lo sorprendió una invasiva enfermedad, lucho por la vida dignamente hasta su último suspiro. Recordemos al mambí con el machete en la mano, con la palabra precisa en el momento adecuado, pero también con la sabiduría para dar el consejo oportuno. No por esperada la noticia es menos dolorosa. Gracias a todo el equipo médico que lo atendió y a los amigos que siempre estuvieron a su lado y pendientes a través de las redes, mandando también sus deseos de pronta recuperación. Estamos consternados. Dios lo tenga en su gloria”.
Los que lo ven desde fuera piensan que los que creemos en Dios estamos mejor preparados para la muerte, que le tememos menos. Pero lo que se nos predica al respecto es que nadie está preparado para la muerte, porque el ser humano no fue diseñado para morir. Yo tampoco fui amigo personal de Eduard Encina, como dice Jacomino, ni tampoco lo he leído demasiado, pero sí compartimos, en el año 2007, una interesante experiencia en lo que hasta hoy ha sido mi único viaje al extranjero; Bolivia en este caso. Nos caímos bien, y tal vez si nos hubiéramos visto con mayor frecuencia sí lo incluiría en la reducida lista de mis amigos (puedo contarlos con los dedos de una mano, y sobran unos cuantos dedos; la amistad es algo que lleva tiempo y numerosas pruebas que no todos pasan con éxito). Me sorprendió y me dolió la noticia de su muerte no solo por esa indisposición ingénita de la que hablaba, sino porque hacía apenas unos meses (¿marzo, abril, mayo?) estuvo en Ciego de Ávila (unos días antes me había enterado con agrado de su premio La Gaceta de Cuba, buscando los resultados en Internet); compartimos una lectura de poesía en una tertulia de la AHS, y conversamos afablemente de la literatura y de la vida. También me enteré de su propia boca que había aceptado a Cristo, y me alegré por él, como por otros escritores, amigos o solo conocidos, a quienes aprecio, admiro, o ambas cosas, como Jorge Luis Arzola o José Luis Serrano (las sorpendentes “coincidencias” de Dios: este último también con un premio en esta edición de La Gaceta). Eso me conforta y hace menos escalofriante la idea de su brusca desaparición, al estilo de las viejas películas de Mélies. Alivia saber que está en buenas manos, fuera de todo peligro, dolor o tribulación. Hasta pronto, poeta.
Herbert Toranzo