A finales de enero de 1981 recibimos al escultor soviético Lev Kerbel, quien arribó a Cuba con el propósito de presentar su proyecto de monumento a Lenin, el cual sería instalado en el lugar de mayor elevación del parque que lleva el nombre del líder soviético y con lo cual concluirían los homenajes por el centenario de su natalicio. De las obras de Kerbel, las más conocidas son sus monumentos: en total hay 70, entre los que destacan el erigido en honor a Lenin —a quien están dedicados la mayoría— en la Plaza Oktiabrskaia (Octubre) de Moscú, y el de Carlos Marx en la histórica Plaza Sverdlov frente al Teatro Bolshói, inaugurado en 1961. Antes de abandonar Moscú, el escultor ya había expresado su interés en realizar un retrato (busto) de Fidel.
El primer encuentro entre el afamado artista soviético y Fidel Castro Ruz tuvo lugar en la noche del 2 de febrero de 1981. Después de un abrazo fraterno, Kerbel recordó a Fidel que le había visto por primera vez en el estadio de Moscú, en mayo de 1963.
“El primer encuentro entre el afamado artista soviético y Fidel Castro Ruz tuvo lugar en la noche del 2 de febrero de 1981”
En el transcurso del diálogo, el escultor mostró la maqueta del monumento a Lenin que debía esculpir, a petición de Cuba, y que se convertiría en el primer gran homenaje plástico al fundador del Estado soviético en el hemisferio occidental. Se habló de las proporciones, de la necesidad de trasladar una enorme roca de mármol desde la Isla de la Juventud, y de la frase que debía plasmarse al pie del monumento. Kerbel opinó que debía llevar una frase de Fidel sobre Lenin. Al pie de la estatua quedan grabadas finalmente las siguientes palabras de Fidel: “Lenin fue desde el primer instante no solo un teórico de la política, sino un hombre de acción, un hombre de práctica revolucionaria constante e incesante”.
El artista manifestó entonces su viejo anhelo de realizar un busto de Fidel: “Todas las fotos que he visto de usted no valen nada comparadas con la realidad” –le dijo. Fidel se resiste, el artista le señala: “Usted ya pertenece a la humanidad. Se trata de una obra para la posteridad”. Fidel termina posando.
Entre estadista y artista comienza un ameno diálogo que se extiende durante horas, en las cuales el escultor realiza su obra, y que tuvimos el privilegio de traducir:
¿A qué edad comenzó su carrera de escultor? –pregunta el Comandante en Jefe.
Desde mi adolescencia. Yo nací el 7 de noviembre de 1917, en la aldea de Semionovka, Smolensk, en un área limitada a los hebreos. Mi vida se forjó entre el cañonazo del Aurora, la guerra civil, la agresión exterior y la invasión fascista. Viví los tiempos en que en nuestro país no teníamos ni siquiera pan. Así se formó mi generación. A los 11 años trabajaba en la agricultura. Vi cómo los kulaks saboteaban la socialización de la tierra. Cuando Lenin aprobó la Nueva Política Económica, aparecieron los alimentos como por arte de magia.
Kerbel observa atentamente a Fidel: “Usted ha nacido para la escultura: su rostro está hecho para la mejor plástica. Yo diría que su perfil es el clásico de los griegos. Me recuerda a Zeus” –le dice.
En plena creación, el rostro de Kerbel se transforma. Su cara, apacible hasta entonces, se ilumina. Toma entre los dedos el oscuro barro y lo amasa con amor. Relampagueante, va surgiendo la obra. De pronto, cesa en su dinamismo y mira a los ojos de su modelo. El escultor mismo parece ahora una estatua de sólida roca en la que solo los ojos grandes y chispeantes denotan el genio creador. Su mirada penetrante capta no solo los rasgos físicos, sino también la sensibilidad, el carácter del hombre que ahora lleva a la plástica. Abandona su actitud estática y vuelve a llevar los dedos llenos de barro, con sorprendente agilidad, a la obra aún informe, que en minutos va adquiriendo vida propia.
