Cuba es considerada la Isla de la Música, epíteto que le hace honores, pues ha devenido alta productora de expresiones y estilos diversos, que han permeado el entramado cultural del Caribe. En ese nutrido abanico, el son constituye uno de los géneros más importantes. Su relevancia en el contexto nacional y foráneo trasciende el ámbito musical para erigirse en una marca que nos construye identitariamente.
“En ese nutrido abanico, el son constituye uno de los géneros más importantes”.
Surgió hace más de una centuria en la región oriental de la Isla como expresión raigal del pueblo, y así ha llegado a nuestros días. En su evolución y desarrollo destacan figuras cimeras, cuyo estilo de creación e interpretación ha devenido patrón o modelo sonero. Es el caso de Miguel Matamoros, Ignacio Piñeiro, Arsenio Rodríguez, Julio Cuevas, Benny Moré, la Sonora Matancera y el más contemporáneo hasta la fecha: Adalberto Álvarez. A ellos se suman, para conformar un amplísimo caleidoscopio, otros grandes como Félix Chapottín, Miguelito Cuní, María Teresa Vera, el dúo Los Compadres, Compay Segundo, Lilí Martínez, Rubén González, Pancho Amat, los Septetos Nacional, Habanero y Santiaguero, o el Buena Vista Social Club, entre muchos otros; este último, protagonista del éxito notorio que alcanzó la música tradicional cubana en el circuito internacional a partir de la década de los 90.
Sus múltiples aportes se concentran, por una parte, en la amalgama de combinaciones instrumentales sedimentadas con el transcurso del tiempo como plataforma idónea para su interpretación. Así encontramos desde pequeños y medianos formatos que van del dúo al septeto, hasta otros grandes establecidos como el conjunto, la charanga, el jazz band o la orquesta de música popular bailable contemporánea (que bebe de todos ellos), u otros de conformación atípica. De otro lado, la relativa sencillez y extrema flexibilidad de sus estructuras ha facilitado su notoria tendencia a la diversidad, el cambio y la interacción con múltiples expresiones de Cuba y el entorno cercano. Sus códigos, además, han permeado y contribuido a la concreción de nuevos géneros o estilos que vieron la luz en la era contemporánea, como lo constituyen la salsa, el songo y la timba.
La ductilidad que caracteriza al son le ha permitido ser asumido por otras escenas, entre las que destacan la académica, la jazzística, la alternativa o la urbana. Importantes músicos latinoamericanos y caribeños lo han incorporado a su catálogo, en muchos casos interactuando con la salsa y en otros, rescatando buena parte del repertorio clásico cubano de la primera mitad del siglo XX.
El concepto y espíritu sonero trasciende el ámbito musical y se ha instaurado significativamente en otras manifestaciones como la literatura, la plástica y la danza. De ello dan fe la rítmica obra del poeta nacional cubano Nicolás Guillén, así como la representación de sus claves identitarias en las pinturas de Carlos Enríquez, mientras su baile superó en popularidad al danzón.
“El 8 de mayo esta gran fiesta del son cubano, Día del Son Cubano en homenaje al natalicio de dos de sus trascendentales exponentes: el santiaguero Miguel Matamoros (1894) y el pinareño Miguelito Cuní (1917)”.
Concertar una cita para celebrar el Día del Son Cubano se hacía entonces urgente y necesario. Así surge esta iniciativa que lidera el Instituto Cubano de la Música a partir de la propuesta y el impulso de “El caballero del son”: Adalberto Álvarez. Así enarbola nuestra tierra la bandera de este género, con el propósito de destacarlo y dimensionar en justa medida su presencia en el entramado cultural de la nación. El son es expresión auténtica de cubanía que se sostiene desde la raíz del pueblo, representando para muchos, más que una práctica cultural activa, un modo de vida.
