Eusebio Leal: “Vengo caminando hace mucho tiempo, hace muchas décadas, hace muchos siglos”
Sobre la Loma de Soto, coronando sus verdes laderas de cara a la bahía de La Habana, se levanta regio el Castillo de Santo Domingo de Atarés. Su ejecución inició en 1763 y concluyó cuatro años más tarde como parte de las medidas tomadas bajo el reinado de Carlos III, representante de la Casa Borbón, para abaluartar cual plaza inexpugnable, la capital de Cuba.
El 6 de junio de 1762 se había producido el ataque británico en el contexto de la Guerra de los Siete Años, que supuso la alianza entre Francia y España con el fin de mantener un equilibrio en el escenario americano. El almirante George Pocock, al frente de la armada inglesa, tenía a su disposición 27 navíos de línea, 15 fragatas, cerca de 3 mil piezas de artillería y más de 25 mil hombres.
El ejército de Su Majestad Jorge III, rey de Inglaterra e Irlanda, dominó la urbe caribeña por once meses y el costo para España fue entregarles parte del territorio de La Florida a cambio de recuperar su posesión estratégica en las inmediaciones del Océano Atlántico y el Mar Caribe.
“En 1982 la Unesco concedió la condición de Patrimonio de la Humanidad a La Habana y su sistema de fortificaciones coloniales”.
La superioridad de los borbones era indiscutible. Conocían las vulnerabilidades del terreno y del sistema defensivo habanero, especialmente en las alturas de La Cabaña, donde debió erigirse a partir de 1763 la mayor fortaleza española en el Nuevo Mundo.
Los castillos de El Príncipe, ubicado en la Loma de Aróstegui, San Carlos de La Cabaña y Santo Domingo de Atarés reforzaron el cordón inexpugnable de murallas, torreones, baluartes… sobrevivientes hasta nuestros días en el entorno del otrora Puerto de Carenas. Corresponden a lo que los historiadores definen como proceso de refortificación o segundo sistema defensivo de La Habana, acaecido entre 1763 y 1895.
Es imposible ilustrar la evolución arquitectónica, económica y sociocultural de la capital cubana sin esas añejas joyas de la ingeniería militar, erigidas desde el siglo xvi con gran influencia al inicio del estilo medieval español y luego del renacimiento italiano. Ello supuso una evolución desde las concepciones exclusivistas que propugnaban solo el reforzamiento de la línea marítima, hasta las que predominaron posteriormente, desde una visión estratégica múltiple. Fueron tan importantes entonces los puntos en el litoral y sus zonas elevadas, como el interior de la bahía y de la propia trama urbana.
En 1982 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) concedió la condición de Patrimonio de la Humanidad a La Habana y su sistema de fortificaciones coloniales. Sucesivas rehabilitaciones devolvieron el esplendor al Castillo de la Real Fuerza, el más antiguo, al de los Tres Reyes del Morro, al de San Salvador de La Punta, al Torreón de la Chorrera… entre otros ejemplares de arquitectura castrense.
Pero no fue hasta el año 2013 que la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, responsable de la salvaguarda y gestión del patrimonio en el Centro Histórico, y bajo el liderazgo del Doctor Eusebio Leal Spengler, inició la restauración definitiva del Castillo de Santo Domingo de Atarés.
La edificación, clasificada por el profesor arquitecto Joaquín E. Weiss en su libro La arquitectura colonial cubana, como “la segunda fortaleza habanera”, se construyó “sobre un terreno cedido por don Agustín de Sotolongo y se llamó castillo de Atarés en honor del conde Ricla —cuyo padre era conde de Atarés—, el cual reemplazó al gobernador inglés en julio de 1763”.
