Luis García Montero, poeta, ensayista y director del Instituto Cervantes, recibió con sorpresa y emoción contenida el Premio Internacional Dulce María Loynaz que otorga la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, reconocimiento que lleva el nombre de una de las figuras más luminosas de las letras cubanas. “No esperaba esto. Los amigos lo guardaron en silencio hasta el final de un homenaje a Rafael Alberti y María Teresa León”, confesó el autor granadino al hablar de un lauro que simboliza, según sus palabras, “la memoria compartida de quienes resistieron al fascismo y al olvido”.
El premio no solo celebra su obra literaria, sino además su labor como puente entre España y América Latina. “Dulce María Loynaz —aclaró— no fue solo una poeta excepcional, sino una mujer que supo mantener su voz en tiempos de silencio. Recibir esto aquí, donde ella cultivó su jardín de versos, es un recordatorio de que la cultura es un territorio sin fronteras”.
El acto sirvió también para anticipar la inauguración de la Cátedra María Zambrano en la Universidad de La Habana, un proyecto que, junto a la biblioteca del Instituto Cervantes, busca revitalizar el diálogo entre pensadores iberoamericanos. “Zambrano, Lorca, Alberti… Ellos encarnaron el exilio, pero también la terquedad de creer en una comunidad lingüística y ética”, subrayó García Montero.

La Granada de Lorca: Infancia, lagartijas y conciencia
En la tarde, en el espacio “Encuentro con…”, conducido por la periodista Magda Resik —en el marco de la 33 Feria Internacional del Libro de La Habana—, el poeta desplegó anécdotas que entretejen lo íntimo con lo político. Rememoró su primer encuentro con Federico García Lorca en la biblioteca familiar de Granada, ciudad que ambos compartieron, aunque separados por décadas de historia violenta.
“A los diez años, en una habitación prohibida para niños —el ‘salón de las visitas’—, abrí un ejemplar de sus obras completas. Por capricho del azar, di con ‘El lagarto está llorando’, poema que me hizo dejar de cazar lagartijas”, relató con una sonrisa nostálgica.
Ese momento, aparentemente trivial, fue fundacional: “Los versos de Lorca me mostraron que hasta lo más pequeño tiene dignidad. De pronto, aquellos reptiles que yo perseguía tenían lágrimas y delantales. La poesía me enseñó a mirar el mundo con ojos éticos”, dijo. Pero no fue la ternura, sino la rabia lorquiana, la que marcó su madurez. Al hablar de “Poeta en Nueva York”, escrito durante la crisis económica de 1929, García Montero se volvió contundente: “Lorca vio en Manhattan el rostro de un capitalismo deshumanizado. Lo que él llamó ‘el enjambre de monedas furiosas’ hoy son algoritmos y corporaciones. Su denuncia sigue vigente”.
“Los versos de Lorca me mostraron que hasta lo más pequeño tiene dignidad. De pronto, aquellos reptiles que yo perseguía tenían lágrimas y delantales. La poesía me enseñó a mirar el mundo con ojos éticos”.
El director del Cervantes recordó un gesto reciente: en 2019, llevó al Vaticano una traducción de “Grito hacia Roma” —poema en que Lorca maldice al Papa Pío XI por pactar con el dictador italiano Benito Mussolini— en 27 lenguas indígenas y europeas. “El Papa Francisco me recibió. Le dije: ‘Traigo la maldición de un poeta contra los que pactan con el fascismo’. Él respondió: ‘Hoy, maltratar a un migrante es pecado mortal’”. La anécdota, resumía su convicción: “La literatura no es un museo. Es un arma cargada de futuro”.
Ante la pregunta de Resik sobre la “utilidad” de la literatura en tiempos de crisis, García Montero esbozó una defensa apasionada. “En un mundo que solo entiende lo útil como lo rentable, la poesía es un acto de resistencia. Nos recuerda que hay valores —la compasión, la memoria— que no se cotizan en bolsa, pero son el cimiento de la dignidad”. Citó a José Martí: “La utilidad está en la virtud”, y añadió: “Un poema no alimenta estómagos, pero puede evitar que nos convirtamos en máquinas”.
