El Romanticismo en el ballet, aunque surgido en la primera mitad del siglo XIX, tras el estreno en la Ópera de París, el 12 de marzo de 1832, de La sílfide, de Filippo Taglioni, devino al paso de los años estilo intemporal e internacional. Se caracterizó por expresarse en tres grandes corrientes o vertientes: la mística, también conocida como ultraterrena o sobrenatural, cuyo máximo ejemplo fue la obra antes mencionada, con María Taglioni como figura fundamental; la terrenal o pagana, con la austríaca Fanny Elssler como figura cimera, en obras tan conocidas como Natalia la lechera suiza, Esmeralda o Catalina la hija del bandido y la mixta, cuyo epítome fue Giselle.
Surgida del talento de un grupo de creadores, es la más cosmopolita de las obras nacidas en tan importante período de la historia de la danza, porque en ella se fundieron artistas de alto vuelo de diferentes países: el poeta alemán Heinrich Heine, los escritores franceses Theopile Gautier y Vernoy de Saint Georges —quienes adaptaron los textos de Heine, tomados a su vez de viejas leyendas germánicas—, la coreografía de los franceses Jules Perrot y Jean Coralli, la música de Adophe Adam, las escenografías y los vestuarios de los también galos Pierre Ciceri y Paul Lormier, respectivamente, y como intérprete del rol central a la italiana Carlotta Grisi.
La obra, estrenada en la Ópera de París el 28 de junio de 1841 y favorita de los públicos de la época, fue carta de triunfo para casi todas las estrellas femeninas de aquel momento, quienes la bailaron en los más prestigiosos escenarios de Londres, Berlín, Viena, Milán, San Petersburgo y Moscú. Sería el gran coreógrafo marsellés Marius Petipa, jefe coreográfico de los Teatros Imperiales de Rusia desde 1869 hasta 1903, quien nos legaría una nueva versión, creada en 1884, que ha sido la base de todas las producciones conocidas a partir de entonces.
Los jóvenes bailarines se preparan intensamente para asumir sus roles. Imágenes: Del autor
Giselle llegó a Cuba poco tiempo después de su estreno mundial, cuando en 1847 la Compañía Francesa de Baile y Mímica de Henry Finart y Christian Lehmann, dio a conocer un bailable del acto primero. Un año después, la también francesa Compañía de Hippolyte Monplaisir y su esposa Adele Bartholomín, ofreció el célebre pas de deux del acto segunda de la obra.
Sin embargo, no sería hasta el 14 de febrero de 1849 que la Compañía Los Reveles —que actuaría ininterrumpidamente en la Isla entre 1838 y 1865—, escenificara la versión completa de la obra, también desde el escenario del Gran Teatro Tacón, con un elenco integrado por Enriquetta Javelli Wells (Giselle), Enrique Wells (Albrecht), Adele Lehmann (Myrtha, reina de las wilis) y Francisco Ravel como Hilarión.
Luego de la crisis tras el esplendor del romanticismo en Europa y los treinta años de guerra por la independencia de la Isla del colonialismo español, Giselle estuvo ausente de los escenarios cubanos hasta el 8 de febrero de 1917, cuando los célebres bailarines rusos Ana Pávlova y Alexandre Volinine y su Compañía la revivieron en el Teatro Nacional, hoy Gran Teatro de La Habana “Alicia Alonso”.
La historia cubana de Giselle se inició a partir del 2 de noviembre de 1943, luego del exitoso debut de Alicia Alonso en el rol principal de la obra, cuando era aún una joven solista del Ballet Theatre de Nueva York. A partir de entonces el binomio Alonso-Giselle devino histórico y ha llenado de hitos a la danza escénica cubana.
El 5 de junio de 1945 la Alonso realizaría en Cuba su primer montaje de la obra junto a Fernando Alonso y los alumnos de la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana y el 30 de octubre de 1948, la incorporó al repertorio del Ballet Alicia Alonso, hoy Ballet Nacional de Cuba (BNC), a solo dos días de su fundación.
La trayectoria de su versión coreográfica e interpretación personal del rol principal ocupan lugar preponderante en su legendaria carrera, con hitos como sus montajes en el Ballet del Teatro Griego de Los Ángeles y el Teatro Colón de Buenos Aires (1958), la Ópera de París (1972), la Compañía Nacional de Danza de México (1977), el Ballet de la Ópera de Viena (1980), el Teatro San Carlos de Nápoles (1981), el Teatro Nacional Eslovaco (1989) y el Ballet del Teatro Teresa Carreño de Caracas (2008), o la obtención del Grand Prix de la Ville de París en 1966.
En sus 75 años de historia, 29 de las principales luminarias de la compañía han asumido ese rol con los más altos niveles técnico-artísticos y una numerosa pléyade de 34 invitadas extranjeras de 15 países han asumido el doble rol de la aldeana wili como invitadas del BNC en sus temporadas habituales y en los Festivales Internacionales de Ballet de La Habana, desde su creación en 1960.
Ahora, los días 22, 23, 24, 28, 29 y 30 de marzo la obra volverá a la escena cubana, esta vez desde la Sala Avellaneda del Teatro Nacional de Cuba, con los debuts de una nueva heroína, la bailarina principal Chavela Riera, de dos nuevos Albrecht —el primer bailarín Yankiel Vázquez y el bailarín principal Anyelo Montero—, y de tres nuevas Reina de las Wilis —Gabriela Druyet, Alianed Moreno y Estefanía Hernández—, secundadas por un novel cuerpo de baile, a quienes experimentados maîtres como Viengsay Valdés, Svetlana Ballester, Consuelo Domínguez, Clotilde Peón y Ernesto Díaz, le han transmitido la riqueza técnico-artística de esa joya del repertorio universal y de la escuela cubana de ballet.
Parafraseando al gran crítico argentino Fernando Emery podemos afirmar, sin lugar a dudas, que “el ballet cubano nació para que Giselle no muera”. Y yo he tenido el privilegio de ser testigo de ello.