Quiere lograr la mayor naturalidad posible. El Comandante le pregunta si le molesta que fume. El escultor responde que eso ayudaría a su trabajo. Lo invita a dialogar y así se va estableciendo la comunicación entre ambos. Cuando modela, es él quien lleva el diálogo, y esto nos permite conocer otros datos personales del artista: su niñez transcurrida en medio de la guerra civil; la gran pobreza a la que la reacción sometió al pueblo soviético; su conversación con la Krúpskaya —compañera de Lenin—, y la ayuda que recibió de ella para hacer realidad su sueño de estudiar el arte escultórico en Leningrado; su incorporación a la Flota del Norte durante la Gran Guerra Patria, en calidad de artista militar.
“El artista ha logrado plasmar lo más destacado del movimiento revolucionario contemporáneo”
A medida que modela el barro, relata cómo logró esculpir los rostros de Lenin y de Marx, de Dolores Ibárruri y de Salomón Bandaranaike, de Ho Chi Minh y Gagarin, y también los de los héroes de la Gran Guerra Patria, de los trabajadores y campesinos de la Unión Soviética. Escucharlo, ver las fotografías que muestra de sus esculturas en distintas ciudades del mundo, hace pensar que el artista ha logrado plasmar lo más destacado del movimiento revolucionario contemporáneo.
Gracias a su habilidad, el barro va adquiriendo un indudable parecido con Fidel. “Pienso que ahora me parezco más al busto que cuando llegué” –comenta Fidel sonriente. Kerbel también sonríe, pero su sonrisa se transforma en gesto adulto. Nuevamente su cuerpo queda inmóvil, solo sus ojos, desmesuradamente abiertos, se disponen a captar algún nuevo rasgo del rostro del Comandante. Una hora después pide una tregua para descansar.
Fidel continúa de pie conversando con Kerbel. El escultor, que no puede estarse quieto ni un segundo, le pide permiso y va hasta su cuarto. Le trae de regalo un precioso samovar (aparato tradicional ruso en que se hierve el agua para preparar el té).
Fidel pregunta cómo funciona y Kerbel prepara té a modo de demostración; luego dice a Fidel: “No hay un solo soviético que no lo ame y admire. Hasta hoy veía en usted una leyenda, y ahora estoy frente a la realidad, y la realidad no hace sino confirmar la leyenda. Mis palabras pueden pasar, pero mi escultura perdurará”. Se reanuda el trabajo y a poco, el barro ya ha adquirido la fisonomía fundamental de Fidel. Alguien comenta la semejanza y Fidel reitera: “Ya me voy pareciendo”. A las dos y treinta de la madrugada, después de casi dos horas de trabajo, Kerbel da por terminada la primera sesión.
La carrera del escultor se había iniciado con la obtención de un primer premio en un concurso regional de aficionados al arte en 1933. La obra premiada, un bajorrelieve de Lenin, le abre las puertas a lo que sería su posterior quehacer. Tras aquel éxito juvenil, el adolescente Kerbel, ayudado por el Comité Regional del Komsomol, es enviado a Moscú. Al darse cuenta de las posibilidades del joven artista, A. S. Busnov, Comisario del Pueblo para la Educación, lo encamina a Nadezhda Konstantínova Krúpskaya. Inmediatamente, la viuda de Lenin envía una nota al escultor S. D. Merkúrov. Como prueba, se le encarga esculpir el rostro del poeta Maiakovski.
Así, en 1935 el novel artista matricula en la Academia Rusa de Bellas Artes en Leningrado. Dos años después ingresa como estudiante del primer curso en la Facultad de Escultura del Instituto de Pintura, Escultura, Arquitectura y Estudios de Arte de la Academia de Bellas Artes.
Participa en la convocatoria para el gran monumento a la victoria soviética y obtiene el tercer premio. Esculpe a Vladimir Ilich Lenin y hace otras muchas obras. Su escultura de Marx adquiere gran relevancia a escala mundial. Como artista llega al clímax con su monumento al fundador de la ideología del proletariado erigido en la Plaza Sverdlov de Moscú. Allí mismo, en 1920, las propias manos de Lenin habían colocado la primera piedra.
