Se dice lo mismo que ante esos niños que vimos nacer (incluso siendo un poco ginecólogos) y de pronto son adultos ya con familia: parece que fue ayer. Ante la inminencia de la edición 45 del Festival de la Habana (otrora y durante décadas Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano) no puede uno menos que asombrarse y sentir que el tiempo no ha pasado, aunque tanto haya llovido y tan diferente sea hoy la sociedad de aquellos finales de los años 70, ¡del siglo pasado!

No olvido cuando, en 1978, recién estrenado en la vida periodística y laboral (que no eran exactamente lo mismo) el Centro de Información del Icaic me pidió colaborar con un evento que debutaba: el primer Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano.

Haríamos sinopsis y breves comentarios (sin firmar) de las obras en concurso, los cuales se iban a imprimir en un rudimentario mimeógrafo que se distribuiría entre los delegados y participantes de la cita habanera; al frente de la gestión estaban mi colega Carlos Galiano (jefe de redacción) y Maruja Santos (editora de la revista Cine Cubano, quien durante muchos años asumiría esta labor).

“Ante la inminencia de la edición 45 del Festival de la Habana (…) no puede uno menos que asombrarse y sentir que el tiempo no ha pasado”.

Era algo muy modesto, pero yo sentí la incipiente satisfacción de poner una pequeña piedra en el edificio que a partir de entonces, íbamos a construir: un festival que crecería con los años, que convocaría amigos y hermanos de todas partes del mundo, que generaría un indetenible flujo de imágenes cargadas de solidaridad y cohesión identitaria.

Así, aquellos humildes volantes fueron tornándose periódico: poco después suplemento del diario Tribuna de la Habana (y nombrado Tribuna del Festival), el cual, transcurridos varios años, sustituyera su primer nombre por el de Diario, que ha conservado hasta hoy.

El colega Luciano Castillo reemplazó a Galiano al frente de la redacción, que asumió tras algunas ediciones Xenia Relova y fuera sustituida en los últimos años por nuestro actual líder en tales “lides”: Yoel Lugones; todos han guiado un admirable soporte que, junto a un equipo profesional y laborioso (al que me honra seguir perteneciendo) han erigido la voz del Festival del Nuevo Cine latinoamericano (devenido hace un tiempo solo Festival habanero) en estas más de cuatro décadas de incansable andar, constituyendo su información, el comentario y la entrevista orientadores y oportunos, la guía de tantos espectadores que lo buscan como pan caliente, aun cuando hace aproximadamente cuatro ediciones que solo se edita de modo digital por las dificultades sabidas respecto al papel.

Ha sido una gran satisfacción a partir de los primeros años de redactor en el Diario haber escrito mi columna “La luneta indiscreta” que, como su nombre indica, “rastreaba” el festival desde adentro, desde críticas a filmes no competitivos ─pues hubiera sido demasiada “indiscreción” referirme en el medio oficial de aquel a las obras en concurso, lo cual hacía en otros periódicos tales Juventud Rebelde o la propia La Jiribilla─ como a sucesos e incidentes pintorescos que ocurren en encuentros de este tipo, incluso con cierto sentido del humor.

También mi espacio televisual De Nuestra América se sumó desde su inicial salida al aire hace ya 25 años a promover durante todo el año los títulos más destacados y premios corales del festival, junto con entrevistas a muchos de sus cineastas visitantes.

Como este año también cumplo en la profesión los mismos años que el Festival habanero, evoco la variedad de frentes que he cubierto, a veces a la vez a lo largo de estas 44 ediciones: moderador en mesas y conferencias de prensa ─o conferencista yo mismo─, presentaciones especiales, miembro de jurados oficiales y colaterales: Opera prima, Fipresci (Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica), Signis, Telesur, Centro “Martin Luther King”… sin olvidar la presentación de libros míos relacionados con el cine en el marco del evento, de modo que puedo dar fe de su crecimiento y proyección cada vez mayor.

De un bebé con sólo las muestras competitivas y algunas actividades colaterales, ha ido ensanchando su radio y su acción a un encuentro cada vez más inclusivo y cosmopolita.

Concebido y presidido desde sus inicios por Alfredo Guevara, y regido durante 25 años por Iván Giroud (16 como director y 9 como presidente), la primacía regional no ha preterido la presencia del resto del mundo, como alguna que otra voz chauvinista ha podido objetar en ciertos momentos: muestras de las cinematografías euroasiáticas y de los países árabes, Panorama contemporáneo internacional y Presentaciones especiales, nos han hombreado con los más prestigiosos y abarcadores festivales, siguiendo aquella sentencia martiana: “Injértese el mundo en nuestras repúblicas, pero el tronco siga siendo el de nuestras repúblicas”. Y así ha sido, es: el tronco latino-caribeño cada vez se fortalece, reverdece y arroja frutos jugosos y maduros.

La incorporación de la industria desde la edición 30, con proyectos concretos encaminados a estimular la producción y la distribución en y fuera del área (herederos de aquel Mecla, Mercado del Cine Latinoamericano que durante los 80 impulsó tanto esas gestiones) se ponen a tono con los rumbos certeros de una cinematografía que, paradójicamente, en medio de agudas crisis universales y regionales, vive el cine de nuestra área ahora mismo.

“(…) el tronco latino-caribeño cada vez se fortalece, reverdece y arroja frutos jugosos y maduros”.

Y es que el Festival de la Habana ha sido testigo de los rumbos históricos y sociales de nuestros países en todos estos años en que el mundo ha girado con velocidad, energía y fuerza mayores: los ecos aún latentes de los fundacionales años 60, la insurgencia revolucionaria de Centroamérica en los 70, el regreso chileno de su (no obstante) creativa y reveladora diáspora, los fines de dictaduras e instalaciones democráticas en la Suramérica de los 80, los cambiazos reveladores y diseñadores de nuevos rumbos sociales y estéticos en los 90, prolongados y matizados con los desafíos del nuevo siglo y el nuevo milenio, han sido aprehendidos, proyectados y estimulados por nuestro evento, siempre fiel a la semilla revolucionaria, antiimperialista y latinoamericanista con que nació.

Tanto en su principal labor (la muestra, competitiva o no, de lo realizado, la confrontación y el reconocimiento a lo más significativo) como en sus facetas teóricas, que complementan de modo admirable aquella.

Aglutinador, sin discriminar tendencias ni poéticas, lo mismo la tradición que la continuidad renovadora, los constantes “nuevos” nuevos cines, encuentran espacio en sus pantallas y sitios de encuentros. A propósito del nombre, hace poco me preguntaban en una entrevista para un programa de TV, si consideraba que tantas décadas después la etiqueta que seguía nominando el festival era pertinente, seguía vigente.

Contesté que sí, porque el cine latinoamericano, como la(s) realidad(es) que lo nutre(n) siempre se está renovando, y aunque no pocas “vejeces” y obsolencias lastren alcances puntuales, la experimentación y la vanguardia se abren camino y se imponen.

De modo que continuamos: Quijote que marcha sin importarle los nuevos molinos (los cantos de sirena de la globalización, los rumbos erráticos del mundo, la contradictoria ausencia de libertad del neoliberalismo), el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, aun nombrándose ahora solo habanero, es mucho más y sigue fiel a su sueño primigenio: contribuir a reinstalar la Utopía, aquel sueño mayor que los soñadores y fundadores de nuestras naciones lanzaron con la certeza de que algún día lo haríamos realidad, algo que el cine realizado en esta parte del mundo, desde sus más legítimas y autóctonas expresiones, continúa luchando por alcanzar.