El propio Weiss describe con exactitud la obra “cuya traza es un hexágono irregular, comprende foso, camino cubierto, cuartel interior, aljibe, almacenes y oficinas”.[1]
En el año 2002 comenzaron los primeros estudios históricos y también in situ, emprendidos por el Gabinete de Arqueología de la Oficina del Historiador, gracias a los cuales se pudo recuperar el polvorín, sus componentes y restos de municiones, el puente levadizo inutilizado por siglos, las bóvedas ocultas tras gruesas capas de cemento y arena, los enterramientos en la Loma de Soto, las garitas devastadas durante un bombardeo en 1933 o la imagen original de la Plaza de Armas y su fachada.
Se trataba de devolverle el esplendor a las piedras y recuperar la morfología inicial de la edificación. Al propio tiempo, se modeló un museo de sitio desde cuyo otero podemos apreciar una envidiable vista en cascada de la ciudad y la bahía. El despliegue museográfico se afilió a la interactividad y las más novedosas tecnologías, y el añejo castillo abrió sus puertas a proyectos socioculturales comunitarios para el desarrollo del compromiso medioambiental y patrimonial de la comunidad.
Seductora resultó la colección permanente El genio de Leonardo da Vinci. Con el aporte inestimable del príncipe Modesto Vecchia, presidente de la Fundación Anthropos de Italia, el público puede disfrutar de cien reproducciones a gran escala de máquinas ideadas por el genio del renacimiento italiano, entre los siglos xv y xvi. Desde la ciudad de Vinci, el alcalde Giuseppe Torchia donó al museo una piedra de su Centro Histórico y el estandarte del sitio natal del gran polímata florentino.
Para Leal era otro de los regalos monumentales hechos a La Habana en sus 500 años, solo superado por el monumental rescate de El Capitolio Nacional. Miles de obras y proyectos habían sido regalados a la ciudad en el camino hacia sus cinco siglos. Y a pesar de la salud en extremo resquebrajada y nuestra intención manifiesta de protegerlo de la fatiga, él consideró un deber sobreponerse a los intensos dolores y las debilidades del cuerpo, para asistir casi con el alma a la reinauguración del Castillo de Atarés. Había sido colosal obra de restauración emprendida por obreros, ingenieros, arquitectos, especialistas de diversas materias relacionadas con la construcción y la museología, entre tantos consagrados del equipo de colaboradores de la Oficina del Historiador.
“Se trataba de devolverle el esplendor a las piedras y recuperar la morfología inicial de la edificación”.
Cuando cruzó el puente levadizo, un silencio sobrecogedor se impuso para de inmediato convertirse en el aplauso sentido de los concurrentes. Cual Quijote herido pero nunca vencido. Sus palabras imantaron a los presentes y fueron premonitorias. Mucho de ellas quedó en nosotros, como muchas de sus enseñanzas, ejemplo de estoicismo y amor a Cuba, su patria amada, nos siguen acompañando en las más cruciales batallas.
Por estos días, vuelven nuestros pasos sobre el puente, ingresamos en la plaza central y escalamos hasta la atalaya de piedra conchífera donde La Habana señorea a nuestros pies. Y otra vez sentimos que el espíritu de Leal no flaquea y nos ronda, porque reencarna en las obras y en nosotros:
Quisiera mis primeras palabras pronunciarlas de pie y dedicarlas de todo corazón a la ciudad de Vinci, en la persona de su egregio alcalde aquí con nosotros, quien tomó en el aire el mensaje de mi entrañable amigo el insigne embajador de Italia Andrea Ferrari, para sumar, que es la palabra más útil y conveniente, y que precede a la de multiplicar, que es el símbolo de nuestra labor. El esfuerzo por La Habana en el año en que cumplía y cumple su 500 aniversario.
Pero es que no solamente ocurrió eso, ese mismo año en Francia moría el gran Leonardo, bajo la protección del rey Francisco I de Francia. Es por eso que conserva el Museo del Louvre aquella obra tan amada del artista que nunca dio a nadie ni a ninguno: la “Mona Lisa” fue su más precioso y bello legado a la historia.
