Al crecer en el barrio Yumurí, que con el tiempo ha definido como “un crisol de nuestra identidad, como Bahía para los brasileños”, Rogelio Martínez Furé (Matanzas, 1937) se fue dando cuenta de que el camino de su vida pasaría por los cantos y los toques que de la mañana a la noche inundaban aquel peculiar paisaje urbano.
“Los ancestros congos y lucumíes estaban a la mano, pero también había gallegos, isleños, mexicanos, dominicanos, y estábamos en la cuadra de Miguel Faílde, el creador del danzón. Mi padre trabajaba en un puesto de buena posición, y mi hermana y yo vinimos a estudiar a la Universidad de La Habana. La cultura siempre estuvo a nuestro alrededor: había una señora que montaba zarzuelas a niñas de sociedad cerca de mi casa, y yo me asomaba a ver aquellos ensayos; los pregoneros vendían sus productos en medio de simpáticas tonadas. Y yo cantaba, gané concursos de aficionados cantando. En esa época Matanzas tenía un ambiente cultural muy particular”.
A los 70 años de edad, Furé parece un patriarca que se resiste a dejar de ser joven por su carácter ufano, abierto, desprejuiciado. Realmente, nada humano le es ajeno a quien desborda los títulos de folclorista, africanista e investigador cultural para abordar la poesía, o sea, la creación, desde los más insospechados y fructíferos ángulos.
“En la Universidad de La Habana estudiaba Derecho Civil, Administrativo y Diplomático, antes de que cerraran las aulas debido a la represión de la dictadura. Sacaba las mejores notas, pues sabía que debía esforzarme dada mi condición de mestizo. En el 58 regresé a Matanzas. Allí la gente estaba al tanto de todo lo que sucedía en el país, pero no era como Santiago de Cuba o La Habana, donde la lucha clandestina alcanzaba altos niveles. Pero los matanceros, al igual que todos los ciudadanos, sentían la necesidad de cambio”.
“El primero de enero de 1959 lo tengo bien grabado en mi memoria. Bien temprano, en la mañana, escuché un ruido que salía de todas partes, un ruido que iba in crescendo hasta convertirse en un estruendo formidable. Era una especie de explosión colectiva, inolvidable”.
“(…) la Revolución fue el marco que hizo posible ese acto de fundación”.
“En 1959 regresé a la Universidad. Pero no era lo mismo. Mis amigos decían que por mis notas yo podía tener asegurado un puesto en la administración de Justicia. Sin embargo, los tiempos habían cambiado y pienso que la efervescencia de entonces de alguna manera tuvo que ver con mi reorientación. Tuve la dicha de descubrir en el seminario que ofrecía Argeliers León una vocación que ya estaba dentro de mí. Fue algo semejante a la experiencia de Pablo de Tarso en el camino de Damasco; descubrí que me debía a la investigación de mis raíces culturales, de los aportes africanos a nuestra identidad, a comparar las culturas del mundo”.
“La mítica, la mística, la tradición oral, las costumbres, los cantos, los bailes, y la evolución de todas esas facetas en el cubano, requerían ser estudiados, conservados, investigados y promovidos. Ello tuvo un sentido práctico, en mi caso, con la fundación del Conjunto Folclórico Nacional. Y otras veces lo he dicho: la Revolución fue el marco que hizo posible ese acto de fundación”.
Febrero de 2011