Ficción y realidad, la frontera inexistente

Yeilén Delgado Calvo
17/5/2018

Extraña la sensación de estar en una isla dentro de otra isla. Después del último barco y el último avión del día, a una, extranjera sin salir de su propio país, le da por pensar que está un poco cercada, sin la posibilidad de «arrancar» en cualquier momento hacia la casa y la gente querida.


Infidente ganó el Premio Alejo Carpentier de novela en el 2015. Foto: Cortesía del autor
 

Pero la Isla de la Juventud aún tiene algo de su encanto piratesco y tanta historia para ser hallada, contada e, incluso imaginada, termina por aplacar las nostalgias y la extrañeza del agua dos veces por todas partes.

Allá, después del camino estrecho que lleva a la finca El Abra, con su ceiba, y sus palmas y su casita breve, no pude resistirme a la tentación de imaginar a Martí oteando la tarde, queriendo partir y a la vez quedarse.

Ni la restauración que vivía entonces el Museo, ni la modernidad mostrando sus vestidos por todo el lugar, pudieron robarnos a los visitantes el ansia incontrolable de fabular los hechos, y preguntarnos si nuestra anfitriona sería descendiente de los Sardá. Y nos dijo que no, pero quisimos creer lo contrario.

¿Qué hubiera pasado si…?, es la pregunta con la que pueden desatarse todas las tormentas noveladas, y Nelton Pérez (Manatí, 1970) la explota de forma fecunda en Infidente (Editorial Letras Cubanas, 2015), sin temor a llenar los vacíos, porque la historia no es solo lo que queda en los papeles amarillos, en las cartas, en los testimonios… está también en las palabras dichas tras las paredes, en la mirada que la fotografía no atrapó, en el abrazo que jamás se confesaría para la posteridad.

Infidente –ganadora del Premio Alejo Carpentier– ha desarrollado, según Francisco López Sacha, uno de los miembros del jurado, «un cuerpo investigativo en el que también participa la ficción. El lector encontrará datos fehacientes de la estancia del joven José Martí en la finca El Abra; y al mismo tiempo, enfoques, discernimientos, y aun opiniones, vertidas por él (José Martí) a través de un epistolario que puede considerarse imaginal».

Sacha, en su nota al lector, da otra pista trascendente: «este libro puede leerse como una indagación histórica bajo el criterio de que la ficción también colabora con la realidad».

Y como la ficción le gana a la realidad en verosimilitud, resulta un placer para quienes vemos la grandeza del apostolado martiano precisamente en su humanidad total, adentrarnos en una versión de lo que sucedió en ese periodo de la vida de Pepe, reducido apenas a unos párrafos en los manuales y biografías.

Mandy, un estudiante de Periodismo que en 1980 quiere saber qué ocurrió en 1870 en Isla de Pinos, es un personaje que nos compulsa a la curiosidad, y a descubrir que las complejidades epocales inciden en el pequeño destino personal más de lo que imaginamos.

Dolores, Casimiro, Adelaida, Carmen, Nora, Teresa… forman parte de una constelación que entrelaza dos tiempos.

«Es un joven con tanto talento y querible, José María, ¿no te parece», inquiere doña Trinidad a su marido, Sardá, acerca del huésped a punto de marcharse.

Él le contesta: «Sí, pero con mucha vocación para mártir, ¡qué desperdicio! Que vaya a estudiar leyes, a ver si eso lo ayuda a olvidarse de querer cambiar el mundo (…) En tiempos de guerra la política es un juego donde se muere de verdad y eso él ya lo sabe».

–Es un poeta, José María…

–Pues por eso, Trina, vaya Dios a saber qué suerte le toca o no.
Y una se estremece con la posibilidad, aunque el 19 de mayo de 1895 ya esté inexorablemente escrito.

Tomado de Granma