Este 31 de octubre: los 125 años de Víctor Manuel… y sigue ahí, como el buen vino
Víctor Manuel García es el autor del cuadro más “mediático” de la pintura cubana. El aserto puede tomarse como atrevido pero no festinado. Gitana tropical, según palabras de Víctor Manuel, “es una mestiza, una mulata, pero le puse ojos rasgados de india del Perú, de México…”. Sin pretensiones de contradecirlo, es muy probable que al morir su autor en febrero de 1969, ya él mismo se hubiera percatado de que su “definición” se extiende mucho más allá. Ojos grandes y abiertos, trenzas gruesas delineando un rostro ovalado, sonrisa ausente en unos labios gruesos y la nostálgica sensación, casi certeza, de que el tiempo no pasa en esta cara que nos mira desde el lienzo y que se repetirá cien, mil veces, síntesis de culturas y razas luego de su venida al mundo en un bohemio estudio parisino cualquier día de 1929. Esto también y más, es Gitana tropical. Aun cuando cada espectador pueda descubrirle más detalles, ajustar otros, verlo con ojos propios, porque en Víctor Manuel estamos en presencia de un maestro en el tratamiento del rostro femenino.
“Yo no cambio a Leonardo por Picasso, pero sin embargo me encanta su obra y es el más genuino representante de su época…”, afirmó Víctor Manuel.
Alumno de la Academia de San Alejandro y discípulo del maestro Leopoldo Romañach —quien lo deja hacer, como a otros alumnos excepcionalmente talentosos de las décadas del veinte y del treinta— es a instancias de este que se le nombra profesor de Dibujo en la citada Academia. En 1925, y bajo el auspicio de algunos intelectuales del Grupo Minorista, viaja a Francia, donde encontrará a Matisse, Gauguin, Cézanne y, por supuesto, a los imprescindibles renacentistas. Cuatro décadas más tarde confesará: “Yo no cambio a Leonardo por Picasso, pero sin embargo me encanta su obra y es el más genuino representante de su época…” (Eso se llama tener criterio).
Al regreso en 1927, expone obras de una novedad deslumbrante en la Asociación de Pintores y Escultores, donde es fácil advertir la extraordinaria evolución desde su pintura académica hasta los modernos descubiertos en Europa. Pero hay más: la exposición deviene, según relata Loló de la Torriente, “la primera vez que sensacionalmente un suceso artístico interesa a nuestro pueblo de manera general, espontánea…”.
Es así que Víctor Manuel se convierte en representante destacado del movimiento de renovación de la pintura cubana, o arte nuevo.
En cuanto a Gitana tropical, data de 1929, cuando emprende otro viaje a Europa (España, Bélgica, Francia), y la pinta en París. De ahí seguramente el halo de nostalgia y la nota de poesía.
En 1937 el pintor, junto a su amigo Eduardo Abela, emprende el Estudio Libre de Pintura y Escultura, patrocinado por la Dirección de Cultura de la Secretaría de Educación y en franca oposición a los métodos empleados en San Alejandro, aunque Víctor Manuel cuide de no caer en rupturas espectaculares. “Parece como que opone —ha comentado Roberto Fernández Retamar— frente a los varios y cambiantes movimientos de la época, la deleitación de una fijeza, el goce alegre de un lenguaje a cuyo despliegue se ha asistido en Cuba en el último cuarto de siglo (…) Su obra admite la depuración, pero no la alteración”.
En 1959, durante el Salón Anual de Pintura se realizó una de las retrospectivas más completas de su obra. Esta también fue expuesta en la Feria Mundial de New York (Riverside Museum), 1939; Palacio de Bellas Artes de México, 1946, muestra que poco después sería exhibida en la Unión Panamericana de Washington; Escuela Nacional de Bellas Artes de Tegucigalpa, entre 1948-49; Musée National d´Art Moderne de París, 1951; Museo de Bellas Artes de Caracas, 1960, y en el Museo de Arte Moderno de México, en 1968. Su obra lo distinguió y no tuvo que esperar por la muerte para saber que recorría importantes galerías del mundo.
“Su obra admite la depuración, pero no la alteración”.
A semejanza de Goya en España y cual incansable explorador, en su madurez más plena (1964) también trabajó la litografía en blanco y negro en su taller del Callejón del Chorro, Plaza de la Catedral.
Al despedir el duelo del amigo entrañable, Nicolás Guillén expresaría: “En su obra se aúnan el hallazgo plástico de lo criollo y nacional, y su expresión más exigente, en una síntesis de motivaciones y recursos que solo a un creador poderoso le es dable ofrecer…”. Y concluiría con esta suerte de epitafio:
Los mediodías de La Bodeguita del Medio se decoraban con su figura, en la trastienda de aquel inolvidable restaurante, frente a un gran vaso de cerveza que nunca terminaba de beber. Era cosa de verle, entonces, móvil más por el espíritu que por el cuerpo, disputando, opinando, riñendo. Ya herido de muerte, buscado por sus enterradores, Víctor Manuel bromeaba con sus próximos, seguro entre chanzas y humildades de su inevitable permanencia.
De este artista habanero, cubano e internacional nacido el 31 de octubre de 1897 celebramos ahora su 125 aniversario. No lo conocimos, pero lo invitamos a verlo junto a nosotros a través de los ojos de Nicolás Guillén en este fragmento del poema “La rueda dentada”:
Con un ángel amarillo
y un sinsonte de papel,
pasa envuelto en suave brillo
Víctor Manuel.
Entre un ángel amarillo
y un sinsonte de papel
yace envuelto en suave brillo
Víctor Manuel.