Criticó la tentación de encerrar el arte en torres de marfil: “Lorca y Rubén Darío no escribían para minorías. Lo hacían para dialogar con su tiempo, para interpelar al panadero y al estudiante”. Mencionó Historia de una escalera de Buero Vallejo, obra que analizó como profesor en los años 80: “Habla de sueños rotos por la guerra, pero también de la responsabilidad de cambiar los finales. La literatura nos obliga a preguntarnos: ¿Vamos a repetir los errores o a construir otro desenlace?”.
El diálogo derivó hacia los lazos históricos entre Cuba y España, tema que García Montero abordó con erudición y fervor. Recordó a José Martí: “Él luchó contra el colonialismo, no contra España. Sabía que la independencia no era renunciar al idioma, sino democratizarlo”. Elogió la gramática de Andrés Bello, “un manual que enseñó a América a escribir sin complejos, reivindicando el español como patrimonio colectivo”.
“Lorca vio en Manhattan el rostro de un capitalismo deshumanizado. Lo que él llamó ‘el enjambre de monedas furiosas’ hoy son algoritmos y corporaciones. Su denuncia sigue vigente”.
Habló de los exiliados republicanos acogidos en la isla: María Zambrano, que comparó La Habana con su Málaga natal; Juan Chabás, quien dirigió la revista Orígenes junto a Lezama Lima; y la amistad entre Nicolás Guillén y Rafael Alberti, “dos poetas que mezclaron vanguardia y tradición para cantar a los desposeídos”. “Aquí —afirmó— se tejieron redes de resistencia cultural frente al imperialismo. Hoy, ese enemigo sigue siendo el mismo: un sistema que antepone el mercado a las personas”.
Al ser interrogado sobre el pesimismo en tiempos de auge de la ultraderecha, García Montero evitó los lugares comunes. “Tengo motivos para el miedo: el cambio climático, las guerras, la desigualdad… Pero mi maestro Ángel González, perseguido por el franquismo, escribió ‘Sin esperanza, con convencimiento’ Ahí está la clave: aunque el horizonte se nuble, hay que mantener la coherencia”.
Citó a Bertolt Brecht: “Hay quienes luchan toda la vida y son imprescindibles”. Luego, con voz más suave, añadió: “La poesía es eso: un espacio donde lo imprescindible —el amor, la justicia— sobrevive a los discursos del odio. No sé si cambiaremos el mundo, pero sin ella, ni siquiera sabríamos qué merece ser cambiado”.
“En un mundo que solo entiende lo útil como lo rentable, la poesía es un acto de resistencia. Nos recuerda que hay valores —la compasión, la memoria— que no se cotizan en bolsa, pero son el cimiento de la dignidad”.
En los minutos finales, García Montero habló de su labor al frente del Cervantes: “No queremos ser un museo del español, sino una plaza donde se debata cómo el idioma puede servir para construir ciudadanía”. Anunció proyectos con escritores cubanos y la digitalización de archivos de exiliados republicanos. “La cultura —dijo— no es un lujo. Es el aire que nos permite respirar en un mundo ahogado por el ruido”.
Al finalizar, Resik preguntó qué es la poesía.
“La poesía es un ejercicio de espiritualidad; más que un desahogo. Lo que hace el poeta es preparar la casa para recibir al huésped, al lector, ponerse en el lado del otro. Cuando entras en un texto lo habitas, y para que eso se produzca, el lector tiene que estar preparado para acomodarse en el lugar del otro. El autor también. Preparo la casa, le abro la puerta a ese que me lee y busco un lugar común entre nosotros. La poesía es útil; mucho más útil que un ‘enjambre de monedas furiosas’”.