El 3 de febrero, a las tres y quince de la tarde, llega Fidel de nuevo al improvisado taller de Kerbel.
Ayer me equivoqué un poco al modelar su barba –comenta el escultor al reanudar su trabajo.
No se preocupe, Kerbel, que mi barba cambia a menudo –le responde Fidel.
El escultor comenta el hecho de que el rostro de Fidel se transforma a cada instante. Diríase que en cada pensamiento muestra una expresión distinta:
No es fácil llevarlo a la escultura, pero tengo que seleccionar entre sus muchas expresiones.
Kerbel le pregunta qué le parece su busto, a lo que el Comandante responde: “Pregúntele a los compañeros. Ellos saben mejor que yo cómo soy, porque uno se mira pocas veces en el espejo”. Alguien habla en broma de cómo Adán fue creado con barro. “Adán significa en el antiguo hebreo algo así como arcilla roja” –agrega. Fidel tercia en la conversación y ensaya esta otra broma: “Yo digo que, según la Biblia, Dios fue el primer escultor”.
El artista va logrando la fisonomía definitiva de Fidel, este comenta: “Por la escultura de Kerbel me voy a enterar de cómo soy”. Y continúa: “Es asombroso cómo la naturaleza crea millones de rostros todos parecidos, y todos con sus diferencias”. Luego la charla gira sobre el tema de la genética y de las leyes de la herencia, hasta que Fidel pregunta: “¿Y las mascarillas mortuorias no sirven para hacer esculturas?”. Kerbel responde afirmativamente y recuerda que con este método se hizo el busto de Alexei Kosyguin, de tan respetada memoria. “¿Y a los seres vivos no se les hace mascarilla?”, vuelve a preguntar Fidel. Kerbel afirma y Fidel se interesa por el número de escultores notables en la Unión Soviética, a lo que aquel responde que existen 12 que por su jerarquía artística son miembros de la Academia de Bellas Artes, pero que hay otros muchos candidatos a académicos.
A otra pregunta, responde:
En 1963 fui electo candidato, y en el año 1965, designado miembro de esta Academia. Son los propios académicos los que aprueban el ingreso de los nuevos miembros, después de ser propuestos por las organizaciones sociales. La elección de un candidato se logra tomando en cuenta a 20 aspirantes. Hace tres años recibí el título de Artista Emérito de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), el más alto galardón a que puede aspirar un artista de mi patria. En total he hecho cerca de 400 obras. Una de mis más grandes aspiraciones era hacer su busto, y usted no se imagina la felicidad que me ha proporcionado en estos días. Pienso que si el escultor Andréiev no hubiera modelado a Lenin en vida, no hubiéramos tenido la oportunidad de tener su escultura.
Fidel comenta que el primer monumento a Lenin, en Cuba, va a tener gran repercusión en América Latina, tras lo que Kerbel inquiere: “¿Qué puedo hacer por Cuba?”. Fidel le agradece su solidaridad, su trabajo para erigir la estatua de Lenin.
Al día siguiente Fidel hace su tercera visita al escultor y este le enseña su busto vaciado en yeso. Después el artista muestra de nuevo al Comandante los planos del monumento a Lenin y le pide que estampe su firma en ellos para ser enviados al Ministerio de Cultura de la URSS.
Luego Kerbel lo invita a ver un documental soviético sobre sus esculturas, y al finalizar la sesión fílmica le reitera su deseo de que en la primera oportunidad visite su taller en Moscú para mostrarle allí su obra. Y le entrega su tarjeta de visita. El día 7 el escultor debe regresar a Moscú.
Semanas más tarde Fidel viaja a la URSS, preside la delegación del Partido Comunista de Cuba al XXVI Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética. Ya en Moscú, a pesar de los múltiples compromisos y las entrevistas que se suceden, Fidel se las arregla para no suspender la visita a su amigo. Transcurre el mediodía del 1ero. de marzo. Moscú está cubierto de nieve. El automóvil desfila por la Plaza Sverdlov, frente al hermoso monumento a Carlos Marx, tallado en granito por Kerbel y cubierto ahora en parte por la reciente nevada.
