Guerra mediática: ¿Somos víctimas o soldados?
La prensa es hoy un ejército, con armas distintas, cuidadosamente organizadas; los periodistas son los oficiales; los lectores son los soldados.
La decadencia de occidente
Oswald Spengler
La guerra, según Carl von Clausewitz, es un acto de fuerza que se lleva a cabo para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad. Históricamente, ese acto de fuerza se entiende como la utilización de medios bélicos para debilitar las fuerzas militares enemigas.
Antes de instaurar los principios de coexistencia pacífica y no uso de la fuerza en las relaciones interestatales, como parte fundamental del Derecho Internacional contemporáneo, la declaración de guerra era considerada como un derecho de cada Estado. En la comunidad internacional actual, con la supremacía de los ideales de soberanía y democracia, se ha complejizado el uso de los medios bélicos tradicionales, por ser contrarios a la opinión pública, y a las normas internacionales.
El afán colonizador de las potencias imperialistas, en cambio, no se reduce, y ello lleva al diseño de nuevas formas y tácticas con las que ejecutar sus intenciones expansionistas. El conjunto de estas se conceptualiza como guerra no convencional, que tiene como objetivo desestabilizar la estructura sociopolítica interna, para impulsar una intervención extranjera.
Una de las manifestaciones por excelencia de la guerra no convencional es la guerra mediática. Esta es definible como un acto de fuerza encaminado a obligar al enemigo a acatar la voluntad de quien la ejerce, a través de productos comunicativos distribuidos por los medios, en función de objetivos previamente definidos. Es un proceso que hace uso de corporaciones mediáticas, agencias y organizaciones gubernamentales, organizaciones no gubernamentales, tanques de pensamiento, iglesias y demás actores que influyen en la formación de consenso, para promover cambio de valores, referentes cognitivos e ideal social. Sus objetivos no se limitan al cambio de gobiernos, sino a garantizar la consolidación del poder corporativo transnacional y la hegemonía de las potencias globalizadores que utilizan sus mecanismos.
La aplicación de la misma contra Cuba es un conflicto longevo y tiene expresiones incluso antes de que la Isla fuera una república. Ya en 1895, cuando se libraba la Guerra Necesaria, en Estados Unidos de desarrolló una oleada de prensa amarillista que incentivó a la élite norteamericana para la intervención militar al final de dicha guerra. Pero esta política adquiere mayor fuerza después del triunfo revolucionario y Cuba se convirtió en víctima constante de ataques mediáticos y políticas subversivas, precisamente, por intentar construir un proceso social, político y económico alternativo, que rechaza las bases del capitalismo liberal. Ejemplos como la creación de Radio Martí, durante la administración de Raegan; el apoyo brindado a grupos de opositores cubanos como las Damas de Blanco o el Movimiento Cristiano de Liberación, otorgando gran difusión a sus consignas y creando mitos de la libertad en torno a sus líderes; hablan por sí solas de las intenciones imperialistas.
El desarrollo de las tecnologías de las infocomunicaciones ha brindado el soporte ideal para desplegar esta forma de guerra. Por ello, se encuentra en ventaja Estados Unidos, quien acumula la mayor parte del soporte tecnológico, además de poseer el potencial financiero para desarrollar las campañas comunicacionales que respondan a sus intereses ideológicos y culturales. Consiguen globalizar su sistema de valores y estandarizar sus patrones de conducta, hasta conseguir una homogeneización del pensamiento, que induce a rechazar cualquier ideal que se aparte de la norma impuesta.
La cultura y el arte son dos esferas muy utilizadas para el desarrollo de la guerra mediática, al ser conductos en los que enmascarar las intenciones ofensivas, bajo un clima de falsa apoliticidad o neutralidad. Tanto es así, que el lenguaje artístico se ha extendido al periodismo tradicional y otras esferas de la comunicación, lo que ha llevado a la aparición del término posverdad —distorsión deliberada de una realidad en la que los hechos objetivos tienen menos influencia que las apelaciones emocionales y las creencias personales, con el fin de crear y modelar la opinión pública, e influir en las actitudes sociales—.
“En la comunidad internacional actual, con la supremacía de los ideales de soberanía y democracia, se ha complejizado el uso de los medios bélicos tradicionales, por ser contrarios a la opinión pública, y a las normas internacionales”.
Una de las herramientas más utilizadas por los medios de comunicación imperialistas actualmente es plantear falsos problemas, o exagerar y tergiversar dificultades reales, para luego presentar soluciones falaces bajo la óptica neoliberal. Cuba está en lucha constante por encontrar brechas en el bloqueo mediático para mostrar su verdad al mundo, mostrar que el socialismo es la vía más humana para el desarrollo de los pueblos. La hegemonía comunicacional es claramente de los imperialistas, por lo que la tarea inmediata debe ser enseñar a pensar para saber distinguir las verdades en el mar de desinformación que se crea entre tantos medios digitales. Debemos conseguir que nuestra política de Guerra de Todo el Pueblo se extienda también a las redes. Todos formamos parte de esta guerra y el silencio siempre obedece al opresor, solo debemos elegir nuestro papel en ella: ¿víctimas o soldados?