Éxtasis: el teatro en introspección

Luis Álvarez
19/10/2016

Una tríada formidable confluye en la puesta en escena con que se inauguró la decimosexta edición del Festival Nacional de Teatro en Camagüey. Con textos de Eduardo Manet, Flora Lauten y Raquel Carrió, y la dirección de Manet y Lauten, Éxtasis. Un homenaje a la madre Teresa de Jesús, ha sido un espectáculo teatral que no se puede menos que calificar de trascedente.

Los hitos esenciales de la vida de Santa Teresa de Jesús —reformadora, incansable en la fundación de conventos, pero también artista formidable— son remodelados, pero con una fidelidad impactante a la realidad de su vida y de su obra, para construir una parábola del teatro como creación a veces perseguida, incomprendida a menudo, atormentada siempre. La certeza de una textualidad finamente seleccionada, pero nunca traicionada, ya resulta una hazaña. Su conversión en parábola del Arte en mayúsculas alcanza el raro nivel de la experiencia, precisamente mística, de la cual Teresa de Ávila, con San Juan de la Cruz, resulta eje fundamental en la cultura española.

La obra comienza adelantándose a preguntas fariseas como qué sentido tiene, en este 2016, seguir el tránsito de una monja andariega. La respuesta es inmediata: así como Santa Teresa de Jesús se vio arrastrada por una vocación y un compromiso irrenunciables, así el teatrista —dramaturgo, actor, director, crítico, todo ser que se asocie para siempre con el teatro— formula un compromiso de por vida y, en la medida de la intensidad de la experiencia vivida y de las energías comprometidas en este pedregoso camino, será capaz de alcanzar el particular éxtasis de la construcción teatral, siempre inacabada, siempre obligada al autoexamen y la tensión absoluta de las fuerzas.


Foto: Sonia Almaguer

 

La coherencia del espectáculo mostró una fuerza tal, que no importó que en un teatro como el Avellaneda fuera imposible trabajar por ahora con el diseño del color; la puesta en escena alcanzó un grado de magia verdaderamente propio del éxtasis de la percepción. Un diseño de edificio en arriscada construcción —meros andamios informes todavía— aludía simultáneamente a la pasión fundadora de conventos y a la noción de que el espectáculo teatral queda siempre abierto, es fabricación interminable de una magia y de una afilada afirmación de duras realidades de los tiempos. A esta brillante definición del espacio y su escenografía, hay que añadir la indudable audacia en el collage de páginas de la santa de Ávila, combinadas de modo que pudiera producirse una fascinante doble perspectiva entre el pasado de la figura objeto de homenaje, y el presente en crisis y graves desafíos para el teatro en particular, para el arte y la sociedad actuales.

El desempeño actoral nos trajo la certeza de que Flora Lauten sigue siendo una leyenda viva, un ser desafiante y variopinto, que con un gesto marca los ejes profundos del más auténtico misticismo, mientras con una inflexión de voz nos devuelve al presente y subraya nexos intangibles, pero ciertos. Así la vemos pasar, sobre límites derribados, de la más transparente juventud a una madurez angustiada, o a una vejez erguida en toda su potencia. Fragmentos de cartas nos subrayan que la vida está hecha de fragmentos, incluida la atormentada existencia del teatro y del arte en general.


Foto: Sonia Almaguer

 

La interrelación con los otros actores da muestra, una vez más, de la organicidad del grupo Buendía, en esta puesta en escena más relevante quizá por el desafío de una mezcla de fragmentos de vida, de textos, de cartas específicas, de versos de consagrada resonancia, reto que se orienta a exigir al espectador una percepción contemporánea y posiblemente una autocrítica que parte de la pregunta implícita: ¿sabemos cuánto cuesta refundar, transformar, impulsar el cambio, participar creativamente en él, no traicionarnos?

Política, arte, proceso angustioso del saber y el autoconocerse, gravedad de toda elección, son los pivotes sobre los que giran el texto, la expresión corporal, las voces y el brillante trabajo del canto. El éxtasis místico se define como un estado en que salimos de los límites estrictos de nuestro propio ser; entonces, esta puesta en escena, indudablemente, ha conseguido inducirnos a la dicha extrema de los místicos: cruzar nuestros límites de espacio-tiempo, disfrutar de verdades del más hondo calado; gozar, incluso, con la ambigüedad del juego de cronologías trastrocadas; enfrontarnos a nuestra pobreza interior, empujarnos, también a nosotros, a la escena que nos lleva a transformarnos en artistas.

Foto: Abel Carmenate

 

Esta mística teatral que nos proponen Manet, Lauten, Carrió y el resto del grupo Buendía que interviene en la escena, no se regodea tanto en la esencia de los misterios —base profunda de los místicos españoles de los Siglos de Oro o de los místicos ingleses del siglo XX— cuanto en la voluntad de enfrentarlos. Esa voluntad, que en Santa Teresa de Jesús y en San Juan de la Cruz hallaba su nutrimento en la fe religiosa, en Éxtasis. Un homenaje a la madre Teresa de Jesús encuentra su asiento en percibir el arte como vocación y riesgo, semejantes a la tensión de vida y sentido del arte que marcaron a Teresa Sánchez de Cepeda de Ávila, la descendiente de judíos que, perseguida una y otra vez por estratos de la misma iglesia católica que ella pretendía purificar, fue cuestionada, amenazada, pero no cejó en sus fines, por los que sacrificó su cuerpo, aunque no sus convicciones. Fundó, eso nos dicen Manet, Lauten y Carrió, no edificios, sino baluartes de la defensa de un modo de ver el mundo, o quizá todos los mundos: integración de mínimos detalles de vestuario cotidiano y alimentación, asociados con la voluntad de orientar todas las fuerzas del ser humano hacia la búsqueda de una perfección.

Puesta en escena de una audacia que pudo ser palpada en un público absorto, Éxtasis. Un homenaje a la madre Teresa de Jesús es, sobre todo, una confirmación de que Buendía sigue siendo capaz de crecer y transfigurarse siempre. Pero también, de absorbernos en una reflexión que sacude lo más profundo del espectador cubano.

Nota: Texto tomado del boletín Gestus, No. 1.