Vorónov, biógrafo de Kerbel, señaló al referirse a este monumento y a la cátedra que sentó en la plástica soviética:
El trabajo sobre este monumento promovió de inmediato a Lev Kerbel al grupo de escultores más importantes del país. Su trabajo y su talento fueron dignamente señalados con el Premio Lenin. Los principios plásticos encarnados en el monumento a Marx fueron elaborados posteriormente por otros escultores y, como resultado, se convirtieron en particularidades fundamentales de la concepción de la escultura monumental desarrollada en la Unión Soviética en los años 60 y la primera mitad de la década del 70.
Precisamente por ello, el monumento a Marx no solo constituye una obra sobresaliente y un jalón importante en la biografía creadora del escultor, sino que marca una etapa en toda la escultura monumental soviética y posee la cualidad de ser formadora de estilo, o sea, es algo más que un punto de referencia, pues en ella se concretan las nuevas ideas plásticas que motivaron a muchos otros maestros hacia interesantes pesquisas creadoras y dieron impulso al desarrollo ulterior de nuestra plástica. El monumento a Marx abre un nuevo y fructífero período en el desarrollo de la escultura monumental soviética. Y en ello radica su significación fundamental e imperecedera.
El monumento a Marx en Moscú significó también un punto de inflexión en la biografía creadora de Lev Efímovich. Desde este momento entrega casi todas sus capacidades a la escultura monumental. Algunos rasgos de su creatividad, al parecer dormidos, se despliegan ahora de forma amplia y completa, en especial, sus capacidades para la composición. Multiplicados por sus dotes de retratista, estos rasgos dieron la posibilidad al escultor de crear una serie de monumentos interesantes e innovadores, en particular sus notables monumentos a V. I. Lenin y el monumento a Marx en Karl-Marx-Stadt.
Al llegar al taller del escultor, este, de pie y cubierto por su oscuro y grueso abrigo, ofrece a Fidel un cálido abrazo que contrasta con la temperatura. En la primera sala, donde se exhibe un colosal grupo de esculturas, bocetos y maquetas, toma del brazo al Comandante y lo sitúa frente al busto que días antes había modelado en La Habana. Ahora se lo muestra fundido en bronce. “Este busto es para que usted se lo lleve cuando retorne a Cuba —le dice. Tenía muy poco tiempo para fundirlo en bronce y poder entregárselo ahora, pero cuando los obreros se enteraron de que la obra era para usted, lo hicieron en una semana, y a cuenta de su tiempo libre”.
Fidel pregunta cómo va el proyecto del monumento a Lenin en La Habana. Kerbel lo toma del brazo y lo lleva a un enorme salón contiguo. Allí, detrás de un altísimo andamio, se observa la gigantesca cabeza de Lenin, modelada en yeso, y que luego sería llevada al mármol de la Isla de la Juventud. El tiempo apremia. Es la hora de la despedida. Fidel lamenta el poco tiempo que sus deberes le han permitido para estar al lado del artista, su amigo. Un abrazo bajo una fina nevada sella la despedida.
De años posteriores, en los que como consejero cultural en Moscú atendimos de cerca la preciada amistad que Kerbel cultivó con nuestro país, en especial con Fidel, guardamos el muy grato recuerdo de las felicitaciones que el escultor y amigo nos hacía llegar cada 13 de agosto, gesto que era reciprocado cada 7 de noviembre por Fidel.
Hay personas en las que una época cristaliza, sin quienes es difícil comprender la historia del país y de su pueblo. Kerbel fue uno de estos. Siendo un contemporáneo de la Revolución de Octubre, vivió con los ideales de su tiempo y sufrió mucho cuando se destruía “a su Lenin” en alguna parte de la Europa del Este o alguno de los países que forman la CEI. Fue un gran artista de la época difícil y feliz de la URSS, uno de aquellos a quienes se les ha estimado por su extraordinario talento y por su fidelidad a quienes consideraba sus héroes, alguien que hasta el último día tuvo fe en sus ideales.