Fin de año: vía libre a la alegría

Rafael Lam
12/12/2018

Las fiestas de los pueblos son algo así como los juegos de los niños,
torrente por donde se desbordan sus fuerzas psíquicas más potentes,
espejo donde se refleja toda su constitución en la simple sencillez
de su primitividad.

Fernando Ortiz

Este fin de año 2018, en espera del advenimiento del V Centenario de la ciudad de La Habana, la alegría se enciende, parafraseando una frase musical de José Martí.

Basta caminar por la ciudad para encontrarnos con una fiebre de restauraciones: el mítico Barrio Chino, el Bulevar de la calle San Rafael que promete ser el más hermoso del país y que se comunica con la calle del Obispo hasta llegar al Centro Histórico de La Habana Vieja.


Bulevar de San Rafael, La Habana. Foto: Internet
 

La ciudad, al igual que muchas provincias cubanas, cuenta con diversas tradiciones festivas que pueden animarse en la capital de fin de año. La especialista Virtudes Filiú nos hace saber que la fiesta cubana contiene en sí las distintas tradiciones, creencias y ritos religiosos, la música, la danza, los juegos o competencias, las comidas, bebidas, la literatura oral, los vestuarios. Los juegos: carreras de saco, los papaloteros, el palo ensebado, el tiro al blanco, las argollas.

Filiú dice que el número de festejos devueltos a la práctica social asciende a 370, en ellos se ha respetado la raíz tradicional de sus elementos principales. En Cuba existen las fiestas patronales, las fiestas campesinas, las verbenas, las trochas, las canturías, los jolgorios, las comparsas, el Tambor Yuka, los torneos, las fiestas de bandos, fiestas de las cintas, fiestas de rituales y las semanas de la Cultura.

A través de la historia, las manifestaciones danzarias han constituido un medio para satisfacer las necesidades espirituales del hombre, así ha sido desde los remotos tiempos precolombinos.

Tenemos muchas tradiciones provenientes de la cultura campesina, y no menos de la herencia africana. Solamente España trajo de cada provincia sus costumbres, artesanías, fiestas y comidas. África llegó con sus cabildos, sus orishas, sus fiestas rituales…

En los finales de año, las provincias podrían ir mostrando sus tradiciones patronales. Bejucal cuenta con la charanga, Remedios tiene las Parrandas. Santiago de Cuba, sus carnavales con su cocoyé; Camagüey, la Fiesta de San Juan; la Isla de la Juventud, el sucu suco; Mayabeque, sus repentistas; La Salud, la quema del año viejo; Guantánamo tiene su changüí y la Tumba Francesa; Las Tunas, su fiesta del Cucalambé; algunas zonas de Camagüey, la tradición creole; Matanzas, sus coros de clave, Palo Judío y sus grupos de rumba; las Romerías de Mayo, de Holguín. Todas las provincias tienen sus comidas típicas.


Las Tunas tiene su fiesta del Cucalambé
 

No olvidemos que a Cuba llegaron tribus, pueblos, grupos de descendencia (como se les llama ahora a las razas), llegaron costumbres y culturas que, en alguna medida, pudieron arraigarse en Cuba.

Los festejos por el fin de año son un buen pretexto para que, en lo que es el Paseo del Prado y algunas de las plazas de La Habana Vieja, se puedan encontrar los provincianos con sus costumbres y los turistas puedan ver ese abanico cultural propio de Cuba.

José Antonio Saco escribió que, a mitad del siglo XIX, los días festivos absorbían una cuarta parte del año. La gente de aquellos días vivía de fiesta en fiesta. Saco no condenaba los juegos de entretenimiento, sino el abuso que se hacía de ellos.

Renée Méndez Capote decía que la sociedad criolla de la colonia vivía, en los primeros tiempos, en un constante afán de entretenimiento y diversión.

La fiesta

La fiesta es el latido de la alegría; responde a una necesidad universal. En todas las sociedades han existido las fiestas. Tal vez sea un misterio aquello que hace de la fiesta un momento extraordinario, arrancado al tiempo en la vida cotidiana.

La fiesta ha tenido siempre la virtud de conciliar provisionalmente a los contrarios, de unir lo que en el transcurso de los días tiende a separar: lo de ritual y lo espontáneo, la tradición y la licencia, lo religioso y lo profano, la soledad de cada cual y la cordialidad de todos. Esta ruptura de los ritmos habituales del grupo era, a la vez, caótica y programada, festiva y ceremonial.

La fiesta es mucho más que la fiesta: celebración convencional y repetida para unos, curiosidad folklórica para otros. Para comprender su significado, las distintas culturas han tenido primero que encontrarse, enfrentarse y revelar así cada una de ellas su sentido original y auténtico.

A finales del siglo XIX, Durkheim considera la fiesta como una efervescencia cuya intensidad mantiene la solidaridad de un grupo o de un pueblo, gracias a la representación y figuración de las relaciones invisibles del hombre con la naturaleza y sus leyes.

En esa misma época, pero con un planteamiento distinto, Frazer, autor de La rama dorada, ve en la fiesta un acto eficaz de reproducción de los grandes sistemas de creencias y mitologías: lo sagrado, la magia y la política emergen, por así decirlo, de esas celebraciones señaladas. Otros antropólogos sostienen tesis similares.

No se trata meramente de una representación teatral de las creencias mágicas o religiosas: un anhelo más vehemente y profundo se apodera de los participantes, hay, en la unión de sus cuerpos, una percepción común de la vida y una especie de voluntad de vivir.


“La fiesta es un motor de la existencia colectiva”
 

Las manifestaciones festivas, por muy mal vistas que estuvieran antaño y por muy deformadas que se encuentren hoy, ayudaron a los esclavos a preservar su dignidad humana contra la servidumbre o la miseria. La fiesta es un motor de la existencia colectiva. De ella obtiene el hombre el placer de ese «infinito sin límite» del que habla André Bretón.