A dos meses exactos de declarar el carácter socialista de la Revolución cubana, justo en la víspera de los combates de Playa Girón, el joven Fidel Castro entra a esta Biblioteca con la renovada aureola del héroe que ha obtenido, contra el imperialismo, “nuestra primera victoria”, como lo poetizara Sara González al decir de Fernando Martínez Heredia.
Aquí tiene también un buen desafío. Un escenario de encuentros con artistas y escritores, atravesado por dudas y posiciones estéticas y políticas muy diversas. No elude la cita a pesar de la complejidad de la esfera artístico-literaria, donde grupos y liderazgos luchaban entre ellos por zonas de poder, y entre la cual revoloteaba el fantasma de la concepción estalinista de la cultura con su anhelado modelo del realismo socialista.
A pesar de dificultades y enconos, durante aquellos tres viernes de junio del verano del 61 las reuniones no derivan en un enfrentamiento sino en un diálogo. Participar y escuchar resultaron claves para pronunciar al término sus luego famosas “Palabras a los intelectuales” que son, ante todo, resultado de dicha interacción dialógica. Es claro que Fidel no acude con una versión preestablecida de esas conclusiones en su cabeza. Nacen de las visiones entrecruzadas allí por todas las partes y la voluntad de entender a cabalidad los problemas, e intentar solucionarlos.
De ahí que “Palabras…” resulte, desde dentro, una gran invitación a incorporarse al carro de la Revolución, a participar vivamente y no solo contemplarla. Sumarse significaba, además, un paso grande y concreto a favor de que la cultura y las artes también distinguieran el país en la producción artística y literaria y, sobre todo, en la creación de públicos masivos capaces de acceder a ella y disfrutarla. Para eso ya trabajaba entera una Cuba que se descubría a sí misma en los campos mediante la Campaña de Alfabetización, la más completa, masiva y horizontal obra cultural emprendida por la Revolución.
Imagino a aquel rebelde, atenazado entre mil peligros y problemas, acudir aquellos tres viernes consecutivos, una vez encaminadas las tareas ciclópeas de aquel momento hasta finalizar la semana laboral frente a los intelectuales para dichos intercambios, y luego proseguir en sus infinitos desafíos sábados y domingos. No ha cumplido 35 años. Y no es un perito en las cuestiones que se dirimen, como él mismo repite varias veces. Sin embargo, ¿cuántos pudiéramos hacer un discurso parecido a cualquier edad para enfrentar la complejidad histórica de ese momento, dentro y fuera de Cuba, e insertar en dichas coordenadas, también, la batalla intelectual y cultural?
El recurso del método usado por Fidel es la mayor vigencia de “Palabras a los intelectuales”: la honestidad, la transparencia, la inclusión, la inteligencia, el diálogo real. Fue la base, fundada allí, del ejercicio práctico de esa política cultural y el cimiento de su realización hasta hoy. Cuando personas o instituciones se apartaron de esa línea, sufrimos descalabros que todavía duelen y se pagan. Fidel, con toda libertad y en persona, la continuó en permanente diálogo en el tiempo. En Palabras a los intelectuales: imagen y posibilidad podemos observar su larga praxis de encuentros e intercambios con mucho de lo más granado de los artistas e intelectuales cubanos e internacionales, en particular con los latinoamericanos.
“¿Que el futuro juzgará? Sin dudas. Pero el deber es ahora”.
Esa Revolución que se está haciendo allí en 1961 es una Revolución para ahora, es decir, para entonces, dice Fidel. No está haciendo la Revolución para el futuro, él responde ante sus contemporáneos, y así los llama, de los que forman parte también esos artistas e intelectuales sentados frente a él. ¿Que el futuro juzgará? Sin dudas. Pero el deber es ahora.
Nosotros podríamos decir lo mismo: el deber es ahora. Nuestro futuro también nos juzgará, pero hay que trabajar para nuestros contemporáneos porque, de hecho, es imposible hacerlo de otra manera. ¿Cómo en esas coordenadas se trabaja para hoy? ¿Cuáles son los límites y las complejidades? No son exactamente los mismos de entonces.
El cénit es el diálogo. Nunca el espurio que unos pocos gritan, sino el diálogo de construir y crear, otra enseñanza del Quijote Fidel sembrada en la fisiología que también explica la epopeya del pueblo cubano.