Quedó pactada para el 8 de mayo esta gran fiesta del son cubano, que va de Oriente a Occidente, en homenaje al natalicio de dos de sus trascendentales exponentes: el santiaguero Miguel Matamoros (1894) y el pinareño Miguelito Cuní (1917), en lo que deviene una feliz coincidencia histórica. Su propósito es rendir tributo a este género icónico a través de la obra de sus principales cultores. Esta edición celebra de manera especial el 110 aniversario del natalicio de Arsenio Rodríguez, el 120 de Ñico Saquito, y el 75 de Eliades Ochoa y César Pupy Pedroso. De este último, se cumplen también 60 años de trayectoria artística. A la sazón, el Día del Son Cubano saluda los 65 años de la fundación de dos conjuntos emblemáticos de la Isla: el Rumbavana y el de Roberto Faz, así como el 25 del surgimiento del Buena Vista Social Club. Igualmente, conmemora el 50 aniversario del fallecimiento de Miguel Matamoros y el 25 del Niño Rivera.
Estas son, sin dudas, razones de más para recordar, reverenciar y celebrar. Los gestores de este agasajo al género lo han hecho del mejor modo posible: invitándonos a disfrutar de una gala que, bajo la dirección audiovisual del musicólogo José Manuel García, toma al son como centro para ilustrar, además de la perdurabilidad del género en su esencia más pura, su migración hacia otras escenas y formatos.
El programa de este concierto se torna un amasijo de experiencias creativas protagonizadas por artistas de excelencia de la Cuba contemporánea, en lo que deviene una propuesta inclusiva que transita de lo tradicional a lo contemporáneo, y de lo clásico a lo popular. La convocatoria, de lujo, toma en cuenta la multiplicidad de formatos, y ofrece una amplísima paleta de timbres y colores que hacen de esta muestra un pintoresco mosaico.
Confluyen en el mismo escenario colosos del son de reconocido aval y prestigio junto a otros noveles, en un interesante diálogo intergeneracional. Destacan en esta travesía los emblemáticos septetos Nacional y Habanero, el grupo Compay Segundo, los clásicos conjuntos Chapottín (con César Pedroso y El Nene) y el Club de los soneros dorados, la legendaria charanga Aragón, así como las orquestas de música popular bailable, entre las que figuran Manolito Simonet y su Trabuco, la Orquesta Revé, Alexander Abreu y Habana de Primera, y Adalberto Álvarez y su son.
A ellos se suma la orquesta Anacaona, agrupación femenina señera de la Isla que aquí representa a la mujer sonera. Desde otras perspectivas sonoras, engalanan la propuesta el Coro Nacional dirigido por Digna Guerra junto al consagrado pianista Frank Fernández, el Quinteto de saxofones de La Habana y la Joven Jazz Band de Joaquín Betancourt, para ofrecer un notabilísimo espectro de estilos interpretativos diversos, que enriquecen y fortifican la propuesta.
Como colofón, el Conjunto Jóvenes soneros, singularísimo ven-tú conformado de manera exclusiva para la ocasión, y que lidera el joven pianista Bryan Álvarez, deviene clara muestra del arraigo del género en las nuevas generaciones, garantizando la permanencia de su legado con alta calidad y rigor profesional.
La ocasión deviene pretexto idóneo para revisitar 17 obras, la mayoría de ellas antológicas del repertorio tradicional. El criterio de selección tomó en cuenta autores como Miguel Matamoros, Marcelino Guerra, Bienvenido Julián Gutiérrez, Ignacio Piñeiro, Sabino Peñalver, Arsenio Rodríguez, Adalberto Álvarez, Pío Leyva, así como de Germán Pérez, Mariana Carrillo y Ricardo Amaray. Se conformó así un performance de alto vuelo artístico que posee el valor añadido de acercar a la audiencia, desde una perspectiva actualizada, a obras inscritas en los anales de la historia musical cubana.
La Habana, ciudad creativa de la música, se torna el epicentro de esta iniciativa en la que intervienen músicos de varias regiones de la Isla, lo que potencia y confirma su sentido aglutinador y constituye una de las principales fortalezas de esta gala. En paralelo, cada provincia se suma con total autonomía generando acciones que reafirman el carácter nacional de este feliz acontecimiento, con mayor protagonismo del talento local.
Así proyectado, el concierto por el Día del Son Cubano sintetiza prácticas culturales, ejercicios académicos y estilos interpretativos tan auténticos como diversos. Sin dudas, se trata de una propuesta justa, merecida y necesaria, de esas que se atesoran con celo y se potencian con esmero, porque en ella va contenida parte esencial de nuestra identidad. ¡Enhorabuena!