Eusebio Leal: “Los museos, en la lucha contra el tiempo y el olvido”
El Historiador de La Habana cree en la labor de los museos como espacios para perpetuar y dar vida a la memoria. Una nación debe fundar su desarrollo en la tradición, cual brújula orientadora. Uno de los cubanos que más museos ha visto nacer y a los cuales ha prestado su creatividad y estoico servicio, es Eusebio Leal.
En especial, el Museo de la Ciudad que refundó en los sesenta del siglo pasado, lo convirtió en emblema de la perseverancia, tras más de diez años de trabajos intensos, y en fuente obligada de consulta cuando se habla del trabajo museístico en Cuba.
En ocasión de celebrarse el Día Internacional de los Museos este 18 de mayo de 2015, a su alrededor, en el Centro Histórico habanero, la festividad convoca a miles de convidados. Personas de todas las edades redescubren los tesoros inadvertidos gracias al empleo de las más disímiles y contemporáneas estrategias para conquistar un espacio de tiempo apreciable en el diálogo necesario de esas instituciones de la cultura con quienes pueblan o visitan la capital de Cuba.
La celebración de hoy es una convocatoria al disfrute y preservación de los museos. ¿Cuál fue el primer museo que le impactó y desarrolló en usted esa pasión posterior por la actividad museística?
La Casa Natal de José Martí. Allí nos llevaban de la mano, en esa semana escolar en la cual recorríamos fábricas, jardines, lugares. Tomábamos chocolate en una fábrica, refresco en la otra y entre las cosas más lindas de esos recorridos estaba llegar a la Casa de Martí, donde a pesar de que nosotros todos éramos muy pequeños resultaba algo entrañable llegar al primer piso por aquella escalerita, ver la estrella en el suelo, ver la trenza con el pelo y el lazo, todo eso fue extraordinariamente memorable.
Mi familia solía visitar la Ciudad de Cárdenas donde existe uno de los museos más bellos de Cuba. Esas son las impresiones de los dos museos que recuerdo antes de conocer el Museo de la Ciudad de La Habana, donde unos meses después choqué, por así decirlo, con aquella gran figura que fue el Doctor Emilio Roig de Leuchsenring. Un fundador, un hombre que amaba el museo como su casa y que tenía cada objeto como un instrumento pedagógico para enseñar, para explicar, para dar conferencias, ponía las cosas en manos de las personas, esa fue mi escuela.
El Museo de la Ciudad que refundó en los sesenta del siglo pasado, lo convirtió en emblema de la perseverancia, tras más de diez años de trabajos intensos, y en fuente obligada de consulta cuando se habla del trabajo museístico en Cuba.
El Museo de la Ciudad, antiguo Palacio de los Capitanes Generales, contó en su nueva vida con el trabajo suyo, el de otros obreros que le acompañaron, en momentos en que quizás la actividad museológica y museográfica no eran tan valoradas. Usted debió luchar con las piedras y las ideas para conformar “un museo diferente”. En aquella época ¿qué funciones le atribuía a un museo?
Lo diferente es el discurso, el museo es casi siempre inmutable, la museología y la museografía, que son dos artes convergentes, quiere decir las formas de exponer, las formas de decir, de presentar el museo, es algo que requiere medios, requiere recursos. En cualquier parte del mundo y aun en Cuba hoy, podemos visitar museos en los cuales ya existen mejores técnicas de iluminación para salas y vitrinas, pero lo más interesante era cómo darle vida a todo eso.
Cuando algo se separa de las manos del que lo posee, se empieza a morir automáticamente. El abanico vive mientras la mujer lo pliega y juega con el viento. Cuando se queda abierto o se cierra, porque se separa de las manos de ella, comienza un proceso en el cual hay que luchar contra la muerte lenta de las cosas. Exactamente igual ocurre con los tejidos, con las pinturas; un gran restaurador de pinturas de caballete, José Lázaro Zaldívar, al que recuerdo con mucha gratitud, decía que la pintura vuelve a su estado natural, quiere decir que los colores nacen de la arcilla, nacen de la tierra, nacen de los metales. La lucha es dura para conservarlos en las condiciones húmedas y salinas de Cuba, una isla muy angosta, donde todo sufre por la intempestiva actividad de cada año, lo primero que aprendimos muchos años después, es que todas la mañanas había que observar los barómetros y los termómetros para ver la temperatura, la humedad; soñábamos con deshumificadores, equipos de aire acondicionado… recuerdo la lucha para conseguir la primera consola de aire acondicionado para colocar en la Sala de la Banderas, eran años heroicos precedidos, desde luego en el caso nuestro, por la obra del Doctor Roig, en Camagüey por la de Oscar María de Rojas; en Santiago de Cuba por la de Don Emilio Bacardí y Doña Elvira Cape, su esposa; en La Habana por el impulso del Doctor Rodríguez Morey, director del museo, y ya al triunfo de la Revolución, por la figura que a lo largo de esos años luchó por la institución del museo que fue la Dra. Marta Arjona.