Pero es también el año de la circunvalación al mundo por vez primera, por [Fernando de] Magallanes y [Juan Sebastián] Elcano. Como ha dicho el gran sabio humanista italiano, colombista, Paolo Emilio Taviani: “el mundo se estaba ampliando”. Se había producido una ampliación del mundo.
Giovanni Pierluigi da Palestrina lo hacía en la música. Leonardo da Vinci en la especulación científica y humanística, dando comienzo a una nueva visión del mundo. Miguel Ángel Buonarroti junto a otros artistas como Rafael Sanzio de Urbino iban cambiando en un pequeño espacio de la historia y del tiempo los acontecimientos, para producir uno solo que a lo largo de los siglos tendría una enorme significación: el Renacimiento.
Renacer… volver a comenzar, tomar la esencia de las cosas. Ahora sentimos, a lo lejos, el bramar del ferrocarril. Fue Cuba, uno de los primeros países del mundo que tuvo el camino de hierro. Hace pocas horas se ha inaugurado el Museo Nacional Ferroviario, una obra hermosa donde, entre otras, está La Junta, la primera locomotora; más todas aquellas que fueron traídas de los bateyes arruinados, de los campos donde la caña y el marabú habían cubierto esas venerables maquinarias construidas en Inglaterra o en los Estados Unidos.
Pero también se inauguró una bella biblioteca infantil, un acontecimiento sobresaliente, y tuvimos la particularidad y el placer de poder asistir a la apertura de una obra de carácter público, social, embellecedora de La Habana como lo ha sido, sin lugar a dudas, el hotel que, como la segunda columna de Hércules, aparece al comienzo del Paseo del Prado donde al final ya brilla con luz propia la cúpula dorada de El Capitolio de La Habana.
Ahora nos encontramos en lo alto de este promontorio llamado Atarés, un tributo que el ingeniero del rey (Agustín) Crame realizara a sus suegros que tenían el título de condes de Atarés. Pero comoquiera que no podía dársele nombre propio a ninguna obra concebida en el período de vida de sus creadores, se le anticipa el nombre de Santo Domingo, como a la Cabaña, el de San Carlos y al Morro de La Habana, el de los Tres Reyes.
Pero ¿qué período estábamos viviendo? Coincide que en las últimas horas está de visita en La Habana el rey de la casa de Borbón, Felipe VI. Y recuerdo que fue su antepasado, llamado presurosamente desde Nápoles, al tener noticias de que había fallado la continuidad sucesoria en Madrid, que envía en búsqueda de su hermano nacido en Caserta, cerca de Nápoles; Nápoles, tan cerca de La Habana, tan entrañablemente habanera y borbónica. Nápoles, donde se habla de ventana a ventana, se conversa, se tiende la ropa en las puertas de las casas, dialogan las vecinas y pelean en el mercado.
Y a ese Nápoles que era el reino de las dos Sicilias llega Carlos III, con su clásico acento napolitano, a constituir un reino nuevo rodeado de los hombres de la ilustración como el padre [Benito Jerónimo] Feijoo, Gaspar Melchor de Jovellanos, el marqués de la Ensenada,[2] el marqués de Esquilache[3] y tantos más que le dictaron al rey, a más de su iniciativa, notables ideas de cambio, transformación e iluminismo.
Había que cambiar. Era necesario entonces defender La Habana que había caído prisionera después de un ciclo infame de tres meses, agobiada por los británicos, en 1762. Se prepara una poderosa expedición al frente de la cual viaja el ingeniero militar del rey Silvestre Abarca, rodeado de un grupo numeroso de delineantes, arquitectos, ingenieros, maestros constructores. Es necesario, en el período pleno de la esclavitud, que 5 mil negros esclavos se alcen sobre lo que él ha llamado el monte sagrado, nunca tocado: las alturas de La Cabaña, para demoler el bosque y construir la mayor fortaleza en esta latitud del mundo. Pero además de ella, debía construirse la de El Príncipe, en las afueras de la ciudad; debía reconstruirse El Morro; debía levantarse La Cabaña, pieza invulnerable a partir de la cual ya nadie pudo poner un pie sobre La Habana y desde luego, en lo alto del promontorio, con sus majaderías, sus tenacidades y la imposición y la necesidad de buscar su propia prosperidad en la carrera militar, el ingeniero belga Agustín Crame construye Atarés.
