Fidel y su incesante renacer: a propósito de varias ideas centrales
El pensamiento de Fidel es un manantial inagotable para todos los que, en cualquier geografía, luchamos por la más abarcadora emancipación de los seres humanos y el establecimiento de una sociedad superior que deje atrás las rémoras del capitalismo. Los cubanos tenemos el privilegio de que un hombre de su estatura moral e intelectual proyectara sus ideas hacia el mundo desde esta nación insular. En él, como discípulo mayor de José Martí, lo universal anida en perfecta armonía con el bregar que desplegó en la conducción de la primera experiencia socialista en el hemisferio occidental.
Son innumerables los ámbitos que permiten constatar sus aportaciones. Adentrarse en su ideario, sin maniqueísmo ni lugares comunes, es una tarea permanente que tiene que ser asumida con rigor y pasión. Aproximarnos a un nuevo aniversario de su natalicio actúa como catalizador en ese empeño perenne de revisitar su obra.
Quiero ahora, desde la brevedad de estas líneas, detenerme apenas en algunas ideas y métodos de trabajo puestos en práctica por Fidel durante toda su vida fecunda, que adquirieron renovada significación a comienzos de la actual centuria.
Inmerso en las infatigables jornadas de lo que él denominó Batalla de Ideas, Fidel acentuó definiciones y maneras de encarar los desafíos, que de una manera u otra estuvieron presentes en su ejecutoria desde los momentos iniciales del triunfo y que asumieron en el pórtico de este milenio un vigor extraordinario. Todo ello a partir del impulso a los incontables programas y transformaciones que se acometieron desde la convicción de que dicha batalla era en primer lugar la visualización por nuestro pueblo de “hechos y realizaciones concretas”.[1]
Cambiar lo que debe ser cambiado: concepción dialéctica de nuestro desarrollo
Hay que pensar constantemente. Una de las críticas que con mayor intensidad señaló Fidel fue que, a la hora de enfrentar los problemas que se presentaron con especial fuerza, en ocasiones se actuó de manera mecánica, sin detenerse a analizar en todas sus aristas la compleja situación y las variables principales para la resolución de los mismos. Así como Engels entendía que la dialéctica debía ser asumida como ciencia de la concatenación universal, el Comandante en Jefe no se cansó de alertar sobre la interconexión de los fenómenos y la necesidad de contemplar cada elemento si en verdad se aspiraba a solucionar una adversidad y revertir ese contratiempo a favor de los intereses revolucionarios.
“Razonar tenía que erigirse como ejercicio inaplazable”
En un escenario global sumamente complicado es imposible salir airosos sin una elevada capacidad de análisis. Se trataba, según sus palabras, de un “ajedrez de 600 fichas” en el que era imperioso anticipar las “movidas” del adversario. Ello no se alcanzaría por gracia divina, sino mediante el estudio detallado, documentado y sistemático de cada situación problémica. Razonar tenía que erigirse como ejercicio inaplazable que proporciona placer, en la misma medida que brinda claves para sortear con éxito entuertos de diversa índole.
Debe desterrarse la improvisación. En esta misma línea abogó por centrar la mirada en los aspectos medulares de una situación y no en las cuestiones periféricas que obnubilan la percepción global del asunto. Comprendía que, en etapas signadas por las vicisitudes permanentes de toda clase, era previsible moverse para encontrar solución a la contingencia, pero, visto en el largo plazo, era necesario trascender las decisiones operativas enfiladas a solventar inconvenientes de manera parcial y consagrarse al diseño de proyectos de amplio calado.
Se precisaba nitidez en cada etapa antes de arrancar alguna tarea u obra. Solo así podrían evitarse los comportamientos veleidosos inherentes a la falta de planificación estratégica, con su carga nefasta de repercusiones en todas las esferas, de manera particular en la económica.
Todo problema tiene solución. Para Fidel siempre existía un sendero a recorrer, aunque muchas veces este no resultara visible en el paneo inicial. De ahí la importancia de intercambiar entre todas las estructuras, escuchar propuestas diferentes a las tradicionales y no tener ideas preconcebidas con rigidez que imposibilitaran explorar otras variantes.
“Fidel nunca dejó de hacer un despliegue de acciones encaminadas a la formación revolucionaria”
Reconoció como nadie la situación asfixiante experimentada desde la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y el colapso del resto de las experiencias socialistas en Europa del Este, pero dejó claro que, en el afán de salir airosos ante las carencias cotidianas, en múltiples ocasiones prevaleció un estilo de trabajo rutinario concentrado en los efectos y no en las causas de los problemas. Otras cuestiones negativas fueron la inamovilidad o paralización (cruzarse de brazos y dejar pasar el tiempo) y la invisibilidad de esos problemas (pretender que no existían, ignorarlos). “Sin meditar a profundidad cada aspecto es imposible avanzar hacia donde necesitamos”, reflexionó en varias oportunidades.