“En la medida que se ganaba un espacio a las ruinas, se iba montando el museo. Así se fue haciendo, palmo a palmo, en esa lucha contra el tiempo y el olvido”.
En esos años, en medio de confrontaciones, de incomprensiones -porque éramos jóvenes volcánicos, como volcán lanzando toneladas de lava y fuego era la Revolución misma-, en medio de eso, surgieron iniciativas que eran un poco aterrorizantes para los que consideraban el museo como algo inmóvil, como algo sacro, intocable. Recuerdo la gran aventura, hay que decirlo así, de los años 70 llamada El museo al campo, que comenzó allá en los Remates de Guane, y terminó encontrando a la columna de macheteros en las fronteras entre Camagüey y La Villas. Eso forjó un espíritu, una forma de trabajar y un grupo de colaboradores a los cuales recuerdo todos los días, que con una abnegación, un desinterés, una voluntad, un amor al trabajo, lo sacrificaban todo. No olvides que el antiguo Palacio de los Capitanes Generales, hasta noviembre de 1967 fue una oficina administrativa del Gobierno revolucionario de La Habana y ahí trabajaban 509 empleados, hasta que el presidente decidió que había que dejarlo, en medio de una lucha contra el burocratismo, para convertirlo en un museo, tal como Roig lo soñó, pero ya había muerto. Ese invierno de 1967 y los 11 años posteriores, fueron los años de reconstruir y restaurar. En la medida que se ganaba un espacio a las ruinas, se iba montando el museo. Así se fue haciendo, palmo a palmo, en esa lucha contra el tiempo y el olvido.
¿Qué se proponía mostrar y de qué modo conquistar a los visitantes de entonces, para que visitaran el Museo de la Ciudad?
Bueno, la gente venía a la “cañona”, cuando los sindicatos decían que entre los méritos que habían de conquistar, tenían que visitar museos; había que acumular visitas a museos históricos. Recuerdo a las mujeres que venían con las manos atrás y la cartera al hombro, esperando el momento en que la visita se acabara para ir corriendo a buscar al niño al círculo infantil; los hombres ir a sus casas para la lucha doméstica. ¿Cómo lograr entonces convencer, persuadir, enamorar? Decidí que había que salir y colocarme en una bocacalle con varios objetos en una mesa, varias personas sentadas en unas pocas sillas, como señuelos, como tomeguines en una jaula de trampa y comenzar la explicación de una cosa tentadora de algo, que iba atrayendo lentamente a uno, se detenía otro, otro, otro, hasta convertirse en una pequeña multitud y después tener rápidamente la capacidad de terminar para que se llevaran en la memoria la idea, como un rayo de luz, de algo que no conocían.
¿Por qué ha decidido fundar tantos museos y los considera espacios necesarios para la prosperidad de la nación?
El museo es una escuela, es un aula, para los antiguos fue, como lo dice la palabra, templo de las musas, quiere decir de la danza, de la música, de la poesía, de la literatura, de las artes en general, del pensamiento, de la filosofía, de la historia. En ese sentido acepté a Clío como mentora mía, la que lee al oído, la que cuenta las historias, la que permite escribirla. Para mí el museo es necesario, no como una acumulación de objetos muertos, que pertenecen a un pasado sin vida. Cuando surgió la especialidad, había museos polivalentes, sobre todo porque abarcaban las ciencias naturales, la historia, la geografía.
Hoy existen los museos de arte, de artes decorativas, de historia, de ciencias naturales… Por una inclinación muy personal, a mí me fascinan los museos de ciencias naturales. Recuerdo el que inauguraron en el Capitolio, me encantaba ir allí a ver los objetos, a contemplar la reproducción de la cueva de Punta del Este… Pienso en esa capacidad que tienen los cubanos para crear cosas maravillosas y también para destruirlas después. No puedo imaginarme cómo aquella obra tan bella que Antonio Núñez Jiménez imaginó y que sus colaboradores llevaron a feliz término, pudo desaparecer. Siempre la lucha contra el subdesarrollo, implica que hay que tratar de hacer memoria y el museo contribuye a la educación, contribuye a la cultura en general, es un espacio de reflexión, a veces es un recinto para vagar por él.
Si entro en el Museo Nacional de Bellas Artes, por ejemplo, voy a vagar por las salas de pintura, para verlas, disfrutar los distintos momentos, las emociones de la pintura romántica, acercarme a los clásicos de la pintura europea. Cuba tiene en este sentido un privilegio extraordinario, el de poseer colecciones que son verdaderamente únicas, como la de arte antiguo ubicada en lo que es hoy el Museo de Arte Universal en el antiguo Centro Asturiano. Gracias a la generosidad de Don Joaquín Gumá y Herrera, el Conde de Lagunillas, que depositó esas piezas antes del triunfo de la Revolución y vivió para ver al pueblo, a la gente, a las escuelas entrando a disfrutar de lo que había coleccionado.