Esa es la historia. En un tiempo récord de menos de nueve años, nace un gran paseo extramural que hoy conocemos con el nombre de El Prado, alrededor del cual aparecían reconstruidas San Salvador de la Punta, la fortaleza intocable de El Morro construida por los ingenieros italianos venidos de Gatteo, la familia Antonelli y otras fortalezas.
Cuando la Unesco declaró a La Habana parte del Patrimonio de la Humanidad, llegó una misteriosa caja; una caja cerrada. Debo confesar que como suelen ocurrir estas cosas en la vida, permaneció en un almacén durante mucho tiempo y me quejé con amargura de que la Unesco, a pesar de mi amistad con Federico Mayor Zaragoza[4] me hubiese enviado solamente una pequeña lápida, que consideré ridícula, para conmemorar la declaración de La Habana en el índice del Patrimonio Mundial. Hasta que un día me dijeron: la caja ha sido abierta. Y ¿qué hay en el interior de la caja?, pregunté. “El hombre de Vitruvio”, me respondieron; monumental hombre de Vitruvio que está colocado en los jardines del Castillo de la Real Fuerza y que un grupo de intelectuales de cabeza calenturienta consideró indigno de estar allí.
Pero allí está colocado: abiertas las manos, como centro del universo, aparece la gran especulación leonardesca. Hubo otra persona importante, un noble italiano, el príncipe Modesto Vecchia, que de paso por La Habana dijo: “Yo quisiera regalar la colección de todos los modelos a escala, de la obra de Leonardo, para que los jóvenes habaneros puedan tener un museo donde vean la historia de la ingeniería constructiva; el artilugio del vuelo, los aparatos para transportar agua, las armas de artillería, las escalinatas de asedio. Todo eso que ha permanecido en el Salón Blanco del monasterio de San Francisco, hoy aparece reunido en este espléndido y maravilloso museo”.
Es un día feliz para La Habana. Todos han trabajado amorosamente. Quiero agradecer a la arquitecta[5] y a su equipo de trabajo de la Empresa Restaura, aquí presente. Quiero agradecer a aquella muchacha[6] nuestra que formó parte del equipo y que no pudo ver este día feliz. Quiero agradecer a los arqueólogos que han trabajado amorosamente; a los alumnos graduados de la Escuela Taller que han demostrado su enorme capacidad como obreros al convertir en maravillas cosas que hoy no podríamos ni imaginar.
¿Qué era el Castillo de Atarés en la memoria de los habaneros? Un antro de torturas y desapariciones durante el machadato;[7] el monumento terrible a los que fueron ejecutados en 1850 al pie de la columna donde hoy se alza una bandera cubana. Triste destino el de los precursores incomprendidos o anticipados a su tiempo o que vivieron el error transitorio o circunstancial que solamente en décadas podía esclarecer el pensamiento revolucionario cubano.
Quiero agradecer a los obreros de la empresa de restauración Puerto Carenas, a los cooperativistas, a los ingenieros a los cuales les dije: “¡Hagan funcionar el puente! ¿Cómo es posible que el puente del siglo xviii no pueda levantarse y abatirse?”. Agradezco a la directora del complejo de Museos Militares Morro-Cabaña por haber facilitado la hermosa ceremonia para la apertura del Castillo. De ahora en adelante esta guarnición, como también la del Castillo de la Fuerza, tiene que formar parte, como se hizo a partir de 1976 en La Cabaña, de un ritual cotidiano que llame al turista, al visitante de todas partes del mundo a conocer y a amar la ciudad, a quererla, a vivir para ella.
