Eureka: una invitación al descubrimiento
El pasado jueves 5 de septiembre asistí a la inauguración de Eureka, exposición del reconocido artista Nelson Villalobos, curada por la MSc. Teresa Toranzo y acogida por la Galería La Acacia y su equipo. A cualquier motivación o compromiso profesional que tuviera para asegurar mi presencia en aquel suceso, se añadía la conexión sentimental que siempre tengo con los que alguna vez fueron mis discípulos de Historia del Arte u otras materias afines, sea años atrás en la Escuela Nacional de Arte (ENA) o en los últimos 25 años y hasta ahora en el ISA (Universidad de las Artes). Nelson está entre los primeros.
Entonces, alguien me pidió que “escribiera algo” sobre la exposición. Yo, encantada, pero me preocupé por el inconveniente de que no había mirado la exposición con ojo crítico. No obstante, acepté, y aquí me encuentro intentando no una crítica, reseña o crónica, sino más bien un comentario con tintes de reflexión.
Voy a evitar, deliberadamente, cierta tendencia que observo entre historiadores del arte, críticos, y hasta curadores, afanados por develar los parecidos de la producción objeto de análisis con la de artistas estimados como paradigmáticos, o a fijar los posibles referentes, como si esa conexión fuera motivo para los logros artísticos en cuestión o que pudieran definir el valor de lo apreciado.
Si fuera así, el arte sería solo degustado por los entendidos y no por los públicos, en plural, como solemos decir, y caeríamos en lo que Néstor García Canclini, en su prólogo a Sociología y cultura, de Pierre Bourdieu, calificó como “estética incestuosa”, esa que es solo para los artistas o especialistas. Como también sucede que en ocasiones se enredan con los contextos, cuando no necesariamente o no siempre dialogan con el hecho artístico ni lo soportan.
Por eso me alegro, al cabo, de haber disfrutado las obras de Villalobos “con ojos limpios”, sensorialmente, sin preocupaciones intelectuales (a pesar de que Arthur Danto advirtiera que el arte actual es más intelectual que sensual). Y es que el conjunto expuesto en Eureka, estimo que busca eso: el placer estético o emocional del hallazgo, implícito en la histórica expresión de Arquímides que da título a la muestra, y que corrobora que, parafraseando a Einstein: quien no sienta la emoción del descubrimiento, es como si tuviera sus ojos cerrados.
Consecuente con lo que siempre digo a mis estudiantes (interroguen la obra y ella les revelará su valor, por lo que ella misma es), “descubrí” que este pinareño es un artista de los 70. Sí, de las muchas veces el preterido decenio. Y advierto el dato no por una cuestión cronológica, porque se haya formado en la ENA entre 1974 y 1978, graduado en la especialidad de escultura, sino porque su trayectoria por la ENA lo nutrió del oficio básico del buen hacer: dibujar, componer, pintar, para, finalmente, crear; criterio basado en la experiencia artística y formativa de aquel claustro de excelencia, entre ellos, Antonia, Servando, y luego sus herederos, Nelson Domínguez, Ernesto, Choco, entre muchos otros que fueron sus profesores entonces. Luego Villalobos se graduó de pintura en el ISA, en 1983, lo que, sin dudas, amplió el prisma de aquellas bases que ya estaban echadas.
A propósito, en Eureka se exhibe una carta que Servando le dirigió a Villalobos, fechada en 1976, cuando todavía era estudiante de la ENA. Hacía unos años que Servando, por razones ajenas a su voluntad, ya no era profesor de la ENA, pero seguía recibiendo estudiantes que acudían a él buscando consejos técnicos y artísticos, como una extensión espontánea de la crítica colectiva de los ejercicios hechos en clases que el propio Servando iniciara en la ENA. Villalobos me confesó el día de la inauguración que él solo había visto a Servando Cabrera una vez y fue en una exposición, pero sucedió que algunos condiscípulos le mostraron al artista un grupo de sus dibujos sobre los que Servando accedió a realizar sus comentarios y ofrecer consejos a través de una carta. Conservar esa carta y su presencia en la exposición, junto a “Los guerreros”, esa pieza monumental, no por su escala, que también es significativa, sino por su expresividad y significado expreso, evidencia el valor que Nelson dio a aquellos consejos y que los siguió, digamos, al pie de la letra.