Exactamente igual es aplicable a la biblioteca, que para mí es fundamental. Se entra a la biblioteca como en un templo, es el lugar del silencio, de la meditación; recuerdo mi niñez en la biblioteca de la Sociedad Económica Amigos del País, en la calle Carlos III. Para mí los libros son una pasión, me complace muchísimo en estos momentos haber donado la parte esencial de mi biblioteca de arquitectura o de arte, al Colegio Universitario San Gerónimo y a la Biblioteca de Arquitectura de la Oficina del Historiador que llevará el nombre del arquitecto Mario Coyula, en memoria de ese defensor de la Ciudad de La Habana, un hombre con criterio, un maestro. Debe existir una biblioteca de arquitectura donde uno pueda consultar, estudiar, como parte del sistema de la cultura y en el sistema de la cultura el museo juega un papel esencial, está en el centro.
De sus viajes por el mundo ¿qué museos lo han impresionado más?
Es una pregunta verdaderamente muy difícil de responder. Visité muchos museos maravillosos, por ejemplo en Macedonia, la Tumba de Filipo II, excavado y construido como museo debajo de aquella montaña artificial donde están el escudo de oro, las piezas para guardar las rodillas y las piernas, en las cuales se descubre una más corta que la otra, que era el defecto que cuentan las historias tenía el rey. Ver el arco tensado y todas las cosas maravillosas, esa es una gran experiencia.
El museo de Ciencias Naturales de New York, es una verdadera maravilla o el gran museo de Londres donde están conservadas joyas importantísimas. Aunque debo decirte que los primeros museos que visité fuera de Cuba fueron necesariamente los de la antigua Unión Soviética, la Armería del Kremlin, donde están las joyas estatales rusas y el de San Petersburgo, Leningrado, el museo precioso del Palacio de Invierno, que fue residencia oficial de los zares rusos. Después de esos museos, visité las casas de los escritores, que son increíblemente sorprendentes, por ejemplo la de León Tolstoi, donde como cosa interesantísima, permanecen las cartas que los cubanos le escribieron, y cada uno de ellos la escribió desde la posición social que tenían en la Cuba de esos años. Hay una de un obrero preso dirigida al “Camarada León Tolstoi”, otra de una dama noble de La Habana cuyo encabezamiento era “A su excelencia el Conde León Tolstoi”, y así vas viendo la evolución del pensamiento de la gente y cómo admiraron e interpretaron al gran escritor de La Guerra y la Paz.
“El museo es una escuela, es un aula, para los antiguos fue, como lo dice la palabra, templo de las musas”.
Entonces volviendo a Cuba, me encanta pensar que existe la casa de Ernest Hemingway, sobre todo después que le escuché por la radio aquellas declaraciones de que se alegraba de ser el primer cubano que recibía el Premio Nobel, porque él se sentía cubano. Pero lamento infinitamente que la casa de Don Fernando Ortiz no se haya conservado tal y como la vi, maravillosa, extraordinaria, donde él sobrevivía detrás de aquel buró, en medio de una montaña de papeles, de libros, de una obra inacabada, cuando ya se acercaba el invierno de la vida, y sin embargo, legó monumentos inconcebibles para la cultura cubana, como son El contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar, que es como un gran concierto de música de cámara.
¿Cuál es el museo que aún sueña fundar?
Ya no sé si podré abrir nada, aunque en una entrevista televisiva a Alicia Alonso que pude ver hace unos días, le escuché decir que conservaba la capacidad de “soñar todos los días con las cosas nuevas”, y pienso que tiene razón.
El Museo de la Ciudad es parte de mi vida, 56 años pasé allí, desde que tenía 17, cuando me llamaron para que con motivo del Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, se abriera el Palacio y yo explicara por la noche a las personas, escondiendo relojes de marcar tarjetas y cosas propias de la burocracia más visible… colocando una vela por aquí y otra por allá, descubriendo el misterio de la luz y la sombra. Y después la tarea de edificar el museo.
“El museo contribuye a la educación, contribuye a la cultura en general, es un espacio de reflexión, a veces es un recinto para vagar por él”.
En estos momentos vive su momento de crisis, ¿por qué? porque todo edificio viejo sufre de pronto, como los cuerpos humanos, una enfermedad inesperada, una viga que se rompe, un aguacero que abre una brecha de agua y hay que comenzar de nuevo. Pero ya contamos con una cantidad de gente formada, preparada y ¿cuál es mi discurso?, el de la continuidad. Hay que tratar por todas las vías de garantizar la continuidad.
Alguien me preguntaba ¿y quién lo va a continuar a usted? Y yo estoy completamente convencido de que está en la calle… en una reunión famosa que ocurrió en La Habana y yo no estaba, de pronto Fidel le preguntó a un niño que estaba en la sala ¿y tú qué vas a ser cuando seas grande? y este dijo: “yo seré el sustituto de Eusebio Leal”. Entonces, eso quiere decir que las semillas que se lanzaron al viento están prendidas, como las que se lanzaron cuando yo era niño, y no supe que sobre la tierra húmeda de mi adolescencia, de mi carácter, de mi infancia, se habían plantado, germinarían y llevarían mi vocación de la nada a lo que soy.
Tomado de Habana Radio