La ciudad no es solamente una aglomeración de casas; no es solamente un cementerio donde descansan generaciones; no es solamente una colina gloriosa donde se formó el pensamiento revolucionario. No. Esta es una ciudad en que se ha luchado, en que se ha combatido, se ha conspirado, se ha trabajado y al final, una ciudad sin la cual no se puede escribir la historia del mundo contemporáneo.
Una última palabra de amistad hacia mi amigo el embajador, hacia el gobierno de la República Italiana, siempre generoso y bueno; al IILA[8] por su admirable contribución de años en la preparación de laboratorios y expertos. Una especial gratitud a todas las organizaciones no gubernamentales e instituciones italianas de ciudades que han contribuido a los proyectos del Centro Histórico de La Habana.
Dentro de un momento quedará inaugurado también el Taller de Restauración de Papel, que es una maravilla. Podemos salvar las Actas capitulares, las cartas de Martí y Maceo, y tantos documentos que la humedad y el clima peculiar de Cuba ponen en peligro. Pero también, en breves momentos, se ha de inaugurar el taller de diseño, enteramente montado, reparado y dotado de todo lo moderno, que lleva el nombre de un ilustre arquitecto italiano nacido cerca del puente de Rialto donde conocí a sus padres y abuelos, con su farmacia La Testa de Oro (La Cabeza de Oro), Roberto Gottardi, quien dedicó su vida a Cuba, a formar estudiantes, a formar arquitectos. Una de las cosas más importantes para nosotros todos debe ser la memoria.
Agradezco a los marmolistas italianos aquí presentes con nosotros, quienes nos han ayudado a restituir el esplendor de El Capitolio Nacional; un esplendor que parecía estar eclipsado y que hoy en día es un orgullo de la República, un orgullo de la civilización latina porque allí, en los símbolos de la gran Palas Atenea que representa a Cuba victoriosa, en los símbolos patrios esculpidos por Angelo Zanelli y por otros escultores italianos, está una parte de nuestra historia.
No olvidemos nunca. Hay que aprender Historia para poder explicarse las cosas como se las explicaba Leonardo, que cuando un 7 de diciembre de 1896 cayó en los campos de Cuba un héroe de una isla que se creía tan romántica en sus luchas como Creta o como la batalla de los griegos por su libertad: la isla de Cuba… cuando caían ahí Antonio Maceo y Francisco Gómez Toro, el parlamento italiano se puso en pie para guardar un minuto de silencio. Y no olvidemos nunca que el primer monumento que estuvo en el campo de recordación en El Cacahual, fue el monumento del pueblo de Italia al pueblo de Cuba.
Alcalde, distinguidos compañeros y hermanos míos en el seno del Partido Comunista, muchas gracias por el día de hoy.
Perdónenme que haya tenido que permanecer sentado porque estoy un poco fatigado. Pero la fatiga no es el resultado de lo que no ha podido vencerme ni derrotarme. Es que vengo caminando hace mucho tiempo, hace muchas décadas, hace muchos siglos… El verdadero misterio es que yo viví hace siglos en otros cuerpos y estuve aquí, cuando se construyó el castillo.
Muchas gracias.
Notas:
[1] Joaquín E. Weiss. La arquitectura colonial cubana. Siglos xvi al xix. Junta de Andalucía-Instituto Cubano del Libro. Editorial Letras Cubanas, Sevilla-La Habana, 2002, p. 319.
[2] Zenón de Somodevilla y Bengoechea.
[3] Leopoldo de Gregorio y Masnata.
[4] Director general de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco) entre 1987 y 1999.
[5] Enna Vergara.
[6] Ingeniera civil Teresa Sosa.
[7] El gobierno despótico de Gerardo Machado como presidente está dividido en dos mandatos, el primero, entre 1925 y 1929, y el segundo, entre 1929 y 1933.
[8] Instituto Italo Latinoamericano, organismo internacional con sede en Roma.