Fina García Marruz y la novela martiana Amistad funesta
La palabra es trabajada desde afuera
como un objeto que se labra exquisitamente.
Fina García Marruz.
Hermoso, realmente hermoso, es el estudio ensayístico que la prestigiosa escritora cubana Fina García Marruz realizara sobre la novela Amistad funesta, único género literario recreado tan solo en una ocasión por nuestro José Martí. En Temas martianos,[1] volumen compartido junto a su esposo e intelectual Cintio Vitier, Fina aporta infinidad de criterios referidos en lo esencial a la escritura del Apóstol, repleta de prosa poética y artística. La pieza mencionada fue creada a partir de “recuerdos de épocas de luchas y tristezas”, según confiesa en una ocasión a su amigo Gonzalo de Quesada, “un día en que arreglábamos papeles en su modesta oficina de trabajo en 120 Front Street”.
Ciertamente, Amistad funesta fue escrita en un momento de suma tristeza para él, cuando renunció a prestar su cooperación al plan Gómez-Maceo —por considerarlo de carácter totalmente militarista— y debió abstenerse a llevar a cabo su proyecto independentista, al que estaba decidido a consagrar toda su vida.
¿Cuál fue el motivo que dio lugar a la escritura de la novela Amistad funesta? ¿Qué valores lingüísticos y humanos lo caracterizan? En el libro El Martí que yo conocí, de la autora Blanca Z. de Baralt —amiga personal del Apóstol—, esta afirma que dicha novela surge a partir de una petición realizada a su cuñada Adelaida Baralt por parte del director del periódico bimensual El Latinoamericano, publicación editada en la ciudad de Nueva York.
Al respecto, Fina traslada a su ensayo el relato de Blanca: “Adelaida, acordándose de Martí, íntimo amigo de casa, que andaba siempre en busca de cualquier trabajo que le proporcionase un decoroso pasar, le propuso que escribiese el cuento y, si tenía reparo en firmarlo, que lo enviara con un seudónimo. Él se hizo cargo del trabajo bajo la condición de que la Srta. Baralt consintiera en aceptar una parte del importe”.[2]
El hogar de los Baralt, perteneciente a lo más distinguido de la sociedad cubana en Nueva York, se conocía por ser un centro de frecuentes veladas literarias o culturales, al cual Martí asistía siempre que su tiempo de trabajo se lo permitiese. La novela solicitada Martí la tuvo lista en una semana, y su publicación tuvo un éxito rotundo, al ser un relato muy femenino, “una novela deliberadamente femenina por su tema y atmósfera”, con mucho amor, muerte, jóvenes enamorados de ambos sexos, nada que incurriese en el pecado y que no fuese aceptado por padres de familia o por la iglesia; muy hispanoamericano y enmarcado en un bello entorno natural. Este último muy parecido al ambiente existente en la residencia de los Baralt.
Sin embargo, para el escritor de Amistad funesta fue “un libro inútil que llevaba sobre sí como una grandísima culpa. No gustaba del género novelesco, pues ‘había mucho que fingir en él, y los goces de la creación artística no compensan el dolor de moverse en una ficción prolongada’”.
Aunque si se parte del pedido, este se limitaba a ser la escritura de una novela rosa para jóvenes del siglo XIX, pero no llegó a ser así: fue una novela curiosa, según el crítico literario Enrique Anderson Imbert.
Para García Marruz dicho crítico realizó el mejor estudio sobre la prosa poética y artística martiana: “Muchos críticos, plantea Anderson Imbert, no repararon en que Martí juzgaba desde una teoría moral del arte posterior en muchos años al acto mismo de novelar. El resultado es que nadie ha escudriñado su novela con la atención que merece”.[3]
En su ensayo, Fina es defensora de la tesis que, no obstante el empleo en infinidad de los escritos del Apóstol en los que se valora la existencia de una prosa poética —algunas páginas de El presidio político…, su prosa doctrinal u oratoria, crónicas, entre otras—, plantea que en Amistad funesta perdura la prosa artística en la que la palabra es trabajada desde afuera como un objeto que se labra exquisitamente”.
La vida se manifiesta de forma real, parte de ella; cree que la vida “es un extraordinario producto artístico”. Martí nos deja “la alada ligereza del diálogo de unas jóvenes una mañana de domingo, las deliciosas acuarelas de sus sombreros y sus trajes, y esta narración a la que no falta cierto suave humor sonriente”.
De esta forma plantea categóricamente la ensayista y poetisa cubana que detrás de la exquisita atmósfera de la novela, Martí trasciende “sus gamas más felices y brillantes, de luchas y tristezas”. Trae consigo ese resguardo martiano de la pena mayor, de la pena propia en sus escritos, si rememoramos que este es un período bastante difícil de su vida, lleno de incomprensiones e infelicidades.
En relación con la técnica empleada en los diálogos, García Marruz analiza que esta corresponde a cada nueva situación de la persona u objeto que se aborde. De esta forma emplea un procedimiento para los distintos casos:
Algunos diálogos aparecen en su forma usual; cada interlocutor dice su parte que queda destacada y sin confusión posible. Es la más frecuente. En otros casos, los pensamientos se entremezclan a las palabras, sin que sepamos dónde acaba el diálogo y empieza el monólogo.
De mucho más interés son los casos en que el diálogo no se delimita lógicamente, sino que es presentado en un desorden floral, como corresponde a una conversación intrascendente, en que no importa mucho el papel de cada parte; las palabras van y vienen de una a otra boca, entran y salen, revolotean, están en el medio, como una atmósfera, sin que importe quién las pronuncia, y los protagonistas son como actores mudos de una escena que el narrador nos explicase por ellos mismos.
Ejemplo: “Adela y Pedro, en plena Francia, iban y venían, como del brazo, por bosques y bulevares. La Judic ya no se viste con Worth. La mano de Judic es la más bonita de París. En las carreras es donde se lucen los mejores vestidos. ¡Qué linda estaría Adela, en el pescante de un coche de carreras, con un vestido de lila muy suave, adornado con pasamanería de plata! ¡Ah, y con un guía como Pedro, que conocía tan bien la ciudad, qué pronto no se estaría al corriente de todo!”.
El anterior sería un estilo indirecto de diálogo que, a diferencia del siempre reconocido habitual (“Adela preguntó: -¿Cómo está Teresa Luz? Pedro contestó: -Lindísima”), Martí vive internamente las palabras de cada personaje, se desdobla, e ironiza su entonación.
Así, y entre otras secuencias que el lector tiene oportunidad de disfrutar de esta novela —que va del romanticismo al modernismo, del impresionismo a la utilización de técnicas expresionistas—, se inscriben los hechos valederos de las psicologías humanas que, poco a poco —y a pesar de su ocultamiento—van descubriendo a través de su comportamiento cada uno de los personajes.
Amistad funesta, única novela de la autoría del Apóstol, fue analizada por la siempre prestigiosa escritora y poetisa Fina García Marruz, quien otorgó sus impresiones como regalo ensayístico a todos los lectores interesados en el estudio y conocimiento de la vida y la obra del hombre más grande del siglo XIX cubano.
Notas:
[1] Cintio Vitier y Fina García Marruz: Temas martianos. Centro de Estudios Martianos, La Habana, 2011.
[2] Blanca Z. de Baralt: El Martí que yo conocí, Editorial Trópico, La Habana, 1945.
[3] Enrique Anderson Imbert: La prosa poética de José Martí. Memorias del Congreso de Escritores Martianos. La Habana, Úcar García S.A., 1953.