Evocación a Miguel Hernández. Alfredo Zaldívar
Miguel Hernández
Las cárceles
I
Las cárceles se arrastran por la humedad del mundo,
van por la tenebrosa vía de los juzgados:
buscan a un hombre, buscan a un pueblo, lo persiguen,
lo absorben, se lo tragan.
No se ve, que se escucha la pena de metal,
el sollozo del hierro que atropellan y escupen:
el llanto de la espada puesta sobre los jueces
de cemento fangoso.
Allí, bajo la cárcel, la fábrica del llanto,
el telar de la lágrima que no ha de ser estéril,
el casco de los odios y de las esperanzas,
fabrican, tejen, hunden.
Cuando están las perdices más roncas y acopladas,
y el azul amoroso de las fuerzas expansivas,
un hombre hace memoria de la luz, de la tierra,
húmedamente negro.
Se da contra las piedras la libertad, el día,
el paso galopante de un hombre, la cabeza,
la boca con espuma, con decisión de espuma,
la libertad, un hombre.
Un hombre que cosecha y arroja todo el viento
desde su corazón donde crece un plumaje:
un hombre que es el mismo dentro de cada frío,
de cada calabozo.
Un hombre que ha soñado con las aguas del mar,
y destroza sus alas como un rayo amarrado,
y estremece las rejas, y se clava los dientes
en los dientes del trueno.
II
Aquí no se pelea por un buey desmayado,
sino por un caballo que ve pudrir sus crines,
y siente sus galopes debajo de los cascos
pudrirse airadamente.
Limpiad el salivazo que lleva en la mejilla,
y desencadenad el corazón del mundo,
y detened las fauces de las voraces cárceles
donde el sol retrocede.
La libertad se pudre desplumada en la lengua
de quienes son sus siervos más que sus poseedores.
Romped esas cadenas, y las otras que escucho
detrás de esos esclavos.
Esos que sólo buscan abandonar su cárcel,
su rincón, su cadena, no la de los demás.
Y en cuanto lo consiguen, descienden pluma a pluma,
enmohecen, se arrastran.
Son los encadenados por siempre desde siempre.
Ser libre es una cosa que sólo un hombre sabe:
sólo el hombre que advierto dentro de esa mazmorra
como si yo estuviera.
Cierra las puertas, echa la aldaba, carcelero.
Ata duro a ese hombre: no le atarás el alma.
Son muchas llaves, muchos cerrojos, injusticias:
no le atarás el alma.
Cadenas, sí: cadenas de sangre necesita.
Hierros venenosos, cálidos, sanguíneos eslabones,
nudos que no rechacen a los nudos siguientes
humanamente atados.
Un hombre aguarda dentro de un pozo sin remedio,
tenso, conmocionado, con la oreja aplicada.
Porque un pueblo ha gritado, ¡libertad!, vuela el cielo.
Y las cárceles vuelan.
Alfredo ZaldívarELLA
Sangro, lucho, pervivo
Miguel Hernández
I
el que afuera
sale a buscarme
como quien busca a dios
y solo encuentra
solo/encuentra
mi ceniza espantada
el que afuera
afuera/fuera
sale a encontrarse
conmigo frente a frente
y no consigue
no/consigue/no/consigue
ver en mi rostro más que su fracaso.
el que afuera
sale a buscar su noción de espejismo
a encontrar su ilusión en las peceras
ha de saber que nunca
nunca/nunca
ha estado ni siquiera cerca de los bordes
que las orillas huyen
que el cerco no es el cerco
que no hay alambres de púas
ni hitamorreal ni cardo
que quede próximo a su hambre.
que nunca ha estado afuera.
II
adentro están las aguas
cien páginas de aguas
pero adentro del agua no estoy yo.
aquí adentro no hay nada
nada/nada
ni maldición
ni bendición
ni pálpito.
III
Quien me quiera
que empiece por nombrarme
por decir la palabra
por buscarla
construirla
fundirla
conquistarla
ser
el mismo la palabra
y siéndolo
olvidarla
y convertirse en ella
sin saberlo
olvidar que la halló
que fue conquistador
y conquistado.