¿Qué dice la carta? Celebra las virtudes que percibe en aquellos dibujos, advierte las potencialidades artísticas del estudiante, pero, sobre todo, lo conmina a ver. Ver el mundo artístico, sin limitaciones de ninguna índole, para aprender, para tomar sin copiar, sino con una postura analítica, no sólo del mettier, sino de las intenciones y sus soluciones, de lo culturalmente implicado en cada pieza. Pero Servando, en la carta de referencia, también lo instaba a apropiarse de lo interesante y necesario de los grandes maestros, para, como buen criollo, (y, orticianamente), procesar los ingredientes, hacer la mezcla crítica, y llegar entonces a un nuevo resultado con sello de identidad sin quedarse achatado en una visión aldeana.
Lo exponía en sus consejos que transitaban por el entrenamiento visual hasta la toma de conciencia de la razón de ser artista: desarrollar “buen ojo para lo cubano con proyección internacional”… reflexiona… autoanalízate y sitúate – cultívate… “y no olvides que ser artista no es ser pintor. Es una profesión ligada íntimamente a la ideología, lo humano y la cultura abierta”.
Villalobos es un artista. Sus trabajos expresan una producción cultivada, refinada y de lenguaje propio que sustenta ese llamado “villalobismo” que propone. Su ingeniosidad, cualidad que estimo relevante en el arte cubano contemporáneo (arco conceptual más que temporal), se observa a cada paso, en ese combinar y solucionar ideas artísticas que, aunque le dieron la vuelta al planeta arte, recurvan y aterrizan en nexos y rasgos de indudable idiosincrasia.
“(…) y no olvides que ser artista no es ser pintor. Es una profesión ligada íntimamente a la ideología, lo humano y la cultura abierta”.
Qué es acaso el intenso colorido aplicado con sumo cuidado en composiciones de dibujos y contornos nítidos sino una fiesta popular, un reconocimiento del horror vacui que nos caracteriza en ese afán por decorarlo todo y sentir el placer que provoca la exaltación o el agradar la visualidad; el uso del papel y la madera como soportes y obras instalativas, reivindicados de la pobreza y de su presencia cotidiana y devaluada en la vida del hombre común, elevadas ahora a una condición de suprema esteticidad, o vistas a través de piezas que remiten a las matrices xilográficas que por mucho identifican parte de nuestra cultura visual.
La ingeniosidad antes aludida hace gala en la última de las salas de la exhibición (advertencia: la expo continúa allá atrás) y parece que el mejor de los descubrimientos, o la mayor sorpresa, nos espera en esa última sala, con el conjunto de piezas escultóricas, u “objetos esculturados”, basados en el reciclaje, otra práctica ya inherente al cubano, así como la presencia del humor y la ironía, grupo de piezas ante las que solo podemos exclamar ¡Eureka!
Lo que nos devuelve Villalobos después de su recorrido por la erudición internacional, es propio, no es ajeno, nos identifica. Siempre conectado a sus raíces, a su fuente nutricia primigenia que se desborda en esa primera sala dedicada a su madre —me decía Villalobos, que era una carta y sus Retratos de mamá, pero yo le replicaba: no, la carta y toda la sala es una hermosa y sentida dedicatoria—. Por todas partes nos deleita la sencilla acción de observar y, reitero, descubrir ese todo que nos identifica y alegra, tal como somos.
Y si alguien opina que mi reflexión enfatiza en demasía el ocularcentrismo como recurso para la percepción sensorial e intelectual; bueno, digo: estamos hablando de artes visuales.