Fidel en la ONU: sesenta años de una visita histórica
22/9/2020
“¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desparecido la filosofía de la guerra!”.
El 18 de septiembre de 1960 Fidel partió hacia Nueva York, con el objetivo de participar en el XV Asamblea General de las Naciones Unidas. La delegación cubana estaba integrada además por Raúl Roa, el Comandante Ramiro Valdés, Celia Sánchez, Emilio Aragonés, Juan Escalona y Antonio Núñez Jiménez. Dos días más tarde se incorporarían a la misma el Comandante Juan Almeida y el destacado intelectual Regino Boti.
Desde su llegada al aeropuerto de Idelwild, una gigantesca multitud se congregó para saludarlo. Las autoridades anfitrionas, por su parte, además de un incidente provocado por la conducta violenta de un miembro del cuerpo de seguridad norteamericano, impusieron restricciones para la obtención de alojamiento de la comitiva. Manuel Bisbé, Jefe de la Misión Permanente de Cuba ante las Naciones Unidas, presentó una enérgica protesta por el descortés tratamiento de que era objeto el Primer Ministro antillano.[1]
Luego de hospedarse en el Hotel Shelbourne, situado en la calle 37 esquina a la Avenida Lexington, el dueño planteó la necesidad de que se le pagara mucho más, debido a la supuesta propaganda negativa que recibía por la presencia cubana, algo que la delegación rechazó de forma tajante. La decisión original de Fidel fue adquirir varias casas de campaña y armarlas en el jardín de la ONU, idea que incluso le trasmitió en persona al Secretario General Dag Hammaskjold, quien intentó persuadirlo de ello orientando a funcionarios de su despacho que hicieran gestiones con diferentes hoteles. Roa, en paralelo, había conversado con el propietario del Hotel Theresa, situado en Harlem, en la calle 125 esquina a Séptima Avenida, quien respondió mediante una llamada telefónica que ofrecía habitaciones gratuitas para los representantes cubanos. Al máximo dirigente de la ONU no le pareció válida esta propuesta, pues pensaba que debía buscarse una instalación de mayor categoría; pero encontró la aprobación inmediata de Fidel, quien horas antes les contó a sus colaboradores que, de no poder ser en tiendas de campaña, entonces se quedaría en el barrio más humilde de la ciudad, que no era otro que Harlem.
Una vez instalado en dicho Hotel, Fidel recibió el saludo de diversos dirigentes de organizaciones negras, que le mostraban su orgullo por tenerlo entre ellos. El líder rebelde le obsequió por su parte a Larry B. Woods, propietario del inmueble, un busto de Martí con la inscripción: “Peca contra la humanidad el que fomente y propague la oposición y el odio de razas”.
Allí el guerrillero victorioso en la Sierra Maestra recibió, entre otros, a Malcom X; al presidente de la República Árabe Unida, Gamal Abdel Nasser; al Primer Ministro de la India, Jawaharlal Nehru y a Nikita Krushohv, a quien le devolvió el gesto asistiendo a la sede diplomática soviética en dicha ciudad. En uno de los recesos de las sesiones en la sede de la ONU saludó también el Primer Ministro de Ghana, Kwane Nkrumah.[2]
Consciente de la trascendencia que revestirían sus palabras en las Naciones Unidas, Fidel se preparó mentalmente, a lo largo de las semanas previas, para que no quedara sin abordar ninguno de los asuntos cardinales que, a nombre de la Revolución, debía expresar en el plenario de la organización. Según el testimonio privilegiado del capitán Núñez Jiménez, a la sazón director del Instituto Nacional de Reforma Agraria, el jefe de la Revolución fue diseñando el libreto de su exposición en las más inverosímiles circunstancias y en diferentes recorridos por el país, mientras se desplazaba en avión, jeep o automóvil, tarea que continuó una vez arribaron a Nueva York. Narra el excepcional geógrafo cubano que llegó a acumular tantos apuntes dictados por Fidel, que muchos compañeros de la escolta empezaron a bromear con él llamándolo “Apunta Núñez”, en alusión al término utilizado por el jefe guerrillero, el cual se hizo cotidiano por aquello días.
Las cuestiones esenciales fueron mecanografiadas en tarjetas, si bien Fidel rechazó su empleo desde el podio. “Yo improviso las palabras, pero las ideas no”, sirvió no solo como respuesta para la ocasión, sino que refleja la manera en que invariablemente asumió la extraordinaria responsabilidad de dialogar con el pueblo. El 26 de septiembre, al fin, pronunció un vibrante discurso en el que sentenció: “¡Desaparezca la filosofía del despojo, y habrá desparecido la filosofía de la guerra! ¡Desaparezcan las colonias, desaparezca la explotación de los países por los monopolios, y entonces la humanidad habrá alcanzado una verdadera etapa de progreso!”.[3]
Su presencia en el recinto neoyorquino despertó enorme expectativa, al punto de que diversas fuentes de la época consultadas reconocen la inusual aglomeración que se produjo dentro de la sala para escucharlo, con más de ochocientos delegados de noventa y seis naciones (incluidos quince jefes de Estado y veintisiete cancilleres), atentos a su serena exposición. A los treinta y cuatro años de edad encarnó de manera genuina un liderazgo internacional, a partir de que enarboló las causas de mayor alcance global desde una nítida perspectiva tercermundista. Bajo ese prisma deben escrutarse sus señalamientos fundamentales, convertidos a la vez en ejes en torno a los que articuló un pensamiento coherente a lo largo de toda su vida.