Fidel nunca dejó de hacer un despliegue de acciones encaminadas a la formación revolucionaria, desde la imbricación con las más depuradas dimensiones del denominado trabajo político-ideológico. Dicha terminología, por cierto, resulta endosada de manera inmisericorde (como aditivo que se ajusta a cualquier producto) a las más variadas situaciones, desde perfiles que la reducen a un bocadillo etéreo que engloba cualquier cosa, pero que no precisa nada.
“La tarea principal radicó en movilizar al pueblo y a las personas e instituciones con responsabilidades en la conducción social”
Esa aberración es la antítesis de una concepción integral. La metodología que empleó Fidel no estaba ceñida con formularios ni se dejó aprisionar por decálogos o cánones de ningún tipo. En este campo tampoco renunció a innovar, valiéndose de cuanto arsenal necesitara. La tarea principal radicó en movilizar al pueblo y a las personas e instituciones con responsabilidades en la conducción social. Las críticas y elogios que formuló convergieron en esos propósitos: multiplicar la capacidad de enrolarse en una actividad y obtener mejores resultados en la misma, a partir de que se interiorizaran de manera consciente los errores cometidos y las potencialidades por explotar.
No se puede reeducar a quien nunca antes fue educado. Fidel planteó la idea de que la educación era la clave para proponerse metas superiores en el resto de los ámbitos. Esta posición es otra muestra de la coherencia de su pensamiento, ya que fue ese tema, con la campaña de alfabetización como emblema, una de sus grandes pasiones desde los compases revolucionarios iniciales.
Ajeno a eslóganes que buena parte de las veces no reflejan la médula de un asunto —incluso pueden llegar a acuñar el sentido contrario de lo deseado—, se percató de que se había vuelto un cliché declarar la necesidad de reeducar a aquellos jóvenes cuyo tránsito por el sistema educacional, y la sociedad en general, no fue exitoso.
Su valoración tocó el centro del problema: lo importante es proporcionar una enseñanza de calidad desde las instituciones, con el apoyo de la familia, a partir de las primeras edades, y no actuar cuando los males son mucho mayores. Expresó, en otras palabras, que fallaron los mecanismos diseñados, y luego nos contentamos con declarar la importancia de la reeducación. Las reflexiones sobre estos asuntos propiciaron el diseño de múltiples programas, los cuales, una vez ejecutados, arrojaron resultados estimulantes y confirmaron que a partir de una mirada abarcadora era posible hallar solución a temas con numerosas ramificaciones.
El talento y el genio son fenómenos de masas. Desde que se consagró por entero a la lucha revolucionaria, Fidel tuvo confianza en los seres humanos. Al igual que Martí, para él eran infinitas las virtudes que emergían de las personas, principalmente si las sociedades creaban las condiciones para que estas afloraran. Dentro de los esquemas de dominación imperialistas solo los representantes de las clases dominantes están “capacitados” para las actividades científicas, de alta tecnología o las bellas artes. Los sectores marginados se restringen a los empleos manuales, los servicios y profesiones donde no es imprescindible realizar estudios superiores. Es un ordenamiento criminal que condena a millones de hombres y mujeres, por su origen de clase, a fungir exclusivamente como servidores de los adinerados, quienes se dan el lujo de enviar a sus hijos a las más prestigiosas universidades.
Fidel defendió que en la medida en que el pueblo disfrutara de esas posibilidades reservadas a la burguesía los resultados serían impresionantes, revelando el enorme caudal que habitaba en todos los estamentos de la sociedad. En el pasado hubo figuras extraordinarias (varias veces aludió a Finlay, Capablanca, Carpentier, Lam y Guillén, entre otros), pero no eran resultado de un sistema que arropara, desde las oportunidades y el acceso al conocimiento, a todos por igual.
“La aspiración superior fue dotar al pueblo de una cultura general integral asentada sobre conocimientos sólidos en múltiples ámbitos”
La Revolución hizo posible que de una a otra punta del país se formaran profesionales brillantes en las más diversas especialidades. La aspiración superior fue dotar al pueblo de una cultura general integral asentada sobre conocimientos sólidos en múltiples ámbitos (de manera fundamental en el histórico, político, económico, científico y geográfico), unida a la capacidad para apreciar los mejores valores del arte y la literatura.[2]
Notas