José Manuel Fors es un artista cuya poética no cesa de sorprenderme. Firmemente anclada en dos grandes temas (el tiempo y la memoria), se desdobla, muta, evoluciona, fiel al principio heraclitiano de que todo cambia y, a la vez, todo permanece. Prueba de ello lo constituye Las marcas descifrables, muestra personal exhibida por estos días en la capitalina galería Acacia, que se inserta en el amplio conjunto de actividades diseñadas por Génesis Galerías de Arte para celebrar el veinte aniversario de la empresa.
Las marcas… es, ante todo, una muestra hermosa. Concebida especialmente en función del espacio galerístico, rechaza todo sesgo anecdótico para concentrarse en las formas y su belleza. Detectamos en ella esos temas inherentes a la poética de José Manuel, así como varios de sus procedimientos predilectos: fragmentaciones, instalaciones, ensamblajes, acumulaciones, objets trouvés; trabajados, ahora, desde una economía de recursos tanto estética como fáctica que introduce un nuevo punto de inflexión en su poética.
“Las marcas… es, ante todo, una muestra hermosa. Concebida especialmente en función del espacio galerístico, rechaza todo sesgo anecdótico para concentrarse en las formas y su belleza”.
La obsesión del artista por los artefactos es evidente. Solo que, si antes los manipulaba conservando casi en su totalidad la integridad física, ahora recurre al objeto desgastado, destruido, oxidado, sometido a procesos de transformación que los hace muchas veces irreconocibles, despojándolos de toda funcionalidad inherente a la forma. Paradójicamente, el resultado destaca por su delicadeza y lirismo. Fors trata a estos despojos, a los residuos de la combustión del petróleo, al fragmento de hojalata a punto de deshacerse o al pequeño accesorio abandonado, con un altísimo nivel de respeto y cuidado, resaltando su belleza, intuyendo (y permitiéndonos intuir) sus secretas historias, los caminos que han recorrido para llegar hasta el aquí y el ahora, algo aplicable a gran parte de las instalaciones y los ensamblajes propuestos por José Manuel durante los últimos años.
La muestra también se distingue por un sugerente empleo de la simulación, explayada en acumulaciones realizadas con materiales hábilmente manipulados para que remeden superficies metálicas oxidadas por la intemperie. A estos “espejismos” se suman objetos reales, seleccionados por el artista, cuya presencia resalta lo ilusorio.
Otro elemento destacable es el carácter intelectivo de la propuesta, sustrato común a toda la obra de Fors. En este caso, sustentado en nexos entre el objeto obra de arte, texto susceptible a ser leído, y los algoritmos del lenguaje escrito, visto como un sistema de símbolos articulados por el ser humano para la comunicación con lo invisible. Dicha legibilidad del lenguaje es, en esencia, imperfecta, siendo, paradójicamente, la principal herramienta del hombre para aprehender la naturaleza. José Manuel explora esta paradójica relación al construir un discurso susceptible a la lectura, pero escindido, fragmentado, misterioso, hermético, cuyo sentido último se nos escapa. En ello radica, precisamente, su principal valor.
Comparo a Las marcas descifrables con un mapa, con una suerte de derrotero, guía en el viaje y viaje en sí mismo, que destaca por su acertada puesta en escena y la calidad estética de sus propuestas. Es una de esas muestras que debemos percibir, primero, en su conjunto. Luego, tras embebernos de su hechizo, es preciso adentrarnos poco a poco, con paciencia y persistencia, en el particular universo iconográfico que nos ofrece: cosmos homogéneo y, al mismo tiempo, heterogéneo; único y divisible; monocromo, pero lleno de contrastes; que muta, fluye, se transforma y permanece.