• No habrá paz mientras exista colonialismo e imperialismo.
• Es imposible alcanzar estabilidad a escala universal si persisten injusticias que reparar.
• Han variado las formas de explotación, pero los pueblos prosiguen sufriendo.
• Hasta que no desaparezca la filosofía del despojo se vivirá con la pesadilla de una guerra, incluyendo una conflagración atómica.
• Mientras se avanza en el camino del desarme, hay que también avanzar en el camino de la liberación de ciertas zonas de la tierra del peligro de la guerra nuclear.
• La Asamblea General tiene que discutir la propuesta de desarme nuclear total y completo.
• Con la quinta parte de lo que el mundo se gasta en armamentos se podía promover un desarrollo de todos los países subdesarrollados, con una tasa de crecimiento del 10% anual.
• La guerra es un negocio. Hay que desenmascarar a los que negocian con la guerra y a los que se enriquecen con la guerra.
• Las dificultades más acuciantes que enfrenta la humanidad están interrelacionadas.
• Los problemas del mundo no se resuelven amenazando ni sembrando miedo.
• La ONU es el resultado no solo de inversiones económicas sino, en primer lugar, de millones de vidas perdidas.
• Debe trasladarse la sede de la ONU hacia otro país, teniendo en cuenta la manera en que las autoridades norteamericanas entorpecen el normal funcionamiento de esa organización.
• No tiene la culpa el pueblo norteamericano de ser dirigido por una oligarquía militarista y agresiva.
• Cuatro o cinco grupos de monopolios son los poseedores de la riqueza del mundo.
• Hay una verdad que debiéramos sabérnosla todos como la primera, y es que no hay independencia política si no hay independencia económica. La independencia política es una mentira, si no hay independencia económica.
• Para que los países puedan ser verdaderamente libres en lo político, deben ser verdaderamente libres en lo económico.
• La opinión pública no puede presentarnos siempre a los pueblos subdesarrollados y a los revolucionarios como agresores, como enemigos del pueblo norteamericano.
Especial impacto tuvo su reclamo de que la República Popular China ocupara el escaño que legítimamente le correspondía, a partir del heroísmo desplegado por su pueblo en la lucha contra el militarismo japonés, durante la II Guerra Mundial.
Con respecto a Cuba precisó, luego de realizar un exhaustivo recorrido por nuestra historia de luchas —y como expresión de la soberanía alcanzada—, que era la primera vez que un dirigente de América Latina hablaba en ese podio sin esperar la aprobación del delegado de Estados Unidos; así como que ninguna embajada gobernaba en un país que tenía como actor protagónico a su pueblo. De igual manera condenó la presencia en el territorio insular de una base naval yanqui, impuesta contra la voluntad de la nación y denunció las acciones subversivas emprendidas contra nuestro pueblo, incluyendo el empleo de instalaciones en otros países latinoamericanos. Resaltó los múltiples esfuerzos de la dirección revolucionaria por dialogar con el gobierno norteamericano, para encontrar solución pacífica a los problemas bilaterales; para ello se apoyó en las notas diplomáticas enviadas a la Casa Blanca el 27 de enero y el 22 de febrero de ese año.
En otro orden, como expresión de una voluntad mantenida en el tiempo, Fidel invitó a que cualquiera de los representantes de las Naciones Unidas visitara nuestro país, para que conocieran de primera mano el alcance de las transformaciones sociales que se llevaban adelante. Hizo extensiva la propuesta a los periodistas para que apreciaran “lo que un pueblo es capaz de hacer con sus propios recursos, cuando los invierte honestamente y racionalmente”.[4] Con energía dio lectura, hacia el cierre de su exposición, a varios fragmentos de la I Declaración de La Habana, aprobada por la Asamblea General Nacional del Pueblo de Cuba, el 2 de febrero de ese año.
El discurso concluyó a las 8 y 15 de la noche, cuatro horas y diez minutos después de que el presidente de la Asamblea General, el señor Frederick H. Boland le concediera la palabra al Primer Ministro cubano. Su intervención, otra vez en el recuerdo de Núñez Jiménez, fue interrumpida en doce ocasiones por cerrados aplausos y dos veces por la Presidencia. La ovación final con que el auditorio premió su valiente análisis no tenía referente alguno desde la existencia de ese órgano. Un diplomático suramericano expresó entonces una frase que, con el decursar de los años, otros han invocado: “La Isla del Caribe parece ahora un continente”.[5]
Dos días más tarde, el 28 de septiembre, luego de aterrizar en el Aeropuerto Internacional José Martí en un cuatrimotor cedido por el gobierno soviético —después de que el Britania que los llevó a Nueva York fuera embargado por las autoridades norteamericanas—, Fidel compartió con el pueblo que se dio cita frente a la terraza norte del Palacio Presidencial. Cuando pasadas las 10 de la noche estalló un petardo, con la intención de atemorizar a los participantes, el Jefe de la Revolución explicó con serenidad y firmeza: “Vamos a establecer un sistema de vigilancia colectiva, vamos a establecer un sistema de vigilancia revolucionaria colectiva. Y vamos a ver cómo se pueden mover aquí los lacayos del imperialismo”. Nacían así los Comité de Defensa de la Revolución.