Fernán Cardama, el tiempo y una sopa de estrellas en mis zapatos

Rubén Darío Salazar / Fotos: Julio César García Martínez
23/6/2016

Cuando comenzaron los trotes iniciales del Teatro de Las Estaciones por el camino de los títeres, conocí en España al actor y titiritero argentino Fernán Cardama, quien junto a su compañera de aquellos tiempos Analía Sisamón, también argentina, formaba la Compañía Esfera Teatro, radicada en Andalucía. Los recuerdo como un dueto fresco, dinámico, con una gracia tierna que se robaba el corazón de los niños, lo mismo si hacían 12 besos o Con esta lluvia, sus primeros montajes. Eran los años 90 y jamás imaginamos, ni él ni yo, a dónde nos llevaría nuestra amistad y nuestra labor en el teatro para niños y de figuras

Persistir, mantenerse en el empeño de lo que nos gusta y en lo que nos va la vida, forman parte de la hoja de ruta de nuestras agrupaciones. Esfera Teatro cambió en el año 2002: Analía fundó un nuevo conjunto y Fernán lo mismo, mas ambos siguieron unidos al arte de los retablos; Cardama especialmente afincado al teatro de objetos, un género singular, raro para muchos, que depende de la limpieza manual de los elementos en juego, el concepto creativo y una organicidad en la actuación que a este sureño le sobra.

El tiempo siguió su curso y mi amistad con Fernán sobrevivió a la lejanía geográfica y a los desencuentros personales de cada quien. Volví a encontrarme con la Compañía de Teatro de Fernán Cardama, la nueva denominación, ahora junto a la argentina Luciana Reynal, una mujer hermosa, centrada y multioficios, perteneciente al mundo de la medicina. Juntos desembarcaron por primera vez en Cuba en 2005, con un espectáculo inolvidable La vuelta al mundo en 80 días, versión inteligente y atractiva de la famosa novela de Julio Verne, donde Cardama, camino de la madurez que aporta la fe en lo que uno defiende, lucía brillante y seguro.

Nos volvimos a reencontrar un año más tarde en la península ibérica, donde lideraba un festival de títeres para adultos en Alcalá La Real, Jaén. La Compañía de Fernán Cardama había pasado de ser el sueño de un joven amante del arte dramático, con aires de clown, mimo y titiritero, para ser una célula de creación sólida, aplaudida y reconocida con varios premios en el mundo, nutrida con las intervenciones profesionales de otros directores y especialistas de valía del universo escénico.

En 2010 volveríamos a recibirlo en Cuba con motivo del 9no Taller Internacional de Títeres de Matanzas (Titim) y del 1er Encuentro de Teatro para Niños y Jóvenes Cuba-España, donde impartió un curso sobre la técnica del payaso y nos regaló Historias de media suela, montaje fruto de la colaboración con un maestro de la talla de Carlos Piñero, integrante del mítico grupo argentino El Chón Chón. Fernán no vino esta vez solo con Luciana, sino con Jano, su hijo, seguramente la mejor producción de su compañía, fruto de su relación estable con la Lú y del amor confeso hacia la maravillosa etapa de la vida llamada infancia.

Vueltas y más vueltas se sucedieron, giros del mundo que lo trastocan todo, mas nuestra amistad en lo personal y lo profesional nos hizo insistir en el reencuentro, otra vez del lado de acá, en la tierra de Martí y de los hermanos Camejo y Carril. La puesta en escena Sopa de estrellas, pensada como teatro de objetos para público infantil y familiar, otra vez con la contribución del Carlitos Piñero, se presentó en el 12 Titim y en el Teatro Nacional de Guiñol en La Habana, durante el mes de abril de este año.

La acogida del público y de la crítica volvió a ser la misma y más, no solo por el histrionismo de Fernán y la cuidadosa elaboración artística de la nueva producción, sino también por la estremecedora historia escogida, basada en hechos reales. Un pequeño llamado Blas, recolector de cajas y  cartones para sobrevivir, se acompaña de su perro Chispa en el recorrido diario por la ciudad, en busca de su propio sustento. Solo, frágil, como tantos niños y niñas del planeta, desprotegidos de todo apoyo social y humano. Sin embargo, un suceso convulsionará su existencia: la noche de la inundación.

El espectáculo pensado para objetos reciclables, con una cuidadosa selección sígnico y simbólica, los hace aparecer desprovistos de todo maquillaje innecesario. La pieza se sostiene en un texto esencial, cuya narración depende mucho del dominio actoral del intérprete. Concepto y puesta en escena se imbrican en un solo haz para denunciar la tristeza e injusticia de una zona preterida de la población. Pobreza, infancia y soledad son elementos duros para contar una fábula, y es ahí donde la compañía argentina pone el dedo en la llaga; de una manera bella, en la rudeza natural de los elementos de papel, cartón y plásticos llamados “desechables”.

De la figuración mínima a la grande, los sucesos se van relatando con la dureza tierna necesaria. El público infantil y adulto establece conexión con el actor, ora narrador, ora personaje, ora naturaleza, como la lluvia que trae las aguas de la inundación, momento realizado de manera tan terrible como atractiva, formas que solo puede lograr el teatro si es consciente de su poderío para sugerir, denunciar y estremecer.

Cada imagen de Sopa de estrellas está pensada para decir mucho más. A la vez que se habla de desigualdad social, se remite a la solidaridad, esperanza, de la urgencia de no permitir que los niños y niñas vivan la más inocente y hermosa etapa de la vida como si fueran adultos añejados de experiencias, preparados para afrontar desastres de todo tipo, desde la entereza que da el crecimiento, aunque las riquezas del mundo estén demasiado mal repartidas.

Después de ver el espectáculo nadie sale igual. Todos somos parte del mismo planeta, Blas puede ser nuestra propia familia y Chispa la mascota que nos acompaña en el cotidiano vivir. Un desastre natural puede acontecer en cualquier parte del globo terráqueo. La injusticia social es inmoral y urge aniquilarla para que la vida y hasta el teatro sean un disfrute mayor.

Terminada la función, entre saludos y las sensaciones heredadas de haber disfrutado de un montaje especial, a nivel anímico y filosófico, me fijé en los pies de Fernán: llevaba un par de zapatos míos que Zenén, nuestro diseñador, le prestó, pues había dejado los del espectáculo en La Plata. ¿Cómo es que nunca me fijé en ese detalle? Blas, el pequeño recogedor de desechos me había robado el corazón. No tuve oportunidad de mirar los pies del actor, de mi amigo, otra vez de vuelta a su tierra, en otro giro del tiempo que de seguro nos volverá a reencontrar.